12 horas para sobrevivir: El Inicio

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La cuarta entrega de la distopía lanzada por James DeMonaco hace cinco años presenta el origen del rito de depuración impuesto por los llamados Padres Fundadores a la sociedad norteamericana: 12 horas nocturnas durante las cuales cualquier persona tiene la libertad de matar sin sufrir las consecuencias legales. En este caso, veremos desarrollarse la primera noche de expiación en carácter de experimento en un territorio acotado: Staten Island, la isla en el sur del Estado de Nueva York.

Hay que aclarar que, al igual que la segunda y la tercera de la saga, no se trata de una película de terror en sentido genérico sino de una película de acción con intenciones de crítica política proclamada a los gritos, más para aturdir que para convencer.

James DeMonaco sigue siendo el guionista, y su caricaturesco sentido de la lucha de clases, ahora potenciado por las diferencias raciales, llega a un punto de combustión de la mano del director afroamericano Gerard McMurray. Una retorno al blaxplotation (el movimiento de filmes de explotación negra de la década de 1970) con sobredosis de conciencia social.

Todo es de manual en 12 horas para sobrevivir: el inicio, desde la presentación de la realidad sociopolítica a través de flashs de noticieros televisivos hasta los diálogos explicativos y grandilocuentes. Pero lo que da más vergüenza ajena es cómo el guion comprime el espectro de emociones y de razones humanas a un esquema binario. La tesis básica consiste en que los negros son los que más sufren las necesidades y, por lo tanto, los más fáciles de manipular por un Estado totalitario.

Sin embargo, el mundo que nos muestra se llama Estados Unidos, y la forma en que Estados Unidos se ve a sí mismo es como un órgano en que el cerebro y el corazón están unidos y componen un nudo palpitante. La acción y la reflexión son un continuo en sus relatos épicos; en ellos, ninguna criatura coordina mejor los músculos con la mente que un individuo. Por muy colectiva que sea la tragedia, la solución siempre termina siendo individual. Para esa mentalidad libertaria, la violencia estatal, expuesta en términos paranoicos, sólo puede tener como respuesta la violencia personal.

El círculo vicioso de esta ideología es tan obvio como buenas son las películas de acción que produce. 12 horas para sobrevivir: el inicio se inscribe en esa lista. Su falso sentido de comunidad y de rebeldía queda más que compensado por su sentido del entretenimiento sanguinario.