Las calles, de María Aparicio Por Ricardo Ottone Se podría decir que Las calles es un film “basado en hechos reales”, lo cual tratándose de un documental es algo por lo menos llamativo ya que implica una cierta distancia, por lo menos temporal, con su objeto. La idea le vino a la directora cordobesa María Aparicio cuando una amiga le contó acerca de la experiencia dirigida por Eugenia Eraso, maestra de la única escuela de Puerto Pirámides, en Península Valdez, Chubut. Esta experiencia consistía en que sus alumnos de colegio secundario hicieran entrevistas con los pobladores, sus vecinos, para conocer y recopilar sus historias, un proyecto que culminaba con la elección popular para ponerle nombre a las calles del pueblo. La experiencia era buen tema para una película, el problema es que la misma ya se había realizado y completado. Aparicio decidió encarar entonces el relato como una mezcla de documental y ficción apostando directamente a reconstruir la experiencia y filmarla como si fuera actual. Para ello viajó a Puerto Pirámides e hizo a su maestra conducir las entrevistas y ordenar el proyecto de la elección. Con la particularidad que su maestra no es ya la original Eugenia Eraso sino que esta es interpretada por la actriz Eva Bianco, al igual que su ayudante que es interpretada por la actriz Mara Santucho. Esta decisión arriesgada logra un resultado sin embargo muy interesante. Si uno no las reconoce o no está avisado de esta circunstancia, difícilmente vaya a advertir su carácter de personajes tal es la fluidez y naturalidad con que ambas actrices se mueven en sus papeles e interactúan con los chicos y los vecinos. La realizadora no intenta disimular el carácter de reconstrucción. Lo cual queda claro cuando vemos a la cámara anticiparse ante ciertas situaciones y como algunas de estas son puestas en escena tratadas precisamente como escenas de ficción. Por otro lado los chicos también son tratados como personajes, se los presenta, tienen su momento de protagonismo y se los sigue en situaciones de su vida cotidiana que son planteadas previamente para la cámara. Es claro que en ciertos momentos están actuando, una circunstancia que no solo no se esconde sino que tampoco da una sensación de falsedad. Un papel que está también a medio camino es el de Osvaldo Bayer, que aparece ahí sin ser presentado y sin que tampoco esto haga falta. Vemos a Bayer haciendo de sí mismo y de “personaje de la Patagonia” contando una de esas historias que muchos conocemos (la de las prostitutas de San Julián) porque ya se la hemos escuchado en otras ocasiones pero cuya capacidad narrativa hace que no tengamos problema en escucharla otra vez. La búsqueda de nombre de las calles en el proyecto original era una excusa para que los chicos salgan al encuentro de su comunidad y conozcan de primera mano las historias de su pueblo como una forma también de apropiárselo. En el film las calles (a las cuales apenas se ve) son también una excusa, esta vez para encontrarse con relatos y experiencias que son las que le dan al film su verdadero valor documental y constituyen justamente su aspecto más jugosos e interesante, el de capturar lo maravilloso y fascinante de las historias de vida de la gente común. LAS CALLES Las calles. Argentina. 2016. Dirección: María Aparicio. Intérpretes: Eva Bianco, Mara Santucho, Gabriel Pérez, Osvaldo Bayer, Luna Barone, Maximiliano Buss. Guión: María Aparicio, Nicolás Abello. Fotografía: César Aparicio y Santiago Sgarlatta. Música: Fernando Uñates. Edición: María Aparicio y Martin Sappia. Duración: 81 minutos.
La memoria de los huesos, de Facundo Beraudi Por Ricardo Ottone No es la primera vez que el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) es retratado en un documental. Ya había sido el tema de Tierra de Avellaneda (1996) de Daniele Incalcaterra. Pero pasaron veinte años y la dimensión del tiempo no es aquí menor. Desde entonces pasaron gobiernos, pasaron políticas de Derechos Humanos, hubo avances y retrocesos, leyes derogadas y sentencias de la corte, genocidas presos y liberados, nietos encontrados, cuerpos recuperados y otros que siguen sin aparecer. El EAAF siguió trabajando. De hecho su labor se remonta no a veinte sino a treinta y tres años investigando, recuperando, identificando los restos de las víctimas del terrorismo de estado y permitiendo que los familiares se rencuentren con los cuerpos y puedan empezar a cicatrizar heridas. Uno de los momentos más emotivos de La memoria de los huesos, el documental que nos ocupa, es cuando un hijo cuenta que él y su familia recién pudieron comenzar a hacer el duelo por su padre cuando recibieron sus huesos, aun cuando este ya llevaba décadas desaparecido. Si bien el eje es el trabajo de la EAAF, el documental aborda el tema desde varias aristas ya que este trabajo es mostrado desde el ámbito institucional, desde de difusión académica y desde la práctica en su especificidad y su vertiente terrenal en todo el sentido de la palabra. Pero el otro trabajo que se ve es el de los familiares. El trabajo de duelo que, como señalábamos, a veces viene en suspenso postergándose durante años y se desencadena ante la presencia física de esos huesos que son también testimonio de lo sucedido. Otro momento fuerte es el encuentro de un hijo con los restos de su padre en una toma fija y silenciosa que pone de manifiesto la importancia de la dimensión del cuerpo. El realizador facundo Beraudi declaró que quería “contar historias desde el estómago, no desde la cabeza” Por eso el film no se detiene en lo técnico, que era su intensión previa, sino que apuesta a lo humano y lo emotivo sin por eso ceder a la tentación del golpe bajo. Por el contrario sabe cuándo acercarse y cuándo tomar distancia. Y hay todavía una línea más, que es la participación del EAAF en otros países, en particular en la recuperación de los restos de campesinos asesinados por el Ejército y enterrados anónimamente en la Guerra Civil de El Salvador. El proceso que allí se muestra da cuenta de las particularidades de cada caso, de cada región, de cada conflicto, de cada tragedia personal, pero también de lo que tiene de universal. Beraudi confía en la fuerza de las imágenes y los testimonios. Por eso en el film no hay relato en off y hay pocas “cabezas parlantes”. Más bien se trata de acompañar a sus personajes en sus tareas cotidianas, sus rutinas y sus momentos álgidos, con una cámara inquieta que sigue, se detiene, observa, interroga y prefiere tomar los testimonios desde el campo. A lo largo del film sobrevuela una sensación de esperanza y sanación en la medida que el trabajo de los antropólogos va brindando sus resultados, más cuerpos siguen apareciendo y más familiares se reencuentran con los restos de sus seres queridos. Pero también otras historias, como la de la madre que sigue buscando a sus hija desaparecida y a su nieta nacida en cautiverio, testimonian que, mientras no aparezcan todos los cuerpos, la desaparición es un crimen que se sigue cometiendo y que hay una herida que sigue abierta. LA MEMORIA DE LOS HUESOS La memoria de los huesos. Argentina. 2016 Dirección: Facundo Beraudi. Guión: Facundo Beraudi. Fotografía: Facundo Beraudi, Diego Delpino. Música: Diego Bravo. Edición: Verónica Rossi. Duración: 78 minutos.
Raídos, de Diego Marcone La explotación de la yerba en el nordeste argentino tiene una historia de representación en el cine nacional para la que uno puede incluso remitirse a clásicos como Prisioneros de la tierra (1939) o Las aguas bajan turbias (1952) donde ya se denunciaba el trato cruel y las condiciones inhumanas de trabajo. Si se trata de explotación, cada época se da la suya y si bien las escenas mostradas en estos films no son exactamente las mismas que vamos a ver ahora, hay ciertas circunstancias que cambian pero otras permanecen y el trabajo esclavo, mal remunerado, en negro, inestable e insalubre parece ser una constante histórica. Raídos, ganador del Voto del Público a Mejor Película Argentina en el último Bafici, retoma en formato documental las condiciones de trabajo y de vida de los cosechadores de Yerba, los “tareferos”, en la provincia de Misiones para contar cual es el estado de las cosas a partir de los años 90 cuando la crisis del sector precarizó aún más la situación, algo que no debería ser sorprendente. Para ello elige concentrarse en un grupo de jóvenes tareferos y observar no solo sus condiciones de trabajo sino también seguirlos en toda su cotidianeidad, qué hacen con su tiempo libre, cómo es su vida familiar, cuáles son las circunstancias que los llevaron a esta forma de vida, de qué manera se evaden a veces de su realidad, como se frustran o se divierten, cuáles son sus opiniones y sus expectativas (o la falta de ellas). De esta manera apunta a un retrato más íntimo y cercano. El realizador, Diego Marcone, toma la decisión de no disimular la presencia del dispositivo o tratar de borrar sus huellas. Es por eso que los personajes pueden mirar a cámara o en determinado momento de un dialogo acercarse al interlocutor y hablarle al oído para que lo que está diciendo en ese momento no quede registrado. Asimismo, a contramano de lo que se suele hacer en gran parte de los documentales de registro, no deja la cámara fija o inmóvil sino que prefiere los encuadres elaborados, el movimiento y un montaje ágil que vaya armando el relato. Marcone usa recursos que podrían ser de ficción tratando a sus personajes como tales. Así estos van dando cuenta de su vida, de la falta de oportunidades, o las oportunidades perdidas. Como cuando uno de ellos cuenta que entre la posibilidad de estudiar y el trabajo de tarefero eligió este último y ahora se arrepiente, cómo otro perdió la oportunidad de presentarse a la prueba de un equipo de futbol, o sigue una noche que pretende ser de festejo y termina en borrachera, pelea y amargura. En ese contexto también hay lugar para otro personaje, el hermano de uno de los tareferos que trata, pese a las dificultades, de continuar los estudios y donde están puestas las esperanzas de la familia de que alguno de ellas pueda escapar a un destino que parece predeterminado. Y también, se intuye, las esperanzas de realizadores y público de que algo por fin cambie. RAIDOS Raídos. Argentina. 2016. Dirección: Diego Marcone. Intérpretes: Darío Lemos, Mauro Lemos, Walter Lemos y Sergio Correa. Guión: Diego Marcone. Fotografía: Lucas Timerman y Diego Marcone. Música: Dante Frágola y Pablo Breardi. Edición: Diego Marcone y Andrea Kleinman. Duración: 74 minutos.
La posesión, de Alastair Orr Hace apenas un par de meses comentábamos el estreno de un film, Intrusos, con un planteo argumental al que zumbonamente rotulábamos como “a los cacos le salió el tiro por la culata”. A este planteo al que todavía no nos animamos a llamar subgénero pertenece La posesión, el film que hoy nos ocupa, y en ambas de lo que se trata es de poner en escena situaciones en donde un grupo de malvivientes irrumpe en un hogar presuntamente indefenso para darse cuenta de manera inesperada y desagradable que la víctima es más peligrosa que ellos. Si la primera estaba además encuadrada dentro de las Home Invasion Movies, está ultima lo hace dentro del de las películas de secuestro particularmente los secuestros que salen mal. Y si le buscamos la vertiente sobrenatural que es la aquí explotada tampoco le faltan antecedentes. No antecedentes ilustres claro, porque una película como Susurros de terror (2007) pasó sin pena ni gloria, pero sirve para darse cuenta que la idea tampoco es nueva. Los secuestradores son una banda de cuatro liderados por una chica, Hazel (Sharni Vinson), que después sabremos que tiene razones más personales que las supuestamente estratégicas para elegir el blanco. Lo mejor que se puede decir de tal grupete es que se lookean con entusiasmo, y que con sus peinados modernos y ropas cancheras, podrían tranquilamente pasar por una banda de rock alternativo. Eso sí, como secuestradores son bastante ineficientes. Para justificarse ante sí mismos (y ante el espectador) y además justificar la movida se nos presentan como en una situación desesperada. Antes de salir al rudo Hazel les (nos) larga un “es nuestra última chance de vivir una vida normal” que suena muy poco convincente, más aún que viendo lo que gastaron en tecnología no parecen estar tan de última. La victima en cuestión, Katherine (Carlyn Burchell, que está bastante bien como una especie de Barbara Steele en jogging) es la hija de un millonario comerciante de diamantes que desde un principio se ve bastante perturbada. Su pinta y la forma de aparecérseles, además del el ambiente enrarecido de la casa ya les grita a sus captores en la cara que deberían desconfiar de la situación apenas entran. El problema es que ellos no se apiolan pero el espectador enseguida se da cuenta que está todo mal con esa gente y que parece que se están llevando secuestrada a Linda Blair directo desde la cama de El Exorcista, así que queremos suponer siendo bien pensados que los realizadores no iban por la sorpresa. Una vez que llevaron a la rehén al lugar de cautiverio, una fábrica abandonada, se van a empezar a dar cuenta que no fue una buen idea, que la víctima está poseída por un demonio y que ellos están justo en su camino de salida. A partir de ahí (en realidad de mucho antes) todo se vuelve previsible y vamos con las escenas de manifestación demoniaca, zombificación, visiones de pesadilla y muertes horribles. Como los secuestradores son además bastante exasperantes, el pasaje de victimarios a víctimas y la necesaria identificación se hace muy cuesta arriba y lo que sucede es que van cayendo sin que a uno le importe demasiado. La locación de la fábrica abandonada le va a dar al film una atmósfera de tonalidades cobrizas y un ambiente oscuro, sucio y herrumbroso que debería acompañar el relato. Todo es bastante obvio y hasta el recurso pobre de que se enteren (y nos enteremos) de lo que había pasado previamente con Katherine a través de unos tapes de video que encuentran de casualidad demuestra por parte de los autores una actitud bastante perezosa. Otra muestra de que aquí los secuestradores no son los únicos indolentes y el secuestro no es lo único fallido. LA POSESIÓN From a House on Willow Street. Sudáfrica. 2016. Dirección: Alastair Orr. Intérpretes: Carlyn Burchell, Zino Ventura, Sharni Vinson, Steven John Ward, Gustav Gerdener. Guión: Catherine Blackman, Jonathan Jordaan, Alastair Orr. Música: Andries Smit. Edición: Alastair Orr. Duración: 88 minutos.
Un jefe en pañales, de Tom McGrath La llegada del hermanito, que ha inspirado tanto material, desde las tiras de Mafalda anunciando la llegada de Guille hasta hits de Cantaniño (“será, será, será como mamá y papá, será mi hermano, mi juguete de verdad…”), puede ser para el hijo único tanto una alegría como una verdadera catástrofe. Esto último es lo que vivencia Tim, el niño protagonista de Un jefe en pañales que ve romperse ante sus narices la triada perfecta de madre-padre-hijo ante el arribo del nuevo integrante de la familia: un bebe sin nombre que puede hablar (aunque solo Tim y los otros bebes lo escuchan), que porta traje, maletín y actitudes de ejecutivo ambicioso. Esta situación de desequilibrio hogareño y frustración infantil da para una serie de situaciones y enredos cómicos, pero la trama se complica metiendo al bebe yuppie como miembro de una suerte de corporación prenatal en una misión para desbaratar los diabólicos planes del CEO de una empresa de mascotas. El problema para Tim es que la imaginación hiperactiva de la que hace alarde desde los primeros minutos de película le resta toda credibilidad a la hora de convencer a sus padres de la conspiración en ciernes que involucra como contendientes a bebes y cachorritos. Todo el relato esta filtrado por la perspectiva de Tim cuya imaginación infantil desbordada da a cualquier episodio características fantásticas y vemos todo deformado por su visión de las cosas. Queda entonces la pregunta, no solo para los adultos del film sino para el propio espectador, de cuanto de lo que está pasando es real y cuanto es interpretación del protagonista. Pregunta no respondida ni resuelta, lo cual constituye un acierto. Uno de los fuertes la película es su apuesta al total delirio. Precisamente la imaginación infantil que da a cualquier episodio, por más prosaico que sea, dimensiones épicas es la que da la excusa para el despliegue visual. Así todo se transforma pasando varias veces desde el ámbito hogareño y cotidiano al universo de la aventura, del espacio exterior, los piratas y los héroes de acción. Este recurso funciona en general pero su apelación constante también satura y el ritmo maniaco y acelerado mantiene el interés durante un buen tramo pero termina por cansar. Contrariamente al despliegue planteado en las escenas de fantasía, el diseño de personajes es bastante estándar y poco original lo que hace que en las escenas cotidianas se tenga la sensación de imagen mil veces vista. El otro fuerte del film es la relación entre los hermanos cuyo planteo no es sino el de las clásicas Buddy Movies: dos personajes opuestos y hasta rivales que en principio no se soportan se ven obligados a trabajar juntos y terminan creando un lazo de amistad y compañerismo. En esta relación se invierten los términos y el menor es el yuppie demasiado adulto y el mayor el del carácter más infantil y lúdico. Para este tipo de películas suele haber varios niveles, por lo menos dos, el que funciona para los espectadores niños y el de los adultos. Para los chicos está toda la parte de acción y humor físico basado en corridas, gritos y mocos (se sabe que para algunos adultos esto también funciona y hasta se contentan con eso), y el mensaje que no por obvio deja de ser comprensible (y viceversa) acerca del amor familiar y la necesidad de compartir. Para los mayores hay una serie de guiños a productos pop retro (Indiana Jones, El Hombre Nuclear) que solo ellos podrían reconocer y sobre todo la construcción de un mundo con cierta complejidad, el mundo que funciona oculto antes del nacimiento, así como la trama de paranoia (hay una conspiración y nadie me cree). Además del planteo de poner a un CEO como villano que en estos tiempos tiene absoluta actualidad… UN JEFE EN PAÑALES Boss Baby. Estados Unidos, 2017. Dirección: Tom McGrath. Voces Originales: Kevin Spacey, Alec Baldwin, Steve Buscemi, Lisa Kudrow, Tobey Maguire, Chris Miller. Guión: Michael McCullers, basado en el libro de Marla Frazee. Música: Steve Mazzaro, Hans Zimmer. Edición: James Ryan. Duración: 97 minutos.
DOBLE VIDA Sabemos que en el cine de género, y en particular de terror, se pueden incorporar temas políticos y sociales con total pertinencia y lucidez como ejemplifican realizadores como George Romero, John Carpenter y más recientemente Guillermo de Toro o Bong Joon-ho. En el caso de Hipersomnia, segundo largometraje de Gabriel Grieco, un film que se puede adscribir al género de terror, el tema social que se introduce de una manera bastante explicita es el de la trata de mujeres para explotación sexual. La protagonista, Milena (Yamila Saud) es una actriz que acaba de ser elegida para aun papel de prostituta en una obra de teatro. El director de la obra (Gerardo Romano) es un tipo bastante intenso que tiene exigencias un tanto particulares para que sus actores se metan en el papel. Mientras Milena ensaya, los límites entre realidad y ficción se le borran de manera radical y cae repetidas veces en trances en los que pasa a una realidad absolutamente vívida donde es una chica secuestrada y mantenida cautiva junto con otras por una organización de trata. Así, pasando de un plano al otro en forma involuntaria y continua, Milena empieza a dudar primero de su salud mental para luego pasar a preguntarse por el grado de verdad de esas experiencias que tiene en el otro lado. La pertenencia al género está dada por un lado por la sugerencia de estos elementos de pasaje que no se explican del todo pero se intuyen sobrenaturales o fantásticos. Una apelación al conocido tema del Doble y una relación de conexión entre realidades subjetivas diferentes cuyos referentes podrían ser tan diversos como Cisne negro y hasta La doble vida de Verónica. Pero sobre todo si se puede hablar de Hipersomnia como un film de terror es por los climas generados, en particular por la situación de sometimiento y angustia de las mujeres prisioneras y explotadas. Hay que decir que en ese sentido la tensión está lograda y la sensación de opresión bordea por momentos lo insoportable. Pero como si esto no fuera bastante, se le vienen a sumar a la trama elementos propios del Torture Porn, con victima indefensa y enmascarado psicópata incluido, que no vienen a agregar mucho más que la oportunidad de introducir escenas explicitas de tortura y gore que no son demasiado originales de por sí ni están mostradas de una manera muy alejada de los lugares comunes que uno ya vio en películas como Hostel como referente obvio del recurso. La posibilidad de tratar temas sociales y de actualidad en el género es también un desafió al que responder a la altura de las circunstancias. Para ofrecer un ejemplo bien cercano, Sebastian Rotstein, que aquí oficia de co-guionista, introdujo en Terror 5, su debut como director junto a su hermano Federico, la referencia a una tragedia que remite a la de Cromañon en un marco fantástico de zombies interesante y original. En el caso del film que nos ocupa, el tema de la trata no parece estar tomado muy en serio ni de manera verosímil. Es cierto que esto último también puede tener cierta intencionalidad ya que la puesta de las escenas de encierro es claramente no realista y tanto la fotografía, las características del lugar como los rasgos de los personajes dan cuenta de ello. Pero el tomar un tema como la trata de una manera explícita requiere un poco más de cintura y en este caso la representación de las mujeres prisioneras parece más bien propia de una película sexploitaition. Entendámonos, el cine exploitaition ha dado no solo exponentes que están en el averno de la cinematografía mundial sino también películas muy disfrutables. El tema es que la irresponsabilidad típica de este tipo de films (y que forma también parte de su encanto de placer culposo) no parece llevarse bien con este tema en este preciso contexto. Parece haber un espíritu compartido con las películas argentinas del destape de los 80, como Los gatos o Las esclavas, que se vendían en la superficie como denuncias pero se revelaban rápidamente como vehículo para la exhibición de carnes femeninas. Incluso la escena de la ducha parece sacada de una de esas películas de cárcel de mujeres como Atrapadas o Correccional de mujeres. No es para descartar la idea de que esta película superior técnicamente a estos referentes decididamente trash esté haciendo una cita consciente, pero en tal caso no encontraríamos con un caso donde queda muy poco clara la distancia entre la cita y la pertenencia. HIPERSOMNIA Hipersomnia. Argentina. 2016. Dirección: Gabriel Grieco. Intérpretes: Yamila Saud, Peter Lanzani, Gerardo Romano, Jimena Barón, Vanesa Gonzalez, Nazareno Casero, Fabiana Cantilo, Gustavo Garzón. Guión: Gabriel Grieco, Sebastián Rotstein. Fotografía: Rodrigo Pulpeiro. Música: Diego Hensel. Edición: Alberto Ponce. Duración: 84 minutos.
LA COMEZÓN DEL QUINTO AÑO Son bastante conocidos los clichés con los que uno suele encontrarse en los relatos sobre relaciones homosexuales. Los más conocidos están en la exposición del reviente por un lado y la denuncia de la represión por el otro, teniendo en este último caso las ya conocidas derivaciones acerca de la discriminación y de la angustia ante la falta de aceptación. Romper con estos lugares comunes es ya una idea saludable, aunque tampoco garantiza necesariamente grandes resultados. Entre nosotras se ubica en un lugar por completo opuesto a lo anteriormente expuesto. Federica (Marhgherita Buy) y Marina (Sabrina Ferilli) están en pareja hace cinco años, una es arquitecta y la otra una ex-actriz ahora dueña de un restaurante. Viven juntas, duermen juntas, tiene un buen pasar, una vida estable y comparten todo aun teniendo personalidades muy diferentes. Pero tras cinco años de relación, algunas fisuras empiezan a notarse y empiezan a surgir dudas y cierto agotamiento, sobre todo del lado de Federica. Se trata de la crónica de una crisis en la relación de unas señoras burguesas de mediana edad profesionales y acomodadas. El tema de la homosexualidad no supone ningún conflicto para Marina quien desde joven asumió abiertamente su lesbianismo. Lo es en parte para Federica, que está separada y con un hijo, cuya primera y única pareja mujer fue Marina y que, a pesar de los años de convivencia todavía siente vergüenza de admitir que vive con una mujer (aun cuando su familia está al tanto) y se molesta cuando trasciende más allá de los que considera oportuno. La crisis se va a agudizar cuando Federica tenga una aventura, y encima con un hombre lo cual va a ser aún más doloroso para Marina. Pero lo más determinante y aquello que se revela como disparador de la crisis es algo más simple y cotidiano: el tedio, la rutina, el acostumbramiento y las relaciones que se desgastan. Cuestiones que pueden ser comunes a cualquier matrimonio gay o hetero con una cantidad determinada de años compartidos. Lo más destacable del film son las actuaciones, en particular la de Margherita Buy, una de las actrices más recurrentes y destacadas del cine italiano contemporáneo que transmite con verosimilitud las dudas, las vacilaciones e inseguridades de Federica dotando a su personaje de complejidad y matices. Más difícil lo tiene Sabrina Ferilli que hace un papel digno aun cuando le toca un personaje más unidimensional, casi sin fisuras, demasiado segura de sí misma, de lo que quiere y de cómo obtenerlo. Si el film le escapa a los lugares comunes de la representación de la homosexualidad no escapa de otros lugares comunes que son los del drama romántico de qualite. Sus escenas de conflicto, de peleas, de infidelidades y reproches se presentan de manera rutinaria y previsible, con un humor costumbrista bastante anodino y un final de telenovela. La realizadora Maria Sole Tognazzi ya mostró interés en retratar formas alternativas a la pareja y la familia tradicional. Lo hizo con su película anterior, Viajo sola, donde ponía su mirada en las mujeres solterías sin hijos por elección. Entre nosotras parece un paso en esa dirección, pero a pesar de las buenas intenciones lo hace con formas demasiado transitadas. En todo caso, si hay un punto que queda demostrado es que una historia de amor lésbico no tiene mayores diferencias y puede ser igual en todo a cualquier historia hetero, incluso en el aburrimiento. ENTRE NOSTRAS Io e lei. Italia. 2015. Dirección: Maria Sole Tognazzi. Intérpretes: Margherita Buy, Sabrina Ferilli, Domenico Diele, Ennio Fantastichini. Guión: Ivan Cotroneo, Francesca Marciano, Maria Sole Tognazzi. Fotografía: Arnaldo Catinari. Música: Gabriele Roberto. Edición: Walter Fasano. Duración: 102 minutos.
INFIERNO GRANDE Hay films que parece que a lo que apuntan es simplemente a contarte una historia, introducirte unos personajes más o menos identificables y una serie de hechos más o menos concatenados, pero lo que en realidad hacen es impregnarte, envolverte paulatinamente en una capa espesa hasta adherirse como una costra viscosa y pegajosa, dejándote al final con la pregunta de qué es lo que pasó acá, cómo llegamos a esto. Es el caso de ciertos films de David Lynch (Carretera perdida, Mulholland Drive) o Takeshi Miike (Gozu), películas que arrancan bajo el amparo de algún género del que sostenerse para luego dispararse a lugares imposibles de definir. Es el caso de este tercer film de Na Hong-jin. Aquí todo comienza en un pueblo chico en donde se desatan una serie de crímenes brutales en varios hogares protagonizados por algún familiar enloquecido a medio camino entre el poseído y el zombie. El protagonista es Jong-goo, un policía de rango menor, torpe, ineficiente, miedoso y de pocas luces, un tarambana impresentable que da más para la comedia. Un poco como también arrancan los protagónicos de algunos de sus compatriotas más famosos: El de Oldboy de Park Chan-wook o el de The Host de Bong Joon-ho. Y al igual que estos seguirá un derrotero que los transformará por completo. Descreído de los rumores que señalan causas sobrenaturales como las causantes de los crímenes y el enloquecimiento de los pobladores, en particular desde la llegada de un viejo japonés que vive en las afueras del pueblo, se mantendrá en esta postura hasta que la tragedia lo alcance y se le meta en su propia casa. A partir de allí todo se descompone y se acaba la gracia y la comedia. El personaje se hunde entonces en el desconcierto y la desesperación y empieza a actuar de una manera en la que jamás había soñado. El mal que ataca al pueblo opera como una infección, como una epidemia que contamina todo a la manera de las plagas que vemos en Nosferatu o la presencia parasitaria de Salem’s Lot, intrusiones que van pudriendo el lugar hasta diezmarlo. Se trata de algo extraño, un mal que viene de afuera pero que ataca el adentro, invade el interior de sus víctimas las cuales se vuelven contra sí mismas y contra aquellos que aman. Na Hong-jin maneja aquí con total desparpajo el cruce de géneros. Así, lo que empieza como un policial con toques de comedia y costumbrismo deriva en un thriller asfixiante, mezclando además de manera promiscua fantasmas, demonios, posesiones y demás sub-géneros del relato de terror. La trama se va complejizando y enrevesado hasta que en algún punto de su extenso metraje uno descubre que ya no sabe bien lo que está sucediendo. Y no esperen que al final todo se aclare. Sin embargo da la impresión de que al realizador eso le importa bien poco, que lo que le interesa son los climas ominosos, la tensión sostenida, la atmósfera cada vez más enrarecida. Como en el caso del mencionado David Lynch donde no se trata tanto de comprender lógicamente lo que está pasando aunque se presenten pistas (más de una vez falsas) y se den giros y vueltas de tuercas. Se trata más bien de sumergir al espectador en el ámbito de lo siniestro como algo que no es racionalmente aprehensible. Con una fachada mainstream y una factura técnica impecable, En presencia del diablo es sin embargo una película visceral, un viaje al corazón de las tinieblas. Una experiencia original y estimulante. EN PRESENCIA DEL DIABLO Goksung. Corea del Sur, 2016. Dirección: Na Hong-jin. Intérpretes: Kwak Do-won, Hwang Jung-min, Jun Kunimura, Chun Woo-hee, Kim Hwan-hee. Guión: Na Hong-jin. Fotografía: Hong Kyung-pyo. Música: Jang Young-gyu, Dalpalan. Edición: Kim Sun-min. Duración: 156 minutos.
APOCALIPSIS UNPLUGGED Así es como termina el mundo. No con un estallido, sino con un gemido”. La cita de Los Hombres Huecos de T.S. Eliot viene a cuento de que el fin del mundo en el cine suele venir de manera estrepitosa, servido en formato catástrofe por medio de meteoritos, terremotos, invasiones extraterrestres y plagas zombie, todo muy espectacular para lucimiento del equipo de efectos especiales. Pero también están los apocalipsis de bolsillo que vienen en frasco chico, sin anunciarse ni hacer demasiado espamento, al punto que sus protagonistas tardan bastante en darse cuenta que están en medio de uno. Es el caso del de En lo profundo del bosque, un apocalipsis unplugged literalmente hablando ya que su advenimiento se produce a través de un apagón general que priva de energía a una zona que nunca terminamos de mensurar pero se intuye vasta. Esta clase de calamidades, que en una ciudad darían para escenas de pánico y descontrol de masas, acá están abordadas a una escala totalmente diferente. Las protagonistas son dos hermanas, Nell y Eva (Ellen Page y Evan Rachel Wood) que viven con su padre en una casa en medio del bosque y bastante alejada del pueblo más cercano. Cuando el apagón las afecte, su experiencia va a tener las particularidades dadas por el escenario. La directora Patricia Rozema no tiene antecedentes en el cine fantástico y está claro que esta premisa más propia de la ciencia ficción no es lo que le sedujo de la novela original sino más bien como excusa para contar una historia de mujeres que descubren su fortaleza en situaciones límites o desafiantes, que eso sí es lo que abordó en toda su filmografía. Por supuesto, como en otras películas de propuesta similar (La carretera para poner un ejemplo reciente), se trata también de aquello en que podemos convertirnos liberados por una catástrofe que rompe con las leyes y controles. Relatos hobbesianos donde el hombre es el lobo del hombre y siempre aflora lo más salvaje y vil. “Estas crisis sacan lo peor de las personas” sentencia un personaje al principio del evento sin saber (o quizás sí) que está hablando de sí mismo con cierta (no demasiada) anticipación. Pero, aun así, los aficionados duros al género no se van a ver muy satisfechos y van a encontrar todo un poco moroso y pretensioso. Un poco de razón no les falta pero es que es obvio que de lo que se trata es de otra cosa. Y de lo que se trata sí es de las relaciones, de cómo estas evolucionan, se deterioran o fortalecen en una situación extraordinaria. El paso del tiempo (días, semanas, meses) y el aislamiento funcionan como en un experimento científico para eliminar la mayoría de las variables hasta reducir todo a su mínima expresión. Llegado a cierto punto lo único que importa es lo que pasa entre las hermanas. Por eso la carga del film está puesta principalmente en sus actrices. Page y Wood la soportan, la llevan con destreza y transmiten con convicción el recorrido emocional de Nell y Eva, sus idas y vueltas, altas y bajas, sus debilidades y su incondicionalidad. Porque, a pesar de la carga negativa sobre la humanidad, Rozema no se abandona al nihilismo y prefiere apostar a la solidaridad y la esperanza. La realizadora explora esa relación y la intimidad de sus personajes hasta en los detalles mínimos. Si lo que se impone es la supervivencia, también tienen su importancia las pequeñas cosas que no se quieren resignar, los pequeños placeres que la nueva coyuntura convirtió en lujos. Y a la vez y en contraposición está la necesidad de cierta renuncia, de seguir adelante y dejar cosas en el camino. En lo profundo… se trataría entonces de una suerte de film post-apocalíptico intimista que apuesta a la dimensión humana de la catástrofe y que, si a veces se pierde y se regodea en su puesta artie, logra sostenerse sobre todo gracias al trabajo y el talento de sus actrices. EN LO PROFUNDO DEL BOSQUE In to the Forest. Estados Unidos. 2015. Dirección: Patricia Rozema. Intérpretes: Ellen Page, Evan Rachel Wood, Max Minghella, Callum Keith Rennie. Guión: Patricia Rozema, sobre la novela de Jean Hegland. Fotografía: Daniel Grant. Música: Max Richter. Edición: Matthew Hannam. Duración: 101 minutos.
QUEDA UN ESPACIO VACÍO Tres investigadores de lo paranormal entran a una casa en medio de la nada cuyos ocupantes abandonaron huyendo de una entidad fantasmal muy poco amistosa. Esta casa va a ser la única locación y estos tres personajes los únicos que vamos a ver a lo largo de casi todo el film, con la excepción de un par de policías que parecen muy brevemente y de la entidad en cuestión de la que vamos a tener apenas atisbos y señales. En las películas de casa embrujadas los protagonistas suelen ser familias acosadas y la fuente de horror y angustia está dada en gran parte por la caída de lo que se supone más íntimo y seguro: el hogar y la familia. Pero está también la otra vertiente, a la que pertenece La presencia, que es la de los Trabajadores de lo Sobrenatural, cuyos protagonistas tienen la vocación de darle investidura científica al campo bastante poco respetado de la investigación paranormal y que mediante tecnología específica (cámaras, sensores de movimiento, lectores de temperatura y cambios en la atmosfera) salen a la búsqueda de ese Santo Grial que es la prueba definitiva de la existencia de otro plano de realidad. Esta búsqueda por lo general es tan desafortunadamente exitosa para sus involucrados que no tardan en arrepentirse de sus pretensiones cuando ya es demasiado tarde. Se trata de una vertiente que tiene antecedentes notables y variopintos que van desde El ente a Los cazafantasmas, y que tiene en las dos películas de la serie El conjuro al exponente reciente más exitoso cuya popularidad provocó un renovado interés en la materia. Aquí no hay, como en films de temática similar, una combinación entre el elemento familiar y el científico y el primero brilla por su ausencia. De la familia que habitaba el lugar apenas sabemos nada salvo que salieron volando con lo puesto dejando todo abandonado sin haber tenido siquiera el gesto de liberar a unos pobres loros enjaulados. Todo descansa entonces en el oficio y las relaciones de los investigadores que, para darle un poco de variedad al asunto, asumen diferentes roles, diferentes personalidades y diferentes abordajes al objeto de estudio. Tenemos dos científicos, uno escéptico y otro más abierto, y una chica de apariencia gótica con poderes extrasensoriales que le permite ver naturalmente lo que para otros es un misterio. Siendo entonces una película de pocos personajes y una sola locación, entendemos que esa opción por el minimalismo se extienda también a los FX o más bien a la falta de ellos. Así, la presencia sobrenatural en cuestión solo se nos manifiesta a través de ruidos y objetos que se mueven. Se trata de una opción arriesgada ya que se necesita mucha sutileza y oficio para transmitir la atmosfera, el suspenso y el horror a partir de sonidos, luces y sombras, dando preponderancia al fuera de campo, y no se puede decir que ese clima este precisamente logrado. Acá esa falla se siente más como un déficit, como una imposibilidad de resolver la representación antes que como una decisión formal. A la chica sensitiva se le manifiesta un presunto fantasma que solo ella puede ver, no así sus compañeros ni tampoco el espectador que solo se enteran por sus palabras de esa apariencia en un espacio aparentemente vacío, y la verdad es que el resultado es bastante pobre y decepcionante. La falta de información tampoco ayuda y parece menos producto de una dosificación que de una pura y simple falla en el guión. De ese modo no solo no nos enteramos nada de la familia que abandonó el lugar sino tampoco de quien es o era la entidad sobrenatural ni de sus motivaciones. Al final del film sabemos del tema casi lo mismo que cuando arrancamos. En un género como el terror las limitaciones de presupuesto a veces pueden dar lugar a soluciones creativas que potencian el efecto buscado. Cuando las limitaciones también son creativas el resultado se parece un poco a la nada, a un espacio vació donde nos quieren convencer que hay un fantasma. LA PRESENCIA The Dead Room. Nueva Zelanda. 2015. Dirección: Jason Stutter. Intérpretes: Jed Brophy, Jeffrey Thomas, Laura Petersen. Guión: Kevin Stevens, Jason Stutter. Fotografía: Grant Atkinson. Edición: Jason Stutter. Duración: 78 minutos.