“Porque no estamos tan solos”, son las últimas palabras de este documental sobre un pequeño pueblo llamado Ernestina. Un pueblo que parece estar en las últimas y cuenta apenas con 150 habitantes tranquilos hasta que empiezan a notar que cada vez aparece mayor cantidad de gente desconocida. Robos y hechos extraños comienzan a sucederse y la gente del lugar no puede evitar preocuparse y llenarse de miedos. Este documental, que sabe mantener cierta tensión a lo largo de toda su duración (no llega a la hora y media), está afrontado con mucho humor, no sólo desde el modo en que se decide contarlo, sino también gracias a los peculiares personajes que brindan sus testimonios. Si bien hay un interés por descubrir quiénes son estos vándalos, que la gente de Ernestina asegura que es la gente del río que da título a la película, lo cierto es que nunca se termina de ahondar en una respuesta clara al respecto sobre quiénes y por qué aparecen. Podría haberse convertido esta película en un retrato más sobre la inseguridad pero en cambio, los realizadores, Martín Benchimol y Pablo Aparo, se alejan de los lugares comunes y esperables y aportan su singular mirada, sin tomar posiciones. Es así que somos testigos de qué sucede cuando en ese pueblo contratan seguridad privada. ¿Se resuelve el problema? El caso de esta película es extraño ya que en realidad no se ahonda demasiado en qué quieren y quiénes son pero sobre todo por qué llegan a ese lugar esas personas de afuera, es como que se lo intenta pero queda en el aire. Y en cambio toman protagonismo los coloridos pueblerinos que con un humor muy natural van dando sus propios puntos de vista al respecto. Sí queda en evidencia el miedo a lo ajeno, a lo desconocido que tienen estas personas y por qué no, gran parte de la sociedad en sí. Así es La gente del río, película que ya tuvo su paso con éxito por el BAFICI en el 2013 y algunos festivales más pequeños. Una película extraña y divertida, con un aire de misterio rondando continuamente y un ritmo tranquilo sin ser tedioso, y sin duda una propuesta muy singular, ideal para quienes disfruten de los documentales y sobre todo de cosas distintas.
Matías Herrera Córdoba dirige su primer largometraje de ficción y se centra en una historia pequeña que recae sobre tres personajes. Prácticamente una sola locación es suficiente para plasmar esta pequeña historia, muy teatral, pero donde el teatro no sólo inspira al film sino que vive dentro de él. Dos mujeres y un hombre que ocasionalmente entra a la casa. Una actriz del under que ama y reniega de su trabajo. Una mujer viuda que de repente no encuentra a su gata, y se va a pasar la película buscándola y preguntándose por ella. Y un jardinero y ocasional amante. Entre los tres se dibuja algo más que un triángulo, se generan momentos de intimidad agobiante y a veces fluyen entre ellos profundas (y muy poéticas) conversaciones sobre la vida, el teatro, el cine, la muerte. Se respira teatro toda la película. Los actores hablan como si estuvieran actuando sobre un escenario. Pero más allá de este detalle, no nos aleja como espectadores, no provoca distancia. Quizás esto radique en la forma que se tiene de contar esta película, una historia pequeña pero cargada de emociones y reflexiones, a veces subrayadas por sus personajes y otras, como ese final en el que se abre una puerta y se encuentra lo que estaba perdido, más abiertas a la interpretación del espectador, otro tipo de observador. Actuada de manera sublime especialmente por las dos mujeres, María Pessacq y Galia Kohan, El grillo transmite diferentes sensaciones a lo largo del film, pero en general está cargado de nostalgia y melancolía. Más allá de sus bellas imágenes y un texto poético y que carga el peso de la película, por momentos se la percibe muy solemne. La casa como algo más que un hogar, que debería brindar calidez, acá empiezan a sentir que los encierra a los personajes, sobre todo cuando una tormenta parece avecinarse. El grillo es una pequeña película, en este caso filmada con cámara en mano pero de manera muy prolija y con una puesta en escena muy cuidada. Los diálogos cuidados hasta el extremo y las actuaciones de estas dos mujeres son el plato fuerte de una película que homenajea a su manera al cine de Ingmar Bergman.
Hay cosas que tienen un valor mucho más grande e importante que el material. Hay objetos que cuentan una historia. Que forman parte de otras. Que representan algo o a alguien que ya no está. Que rememoran cosas buenas y a veces no tanto. Objetos que cuentan una historia pero al cambiar de lugar y de manos, comienzan a escribir una nueva. El fetichismo a flor de piel. ¿Por qué a veces no podemos deshacernos de ciertos objetos? ¿Cómo a veces ganamos algo más que ahorrar unos pesos al adueñarnos de algo que de repente queda sin dueño? Bueno, "El estado de las cosas" se enfoca en unas pocas personas que tienen una relación muy personal con determinados objetos. Porque hay gente que no puede deshacerse fácilmente de algunas cosas, y hay otras que necesitan hacerlo rápida y efectivamente. En especial, tras una muerte. Coleccionistas y vendedores dan testimonios en este documental, cada uno de ellos teniendo en común un respeto necesario hacia los objetos y la relación que algunas personas tienen con ellos. En esta película de Joaquín Maito y Tatiana Mazú se intenta ahondar a través de testimonios en algunas de estas cuestiones. El registro parecería casi no estar editado, hasta tal punto de a veces quien habla ser interrumpido por un teléfono que suena o una voz de afuera que lo llama, y la cámara no se corta. Ésta es una de las decisiones que hace que a esta película se la perciba tan honesta. 70 minutos son suficientes para que la película no haga más que un pequeño retrato sobre la importancia de los objetos en nuestra vida, y nuestra relación para con ellos. Desde escenarios como un supermercado, donde las marcas invaden nuestra retina, hasta casas de antigüedades donde se preserva y revenden objetos por un valor más accesible. Una película chiquita y honesta, con más corazón que aquellos programas de History Channel a los que rememora, más allá de apostar al humor y al absurdo, especialmente a la hora de retratar la subasta.
Tras el éxito de “El Conjuro” era cuestión del tiempo para que no sólo se hablara de una secuencia, sino de un spin off, que tan de moda parecen estar últimamente. En este caso enfocado en esa muñeca que se quedaba impregnada en la mente del espectador. James Wan ya jugó con muñecos cuando hizo una pequeña gran película de terror, “Dead Silence”, pero en este caso sólo aparece como productor, recayendo en John R. Leonetti la dirección de “Annabelle”. John R. Leonetti tiene una filmografía poco extensa y muy despareja como director (dirigió las segundas partes de “Mortal Kombat” y “El efecto mariposa”), pero trabajó también siempre con James Wan desde la cinematografía, por lo que no sorprende que se haya confiado en él para este proyecto. La película empieza con las enfermeras a quien una de ellas su madre le regaló una muñeca, Annabelle. Ellas explican (aunque no los veamos, sabemos que son los Warren) cómo comenzaron a darse cuenta de que algo raro sucedía con ella. Pero sólo funciona como introducción, porque rápidamente entramos a la historia que abarca principalmente la película y es anterior. Mia y John esperan su primer hijo, mientras él está por terminar la residencia para médico, y ella se queda en la casa. Asisten a la iglesia y hacen buenas migas con una pareja vecina cuya hija los abandonó recientemente. Pero pronto sufren un ataque, que involucra a la joven, y esta fallece con la muñeca en sus brazos. El guión de Gary Dauberman ya desde el principio comienza a introducir personajes y hechos que hacen ruido, y que a lo largo del film comprueban que no terminan de funcionar. Mientras tras las promos, y sobre todo tras el rumor de que en una próxima película se podría juntar a Annabelle con Chucky, otro muñeco maldito, se enfocaban principalmente en esta muñeca, algo a favor del film es que siempre intenta generar un clima similar a los de James Wan en sus películas anteriores. Enfocado principalmente en objetos que se mueven, artefactos que funcionan o dejan de funcionar caprichosamente, figuras oscuras que acechan y alguna fuerza sobrenatural que amenaza constantemente, el film no juega demasiado con la muñeca, permitiendo que dé miedo simplemente por su mirada, y esos ojos que juramos que en algún momento van a voltear hacia uno. Pero por más que ellos se muden, o intenten deshacerse de la muñeca, sigue estando esta fuerza acechándolos y amenazando con llevarse algo o alguien. Es así que “Annabelle” termina pareciendo una copia mediocre de “Insidious” y, especialmente, “El Conjuro”, queriendo acercarse a ese terror demoníaco pero sin lograrlo demasiado. Quizás porque ninguno de sus personajes, a excepción quizás de su protagonista femenina, está bien desarrollado (el personaje del marido no tiene dimensión prácticamente), e incluso la resolución termina pareciendo azarosa e improvisada. O quizás porque el terror no está del todo logrado y funciona más que nada por golpes de sonido. O quizás porque además el mensaje religioso que se subraya durante la película no termina de sentirse auténtico, está demasiado forzado, y el final termina de probarlo. Resumiendo, “Annabelle” es una película que no debería dejar de ver ningún acérrimo al género, ni hablar si les gustó “El Conjuro”, porque completa historias (esas historias verídicas e increíbles en que están basadas), pero lo cierto es que el resultado termina sintiéndose flojo, no porque sea tan mala, sino porque es tan básica que no sorprende.
La última película del director David Cronenberg llega por fin a las salas argentinas y en ella hace un crudo y ácido retrato sobre Hollywood pero además sobre la familia. Adaptación de la novela de Bruce Wagner, quien acá se encarga también del guión, esta historia, que sucede en Los Angeles pero fue rodada en Canadá, trata sobre diferentes personajes que giran alrededor de una familia. Una familia en la que su hijo de 13 años es una gran estrella pero lejos de ser sólo una promesa, su carrera fue tan voraz que ya cayó en las drogas y en su posterior rehabilitación. Sus padres, compuestos por Olivia Williams, actriz no siempre reconocida como se lo merece, y el prolífico John Cusack, alientan su carrera continuamente mientras se mantienen alejados de su única hija, a quien enviaron lejos por ser peligrosa; un peligro para sus vidas, para sus carreras, para su imagen. Mientras Cusack interpreta a una especie de gurú de celebridades, es que tiene como clienta a una actriz ya en el ocaso de su carrera, bella y sexy pero con el paso del tiempo pesándole, casi como si se hubiera convertido ni siquiera en la sombra de lo que fue, sino de lo que era su madre. Es Julianne Moore la que interpreta de manera magistral (aunque no sorprende de esta actriz que ya regaló maravillosas interpretaciones para directores como Todd Haynes, Paul Thomas Anderson y Alfonso Cuarón, entre otros) a esta actriz que lucha por seguir manteniéndose vigente y para eso debe ganarse el papel que consagró a su madre. Aquí aparece la primera entidad encarnada, y es Sarah Gadon (que ya trabajó con Cronenberg en” Cosmopolis” y se la puede ver en cartelera con “Drácula Untold”) quien le entrega vida a un fantasma. Mia Wasikowska es Agatha, la joven que llega de las afueras, con cicatrices en el rostro y siempre usando guantes, y que, por recomendación de Carrie Fisher, con quien mantiene contacto vía twitter, se convierte en la ayudante de Havana (Moore). Por último, Robert Pattinson interpreta a quien sería el propio Wagner en la novela, un conductor de limusinas que se pasea por Los Ángeles llevando casualmente a alguna celebridad, y quiere ser parte de ese universo, pero apenas consigue ser un extra en alguna producción. No convendría adelantar más sobre lo que cuenta la película, pero sí afirmar que si bien no es el Cronenberg más clásico, por lo tanto el más esperado, “Polvo de estrellas” sigue teniendo su sello, apostando a relatos crudos, con mutaciones, perversiones y obsesiones, en esta sátira sobre Hollywood. Un Hollywood lleno de fantasmas, peligroso pero atrayente. Lo cantó Madonna: “¿Cómo puede lastimarte lo que luce tan atractivo?”. Acá Hollywood es algo parecido al infierno, haciendo de esta película un retrato oscuro y desolador, aunque también logra aportar humor, más que nada gracias a Moore en su papel. Extraña y visceral, no apta para cualquier espectador y con un Cronenberg que sigue siendo tan interesante como siempre.
“¡Demonios!”, rezonga Matthew Morgan cada mañana al despertarse, solo, vivo, en París. Es que desde que su mujer falleció se siente perdido. Está pegado a ese lugar así como a su recuerdo, no pudo aún aprender el idioma que ella de a poco le enseñaba, y sus hijos están lejos, cada uno con su familia y sus mambos. Pero una mañana, viajando en colectivo, una joven francesa le regala una sonrisa y una muestra de cordialidad. Y es así que a medida que comienzan una relación, no amorosa, sino basada en momentos compartidos, como amigos, o quizás, como familia, van aprendiendo a ver la vida con otros ojos, especialmente el Sr. Morgan, que incluso tiene un frustrado intento de suicido al tomar muchas pastillas, o demasiado pocas. Michael Caine es el actor encargado de dar vida a este padre ausente, sombra de un marido, y extranjero en la ciudad del amor. Es quien se carga la película a sus hombros y, tal como uno podría suponer de este actor y sus varias décadas trabajando, sale airoso. Pauline, la joven que conoce a Matthew y con su caos y su apariencia que le recuerda a quien alguna vez fue su mujer modifica su presente, está interpretada por la actriz francesa Clémence Poesy, que si bien se hizo conocida fuera de su país por la saga de Harry Potter demostró su talento en películas como "Escondido en brujas" y "127 horas". Su frescura le aporta mucho a esa joven que sin ambiciones en la vida trabaja dando clases de baile y siente la ausencia de una figura paterna. Matthew y Pauline pasan a llenar un espacio en la vida del otro, un espacio que en algún momento quedó vacío pero que nunca estuvo preparado para eso. El problema es que Morgan necesita algo más que un poco de amabilidad de una extraña y cuando intenta suicidarse aparecen en escena sus dos hijos. Justin Kirk y Gillian Anderson interpretan a sus dos hijos pero mientras ella está preciosa y aporta un poco de humor con su imagen de mujer despreocupada como madre, como hija, como hermana, es en él en quien recae gran parte del conflicto de la película. Porque la figura del padre está presente todo el tiempo en esta historia. Presente por lo notorio de su ausencia. Matthew nunca estuvo convencido de tener hijos y nunca aprendió a ser padre, y en el fondo sólo temía convertirse en su propio padre, cosa que en algún momento siente que no pudo evitar. Así, El último amor es una película pequeña de personajes y especialmente de actores, del actor Michael Caine, un drama que apuesta a retratar las dificultades de las relaciones y los lazos biológicos. Pero entre la idea de segundas oportunidades y aprender a superar pérdidas, también juega un poco con el tema de la diferencia de edad en una pareja, aunque siempre de un modo muy sutil, casi cobarde. Dos horas quizás son demasiado para una película que pone todo sobre la mesa y algunos platos terminan sobrando. A su favor es que con todas estas líneas sería muy fácil caer en el golpe bajo y en la lágrima fácil, y no sucede. Pero se siente que faltó delinear un poco más algunos personajes para una película más redonda.
El uso del metalenguaje en el cine siempre es interesante. En este caso, Alejo Flah, guionista de Séptimo, se apropia de él para comparar la vida con el cine. Pablo (Ernesto Alterio) es un escritor que ahora escribe guiones por encargo y es así que comienza a escribir una típica comedia romántica. Él mismo lo dice, va a ser todo lo que uno espera de este género, con sus clichés, personajes secundarios que funcionan más que nada como confidentes de los protagonistas, líneas de diálogo como una cursi declaración de amor, conflictos que involucren distancia e intereses diferentes; es decir, todo lo que ya vimos muchas veces. Mientras sus personajes van creciendo, su situación sentimental se va desmoronando. En pareja con una pianista bella (Julieta Cardinali) pero con la cual ya casi no conversa y la intimidad es agobiante, no tarda en descubrir que ella tiene un amante y tras ese descubrimiento, ella abandona el hogar que ambos construyeron. En su vida, tanto como en su película, también hay un amigo que le va a hacer de confidente, en este caso interpretado hábilmente por Luis Luque, personaje bastante más carismático que el que escribe Pablo (quizás porque a lo que él le importa son los dos personajes centrales, el resto sólo van a cumplir su función como confidente). Su personaje es además el que, muchas veces a través de promesas que suenan poco prometedoras, lo incentiva a seguir escribiendo. Es él en que lo pone en palabras: “necesito amor, necesito que me quieran”. Las calles de Buenos Aires, o las de España. Ambas pueden servir para retratar el amor. Pero Pablo elige España para que sus personajes se enamoren locamente, como sucede en las películas. En Buenos Aires se queda él, solo, hasta que, quizás un poco tarde al menos para quien vio el trailer de la película o aunque sea el póster, se reencuentra con alguien del pasado (Mónica Antonópulos). El principal problema de esta película quizás recae en el protagonismo que tiene la historia del guión que escribe Pablo, que más allá de no sorprendernos en ningún momento, muestra un cambio (no importa lo subrayado que éste sea, es la intención) en los personajes que permiten la identificación con ellos. En cambio, la historia de Pablo termina quedando desdibujada. Más allá de eso, "El amor y otras historias "no deja de ser una propuesta arriesgada para quien decide dirigir esta película y demuestra cierto oficio. Quizás hubiese sido más interesante que ambas historias se conectaran por algo más que un par de planos con dos personajes que pertenecen a dimensiones paralelas. Que una historia reflexionara con la otra. De todos modos, es una opción fresca y diferente, con algo más que buenas intenciones y un trabajo muy correcto de cada uno de los intérpretes.
Blum y Capello demuestran una vez más que son dos actrices muy talentosas y se ponen a cuestas esta película con mucha entereza. Los secundarios son desparejos, tanto en cuestiones de actuación como de personajes, algunos mejor desarrollados que otros, otros prácticamente caricaturas de clichés y estereotipos y alguno prácticamente prescindible. Entretanto, ellas se pelean, se contienen, se mienten, se dicen lo que piensan, es decir, interactúan como las dos hermanas que interpretan, cada una con sus personalidades y sobre todo, con su vida vivida. Porque mientras una se casó y tuvo una hija, la otra nunca pudo formar una familia, y cuando ve al hombre del cual cree estar enamorada ve también una última oportunidad, pero que en este caso significaría abandonar a su hermana. Así, es que Las chicas del tercero se va sucediendo entre escenas graciosas como una comedia costumbrista en la que nada es lo que parece, pero tampoco sorprende demasiado. Es de esas películas de las que no se espera demasiado, y eso termina siendo un punto a su favor.
Cuando se piensa en tornados en el cine, uno no puede nunca evitar pensar en Twister. La película de Jan de Bont que me acompañó en la infancia y sigue estando presente cada tanto alguna vez en la televisión, se caracterizaba por situar a unos muy bien construidos y actuados personajes en medio de varios tornados, claro, uno más pequeño que el que seguía. Y esa pasión que ellos sentían cada vez que perseguían uno, traspasaba la pantalla; sí, he llegado a imaginarme yo misma persiguiendo tornados cuando era pequeña. Hoy, casi veinte años después de aquella película, aparece "En el tornado". A simple vista, una Twister con mejores efectos especiales. Pero eso sólo es lo que uno podía suponer antes de verla. En el tornado tiene muchos tópicos, personajes y clichés propios de las películas de catástrofes. Personas que se sienten fascinadas por el fenómeno, gente que queda atrapada, un padre que tiene que ir a buscar a su hijo, y, claro, muchas escenas de destrucción. Pero más allá de ciertos elementos que si bien no sorprenden uno espera ver en estas películas, lo que carece de fuerza acá es la construcción de personajes sólidos con los que uno pueda identificarse. Hay una meteoróloga que deja a su pequeña hija durante varios días para perseguir tornados. Un documentalista cansado de llegar tarde y dispuesto a todo para poder filmarlos. Un padre que además es director de la escuela y parece más enfocado en que todo salga bien el día de la graduación que en prestarle atención a lo que le sucede a su hijo. Un hijo que le miente y abandona el trabajo que su padre le había encomendado para ayudar a la chica que le gusta. Y claro, muchos tornados. Mientras el film no logra desarrollar personajes interesantes, no importa cuánto se esfuerce Richard Armitage (que de todo modo es un rostro a tener en cuenta, y no sólo por lo bonito), no logran generar empatía pero sí sabe destacarse cuando se trata de escenas de destrucción. Si ya desde el trailer impactaba esa escena en la cual el tornado se impone con su fuerza y levanta unos aviones estacionados, en la película eso se repite algunas veces más. Pero en la fuerza que residen esas escenas carece lo más importante: el corazón de la película. "En el tornado" es entretenida pero no se queda con uno mucho más tiempo después de salir de verla. Si no se espera más que un entretenimiento pasable, la película funciona, e incluso merece ser vista en pantalla grande. Pero si se quiere algo más que un conjunto de lindos efectos especiales, la película dejará sabor a poco.
(Anexo de crítica) El cine argentino se va animando poco a poco a meterse en diferentes géneros, y el de terror últimamente viene siendo uno de los preferidos a la hora de explorar qué se puede hacer con la cámara. Y es en este caso que David Sofía dirige la primera película argentina que se puede encasillar dentro del subgénero found footage, aquel que se dio a conocer con la película “El Proyecto Blair Witch”. “Sin Señal” es un falso documental sobre un rodaje de otro documental, en una misteriosa isla a la que se llega con un interés antropológico pero luego se quedan por algo más. Porque empiezan a pasar cosas raras a la que de a poco ya no le van encontrando explicación posible. El objetivo principal: nunca apagar la cámara, seguir filmando pase lo que pase. A partir de una simple premisa, la llegada de un grupo de personas a un lugar aparentemente maldito, es que la película desarrolla diferentes climas entre el suspenso y el terror que juegan con las emociones de sus protagonistas y, claro, de su espectador. El film logra expresar una buena dosis de tensión, que mantienen a uno alerta, y el juego entre ficción y realidad funciona hasta su final. Si bien este subgénero está hoy en día explotado hasta el hartazgo (especialmente en Estados Unidos) para nuestro país esta película termina siendo una bocanada de aire fresco, algo distinto. Sin sorprender demasiado, no deja de ser original para nuestra industria y aunque sus ideas y recursos sean muy básicos dentro del found footage (al ser siempre un punto de vista subjetivo hay mucho fuera de campo, movimientos de cámara bruscos y encuadres extraños que simulan ser improvisados), éstos están muy bien manejados y logran su eficacia. Hay un conocimiento del formato que está muy bien aplicado. Resumiendo, “Sin Señal” es una experiencia imprescindible para los fanáticos del género. No es un film excelente, pues además de, como señalé antes, optar por recursos muy típicos de este subgénero es verdad también que la resolución no está a la altura del resto del film. Aunque los créditos finales se merecen mención aparte, no sólo porque nos relatan casi una nueva historia, sino que el modo en que está representado, especialmente desde lo visual, es muy bello.