Casa con sorpresa Producción de la Hammer, en una casa con presencia siniestra. Daniel Radcliffe ya sabe cómo mirar fuera de campo (del campo que abarca la cámara) y parecer aterrorizado. Si Harry Potter le dio algo, además de fama y dinero, es eso. Así que no es de extrañar que el primer protagónico que aceptara después de terminar la saga del mago fuese el de La dama de negro , no en el rol del título, sino en el del abogado que traga lo que le queda de saliva y se interna en una mansión convenientemente lúgubre y alejada, a rastrear los papeles para una sucesión. Bajo el logo de la Hammer, la productora que dio clase sobre lo que el cine de suspenso y horror debía tener en la época de oro del género -no el actual en el que el gore se impone y lastima, sobre todo, los ojos y la credibilidad del espectador-, La dama de negro tiene sus contribuciones para recuperar la confianza. La historia es básica, pero con bemoles a medida que se va desarrollando. Arthur Kipps (Radcliffe) es un abogado viudo, con un pequeño hijo, al que envían a Crythin Gifford, a la mansión mencionada, y si no encuentra lo que le demandan para hacer la liquidación de la mansión, tras la muerte de su dueña, y así poder venderla, se quedará sin trabajo. Eso explica por qué, por más que sienta presencias ominosas, ruidos y demás, el tipo sigue buscando (solito y solo) en esa casona a la que las mareas suelen dejar incomunicada cuando crecen, y a la que nadie se atreve a acercarse en el pueblo victoriano. ¿Por qué? Fácil sería contarlo, pero mejor es que el lector lo averigüe por sí mismo. Los resortes del género vienen siendo los mismos desde sus orígenes –para asustar y lograr que el espectador salte de su butaca- y podrá variar (o no) la sagacidad de los guionistas para que también haya algo de intriga y se sazone mejor la historia. La película está más o menos dividida en dos mitades (presentación del personaje, llegada de los primeros temores y muertes/suisidios de varios niños), y es en la segunda donde el ritmo se acelera, sin llegar a desbocarse. La atmósfera gótica, los tonos grises y opacos de la iluminación, le sientan perfecto a la historia. El joven James Watkins, que debutó con Eden Lake , filme de otro estilo de terror (una pareja es acosada en un lago por adolescentes), entre crujidos y sombras, brumas y padres que sobreviven a sus hijos, supo cómo generar ansiedades en el espectador. Y así, la novela de Susan Hill, de 1983, con adaptaciones teatrales y televisivas varias, pega el salto a la pantalla grande con ímpetu propio. Acompaña a Radcliffe –a quien deberemos acostumbrarnos a verlo como adulto joven, para lo que, por cierto, aún le falta madurar en todo sentido- el irlandés Ciarán Hinds, cuyo rostro suele cubrir como máscara personajes conflictuados, cuando no roles de malvado, en otra sorpresa dentro de un filme que, sí, asusta en buena ley.
La emoción de aquellos pioneros Martin Scorsese realiza en su primer filme “para la familia” y en 3D un entrañable homenaje al cine. De un mago a otro, de un artista pionero a uno que tomas las herramientas heredadas de aquél, más las nuevas del 3D para realizar un enorme, magnífico y emocionante homenaje al cine. La invención de Hugo Cabret está hecha por y para quienes sienten que el cine es el reflejo de sus vidas íntimas, que lo conectan con sus propias vivencias y emociones. Martin Scorsese tributa a Georges Méliès basándose en la novela gráfica de Brian Selznick. Hugo (un maravilloso Asa Butterfield) es un chico de 13 años, huérfano, que vive solo entre las alturas de los relojes de una estación de trenes parisina, por los años ’30. Su tío borrachín aceita los relojes, y andar entre mecanismos de precisión es algo que corre por la sangre de la familia. El padre de Hugo (Jude Law) era relojero, y en un museo había encontrado un autómata abandonado, que necesita reparación. El padre muere sin poder arreglarlo, dejando unas instrucciones que Hugo atesora como el mapa de un tesoro. Cuando éstas lleguen a las manos de un hombre mayor (Ben Kingsley), que tiene un puesto en la estación de trenes en la que remienda juguetes, resurgirá, cómo no, la magia. Algunas criticas han develado cierta información que, si bien sorpresiva, el espectador la advierte promediando la proyección, y quien esto escribe no cree necesario revelar. Sin ella, es más natural el adentrarse en la historia, es como dejarse llevar por los magos que nos asombran con cada paso que dan. Por qué perder esa fascinación. Sí podremos hablar del fantástico mundo que ha pergeñado Scorsese, con varios de sus habituales colaboradores, como el iluminador Robert Richardson y su montajista de toda la vida, Thelma Shoonmaker. Uno es clave en la transformación y ambientación de la estación de tren, sea entre los andenes o las galerías, o ya entre los mecanismos de relojería, y otra es herramienta fundamental para recrear el mundo del cine mudo. Hay mucho de Dickens, y no sólo por la irrupción del a primera vista maléfico inspector de la estación (al que Sacha Baron Cohen, con pierna ortopédica chirriante, sabe sacarle el mejor jugo), que persigue huerfanitos o ladrones para llevarlos a un orfanato. Hugo mismo es un ser dickensiano, e imposible de no tener empatía con él. Por varios motivos. Está solo, no tiene familia, descubre una amiga (la ahijada del personaje de Ben Kingsley) y apretuja esas instrucciones de su padre como único y último recuerdo que tiene de su ser amado. Si la película tiene muchos apuntes scorseseanos (el amor por el cine y la necesidad de preservar las películas originales es el más directo y atendible), no habrá quien mire al filme con extrañeza antes de sentarse en el cine. ¿El director de Taxi Driver y Toro salvaje detrás de un filme familiar, y en 3D? ¿Y por qué no? La utilización del 3D es similar a la que realizaron Spielberg en Las aventuras de Tintín y James Cameron en Avatar : necesaria, no superflua. Es una invitación a recordar los primeros pasos del cine, y cómo experimentamos eso que nos hace aún hoy en día suspirar en la oscuridad de una sala.
Allí donde pertenecemos Magnífica comedia dramática con George Clooney sobre el amor en sus infinitas formas. Estábamos hablando del amor”, se dice en un momento de esta comedia de trazos negros de Alexander Payne. Y es una de las mejores síntesis que puede hacerse sobre Los descendientes , un tipo de comedia dramática adulta. Adulta por los temas que aborda (el ya apuntado amor, y sus infinitas formas, el adulterio, la posibilidad de perder a un ser querido por enfermedad, el egocentrismo, la cobardía, las raíces, la identidad) y por su tratamiento. ¿Cuántas veces se está ante una película con la que se pueda conectar desde varias aristas? Payne se está convirtiendo, lejanos los tiempos de Election , en un director especializado en relaciones de pareja. En Las confesiones del Sr. Schmidt , Jack Nicholson -cuya pareja moría y tenía, casi por primera vez, su misma edad- se encontraba descubriéndose a sí mismo. Ahora, tras siete años sin dirigir luego de Entre copas , adaptó una novela en la que Matt (George Clooney), de ancestros reales hawaianos, se encuentra de buenas a primeras con que debe hacerse cargo de algo con lo que nunca había querido: su familia. O sus hijas, que viene a ser lo mismo luego de que su esposa sufrió un accidente náutico y esta en estado de coma vegetativo. Con su hija menor, Scottie (10) hace siete años que no tiene una salida a solas, y Alexandra (17) está pasando por esa etapa adolescente en la que confronta todo y es capaz de ser tan filosa como hiriente. Y Matt debe decidir qué hacer con la herencia que administra, suya y de todos sus primos, hectáreas cuya venta en Hawaii dejarían 500 millones de dólares. En eso está cuando su hija le arroja en la cara que su esposa lo estaba engañando con otro. En Los descendientes los personajes femeninos tienen una fuerza y entereza que les falta a los masculinos. Mattie es, a toda vista, un cobarde. Inmiscuye a Alex en la búsqueda del amante de su madre cuando debía hacerlo él solo. Pero también es cierto que se comporta como un caballero con su suegro, que uno adivina lo ha maltratado durante los últimos 20 años. Decíamos que el tema del filme es el amor. Matt irá cambiando de parecer a medida que los hechos se le vayan precipitando. Es el protagonista casi absoluto y el guión le confiere escenas individuales con sus hijas, su suegro, una pareja amiga -más de su esposa que de él- para que cada secundario gane su importancia, pero siempre terminan actuando en función de la construcción del personaje central. Y que sea George Clooney el engañado no deja de ser un giro en la carrera del actor, que si bien repite algunos tics que le vienen de fábrica, está frente a un desafío dramático del que sale muy bien parado y la opción del Oscar al que aspira suena como muy posible. Y merecido, si lo gana. Payne supo cómo sacar de Clooney aspectos que sólo habíamos intuido en él. Shailene Woodley (Alex) es otra perla dentro de un relato en el que las risas y las lágrimas fluctúan, con preponderancia de las primeras. La familia, también se escucha, es como un archipiélago: islas separadas y en soledad, pero que se necesitan juntas. Payne muestra que el auténtico amor familiar puede ser tan atrapante como un documental sobre la Antártida.
Toda la sangre derramada Tarsem Singh dirige esta épica y violenta película de acción y aventuras que transcurre en la Antigua Grecia. Los productores de 300 están detrás de Inmortales , y se nota. También es fácil advertir que quien no está detrás de Inmortales es Zack Snyder, el director de 300 . En síntesis: la idea de que unos pocos puedan vencer a unos muchos, en tierras ya mitológicas como la antigua Grecia, con Zeus tomando partido, no tiene el desparpajo visual y cuasi visionario de Snyder, pero tampoco está mal y es netamente superior a Furia de titanes , con la cual puede compararse el filme de Tarsem Singh. El indio ya dirigió Mirror, Mirror , uno de los dos títulos sobre Blancanieves que veremos este año, con Julia Roberts como la madrastra malvada, así que las superproducciones no le dan temor. Pero volviendo a Inmortales , Teseo (Henry Cavill, el nuevo Superman de... Snyder) es el humano bastardo –dicho con todo respeto- en el cual Zeus tiene depositadas sus esperanzas. Zeus, cuando viste de civil y tiene el cuerpo y la voz del gran John Hurt, es una cosa. Ahora, cuando habita los cielos y es más joven y viste de dorado, con el rostro de Luke Evans... es otra. Bien, Teseo será quien enfrente al malvado rey Hiperión (Mickey Rourke, que se nota que está feliz interpretándolo, un poco más contenido que como lo hubiera hecho hace unos años), quien no sólo quiere conquistar Grecia sino acabar con los Dioses, en plan netamente vengativo. Para ello debe encontrar a Fedra, la pitonisa, que encima es virgen (Freida Pinto, de Slumdog Millionaire ) para conseguir el arco de Epiro, con el arma liberar a los Titanes, y acabar con la humanidad. O casi. Si se perdió, no importa, porque en la película se lo explican varias veces. Es que es tanta la parafernalia de combates en 3D que, bueno, al espectador menos atento puede escapársele parte de la trama. Entretenimiento al fin, no apto para los más chicos, ya que la violencia la acerca más a 300 que a Blancanieves, Inmortales tiene en su público a aquellos que son adictos a las escenas de batalla interminables, con sangrienta acción y poco texto. Entre los esclavos que están del lado de Teseo está Stephen Dorff, al que cuesta reconocerlo, algo alejado de Somewhere , de Sofia Coppola, y más cerca de Blade, el cazavampiros .
La isla del tesoro Las cantantes se pierden de vacaciones. Si usted está leyendo esta crítica es porque tiene hijos, nietos, sobrinos o primitos que ya le pidieron que los lleve a ver esta película, o por suerte mantiene el alma de un niño a la hora de elegir una salida al cine. Si es de los primeros, probablemente le hayan contado (o haya visto alguna de las aventuras anteriores) acerca de estas ardillitas parlantes. Si es de los segundos no hace falta que le cuenten nada, porque la trama es lo de menos. Es que Alvin y las ardillas está estructurada -salvando las diferencias- de manera similar a los dos tanques que se estrenan también hoy, la nueva Misión: Imposible y Las aventuras de Tintín : son escenas concatenadas que tienen, por sí mismas, su propio valor y atracción, sean de acción o de comedia, en el caso centradas en las piruetas de las ardillitas. Dave (Jason Lee, que sigue incólume en la saga cada dos años) se va de vacaciones, con las ardillitas varones cantores y las ardillitas hembras que se sumaron en la secuela. Todos se suben a un crucero, pero allí Ian, el empresario discográfico que es más malo que Berlusconi, arruinado por culpa de Dave, se gana la vida entreteniendo pasajeros disfrazado de pelícano. Como Alvin no puede parar de hacer de las suyas -o sea, meterse él y a los otros en problemas-, todos terminan en el océano. Pero como se ve que a nadie le importaba demasiado Dave, las seis ardillitas o el pelícano humano, no les tiran ni un salvavidas, y todos van a parar, por separado, a una isla. Que estaría desierta, pero no. Y en la que -que no se enteren los chicos- hay un viejo tesoro en una gruta. Al mando de la película está Mike Mitchell, que supo ir de Gigoló por accidente , típico filme para lucimiento excluyente de un protagonista, el comediante Rob Schneider, hasta ponerse sobre los hombros Shrek para siempre , la última aventura del ogro verde. Y ante el consabido prejuicio de a ver qué hicieron ahora con las ardillitas cantantes , habrá que sincerarse y decir que el producto no está mal, no bastardea ni nivela para abajo, que tiene los resortes habituales para que los más pequeños se rían y diviertan. Además de las canciones ardillescas y algún que otro guiño para que usted no se duerma.
Spielberg lo hizo de nuevo El espíritu de los viejos seriales renace en esta animación 3D. Y Spielberg lo hizo de nuevo. Con Los cazadores del Arca perdida apeló al viejo y bienamado cine de aventuras, se nutrió de la esencia misma de los seriales y le dio vuelta como a un guante a la manera de contar las películas de aventuras -más que de acción-. Eso fue hace... 30 años. Y ahora echó mano a un personaje querido por muchos amantes del cómic, algo así como un antecesor en el tiempo real de lo que fue -y es- el doctor Indiana Jones. Tintín es un noble aventurero, creado por el belga Hergé, de quien Spielberg, dice el propio director, no tenía noticias. Pues bien, para la primera película en animación que realiza, con captura de movimientos, Tintín es un as en la manga, un personaje inteligente, intrépido y fascinante que salta del papel a la pantalla con rasgos muy similares e igual ímpetu trotamundos. El parentesco con Indiana es fácil de advertir. Saben deducir al instante lo que para otros demandaría horas y cuentan con un espíritu de lealtad, valor y altruísmo que los hermana. Y la atmósfera que se respira, también. Pero Tintín, muy popular en Europa, era casi un desconocido para los estadounidenses. Y Spielberg y Peter Jackson, que obra aquí como coproductor, y dirigirá la segunda aventura del periodista del jopo rebelde, adaptaron no un libro -el que da el título al filme-, sino ése y otros dos más, El cangrejo de las pinzas de oro y El tesoro de Rackham el rojo . Y por si fuera poco, en esta primera debía presentar no sólo a Tintín, sino a Milou, el perrito que lo salva de más de un problema, sino al Capitán Haddock, a Hernández y Fernández... La trama tiene a nuestro héroe adquiriendo en la calle una maqueta de un barco (el Unicornio), sin saber que en su interior se esconde una clave que, de conseguir otras, llevarán a un tesoro. Así es que conocerá a Haddock, pariente lejano de quien tuvo que ver con el asunto, y juntos partirán a la aventura, con el malvado Sakharine haciendo lo imposible por quedarse con la fortuna. En el plano narrativo, Spielberg maneja la cámara virtual como si fueran sus ojos, su propia mirada. Por momentos Las aventuras de Tintín es una montaña rusa imposible de detener. Gracias a los avances en la animación -hay un plano secuencia con Tintín y Haddock en plena persecución que ya ingresó a la antología del cine- todo parece posible. La pregunta de por qué resulta menos creíble lo que hace Tintín, que lo que hace Ethan Hunt (Tom Cruise en Misión: Imposible ) tiene que ver con el acostumbramiento que tenemos como espectadores con el cine de animación. Hay cuestiones de perfeccionamiento (las miradas siguen siendo un déficit en el cine animado) que alguna vez se saldarán. Quién sabe, tal vez cuando se cierre la trilogía de Tintín nos dan otra sorpresa. Por de pronto, ésta es divertida desde el primer fotograma hasta el último, con un 3D bien aprovechado. Una joyita.
¿Qué he hecho yo para merecer esto? En tono de comedia dramática, un joven pelea contra una enfermedad. No, no puede ser.” Adam le responde al médico que, casi impasible, le dice que el diagnóstico que tiene que darle es el de un cáncer, extraño y fascinante. ¿Fascinante para quién? “No fumo, no bebo... Reciclo”, se defiende el joven productor de radio, que a los 27 años siente que ese dolor de espalda se está transformando en la mochila más pesada que se hubiera podido imaginar. Adam ya no escucha más. 50/50 es una comedia dramática, algo no demasiado habitual con un tema de fondo como el que tiene. Los apuntes humorísticos de la historia -que está basada en un hecho real que le sucedió al guionista Will Reiser- los aporta más Kyle, el amigo de Adam, que interpretado por Seth Rogen ( Ligeramente embarazada , El avispón verde ) uno sabe que tendrá un chiste cada vez que abra su bocota. Así, 50/50 es mitad comedia, mitad drama, además del porcentaje que tiene Adam de curarse. O no. La película plantea otra dicotomía: parece estructurada a partir de enfrentamientos. Tomemos a la terapeuta inexperta a la que cae Adam (Anna Kendrick, de Amor sin escalas ). Ambos son inexpertos en lo que están viviendo, pero hasta parecen contrapuestos ante la enfermedad. O Kyle y Rachael, la novia de Adam (Bryce Dallas Howard). Todo esto, sobre todo la aparición de gags y sonrisas donde uno imaginaría lágrimas, descontractura al filme. A medida que Adam vaya avanzando en su tratamiento (“parezco Voldemort”, dirá ya pelado) y tratando de alejarse de una operación, conocerá otros personajes que están atravesando como él la quimioterapia, y el director Jonathan Levine continuará apelando al humor. Scons de marihuana, sexo ocasional, y más. Pero no todo podía seguir así hasta el desenlace. Esperen a los últimos veinte, veinticinco minutos, y verán cómo 50/5 0 se transforma en lo que finalmente quedará en el recuerdo del espectador. Joseph Gordon-Levitt ( 500 días con ella , Arthur en El origen ) ofrece todas las aristas que el personaje le permite, hasta la eclosión cercana al final. Es un rol difícil y sabe cómo congeniar el dolor, la (des)esperanza y la sorpresa ante cada cambio que experimenta Adam. Algún personaje muy macchietado (el de la madre, de Anjelica Huston) y ciertas frases célebres (“vive el presente”, “no puedes cambiar a tus padres, pero sí tu actitud”) son el contrapeso de una película en la que las emociones fluctúan, pero no por indecisión, sino por elección.
Todos unidos triunfaremos Matt Damon convence a sus hijos y los empleados de un zoo cerrado que sí, se puede. Cuando se trata de combinar, de aunar distintos públicos, si lo que se estimula es precisamente buscar la fórmula perfecta, algo falla. Siempre. Las mejores películas “para la familia” son aquéllas en las que nada parece forzado, no están escritas para infradotados, pero no subestiman a nadie, y su mensaje lo tienen tan pero tan bien camuflado que está, sí, pero no se lo enrostran al espectador. Son películas Apta para todo público, pero sin pretenderlo. El director Cameron Crowe tomó las memorias de Benjamin Mee, un periodista que se cansó de que en su diario le tuvieran condescendencia luego de la muerte de su esposa, y de que a su hijo lo expulsaran del colegio y decidió barajar y dar de nuevo. Decidido a cambiar hasta de hogar, terminó comprando una casa... que quedaba en el medio de un zoológico. El director le confió la redacción del guión a Aline Brosh McKenna, y -Hollywood mediante- Benjamin y su hijo adolescente y su pequeña niña pasaron de vivir en Inglaterra a California. Benjamin, entonces, debe hacerse cargo a) de sus hijos; b) del zoológico; c) de los empleados del zoológico; y podríamos agregar un d) de su propia existencia, esto es, su corazón maltrecho y del recuerdo persistente de su esposa. La película tiene varios puntos en común con la más popular del director de Casi famosos : Jerry Maguire . Es la historia de una redención, ante situaciones adversas que se van sumando y apilando una tras otra. El sentimentalismo aflora allí, en la medida justa y no llega a derramarse. La manipulación de esos momentos lacrimógenos está tan bien realizada en el guión que nos olvidamos de esa maniobra. Como Benjamin llamó a Matt Damon, que tiene el rostro del norteamericano típico, de buen padre de familia y del vecino de al lado. Siempre es fácil identificarse con él, también por su simplicidad de recursos. Para Kelly, la “directora” del zoo, pensó en Scarlett Johansson, que, seamos sinceros, podría ser ella u otra actriz. Como el hermano que quiere convencerlo de que desista de gastar sus ahorros en reabrir el zoo, Thomas Haden Church, con el chiste a flor de piel. Y como la parienta de Kelly, Ella Fanning, hermanita de Dakota y que desde Super 8 viene demostrando la fuerza de una estrella. Las películas para la familia son así: tienen sus clisés, su almíbar y su azúcar. la presentación es lo que cuenta, y Crowe logra que Un zoológico en casa la disfrutemos, sanamente y en familia.
Felino con garras afiladas Con la voz de Antonio Banderas -en castellano y en inglés-, el amigo de Shrek gana terreno. Disney -y el mismo Dream-works Animation- lo había hecho: tomar a un personaje secundario de una de sus películas de animación y realizar un filme para televisión o una serie. Pero el Gato con botas se merecía por valor propio su película en la pantalla grande. Y en 3D. Y aquí estamos, escuchando a Antonio Banderas (Gato con botas) y a Salma Hayek (Kitty) en castellano y en inglés -si vemos la copia subtitulada-, viviendo aventuras con algo más de acción que la de su socio Shrek, en cuya saga había aparecido en el segundo filme. Por un lado, el efecto del 3D funciona, esto es, tiene su por qué. Por el otro, sin ser taaaan original como la primera del ogro, Gato con botas tiene un arranque casi arrollador con la presentación del minino en un pueblo con influencias claramente latinoamericanas. Gato es un fugitivo de la ley, buscado hasta con recompensa, que junto a Kitty y a Humpty Dumpty, ese huevo antropomórfico que ha compartido con Gato en el pasado, cuando era un huevito, un orfanato, que por algo se han distanciado y que ahora, y no es mera cuestión del azar, están tras las habichuelas mágicas... cuidadas por Jack y Jill. Y hay más. La conjunción de distintos personajes de otros tantos cuentos tiene una ligazón más fuerte que en Shrek , donde todo siempre fue más paródico y destinado al chiste (redondo, pero) fácil. Todo ese comienzo a lo spaghetti western, incluyendo un mix entre lo mariachi y el flamenco, con nuestro héroe como hábil espadachín y bailarín, le otorgan una potencia al humor físico elogiable. Lo que se extraña, una vez que avanza el metraje, es que ese ingenio, esa rapidez en los diálogos, se vaya como perdiendo. Los temas abordados son básicamente los mismos de la saga de Shrek: la lealtad, el amor, la confianza en sí mismo y el sé quién eres y no te engañes. En ese sentido, Gato con botas apuesta a lo probado, y no le va mal. Para nada. No hay referencia a Shrek ni a Burro, como si a este Gato con botas le estuviera destinado un futuro propio. Y si, como dijeron, la saga del ogro llegó a su fin, con el gatito que hace caidita de ojos verdes tendrán para seguir adelante.
Mucho brillo y pocas nueces Elenco multiestelar, de distintas generaciones, pero desaprovechado. Así como para el Día de los enamorados hace dos años Garry Marshall dirigió Día de los enamorados , reuniendo un elenco estelar con decenas de figuras, ahora que se aproxima el Año nuevo, estrena Año nuevo , también con un casting multitudinario. Y si aquella comedia romántica en la que las parejas y las historias se cruzaban una y otra vez no era mucho más que una reunión de talentos con un guión entre banal y convencional, ahora la fórmula se reitera, sólo cambiando la ciudad (Nueva York por Los Angeles). Son ocho las subtramas, todas girando cual satélites alrededor del festejo del año nuevo en Times Square, con la famosa bola descendiendo en el conteo final de los diez segundos y con el mismísimo alcalde Bloomberg en persona. Hay historias de romance (Jon Bon Jovi y Katherine Heigl; y otras que se develan al final) otras de amor filial (Sarah Jessica Parker y Abigail Breslin, y otra que se devela al final), alguna de amor platónico (Michelle Pfeiffer y Zac Efron, tal vez la mejor construida), un paciente moribundo y su abnegada enfermera (Robert De Niro y Halle Berry), dos parejas que quieren tener el primer bebé de 2012, una encargada de que todo en Times Square se cumpla a la perfección (Hilary Swank), un aguafiestas y una corista (Ashton Kutcher y Lea Michele, de Glee ), varios cameos y sigue la lista. El principal escollo no es la aglomeración de nombres en los escasos momentos en que están en pantalla, sino la falta de originalidad, la abundancia de clisés, el patrioterismo asestado como golpe bajo y el escaso humor, algo fundamental si hablamos de una comedia. Marshall, que en su haber tiene grandes éxitos en el género como Mujer bonita (OK, hace 21 años), no parece dar en el blanco salvo en contadas excepciones. El filme tiene tantas estrellas como generaciones se podía reunir –difícil que a alguien no le atraigan 3 o 4 de los actores del elenco-, pero la mayoría desaprovechadas. Tal vez ahora prepare una película sobre el Día de la marmota, pero por favor no, que como Hechizo del tiempo no hay otra.