Otro debut en largometraje, Nadia Benedicto se acerca a una madre que debe lidiar con sus propios problemas y los de sus hijas mientras afronta una inesperada separación. La decisión de ir a la costa por unos días abrirá la posibilidad de una transformación que permitirá superar el momento de profundo dolor que ciñe todo. Benedicto esboza sus personajes con timidez, a la vez que recurre constantemente a la música como elemento transitivo sin mediar siquiera la posibilidad de evitar la estética publicitaria para presentar esas secuencias, y ahí es donde justamente el film falla, escapándose de sus personajes y buscando un efecto que nunca llega.
Esperada adaptación del clásico juego del mismo nombre que propone una lucha descarnada entre Templarios y Asesinos para dominar el mundo. Justin Kurzel apela a la épica para enmarcar el relato en el que Callum Lynch (Michael Fassbender) funcionará como nexo entre el pasado y el presente al ser conectado en una máquina que revela imágenes sobre el origen de la disputa. Dos científicos (Marion Cotillard y Jeremy Irons) con ideas diferentes sobre Callum y aquello que se debe desprender de sus regresiones, marcarán el ritmo de una película que no da tregua y que transmite efectivamente el espíritu de uno de los juegos más vendidos del mundo.
Debut solista del realizador Martín Hodara (“La Señal”) que apuesta al thriller para construir un relato potente sobre la familia y la venganza. Rodada en el sur argentino, en donde los fríos paisajes acompañan a dos hermanos (Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín) a dirimir viejas disputas mientras intentan escapar del pasado que día a día los amenaza. Narrada con una fuerte intención de enfocarse más en los personajes que en el paisaje, la tensión in crescendo, como las potentes actuaciones de Sbaraglia y Darín, a quienes se suma Laia Costa como mujer del personaje que interpreta el primero, el flashback como ingrediente de la progresión y la cuidada producción hacen que “Nieve Negra” logre su cometido de entretener inteligentemente.
Hace un tiempo un artículo en un medio de comunicación hablaba sobre el placer que genera el ver matar en la pantalla a gente en manos de otras personas. Si bien en el último tiempo series como “The Walking Dead” o “Fear the Walking Dead” exploraron este punto con un éxito descomunal, el cine debía una nueva visita al subgénero de films de zombies que es casi tan antiguo como el terror mismo. “Invasión Zombie” (Corea, 2016) de Yeon Sang-ho es el claro ejemplo de una película que sabe que en el placer de género se puede cimentar, potenciar y consolidar una propuesta, en la que, más allá de sus lugares comunes, conflictos y giros, la estructura clásica propone una revisión sobre este tipo de historias sin menospreciar al espectador. Porque también en el último tiempo hubo mucho de eso, de películas y series, y productos clase B, que al utilizar un presupuesto acotado, decidieron ir por el camino más fácil generando historias poco atractivas y sin la tensión necesaria para llegar finalmente a buen puerto. La historia del film comienza con un dato importante para toda la narración, una pequeña niña, con sus padres separados, desea a toda costa poder ir a Busán para reencontrarse, el día de su cumpleaños con su madre. Su padre, un exitoso empresario, CEO de quién sabe qué tipo de mega industria relacionada a la economía, le dedica poco tiempo y, por ejemplo, termina regalándole una vez más el mismo presente que años anteriores. En sólo esa escena en la que le entrega una nueva consola de juegos, la última, la más cara, todo el planteo del film se despliega antes que, la invasión del título termine por reforzar ese vínculo casi inexistente. Decidido a revertir, en parte, sus ausencias, entonces, el padre decide llevar a la niña en tren al lugar que desea, y mientras ambos avanzan en el medio de transporte, su historia comienza a entrelazarse con la de otros pasajeros que también seguirán embarcados en un viaje en el que la única posibilidad de poder seguir con vida es la de luchar cada uno por sí mismo. Si bien el conflicto está planteado desde el comienzo, con esta horda de zombies infectados por un extraño mal que hace que en minutos pasen de la vida a la muerte en busca de otros seres vivos para poder seguir adelante, la tensión irá en aumento con cada caso personal que Sang-ho va sumando al complejo entramado narrativo. Una joven pareja esperando a su primer hijo, dos hermanas mayores que quieren estar juntas a toda costa, un grupo de béisbol en el que el amor entre dos de los miembros genera esperanza, un funcionario autoritario que toma decisiones por el resto, y una clara división de posiciones en el mismo tren entre aquellos que deciden aislarse sin querer compartir con los demás la seguridad de algún vagón y los que luchan a golpes con los infectados para poder seguir con vida. Y en el avanzar del relato, y mientras seguimos los pasos de la niña y su padre y los aliados que van sumando al pasar, “Invasión Zombie” termina por construir una alegoría sobre la sociedad tal como la conocemos imposibilitando que, dentro de los vagones, un nuevo estadío o iluminación sobre la misma se pueda erigir. Película de género con una lograda factura, habilidad de dirección y potentes efectos visuales, “Invasión Zombie” es una necesaria revisión de género que además puede permitirse el lujo de replantear reglas y generar un nuevo clima, necesario, para que su disfrute sea total. Sin dudas una de las películas del año.
Fin de año, fiestas, reencuentros, emociones, los grandes estudios de Hollywood siempre tienen a mano un guión que aludiendo a la fecha permita construir un relato en el cual el espíritu festivo permita, además, introducir valores en forma de narración cinematográfica. Todos los años somos testigo de varias de estas producciones, y si bien en el último tiempo la elección de la comedia ha marcado el paso, el drama también encuentra su lugar en films como “Belleza Inesperada” (USA, 2016), de los estudios Warner, quienes apelaron al oficio de David Frankel (“El diablo viste a la moda”, “Marley y yo”, “Mi gran oportunidad”, entre otras) para construir esta pequeña caja de pandora. “Belleza Inesperada” comienza con un timming preciso, una adrenalínica historia en la que uno de los CEOS de una agencia de marketing (Will Smith) ve como su vida no logra volver a ser lo que era a pesar de los esfuerzos de su socio y amigos (Edward Norton, Kate Winslet, Michael Peña) po revertir la situación. Howard (Smith) sufrió una pérdida muy grande y no logra recomponerse, y mientras su empresa se debate entre la quiebra o la posibilidad de que sus compañeros demuestren que no es capaz de tomar alguna decisión, la trama de “Belleza Inesperada” avanza con una drástica decisión que tomaran en equipo para cambiar la suerte de todos. Cuando Whit (Norton) conoce en medio de un casting en la agencia a una joven (Keira Knightley) y luego se entera que la misma es una actriz del off, se le ocurre armar un plan para que Howard crea que está insano y así le deje el control de la empresa. Si bien en el arranque, y hasta que el plan se ponga en marcha no saben si funcionará, tras contratar a Amy (Knightley) y sus compañeros de tablas (Helen Mirren, Jacob Latimore) y una investigadora que documenta los pasos de Howard todo se encauza a que el inmediato control de la firma esté en sus manos. Pero a medida que éste avanza, los conflictos éticos y morales de cada uno también, por lo que “Belleza Inesperada” no será sólo la historia de el dueño de una agencia de publicidad que intenta sobrevivir a un dolor inmenso como lo es la pérdida de un hijo, sino que, además, terminará por plantear los problemas de cada uno de los protagonistas que terminaran por buscar soluciones con esos actores que contrataron para asustar a Howard. El tiempo, la muerte y el amor, son los tres parámetros narrativos y disparadores de la acción que tendrá Frankel para jugar con sus actores, siendo el amor (Knightley), la muerte (Mirren), el tiempo (Latimore), aquellos sucesos/eventos emparentados con cada uno de los protagonistas. Si el personaje de Winslet sueña con ser madre, el de Norton desea a toda costa recuperar el amor de su hija, mientras que el de Peña debe sincerarse con su familia sobre su enfermedad, esos hechos, terminarán por configurar el espíritu de historia coral al estilo “Scrooge” o “Un cuento de navidad” en el que la moraleja final termina por transformar, para bien, a sus personajes. “Belleza Inesperada” se presenta como un filme dramático que en las diferencias de sus protagonistas bucea en el espíritu y las emociones humanas, aquellas que a diario muchos intentan esconder pero que inevitablemente surgen y salen a la superficie sin siquiera poder negar que las tenían. Película para ver en familia y debatir sobre cómo, necesariamente, hay épocas del año en las que nadie puede seguir negando sus sentimientos y emociones. Atentos a Mirren que una vez más demuestra su habilidad para interpretar lo que quiera.
Pocas veces un realizador como Robert Zemeckis, hábil, meticuloso, un artesano de la narración, ha logrado decepcionar tanto con su nuevo film “Aliados” (USA, 2016), en el que hay un espíritu poco preciso para volver a contar hechos históricos de la mano de una ficción que principalmente falla por la poca química de los protagonistas y lo extenso del metraje. En “Aliados” un soldado inglés (Brad Pitt) en misión secreta en Casablanca, ve cómo de un día para el otro su destino se modifica al conocer a una bella agente francesa (Marion Cotillard), quien lo guiará en esas tierras a programar juntos la desaparición de uno de los jerarcas alemanas afincados allí. Y como el corazón poco sabe de engaños y de oscuros giros del destino, este soldado verá cómo al decidir casarse con la agente, luego de haber cumplido con su cometido en tierras lejanas, terminará por ubicarlo en un lugar en el que la duda y la confusión generarán una tensión que nunca llega hasta la resolución final. Filmada completamente en estudios, algo que se nota desde la primera escena, “Aliados” es la vuelta al cine épico por parte de Zemeckis, quien luego de haberse mostrado con “Forrest Gump” con el pulso necesario para poder abarcar hechos históricos con solvencia, genera este traspié, no porque esté mal en cuanto a aquello que narra, sino que, principalmente, no termina de cerrar por la elección de una progresión demasiado lenta, en la que luego de haber presentado a los personajes centrales, decide extenderse demasiado con la explicación de cómo estos dos desconocidos terminan trabajando juntos en pos del beneficio de Francia. Al no utilizar figuras retóricas, aquellas que posibilitan una transición entre escenas y la supresión de elementos que pueden ser redundantes, “Aliados” comienza a caer en un espiral sin retorno sobre los miedos de los personajes principales, y principalmente los de él, de saber si verdaderamente o no está durmiendo con el enemigo. “Aliados” falla por la poca química que hay entre Cotillard y Pitt, quienes, una vez más, se esfuerzan por complementar el verosímil de un film que desde su primera escena intenta mostrarse solemne pero nunca logra superar la verdadera intencionalidad para la que fue realizada, entretener. Precisamente el film no entretiene, al contrario, va generando una sucesión de imágenes que acumulan clichés y lugares comunes y en los que, claramente, Cotillard sale airosa, pero Pitt, por su parte, nunca puede transmitir las emociones por las cuales su personaje atraviesa. Si el destino de estos “aliados” quiere que su suerte sea echada a un rumor sobre la verdadera identidad de la mujer, Pitt no realiza ni el mínimo gesto como para demostrar su preocupación sobre quién es realmente la agente, y si además, se suma que para averiguar la identidad tiene que, por ejemplo, subirse a un avión e ir a Francia clandestinamente para poder verificar con una foto quíén es ella, Zemeckis no logra que éste comprenda que la emoción principal en ese momento es la angustia y la desesperación por el conocimiento. Película fallida en la que la reconstrucción de época suma un punto a favor en medio de tanto melodrama mal realizado, “Aliados” parece el ejercicio de un principiante, en vez de un film más de uno de los directores que más ha crecido autoralmente dentro de la industria en el último tiempo.
La adaptación que Ivano De Matteo realiza de la obra "The Dinner" trabaja sobre dos puntos particulares a partir de la narración de los hechos: la transformación de los personajes y el debate moral que los espectadores realizarán luego del cambio. Cuando dos familias ven cómo de un día para otro tendrán que modificar su percepción acerca de sus hijos, la mirada sobre ellos mismos terminará por componer el espacio para que el filme avance en cuanto a conflicto y tensión. Alessandro Gassman, Luigi Lo Cascio, Giovanna Mezzogiorno, Barbara Bobulová, Jacopo Olmo Antinori y Rosabell Laurenti Sellers, componen el elenco de un filme rabioso, trepidante, que comienza con un hecho "policial" casi similar a uno de los episodios de "Relatos Salvajes", film con el que comparte muchas coincidencias en tanto la urgencia para explicitar un estado de la sociedad, en este caso, la italiana.
Hete aquí una de esas películas pensadas para los Oscar que pese a eso, gracias al oficio y solvencia de la realizadora Mira Nair, su visionado es agradable e inspirador. La directora de “Salaam Bombay” se mete de lleno con la historia de la joven africana que superó todas sus metas para convertirse en una de las primeras campeonas de ajedrez en “Reina de Katwe” (USA, 2016) y supera el destino que tenía marcado gracias a su tesón y carácter. Con una primera hora tediosa, plagada de lugares comunes, estereotipos y aquello que se denomina como cinematografía de la pobreza, el destino de “Reina de Katwe”, que retrata la vida de la joven Phiona Mutesi (Madina Nalwanga), quiso que terminara por virar hacia un filme que logra mantener la tensión hasta el último minuto. Viviendo con su joven madre (Lupita Nyong`o ) y tratando de sobrevivir el día a día de su realidad, Phiona ve como su suerte puede cambiar al ofrecerle un entrenador de ajedrez (David Oyelowo) la posibilidad de aprender la destreza necesaria para dominar una disciplina como el ajedrez. Pero lo que no sabe este docente, que también ve como su vida en ese lugar sigue sin poder avanzar, y pese a estar plagado de metas y sueños, sabe que su lugar es ahí, para poder formar jóvenes esperanzados y con futuro, es que Phiona posee cualidades natas para poder superar a cualquier adversario que se le ponga adelante. Si el desafío es aprender, avanzar, progresar, superarse, Nair plasma esa búsqueda y lucha de una manera clásica y sin regodeos. Su cine es un cine que honestamente trabaja, como ya pasaba en su ópera prima y películas siguientes, con mensajes inspiradores que desde la casuística posibiliten una universalización de sus relatos. “Reina de Katwe” está dividida en dos partes, una relacionada a la presentación del contexto desfavorable de la joven y su familia, de su lucha diaria vendiendo alimentos en el mercado, de dormir sobre la tierra en una casilla hacinada con sus pares, y otra en la que a medida que Phiona avanza en su meteórico ascenso al estrellato del mundo del ajedrez, la esperanza y la viabilidad de la concreción de sueños impera. De esa primera parte no hay mucho para rescatar, excepto la dedicación con la que Nalwanga va impregnando a Phiona de su temple, de una mirada simple y perdida, que a la vez explica toda la historia que carga tras años y años de ausencias y de faltas. Pero más allá de eso, Nair enfoca el relato en cómo la superación, con algunos golpes bajos y momentos dramáticos, como la pérdida de lo poco material que poseían o algunas situaciones con su hermana, quien se deslumbra por el brillo con el que un candidato se brinda a ella, o cuando su pequeño hermano tiene un accidente y no hay dinero para tratarlo, y la simbiosis que la joven rápidamente hace con el entorno del mundo de los torneos de ajedrez fueron suficientes para posicionarla de otra manera en el mundo. “Reina de Katwe” es un film inspirador, que bucea en las emociones del espectador para lograr una rápida empatía con la historia y los personajes. Desde el primer momento, esto es lo más interesante, y, como buen exponente del género, “drama social de clase baja tratando de superarse”, ya sabemos cómo va a terminar todo, y la habilidad radica en desorientar al espectador al dividir la narración en las dos etapas anteriormente mencionadas. Atentos al final. Dos sorpresas terminan por cerrar con un moño la propuesta, por un lado los actores encontrándose cada uno con el “personaje” de la vida real que le tocó interpretar, y por el otro un clip musical en el que el elenco se divierte bailando y cantando le pregón con el que Phiona y su hermano vendían especies en el mercado.
Clara (Sonia Braga) es una luchadora. Una mujer con temple de acero a la que le ha tocado vivir varias situaciones en su vida y estoica pudo seguir adelante sola o acompañada por algunos familiares, muy pocos, y sus hijos. Cuando ya de grande se ve de alguna manera asediada por el joven director de un proyecto mobiliario del que ella no quiere saber nada, es cuando “Aquarius” (Brasil, 2016) de Kleber Mendoca Filho redobla su apuesta narrativa. Nuevamente la ciudad como escenario de disputa. Un viejo edificio, el Aquarius, que da nombre al film, ha sido testigo de la vida de Clara, y por nada del mundo ella quiere cambiar su suerte por un capricho del avance y el progreso. “Aquarius” se mete de lleno en las rutinas de esta mujer, una crítica musical que mantiene una relación muy particular con su departamento y con todo lo que dentro de él está (discos, libros, recuerdos, etc.), un templo del que no quiere desprenderse por caprichos ajenos Pero claro está que no le será fácil, y el hábil guión desanda las infortunadas intervenciones del joven y sus secuaces que molestan diariamente a Clara para que ella baje la guardia finalmente y así decida vender el departamento en el que vive, el último habitado del complejo. “Aquarius” dota a Clara del lugar de la resistencia, pero no por obligación, sino por convicción, porque a pesar que algunos de sus hijos le critican la idea de seguir viviendo allí, porque saben que en el fondo económicamente le puede ser redituable a ellos la venta, y que la empresa constructora continue embistiéndola, ella sabe que su lugar en el mundo es ese, frente al mar, rodeada de sus recuerdos y de su música. Tanto el edificio como la ciudad son protagonistas del relato, al igual que la música, no sólo por el oficio que Clara lleva adelante y que le ha permitido, pese a que sus hijos no lo ven, mantener un nivel de vida óptimo y de una libertad que otra profesión no le hubiese permitido. Diálogos frescos, únicos, además, permiten rápidamente ubicar la lucha de Clara en una posición en la que muchas personas a diario se encuentran batallando. No es casual que en una de las escenas cuando una joven periodista inexperta se acerca a Clara con un reportaje previamente armado no comprende el sentido de las palabras que le responde y termina por fastidiar a la mujer que con tan buena predisposición la ha recibido. “Cuando ustedes quieren es Vintage, cuando ustedes quieren es viejo” dice una Clara enojada ante los reclamos de su hija frente a la negación por abandonar Aquarius en una de las escenas más tensas y a la vez más significativas de la narración, no sólo por el choque entre madre e hija, sino, principalmente, porque termina por construir el personaje protagónico de manera contundente. Volviendo al tema de la música, eje y clave del relato, la selección permite reconstruir el pasado de Clara pero también su presente, con fantasmas que habitan su discoteca pero que sirve también de alimento para las nuevas generaciones (por ejemplo su sobrino y novia) que se acercan a ella no solo por su erudición sino por su formación. “Aquarius” trasciende la anécdota para convertirse en uno de los discursos políticos más acabados de los últimos años. Un film que permite trasponer hacia otros territorios la lucha y búsqueda de una mujer por sus derechos y Sonia Braga brinda una de las actuaciones más logradas de su carrera, y se brinda al director, quien sabe también el apoyo y la solidez con la que la recordada actriz de “Doña Flor y sus dos maridos” o “Tieta do Agreste” iba a componer a Clara. “Aquarius” es un film de visión imprescindible para comprender algunos de los atropellos que a diario sufren los ciudadanos en países en los que se dicen democráticos pero que esconden tras fachadas sus verdaderas intenciones. Gracias al cielo que ahí están artesanos como Mendoca Filho para develarnos todo.
No sería ideal para el espectador revelar muchos detalles de “Pasajeros” (USA, 2016), el esperado filme protagonizado por Jennifer Lawrence y Chris Pratt, y que bajo la dirección de Morten Tyldum (“El código enigma”) propone una clásica historia de amor en medio de una distopía. Imagínense un mundo devastado, y mientras se extingue la Tierra, la posibilidad de emigrar hacia otras colonias en otros lugares lejanos de la galaxia se hace real, un grupo de humanos decide embarcarse en una larga travesía y ser “inanimados” durante el período para subsistir y llegar a destino. Pero qué pasaría si en ese trayecto eterno, de más de 90 años, algún desperfecto hiciera que alguno de los miembros de la tripulación despierte sin saber realmente qué es lo que está aconteciendo o al menos hacia dónde se dirige. Sin brindar más datos de eso va “Pasajeros”, de cómo dos seres deben coexistir en tiempo y espacio, sin antes haberse conocido o saber el uno del otro, y preparar un plan de acción para poder continuar con la idea original en la que se habían embarcado, pese a que la realidad les dice otra cosa. Aurora (Lawrence) y Jim (Pratt) se conocen, se aman, se pelean, se distancian, todo en medio del espacio, sin mediar otro humano y sólo con la compañía de un androide “barman” que les brinda la dosis necesaria de alcohol para que ahoguen sus penas. La mirada lúcida del guion acerca de las relaciones y la sociedad, como así también la relectura de clásicos del género y de otros géneros (no por nada la protagonista se llama “Aurora” como “La Bella Durmiente”) permiten que espectadores jóvenes, principalmente, se acerquen a esta historia que cumple con lo que promete. Cuando al film se le comienzan a hacer algunas preguntas, demasiadas, acerca del porqué de decisiones de los protagonistas o sobre cómo alguno de ellos tiene la capacidad para resolver rápidamente algunas cuestiones y no otras, es cuando “Pasajeros” comienza a hacer agua por todos lados. Pero si uno se enfrenta a la historia, sin mucho más, creyendo en ella, asumiendo el verosímil que propone sin otro objetivo, es cuando el relato se hace más vívido y potente, apoyado, principalmente, en el carisma de los protagonistas, ineludible, que refuerza todo. “Pasajeros” tiene en recientes referentes como “Gravedad” un punto de anclaje, pero también en sagas distópicas como “Los juegos del hambre” o films realizados para millenials como “Nerve”, en los que se disponen algunos parámetros de narración para el género. El presente consumista y derrochador, avasallante y atropellador del pasado, es desandado por estos dos seres en pena en medio de la nada, quienes deberán tomar drásticas decisiones para poder continuar juntos, o, separados, y llegar a buen puerto. Tyldum mantiene la tensión hasta el final y logra, gracias a la utilización de efectos especiales el plantear su relato con una potencia que trasciende la banalidad de algunas situaciones planteadas durante la narración. “Pasajeros” se pregunta por el hombre, sobre su futuro, sobre la vida en sociedad, sobre el amor, y, principalmente, sobre la supervivencia del más fuerte, que no siempre tiene que ser la esperada, ni mucho menos la que se creía