Estela era una docente común y corriente de La Plata, con las fortalezas y debilidades de cualquier maestra argentina. Hasta que un mal día, en noviembre de 1977, las fuerzas paramilitares le secuestran a Laura, una de sus hijas. “Verdades verdaderas/La vida de Estela”, prolijamente dirigida por Nicolás Gil Lavedra, relata el derrotero de esa maestra que por una consecuencia natural se convirtió en la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Uno de los puntos altos del filme, ópera prima del hijo del diputado y juez Ricardo Gil Lavedra, fue que evitó el panfleto. Ese lugar común, estereotipado y maniqueísta, en el que caen este tipo de realizaciones encolumnadas en lo que se conoce como películas comprometidas. Susú Pecoraro y la emotiva participación de Carlos Portaluppi son la frutilla del postre de una película simplemente imprescindible.
Luis Ortega es un director anticonvencional, que muchos llaman de culto. Y en su tercera película sigue explorando esa línea basada en una búsqueda narrativa y visual permanente que, en este caso, no alcanzó el mejor resultado. La historia se basa en una pareja que sufre un drama incomparable, la muerte de dos de sus hijos. A partir de allí lo que era una vida burguesa apacible troca en un infierno. Julieta Ortega cumple con darle el tono justo a un personaje desquiciado y en ese marco su hermano, desde la dirección, explota la faceta erótica de su cuerpo generoso. Joaquín Furriel pasa desapercibido y más aún Alejandro Urdapilleta, que está muy poco tiempo en cámara por exigencias del guión. Es la típica película que termina imprevistamente y que deja insatisfacción en el espectador. Mucha más que la de la pareja protagonista.
Will cambia de trabajo y de casa, y decide buscar otro destino para sus días junto a su mujer y dos pequeñas hijas. De pronto, la casa comenzará a dar señales de un hecho grave ocurrido en el pasado. Y a partir de ese instante todo muta. Lo mejor que tiene esta película del reconocido director Jim Sheridan (el de “En el nombre del padre” y “Tierra de sueños” ) es que nada es lo que parece. Es desde el efecto sorpresa generado en el espectador que la trama va ganando en solidez y en suspenso, y se acerca más al thriller para alejarse del terror, pese a que los fantasmas forman gran parte de esta historia. Aunque hay momentos en que el curso de la trama se torna previsible, vale la pena. Y toma relevancia a partir de las actuaciones del trío protagónico, donde vale destacar la expresividad de Rachel Weisz.
Juliette es una médica que llega a Nueva York para comenzar una nueva vida con su novio. Pero él la engaña y ella intenta recomponerse afectivamente en soledad. Alquila una casa al lado del puente de Brooklyn y se enamora del propietario. Pero el muchacho lindo termina siendo un perverso, la espía por las noches, la droga para abusar de ella, y así. Lo peor de esta película es que nada es creíble. Ni Hilary Swank, que queda atrapada en un filme pequeño para semejante actriz; ni Jeffrey D. Morgan, que nunca conmueve. También es muy pobre lo de Christopher Lee, que era mejor cuando se jugaba con el terror. El director no supo qué hacer con la película, jamás encontró el rumbo y se despachó con una historia previsible a lo largo de un thriller con temática remanida. Para dejar pasar.
Los Strobbe son una familia algo especial. Sucios, borrachones, vulgares, irresponsables. Pero entrañables para el espectador. Quizá esa haya sido la mayor virtud de Félix Van Groeningen. Es que el director no cayó en el lugar común de pintar a una familia marginal de un pueblo belga con el tic en el que caen muchos. Son ebrios y vagos, pero no asesinos y violadores. No son ideales para invitar a casa a comer ravioles un domingo al mediodía pero tampoco andan con un cuchillo entre los dientes todas las mañanas. El filme está contado desde la perspectiva de Gunther, un adolescente de 13 años que vive con su padre Celle, sus tres tíos y su abuela, la única santa, que a veces sufre y otras se divierte con las travesuras familiares. Gunther ve a los tíos como un espejo de su futuro. Todo indica que su destino va en esa dirección. Pero el relato no es lineal y eso lo hace más atractivo aún. La trama pivotea con Gunther adolescente, con sus problemas en el colegio y las dificultades para vincularse con sus amigos, pero también con Gunther adulto, con más fortalezas que miserias. "La vitalidad de los afectos" transita por momentos dramáticos pero sale airoso en pasajes de comedia, como la competencia de tomadores de cerveza o la carrera de ciclistas desnudos. La lealtad familiar es otro tópico clave de la película, ideal para los que aman el buen cine independiente europeo.
El retrato de la burguesía y sus circunstancias es el tema que ocupa a Luca Guadagnini para pintar la esencia de "El amante". Esta es la típica película que logra entusiasmar al espectador y que en los momentos clave derrapa hasta irse a pique. Guadagnini, conocido por su labor en "Melisa P.", propone una película donde los afectos tienden a expandirse en medio de una familia conservadora y poderosa. El disparador es la vida de Emma (gran labor de Tilda Swinton), una mujer bella que siente el desprecio de su esposo, más ocupado en mantener el poder a cualquier precio. Seducida por otra vida y por la gastronomía, Emma se enamora perdidamente de Antonio, un humilde cheff con proyectos de construir un restaurante. El tema es que el joven es íntimo amigo de su hijo, en un vínculo que, por momentos, parece que excediera a una amistad convencional. Emma vive sus días apasionados con Antonio, mientras también disfruta la nueva elección sexual de su hija, quien le confesó que es lesbiana. La trama va in crescendo y hasta se le pueden perdonar algunas tomas que, pretendidamente experimentales, son poco felices, al igual que la musicalización ambigua en situaciones clave. Lo que es grave es lo forzado que resulta el tratamiento de la escena más dramática del filme. Ahí la película se cae a pedazos y tira por la borda lo poco de interesante que había logrado. "El amante" resulta ser en el cierre la clásica película que peca de pretenciosa. Y deja bastante poco para disfrutar.
Los caminos de la vida Elena (Borges) y Adela (Bertuccelli) podrían haber sido madre e hija. Pero la vida hizo que se enamoren del mismo hombre, Augusto. Todo se complica cuando él muere. Elena es una cineasta de la alta sociedad y Adela una estudiante universitaria que no encuentra su rumbo. Carnevale hizo hincapié en las carencias, miserias y bondades de los personajes, quienes se van encontrando y enfrentando a través de dilemas propios y lógicos de la incómoda situación. Borges y Bertuccelli le encuentran el tono justo a sus criaturas y Cortese, en su rol de asistente leal de Elena, le brinda soltura y credibilidad a su personaje. La película, sin ser impecable, se torna amena y hasta divertida, sobre todo en algunos pasajes en los que Bertuccelli se despacha con ocurrencias que la remiten a La Tana de "Un novio para mi mujer". La perlita es la canción "Paisaje", por Vicentico. Para que todos salgan cantando.
La crisis de los preadolescentes con su núcleo familiar es el punto de partida de "En un mundo mejor", el filme de Susanne Bier que merecidamente ganó el Oscar como mejor película extranjera de 2010. La directora quiso contar la difícil subsistencia del que suelen llamar "el distinto", ya sea porque tiene "boca de rata", como uno de los protagonistas, o porque es sueco en una sociedad dinamarquesa. La película cruza la historia de dos pequeños amigos que tratan de abrirse paso ante la hostilidad escolar y el conflicto existencial y de pareja de sus padres. Uno de ellos es un médico que comparte su vida entre la atención de refugiados en Africa y los momentos de incertidumbre de un matrimonio a punto de quebrarse. La directora danesa, que logró una fotografía ejemplar, conmueve e invita a la reflexión.
El "Linterna Verde" de la peli es en realidad el segundo personaje con ese nombre que creó la compañía de comics DC. Es de los años 60 (el primero es de los 40) y tiene particularidades cósmicas retomadas en este filme. Hal Jordan es un piloto de aviones irresponsable que es elegido por un cuerpo de defensores del orden intergaláctico para portar el anillo del poder. Es el primer humano en esa condición debido a que los otros habitantes del universo desconfían de los pobladores del planeta Tierra. Pero será exactamente esa humanidad que porta el protagonista la llave para detener a un monstruo que, alimentándose del miedo de sus víctimas, espera dominar el cosmos. Con muy buenos efectos especiales y un relato simple, la película entretiene al plantear desde el principio la historia del personaje y su primera misión. Y si bien esa llanura argumental puede resultar inconveniente, en verdad ayuda a la comprensión del objetivo final: dotar al Linterna Verde de acá de valores que todo el universo luego celebrará.
Hay un prejuicio instalado. Y es que toda película protagonizada con actores de fama televisiva es mala. “Güelcom” viene con esa mochila, pero sale ileso. La historia de Yago Blanco no es una película de culto ni mucho menos, pero es una comedia romántica bien llevada y entretenida, tanto que no molestan algunos guiños previsibles. El filme se basa en una pareja, conformada por Leo (Martínez), psicólogo, y Ana (Tobal), amante de la buena cocina, que se distancia porque ella quiere buscar nuevos rumbos en España. El regreso a la Argentina genera un reencuentro, que tendrá chispazos y afinidades. “Güelcom” plantea muy bien los vicios del argentino que viaja al exterior y las frases de manual del que vuelve y ve todo mal en su país natal. Además, enfoca cálidamente los tics de los amigos treintañeros y hay simpáticas participaciones de Peto Menahen, Maju Lozano y Elena Guerty.