El problema principal de El quinto poder es el no poseer una identidad de película de ficción propiamente dicha, porque si bien está basada en hechos reales al igual que muchas producciones, ésta tiene la particularidad de que la historia es muy reciente e incluso aún es noticia. Por lo cual a priori parecería prematuro un film sobre Wikileaks. Basándose en los libros Inside WikiLeaks: My Time with Julian Assange and the World's Most Dangerous Website (2011) de Domscheit-Berg y WikiLeaks: Inside Julian Assange's War on Secrecy (2011) de los periodistas del diario The Guardian David Leigh y Luke Harding, el director Bill Condon y el guionista Josh Singer fallan en mantener un ritmo atrapante y caen -claramente sin quererlo- en el pseudo género docu-ficción. Y aquí es donde surge la pregunta si a lo mejor no era conveniente (en términos narrativos) agregarle “más pimienta” a la trama porque la película aburre pero el concepto es buenísimo. Pero al respetar fielmente la realidad, aunque muchos expertos dicen que tampoco es así, se pierde el concepto cinematográfico y pasa a ser más que nada un documento periodístico y encima con fallas graves, siendo la más destacable que en muchos momentos se mencionan grandes cantidades de archivos secretos que se subieron online y que fueron importantísimos pero no se esclarece de qué se trataban ni por qué tanto alboroto salvo la parte de los informantes. Más allá de la historia y el vaivén de género, la película está muy bien protagonizada por Benedict Cumberbatch, quien se está consolidando como gran estrella, y secundado por otra de las grandes sorpresas del año: Daniel Brühl, que hace muy poco brilló en la genial (pero lamentablemente no popular) Rush. Bill Condon quiso pegarle un volantaso a su filmografía luego de las lamentables últimas dos partes de la Saga Crepúsculo que dirigió, pero entrega un producto con demasiados “peros” y pocos aciertos. El quinto poder es una película que se adelantó unos años y que tal vez con el tiempo pueda ganar pero ahora su resultado fílmico es inequívoco: aburrida y con identidad difusa. Solo apta para quienes estuvieron muy metidos en la polémica wikileaks.
En esta época del año se comienzan a ver películas con “fórmula Oscar”, es decir, films que parece que fueron concebidos con el solo propósito de obtener unas cuantas nominaciones para la estatuilla más codiciada. El mayordomo tiene mucho de eso y se nota a simple vista: gran despliegue visual y de producción, desfile de actores consagrados y/o llamativos en papeles secundarios, un elenco principal de talentosos que con sus diálogos hacen llorar y, por sobre todo, una historia que toca la más intima fibra norteamericana en su historia reciente: el racismo y lo antagónico de tener en la actualidad un presidente negro. A través de los ojos de Cecil, un inmejorable Forest Whitaker, al espectador se lo pasea por distintas presidencias de Estados Unidos (comenzando por la Administración de Eisenhower en 1957) donde la lucha por los la igualdad de derechos fue clave y el punto más importante a debatir. Su personaje detalla a la perfección toda esa época y la interacción con los miembros de su familia demuestran la foto grande. Allí destacamos a Oprah Winfrey, que le da una gran dimensionalidad a través de las décadas a su esposa, y a David Oyelowo como su hijo activista, que da una gran performance. Y en cuanto al resto del elenco, hay que aplaudir lo bien seleccionados que estuvieron los actores que interpretan a los presidentes. Algunos con más tiempo en pantalla y otros con simples “bolos”. Robin Williams como Dwight D. Eisenhower, James Marsden como John F. Kennedy, Liev Schreiber como Lyndon B. Johnson, John Cusack como Richard Nixon, y Alan Rickman como Ronald Reagan. Todos absolutamente geniales. El director Lee Daniels, quien venía del dramón Precious (2009) y la intrascendente The paper boy (2012), logra adaptar esta historia real con gran maestría y elocuencia. Y si bien cae en lugares comunes para este tipo de films, estos no opacan el relato general. A lo mejor lo único que le falta sería algo que logre emocionar a todo el mundo pero dado su impronta localista es comprensible que no se haya podido. Amén de eso y de que fuera diseñada para los premios de la Academia, El mayordomo es una gran película cargada de emoción y con excelentes actuaciones. Una obra que sin dudas merece ser vista en el cine.
Sola contigo es uno de esos films que caminan a lo largo de todo su metraje por la cuerda floja entre la buena y la mala película y que seguramente más de uno concluirá que no logró su objetivo, pero si se lo piensa un poco si que lo hace. Pasa que hay que esperar hasta la última escena para que todo encaje, para creerle a la historia y al personaje principal. Si el espectador hace eso y se toma un minuto para reflexionar una vez que termina el film se dará cuenta de que este es bueno. Primero que nada nos encontramos ante una película de género y eso dentro del cine nacional siempre es algo para destacar, y luego con que está bien actuada y bien filmada. El director Alberto Lecchi genera buenos climas y hace alarde de muy buenos planos y uso de cámara. También es para destacar la genial secuencia de créditos al inicio. En cuanto al elenco, en su mayoría está bien. Ariadna Gil carga toda la película y su interpretación es buena como de costumbre pero puede ser que durante el transcurso de la trama no se le crea a su personaje pero como se dijo al principio de esta reseña, al final se entenderán sus actos. Leonardo Sbaraglia sólido y excelente como siempre. Es un actor que puede hacer de una pared y lo va a hacer muy bien. Aquí el policía ambiguo le sienta a la perfección. Por su parte, Gonzalo Valenzuela y Sabrina Garciarena hacen un buen trabajo, siendo la parte de Antonio Birabent la más floja (pero tampoco mala). Sola contigo es una buena opción, entretenida y bien armada. Algo diferente en el cine argentino y eso siempre es motivo para celebrar.
¡Otra fiesta! Por suerte este año ha habido un buen puñado de films que merecen ser llamados de esa manera. Esta semana le toca al talentosísimo realizador español Alex De La Iglesia, quien con este estreno vuelve a lo mejor de su cine. Aquél que supo explotar con bajos recursos en Operación Mutante (1993) y El día de la bestia (1995) y que logró posicionarlo en lo más alto tanto para los que son del palo freak del cine así como también para los del mainstream. Hay tantas buenas cosas para mencionar de esta cinta que es muy difícil no spoilear. Claramente hay que comenzar por la secuencia inicial: el robo a la joyería por parte de los protagonistas disfrazados de personajes infantiles y un niño. Ahí podemos ver toda la genialidad del director puesta al servicio del cinéfilo porque si ese tipo de humor gusta causa lágrimas de risa. Luego nos embarcamos en esa fantástica aventura que da cuenta el título local: las brujas. Y así de simple y como suena nos encontramos con la más divertida y desopilante historia que se haya contado en el cine sobre brujas. Y cuando hablamos de estas mujeres lo hacemos con todas las de la ley: las que vuelan, arman pociones y comen niños. Todo enmarcado dentro de lo bizarro, escatológico y un poco de gore. Pero todo esto sería nada sin las geniales actuaciones del gran elenco. Hugo Silva y Mario Casas componen uno de los mejores dúos cómicos de los últimos tiempos con sus personajes José y Tony, respectivamente. Le sumamos a la imponente Carmen Maura, la bomba sexy Carolina Bang y la genial participación de Santiago Segura para llevar a la película a lo más alto Y como si todo esto fuera poco, los efectos especiales que usan son realmente muy buenos e incluso superiores a los de alguna producción de Hollywood. ¿Sobre el resto de la puesta en escena qué se puede decir? Es Alex De La Iglesia, quien ha demostrado gran versatilidad con las ya mencionadas y otros films como la Comunidad (2000) y Los crímenes de Oxford (2008). Aquí sigue haciendo un trabajo brillante en todo sentido y en el tono que mejor le sienta. Si no conocen su cine esta es una gran oportunidad para hacerlo y luego repasar su filmografía, y si ya lo conocen seguramente estarán esperando este estreno del cual saldrán más que satisfechos y con los cachetes doloridos de tanto reír.
Un paraíso para los malditos es una película un tanto rara, no porque esté mal actuada o filmada sino porque la historia se encuentra como a la deriva y no queda claro qué es lo que se le quiere contar al espectador. Mismo desde el poster el concepto es erróneo, al verlo una piensa que se trata de una cinta de acción y no es así dado que hay solo un par de secuencias de ese género y las mismas son muy cortas. Joaquín Furriel se carga la película al hombro en la totalidad de su duración ya que prácticamente aparece en todas las escenas y la verdad es que sale airoso. Los problemas de su personaje no pasan por su caracterización sino por temas de guión: no se sabe sus motivaciones ni ambiciones y por qué toma las decisiones que toma. O sea, uno puede hacerse una idea y construir teorías pero en este film en particular no es lo que corresponde. A Furriel lo acompaña muy bien Alejandro Urdapilleta en una gran labor. Lo mismo sucede con Maricel Álvarez, por lo que se puede hablar de un elenco sólido. No obstante, una película requiere más que buenos actores para hacerla atractiva y es una lástima porque potencial hay y la factura técnica es muy buena. El director Alejandro Montiel (Extraños en la noche, 2011) consigue generar buenos microclimas enmarcados por una muy hábil fotografía y edición pero se queda corto en lo macro porque la historia se cae sobre sí misma. O sea, el film no es malo y no posee un mal ritmo por lo cual no es aburrido pero la historia hace agua y eso no es un dato menor. Seguramente muchos compartirán esta hipótesis y al salir de la sala tendrán más preguntas que satisfacciones comenzando por el principio: ¿Qué se quiso decir con el título?
Un camino hacia mi es de esas películas que disfrutás a pleno, de esas que te llenan y que no querés que terminen. Sin embargo, una vez que eso sucede se siente una rara satisfacción, aquella bien reconocida para los amantes del cine cuando ven un buen film. Es un estreno que claramente hay que encasillarlo dentro del sub-género “coming of age movie” porque tiene todos los elementos necesarios: un adolescente en cambio y en conflicto con él mismo y con el mundo que lo rodea, el descubrimiento del primer amor y de la amistad y con el gran aditivo de que la historia está enmarcada en un lugar y espacio determinado. Así es como nos encontramos al joven Liam James en su primer protagónico y está para aplaudirlo. Su papel no era fácil porque en muchas escenas dice poco y nada y al mismo tiempo demuestra muchísimo. Así encabeza un elenco en donde todos y cada uno brillan en sus partes, desde un odioso Steve Carrell, quien compone a un tipo al que verdaderamente dan ganas de golpear, pasando por una Toni Collette más que creíble como nueva madre soltera. Por otro lado, Sam Rockwell demuestra una vez más que no importa cuál sea su rol siempre lo va a hacer bien. En este papel clave y fundamental para la historia consigue que al espectador le den ganas de abrazarlo. Todos los personajes producen algo, ninguno resulta indiferente y eso es algo poco común y para destacar del gran trabajo que hicieron los directores/guionistas Nat Faxon y Jim Rash (los mismos que escribieron la genial Los descendientes, 2011). Aquí logran un gran universo, que si bien posee unos cuantos paralelos con Adventureland (2009) tiene identidad propia y resulta imposible no involucrarse. La única crítica que se le puede llegar a hacer (motivo por el cual no alcanza la nota más alta) viene de parte de los que aman este sub-género, y es que la historia de amor entre el personaje principal y su vecina (también genial lo de Anna Sophia Robb) podría estar desarrollada un poco más. Es como que te dejan con las ganas pero luego de analizarla se entiende que para el relato entero es muy funcional que así sea porque la cosa no pasaba por ahí sino en el resto de las relaciones. Cuotas justas de drama y de comedia en un mix que va y viene en todo momento sin llegar a los extremos y sorteando con grandeza los lugares comunes convierten a este estreno en una gran sorpresa y cita obligada para los cinéfilos nostálgicos.
Sofía Coppola es una de esas realizadoras de las cuales el espectador puede identificar que es una película de ella aún sin ver los créditos. Las pausas prolongadas, las escenas contemplativas y cuando la nada es todo y el todo es nada, se han convertido en sus marcas registradas. En Adoro a la fama, pésimo título para The bling ring que es como se llama originalmente, vuelve a abocarse a lo que parece ser que le gusta mucho observar, analizar y criticar: el estilo de vida de Hollywood y quienes lo habitan. Ya lo hizo con su obra maestra Perdidos en Tokio (2003) y con la genial y poco valorada Somewhere (2010), donde tomaba la soledad de los actores como punto central para luego descomprimir ese universo. En esta oportunidad toma un hecho real de hace un par de años y que fue muy notorio porque las celebridades hollywoodenses amadas por las revistas y webs de chimentos y modas eran “cover girls” otra vez pero no por sus escándalos y vestidos sino porque se encontraron como víctimas de varios robos perpetuados en sus lujosos domicilios. Así fue como Paris Hilton, Lindsay Lohan y Megan Fox, entre otras, denunciaron e hicieron famosos (luego de su captura) al grupo de adolescentes que robaba su ropa y joyas para luego usarlas e imitar por unos minutos la vida de estos íconos. Las geniales actuaciones de Katie Chang, Claire Julien y, por supuesto, Emma Watson son el punto fuerte del film dado a que componen muy bien a las descerebradas fashonistas. Lo mismo ocurre con el joven Israel Broussard, y mención aparte merece Leslie Mann en su estereotipado papel de madre new age. Bellos planos y genial música terminan de componer otra genial obra de Sofía Coppola y, como sucedió con sus films anteriores, a la mayoría no les gustará. Sólo disfrutarán quienes hablen su idioma y encuentren respuestas en sus secuencias silenciosas. Pero aún así, los puristas le exigirán un poco más porque este estreno no está a la altura del resto de su filmografía.
Cuando Kick-Ass se estrenó en el año 2010 agarró a muchos por sorpresa. Había un pequeño nicho (el comiquero) que sabía de qué venía la cosa pero otro descubrió un mundo magnífico bajo la premisa “Qué pasaría si alguien se disfrazara y empezara a actuar como superhéroe en la vida real”. Sin tomarlo para la parodia pero tampoco con la verosimilitud de Christopher Nolan, el director Matthew Vaughn supo hacer un peliculón adaptando el comic de Mark Millar con un presupuesto pequeño. Gracias al éxito cosechado y a las negociaciones con los actores (que ahora son estrellas) se pudo hacer esta continuación en la que Vaughn ocupa el lugar de productor cediéndole su asiento como realizador (ya también co-guionista) a Jeff Wadlow quien hace un excelente trabajo. Más allá de la fidelidad con la que se toma el comic, eso lo podrán decir y juzgar los puristas, lo que tiene muy bueno esta producción es el paralelismo que crea entre la historia y el espectador mismo. Porque por un lado te muestra un mundo en donde hace un par de años que ya es normal que la gente se disfrace para hacer justicia por mano propia y por otro juega con muchos guiños hacia una audiencia ya muy curtida en películas de superhéroes dado todo lo que se estrenó de ese género entre la original y ésta. Nuevamente Hit-Girl vuelve a eclipsar al mismísimo Kick-Ass, y no es para menos dado a como crece día a día Cholë Moretz en lo profesional y en carisma. Lo cual no significa que Aaron Taylor-Johnson esté mal en el papel sino todo lo contrario. Tanto que da mucho gusto ver en como los dos personajes crecieron en la historia dentro de la pantalla, dejando de lado a los actores que los interpretan. Lo mismo sucede con el genial Christopher Mintz-Please y su pasaje de héroe a villano. Por obviedad, una de las grandes piezas faltantes en esta oportunidad es Nicolas Cage y su Big Daddy aunque se las ingeniaron muy bien para que estuviese presente. Lamentablemente el personaje de Jim Carrey no logra llenar ese espacio vacío pero aún así se destaca, al igual que todos los héroes y villanos que presentan. Mejores y más violentas (y sanguinarias) secuencias de acción que en la primera parte junto a una banda sonora muy bien aplicada terminan por convertir a esta secuela en una verdadera fiesta a la que estuvimos a punto de no ser invitados. Se hizo justicia…
Destino anunciado es una de esas películas que dejan sabor a poco, de esas que cuando terminás de verla no podés objetarle muchas cosas pero que tampoco podés decir que te gustó. Si bien las actuaciones son buenas, con un sólido Luis Machín a la cabeza, y el guión en torno a los personajes está muy bien e incluso tiene un par de vueltas inesperadas, le falta algo que no se puede dilucidar bien qué es. El director Juan Dickinson crea buenos climas a base de la intriga y logra poner nervioso con como maneja lo que sucede en un pueblo del interior del país. Sin embargo, no logra conciliar de buena manera los flashbacks de la última dictadura militar, que le vienen constantemente (en forma de sueños) al personaje principal con el resto de la cinta. Tal es así que parecería una película diferente. Tal vez es su desordenada estructura narrativa la que la hace fallar porque el resto de los aspectos técnicos y artísticos encajan de forma muy correcta. Destino anunciado tiene bastante potencial y hace que te quedes con las ganas de lo mismo pero contado de forma diferente. Aún así es una buena producción y merece que cada uno evalué por cuenta propia.
Hay un término que de vez en cuando se escucha en diferentes charlas entre amigos, familias y/o compañeros de trabajo: “película pasatista”. Si bien no existe una definición por excelencia que aclare de que se trata la cuestión, se podría decir que cuando alguien utiliza esa expresión es para referirse a una película que le hizo pasar un (buen) rato o reír hasta ahí nomás. O sea que cumplió su cometido de entretener durante los noventa y pico de minutos y no chillar al finalizar. Apuesta máxima sería un buen ejemplo de eso porque es un film del cual te olvidás que lo viste a las dos horas de finalizada la función pero que durante la misma te engancha. La historia es dinámica, y si bien vimos una muy parecida (y mejor) en el film 21 (2008), aquí nos entretenemos más con los delirios en lugar de preocuparnos por los personajes. Justin Timberlake labura bien como siempre pero no brilla como lo ha hecho bajo la lupa de otros directores. Lo mismo sucede con Ben Affleck, pero su carisma y el rol que ocupa cumple su propósito. ¿Gemma Arterton? Digamos que la platea masculina va a disfrutarla en la pantalla y no le pidamos más que eso. Lo cierto es que el director Brad Furman, quien había hecho un gran trabajo con su último film (The Lincoln Lawyer, 2011) aquí solo consigue entretener y crear una mínima tensión en algunas secuencias. Fuera de eso la verdad es que no se le puede destacar nada, pero criticar tampoco porque el producto terminado se deja mirar y se disfruta para pasar el rato. Si la van a ver, que sea con las expectativas bajas y con la idea de que es una película que no quedará mucho tiempo en su memoria pero que los entretendrá.