Frank Adler (Chris Evans) es un soltero treintañero que pasa sus días criando a su sobrina Mary (Mckenna Grace), una niña de 7 años superdotada y con muchos problemas para sociabilizar con personas de su misma edad. Decidido a que Mary tenga una vida simple y normal, alejada de los fríos y grandes institutos educativos para mentes brillantes, Frank se disputará la tenencia la niña con Evelyn (Lindsay Duncan) -la abuela-, quien, a diferencia de él, quiere presionar y potenciar todas sus habilidades intelectuales. Un don excepcional (Gifted, 2017), de Marc Webb (500 días con ella, 2009), es una película que, a simple vista, por lo común de la trama, pareciera ser un melodrama demasiado empalagoso. Sin embargo, Webb logra crear una bella historia, bien contada y muy estética, desde la imagen y la cámara. Además del excelente trabajo realizado en el guión por Tom Flynn, el reparto principal -compuesto por el tridente tío, sobrina, abuela- vuelven más sólido el argumento con una impecable interpretación. Mckenna Grace y Lindsay Duncan la descosen por completo -humor, inteligencia y dolor, todo eso bien actuado- y Chris Evans…Bueno, todo lo que haga Chris Evans está bien -siempre será el Capitán América-. Un don excepcional es un drama humano y sencillo que puede disfrutarse con toda la familia. Con una vuelta de tuerca bien pensada, más teniendo en cuenta que se trata de una trama tantas veces vista, la película hará que el público tome partido desde el primer momento y, además, que se enamore de una brillante y sensible historia.
¿Todo tiempo pasado fue mejor? Pregunta altanera y cizañera si las hay. Si bien se trata de un interrogante que nuclea a partidarios y detractores, dentro del mundo del cine lo retro humilla y derrota, una vez más, a lo nuevo. Los últimos años se han convertido en un desfiladero de reversiones de historias pasadas que, en su gran mayoría, no han podido superar a sus predecesoras. Ahora bien, dejando de lado la argumentación y el análisis repetido sobre el por qué del triunfo reiterado, por ejemplo, de las películas orinales por sobre las remakes, es menester mencionar que Baywatch: Guardianes de la bahía (2017) no termina de funcionar por completo. El film logra a medias su objetivo principal: entretener a un público que, seguramente, no pedirá más que pasar un buen momento. Es cierto que es una película divertida, con algunos buenos momentos y situaciones hilarantes, pero también es verdad que a medida que pasa el tiempo el humor se vuelve simplón, escatológico y reiterativo. Un síntoma de la nueva comedia americana: música de rap y entradas en cámara lenta. El director estadounidense Seth Gordon (Quiero matar mi jefe, 2011) no logra pasar a nafta la historia y se queda en una dualidad difusa entre la comedia y la acción. No es ni una cosa ni la otra. En esta oportunidad, el legendario Mitch Buchannon (Dwayne Johnson) y su equipo de guardavidas realizan un concurso para encontrar nuevos aspirantes. La selección decanta en el ingreso de Summer (Alexandra Daddario), Ronnie (Jon Bass) y la estrella olímpica de natación Matt Brody (Zac Efron) como nuevos integrantes. A partir de ahí el equipo comienza a investigar a Victoria Leeds (Priyanka Chopra) -villana medio pelo-, una multimillonaria que está involucrada en el negocio de las drogas y que planea quedarse con todas las propiedades lindantes a la playa. No se entiende si es la jefa de una organización delictiva, una modelo de alta costura o una vendedora de bienes raíces. Dwayne Johnson (The Rock) tuvo la difícil tarea de ponerse en los zapatos del interminable David Hasselhoff, no obstante, el actor realiza un muy buen trabajo. Su simpatía y carisma hacen de su papel un personaje súper creíble y un renovado Micht Buchannon. Baywatch: Guardianes de la bahía es una película pochoclera sin grandes pretensiones. Cuenta con varios problemas de indefinición y de construcción, sin embargo, en tiempos donde hay que hacer remakes y hacer reír, seguramente el film cuente con la aprobación de un público que pasará un buen momento viendo un par de tiros, mujeres en bikini y algún que otro chiste.
Hay que hablar con la verdad, sin tapujos, con toda la sinceridad y honestidad posible. Es cierto que quizás, como afirma por estos días gran parte del mundo cinéfilo, el único punto destacable de Piratas del Caribe: La venganza de Salazar, la quinta entrega de la saga, sea haber recuperado el espíritu de la primera película. Pero eso no es poca cosa, sobre todo si se tiene en cuenta que con las últimas dos entregas Piratas del Caribe: En el fin del mundo (2007) y Piratas del Caribe: En Mareas Misteriosas (2011) la franquicia estaba en un punto de desgaste y ausencia creativa que, lamentablemente, parecían condenar al olvido a la historia. Sin embargo, el sentimiento de aventura y semblanza pirata no estaban perdidos. Ambos estaban guardados en un cofre, como un tesoro escondido en una isla desierta, esperando a que alguien los encuentre. Los encargados de esta difícil tarea fueron los directores Joachim Rønning y Espen Sandberg (kon-Tiki, 2012). Los realizadores se animaron, quizá dejando algunas pretensiones artísticas personales de lado, a encausar y retomar el camino de aventura y humor que marcó, en 2003, la exitosa Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra. Los noruegos centraron toda la atención de la película en los personajes históricos y, si bien hicieron un gran trabajo de efectos especiales, por otro lado, también desarrollaron una trama divertida, ligera y vertiginosa. Ese aspecto fue posible, en gran medida, por el sobrio aporte que realizó Jeff Nathanson (Atrápame si puedes, 2002) en el guión de esta quinta entrega. Piratas del Caribe: La venganza de Salazar comienza con el extrovertido y legendario Capitán Jack Sparrow (Johnny Depp) prisionero del Imperio Británico. En apuros y a punto de ser ejecutado junto a una joven mujer (Kaya Scodelario), Sparrow tiene que recurrir a la ayuda de Henry (Brenton Thwaites), hijo de Will Turner (Orlando Bloom) y Elizabeth Swann (Keira Knightley), dos de los personajes que participaron de las primeras entregas de la saga. Los tres protagonistas deberán embarcarse en una nueva aventura para dar con el paradero del Tridente de Poseidón, un poderoso artefacto que otorga a su dueño el control de los mares. Henry lo hará para poder liberar a su padre de la maldición del Holandés Errantes y Sparrow para poder escapar de un grupo de piratas-fantasmas que están comandados por el terrorífico capitán Salazar (Javier Bardem), uno de sus viejos enemigos. Este último aspecto deja algunas sensaciones encontradas. Bardem logra posicionar a su personaje como un buen villano, más si se tiene en cuenta que el capitán Héctor Barbossa (Geoffrey Rush), otro de los enemigos de Sparrow, encara en esta oportunidad un papel con aires de ambigüedad y redención, lo que hace que el español sea el único malo de la película. No obstante, el personaje de Salazar roza muchas veces el extremo del ridículo y lo bizarro. No derrapa, pero bordea una línea peligrosa. Una línea que podría haber detonado toda la interpretación y derrumbado la credibilidad del villano en la historia. Por momentos parece salido de un film de Tim Burton. De todos modos, Bardem deja un saldo positivo en su papel de un feroz y despiadado asesino de piratas. Le hace honor a su apodo de El matarife del mar. Por otro lado, los personajes de Carina Smyth (Kaya Scodelario) y Henry Turner (Brenton Thwaites) no revolucionan la película, pero cumplen con su función principal: ser la historia paralela a Jack Sparrow. Al igual que lo hicieron Orlando Bloom y Keira Knightley hace 14 años, los jóvenes actores inyectan de oxígeno a la trama. Especialmente la bella Scodelario, quien cobra gran relevancia y deja con ganas de más. Johnny Depp entrega más de lo mismo, pero tampoco se le puede pedir otra cosa. Si bien es la quinta vez que el actor se pone en la piel del legendario pirata, en esta oportunidad se ven algunas reminiscencias del primer Sparrow. El guión, en el cual estuvo involucrado, ayuda bastante en esta nueva interpretación para mostrarlo fresco y nuevamente divertido. En una saga que parecía terminada y destinada al olvido, Piratas del Caribe: La venganza de Salazar sopla como un viento de cambio, como un viento renovador. El regreso a la aventura, la diversión y la fantasía al estilo de la primera película reviven a toda la franquicia. La quinta entrega no se presenta como un cierre, sino como tímido resurgir.
A diferencia de la excelente propuesta que planteó Disney para El Libro de la Selva (2016), ganadora a mejores efectos visuales en la última edición de los premios Oscar, La Bella y la Bestia es, desde el vamos, una película que no cubre las altas expectativas generadas. El film dirigido por Bill Condon no toma ningún tipo de riesgos y no aporta nada nuevo -bueno- a la historia basada en el cuento de hadas de la escritora francesa Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Más allá de las excelentes escenografías y prendas de vestuario –cosas en las que Disney parece imbatible y difícil de superar-, la nueva adaptación de “live-action” se queda a mitad de camino y no logra romper ni despegarse del encanto del film original de 1991, uno de los clásicos del cine de animación de todos los tiempos. La Bella y la Bestia es una más de las tantas nuevas películas que se suman a la tendencia -empecinada y sin sentido- que tienen desde hace años en la industria cinematográfica por desempolvar y volver a recurrir, a falta de ideas nuevas, a historias ya conocidas, probadas, y con poco margen de error. Si bien está dirigida hacia un público infantil, el principal problema que presenta la trama es la deficiente y poco creíble construcción que realiza Condon sobre la historia de amor. De un momento para otro, y sin que nadie se dé cuenta, Bella (Emma Watson) se enamora del personaje de la Bestia (Dan Stevens) -una mezcla de Krampus y Chewbacca, pero con la voz de Darth Vader- y no se sabe ni el cómo ni el por qué. Esa falla en la construcción de la historia de amor sucede, en gran parte, por la falta de química entre Watson y Stevens, la cual traspasa la pantalla desde el comienzo. Ambos protagonistas comparten pocos momentos juntos y se nota que no hay de conexión. Sin embargo, no todo es negativo en esta historia de magia y fantasía. El poco feeling entre los dos actores principales no es del todo contraproducente para la película porque permite que se destaque y brille su villano, Gastón (Luke Evans). El trabajo realizado por el británico, quien compone un personaje divertido y creíble – en otras palabras, un chanta- nivela para arriba al film. La relación de Gastón con su fiel compañero Lefou (Josh Gad), quien está enamorado en secreto del excéntrico y fortachón antagonista, es el único condimento y elemento propio –por fuera del vestuario y la escenografía, además de algunas canciones nuevas- que esta nueva entrega muestra como algo novedoso y bien resuelto. Una relación tierna, pícara y graciosa. Algo por lo que, tal vez, se pueda considerar elegir esta nueva versión por sobre la original.
Resulta imposible no considerar a Elle como una de las joyas cinematográficas del 2016. Con una estética hermosa y elegante, una atrapante historia y sobrias actuaciones, el film, dirigido por el holandés Paul Verhoeven, quien volvió al ruedo luego de estar alejado de las cámaras por casi diez años, es una película -fiel al estilo del realizador- que sacude, provoca e inquieta al espectador desde el minuto uno. Si bien trata diferentes temáticas “políticamente incorrectas” como la violación, filias sexuales y deseos reprimidos, Elle es un thriller psicológico oscuro perturbador y sofisticado que no provoca por todas esas cosas, sino que lo hace porque muestra cómo una mujer independiente y de carácter enfrenta diferentes situaciones dolorosas de un modo inusual. Basada en la novela “Oh…”, del escritor francés Philippe Djian, Elle cuenta la historia de Michèle LeBlanc (Isabelle Huppert), una mujer fuerte y segura de sí misma que un día es atacada en su casa por un desconocido que la somete sexualmente. Sin recurrir a la policía -por la que siente una especie de rencor por un hecho traumático de su infancia- Michèle decide buscar a su atacante por su cuenta. A partir de allí comienza un juego extraño y macabro entre ella y su agresor. Todo el trágico y revuelto entramado de la película no sería posible sin el sobresaliente papel de la francesa Isabelle Huppert. La actriz construye magistralmente la psiquis de un mujer fría, calculadora y dominante que manipula y maltrata a muchos de sus seres cercanos- ex marido, hijo, madre, amante- pero que la vez se muestra en algunas situaciones como una persona sumisa y vulnerable. Su trabajo genera una mezcla de emociones. Verhoeven aseguró, luego de que le rechazaran el proyecto de la adaptación en Estados Unidos, que, tal vez, Francia sea el único país en el que se puede ser viejo y respetado. A sus 78 años el director demostró con Elle que no perdió las mañanas y que está más vigente que nunca. Luego de la excelente recepción que tuvo la película entre los cinéfilos, una buena lección para Hollywood sería que la experiencia y la sabiduría son cosas que hay que respetar. Porque viejos son los trapos.
Dacrifilia (excitarse con el llanto), Elifilia (obsesión por distintos tipos de telas) y Somnofilia (alcanzar un orgasmo al ver una persona en estado de sueño) son algunas de las filias sexuales -inclinaciones o aflicciones patológicas relacionadas al sexo- que cruzan las cinco historias que componen El amor se hace, el film dirigido, escrito y co-protagonizado por el español Paco León. A diferencia de los que varios mortales podrían imaginar, el film no es sobre sexo, sin que, por el contrario, es una comedia pícara, divertida y naif que busca mostrar a la sexualidad como algo natural. Lejos de segundas intenciones, como la de intentar realizar una crítica o aleccionar al espectador, El amor se hace es una película sobre los vaivenes de las relaciones de pareja y el amor libre, pero con una vuelta de rosca completamente diferente. En la historia cinco parejas deben aprender a convivir y a aceptar las diferentes formas que tienen de obtener placer. Con buenos antecedentes como La vuelta a la tortilla (2013) y Vaca Paloma (2015), León vuelve a ratificar su buen momento detrás de cámara. A través de un lenguaje terrenal, cotidiano, el realizador confirma la particular forma que tiene para recrear situaciones diarias de la vida real, con sus virtudes y defectos y, además, con sus momentos de alegría, dolor e incomodidad. El español impone en su tercer proyecto su propia identidad como director. Si bien la temática pareciera ser compleja, el film es bastante ingenuo. Aunque el humor se vuelve en algunos momentos innecesariamente escatológico, las buenas actuaciones logran, junto con la musicalización, un clima de festividad y alegría permanente que entona y pone al público bien arriba. Se destaca el trabajo de las españolas Belén Cuesta, Natalia De molina, Candela Peña y el de la argentina Ana Katz. Los que vayan a ver El amor se hace se encontrarán con una comedia que, sin demasiadas pretensiones, intenta derribar prejuicios. Una película para nada escandalosa. Cinco historias que demuestran que cada persona es un mundo y que, para disfrutar del sexo, no hay recetas mágicas ni nada escrito. ¿Por qué? porque el amor de hace.
Sí, señores, todo tiene un final. Todo termina, todo concluye, y eso es algo de lo que no escapan ni siquiera los mutantes ni los superhéroes de ficción. Sin embargo, hay diferentes formas de decir adiós. Y a los muchachos de Marvel y compañía no se les ocurrió mejor idea que despedir al personaje de Wolverine, uno de lo más queridos por los fanáticos dentro del mundo de los cómics, con una película extraordinaria y brutal que sin dudas ostenta ser la mejor de la trilogía. En Logan, la tercera y última entrega en solitario del antihéroe dueño de las garras de adamantium, la historia transcurre en un futuro cercano, 2029 para ser más precisos, en un mundo en el que los mutantes se encuentran diezmados y casi al borde de la extinción. En ese contexto, Logan (Hugh Jackman) es una sombra del que supo ser: avejentado, alcohólico, rengo y con estado físico deplorable, el mutante pasa sus días como chofer de limusina y cuidando de un enfermo e irreconocible Charles Xavier (Patrick Stewart). La trama se altera cuando entra en escena Laura (Dafne Keen), una niña mutante con algunos poderes similares a los de Logan, a la que ambos deberán proteger. Lejos, pero muy lejos de las entregas anteriores como X-Men Origins: Wolverine (2009) y The Wolverine (2013), Logan rompe con la tradición robótica y cuadrada de las típicas películas de superhéroes para adolescentes de los últimos tiempos. No por nada, James Mangold, director del film, advirtió en un tuit: “Es oficial. Por favor tomen en cuenta que Logan ha recibido la clasificación R por violencia, lenguaje fuerte y brutal y por desnudez breve”. Y es cierto. Logan es un film maduro, atípico, repleto de escenas de violencia y brutalidad explícita con la que Mangold buscó alejarse de los productos más comerciales del Universo Marvel. Es una road movie, con claros guiños al género Western, en la que se dejan ver matices dramáticos, tristes y melancólicos, pero con una dinámica impecable. En esta ocasión, no hay trajes relucientes ni diálogos trillados al estilo de Iron Man, Avengers o Deadpool. En una lectura un poco egoísta y celosa -por parte de todos los que siguen hace años la historia-, Logan no se presenta como un film para los nuevos fanáticos, sino para aquellos que crecieron junto al personaje. Si bien en toda la franquicia de X-Men varios actores han interpretaron a un mismo personaje: Patrick Stewart – James McAvoy (Charles Xavier), Ian McKellen – Michael Fassbender (Magneto), entre otros, uno solo se hizo cargo del papel de Wolverine. Desde que se calzó las garras, las pastillas y el pelo para arriba, Hugh Jackman hizo del mutante solitario y de mal carácter un personaje completamente suyo. En su última aparición, el enfoque dramático del film permitió que Jackman construyera un Logan más humano, real y violento que busca cerrar todas las cicatrices de una vida de inmortalidad y sufrimiento. El trabajo de Patrick Stewart y Dafne Keen son, también, dos de los puntos más destacables dentro de la película. En el primer caso, el británico se pone por última vez en la piel de Charles Xavier e interpreta de una manera soberbia a un nonagenario con serios problemas de salud, pero que todavía cuenta con una brillante sabiduría y algunas cartas por jugar. Y, de igual modo, la joven actriz se destaca con una excelente performance, mucho más si se tiene en cuenta que en gran parte de la película la transita sin emitir una sola palabra. Pura gestualidad y talento. Uno de aspectos más flojos – aunque no alteran el buen andar de la película- quizás sea, como en la gran mayoría de las historias de superhéroes, los villanos. El personaje Donald Pierce (Boyd Holbrook) deambula dubitativo por todo el film. Nunca se termina de entender cuál es su verdadero objetivo ni el tamaño de su poder. A medida que pasa el tiempo se desinfla hasta parecer solamente un miembro más del grupo de los malos. Un antagonista muy flojo para la talla de un mutante como Wolverine. “Le he dado todo de mí a este papel, me siento muy orgulloso de cada entrega que he hecho, pero en Logan he dado más. Atrás queda el duro Wolverine, dejen paso al difícil Logan”, declaró Hugh Jackman en una entrevista antes del estreno de la última película en la que se pondrá en la piel del legendario mutante. Y es verdad. Es difícil de asimilar y comprender, pero el tiempo pasa, todo termina, y es mejor despedirse por la puerta grande. Después de 17 años, y un romance eterno con los fanáticos y seguidores, el actor le dice adiós al papel que lo hizo mundialmente conocido – quizá en la mejor actuación de toda su carrera, por todo lo que implica- dejando con su trabajo en Logan unos zapatos y unas garras demasiado grandes para llenar.
Una historia simple, sin pretensiones, que va de menor a mayor hasta decantar en un producto de gran calidad. Así podría definirse a Manchester junto a mar (Manchester by the Sea), el tercer largometraje del director estadounidense Kenneth Lonergan. Sin caer en sentimentalismos baratos, el neoyorquino logra imponer es su último film un drama familiar que emociona por lo cercano y real de su argumento. Al igual que lo hizo en Puedes contar conmigo (You Can Count On Me, 2000) y en Margaret (2011), el realizador vuelve a recurrir a la culpa y al dolor como temas centrales dentro de una de sus películas, aunque esta vez con personajes mucho más logrados. La historia busca resolver el dilema de cómo sobrellevar los duelos y las perdidas en situaciones cotidianas. Lee Chandler (Casey Affleck) es un solitario y antisocial encargado de edificio que debe regresar a su pueblo natal luego de recibir la noticia de la muerte de hermano mayor. Además de tener que enfrentar en su regreso un pasado familiar trágico, el cual lo llevó a perder a su esposa (Michelle Williams), Lee sufre un nuevo golpe al enterarse que debe hacerse cargo de su sobrino adolecente (Lucas Hedges). Con él tendrá que reconstruir una relación oxidada y olvidada por el paso de los años. Si bien en la película se destacan los papeles de Michelle Williams y el de Lucas Hedges, quien obtuvo el Critics’ Choice Movie Award al Mejor Intérprete Joven, el trabajo de Casey Affleck se encuentra en un nivel superlativo. Tanto es así que, la primera vez que la cámara lo toma, la mirada de su personaje resume en un solo segundo toda la angustia y el dolor de un hombre vacío y anestesiado. Sin embargo, la empatía con el protagonista tarda en llegar. La complicidad se va dando a medida que se resuelve la historia y se conoce un poco más acerca de su pasado. Casey Affleck entendió todo al captar de forma magistral la esencia de un hombre roto en mil pedazos que, obligado por las circunstancias, debe rearmarse a sí mismo. No hay dudas de que su trabajo conforma uno de los pilares fundamentales del film. Manchester junto al mar se estrena en Argentina el próximo 23 de febrero. El film que cuenta con seis nominaciones a los Óscar 2017 repite una fórmula ya conocida y una historia muchas veces vista. No obstante, el meticuloso trabajo realizado por Lonergan en el guión, sumado a los aciertos en la elección del reparto, hacen de la película un drama bien resuelto al que vale la pena esperar.
John Wick (2014) reunió todos los lugares comunes de las películas de acción estadounidenses: un protagonista que pela solo contra cientos de hombres, un villano extranjero que habla demasiado y lidera un grupo mafioso, frases hechas, grandes explosiones, entre otros. Tal vez sea por eso que la historia del legendario asesino que fue obligado a regresar del retiro para vengar una muerte haya funcionado tan bien en su primera entrega. Porque fue simple, directa y al grano. Tiros, lío y a otra cosa. Quizás, por ese motivo, los productores hayan decidido utilizar la misma receta para llevar a cabo John Wick 2, la secuela dirigida por Chad Stahelski que rompe el mito de las segundas partes y crea un producto que supera ampliamente al anterior. Los encargados del proyecto no solo recurrieron a la misma historia, sino que potenciaron esos mismos clichés y apostaron a enaltecer todos los méritos de la primera entrega -gran acierto- mejorando y poniendo todo el énfasis en escenas de acción de gran calidad. El film logra al ciento por ciento su objetivo principal: entretener al espectador durante dos horas. ¿De qué va la historia de John Wick 2? Básicamente es un calco de lo que se vio en la primera entrega. En esta ocasión, que comienza inmediatamente después del final del film anterior, Wick (Keanu Reeves) se ve obligado a regresar nuevamente del retiro para cumplir con una promesa. Un favor que selló con sangre y por el cual Santino D’Antonio (Riccardo Scamarcio), jefe de la mafia italiana, buscará obtener los servicios del legendario asesino. Sí, es el mismo argumento, aunque esta vez el motivo no está tan tirado de los pelos y concuerda más con la personalidad y códigos de lo que se supone es un sicario profesional. ¿Por qué la trama no es tan burda y chata como la primera? Simplemente porque en esta oportunidad la historia se sumerge un poco más en el pasado de Wick y, además, como punto destacable y superador, muestra y resuelve los hilos que hay detrás de la organización mundial de asesinos. El Hotel Continental, el sofisticado lugar que nuclea a todos los sicarios, conforma un universo fascinante que, sin dudas, es de lo más interesante y novedoso dentro de la película. Keanu confirma una vez más que las escenas de combate y pelea son las que mejor le sientan, es decir, aquellas en las que no tiene que hablar ni mantener un diálogo por mucho tiempo. A sus 52 años, el actor que personificó a Neo en la trilogía de The Matrix (1999 y 2003), interpreta a un hombre seco y frío que por momentos pareciera que no tuviera músculos en la cara y que hablara solo con monosílabos. No obstante, la seriedad, los trajes finos, los buenos autos -muy del estilo de Jason Statham-, sumado a un andar cansino y falta de palabra, decantan en un personaje querible y pintoresco, pero que a la vez impone respeto. Por otro lado, Stahelski logra resolver de manera efectiva e impecable las escenas de acción, muchas de las cuales derrochan tiros y sangre en grandes cantidades. Las coreografías de pelea son perfectas, casi reales, y seguramente dejarán sin aliento a más de uno. Además, la película recrea nuevamente esos colores oscuros, densos y revueltos que se pudieron ver en la entrega anterior y, también, mantiene esa esencia de cómic negro y suburbano. Muchas veces las secuelas tienen que luchar contras las comparaciones, y suelen salir perdiendo. Sin embargo, John Wick 2 quiebra la teoría y supera el nivel de la original a fuerza de excelentes escenas de pelea, sangre y tiros. Un cóctel perfecto para los amantes del género, muchos de los cuales habían quedado huérfanos y deambulando en búsqueda de una historia de acción simple y entretenida. Keanu aseguró que el estreno de una tercera entrega dependerá de las recepción y aceptación del público. Teniendo en cuenta las primeras impresiones, los fanáticos de Wick ya la deben estar esperando.