El día que Marvel cayó en un agujero negro Tal como lo dice su nombre Eternals es una película eterna, pero en el peor de los sentidos. En lo nuevo de Marvel prima el espectáculo de efectos especiales más que la impronta personal de Chloé Zhao, ganadora del Oscar a Mejor Dirección por la excelente Nomadland. De la gloria a la decepción: este es el camino de escalera inversa que tomó la carrera fílmica de Chloé Zhao, directora china que brilló el año pasado con la sensible Nomadland y ahora prueba suerte en Marvel, la casa del Capitán América, Thor y Iron Man. El reto a cumplir es Eternals, la nueva película que expande el Universo Cinematográfico Marvel y sirve como carta de presentación de un grupo nuevo de héroes de la Fase 4 (nueva etapa de la factoría). Después de la celebrada Black Widow y la excelente Shang-Chi, la calidad baja a pique en esta aventura sin sabor ni épica. Copiando estrategias de sagas como Star Wars, Eternals comienza como un relato bíblico que hace introducción y pone en contexto al espectador: al principio había una raza de seres llamados Celestiales, y enviaron a los Eternos a la Tierra para librar al planeta de los desagradables llamados Deviants. Pasada esta secuencia, conoceremos a la pandilla de héroes. De los 10 que conforman el equipo, solo algunos tienen verdadera trascendencia en la historia: Ikaris (Richard Madden, con una interpretación ajustadísima y poco lograda), Sersi (Gemma Chan, la protagonista y lo único rescatable de la historia), Thena (Angelina Jolie), el asistente de soporte técnico Phastos (Brian Tyree Henry) y -para descomprimir con algunas bromas, está Kingo (Kumail Nanjiani). Zhao se esfuerza por lograr un universo diverso y excéntrico, más cercano a lo cotidiano que a lo fantástico. A su vez son difusas las líneas que separan a héroes de villanos, cosa que ayuda a aportar capas humanas en estos titanes desconocidos. Estas buenas intenciones quedan totalmente opacadas debido a la reiterada confusión de flashbacks que arrastra el filme. El fan se indigna; el no fan se retira de la sala. El abuso de saltos temporales corta toda la ligereza, densifica la historia (y no en el mejor sentido de la palabra) y uno pide a gritos que lleguen las escenas de acción para no caer rendido ante la modorra. En el fondo, Eternals quiere tener el sello estilístico espectacular de la brillante Thor: Ragnarok, ese recordado delirio que solo Taika Waititi podía haber hecho funcionar. La llama del éxito no se hace presente. Los marvelitas enardecidos que busquen acción la tendrán de a ratos, un mejunje superficial enfrascado en una trama defectuosa. Es, sin duda, uno de los fracasos más grandes del año.
Recetas sabrosas para honrar a la Memoria Norma Aleandro se carga al hombre una película dulce y un tanto naif, que no cae en golpes bajos. Se disfruta por la gracia de sus intérpretes. Maró (Norma Aleandro) es una cocinera de 90 años que lidera un restaurante de comidas típicas de la comunidad armenia. Las delicias de su cocina, sabrosas en especias y aromas, no alcanzan para llenar los baches monetarios del club que las emplea, que pronto comunica (a Maró y sus ayudantas en la cocina, a cargo de las actrices Lidia Catalano y Analía Malvido) que en poco tiempo habrá que cerrar. La historia de El secreto de Maró es dulce -un tanto naif- pero con objetivos nobles que se ven plasmados en pantalla: concientizar sobre el genocidio armenio y por qué es importante mantener viva la Memoria. Los problemas en la cocina son solo el inicio del trayecto personal de Maró y su historia de origen. El filme de Alejandro Magnone no cae en golpes bajos y no se enfoca en los horrores del genocidio armenio; en cambio, sí está inundada de personajes optimistas, de buen corazón. Una radiografía ideal de las cosas, bastante edulcorada. La gracia de sus intérpretes, con una siempre impecable Norma Aleandro (quien el año que viene prepara su vuelta a los escenarios, dirigida por Claudio Tolcachi en Mi abuela la loca), da el toque de gracia para hacer de El secreto de Maró una historia agradable. Un plus a destacar: la complicidad que logran Aleandro y Lidia Catalano basta y sobra para sacar la entrada de cine. Son naturales, funcionan muy bien como dupla, fluye la química. El secreto de Maró se cuece a fuego lento, como una receta familiar en la que no falta amor y esperanza.
Un nuevo clásico queer del cine argentino La película de Federico Palazzo cuenta la historia de Gabriela Mansilla y su hija Luana, la primera niña trans argentina que recibió su documento de identidad de acuerdo a su autopercepción de género, según la ley de Identidad de Género sancionada en 2012. Yo nena, yo princesa está destinada a convertirse en un nuevo clásico del cine queer argentino. La historia testimonial de Gabriela Mansilla y su hija Luana, la primera niña trans del mundo que recibió su DNI, de acuerdo a su autopercepción de género, a través de la Ley 26.743 de Identidad de Género sancionada en 2012, conmueve y el director Federico Palazzo hace buen uso del destacado elenco que lo acompaña, logrando un relato armónico y amoroso. La película se centra en una pareja (Eleonora Wexler y Juan Palomino), padre de mellizos (Isabella G. C. y Valentino Vena) y en la reacción que les genera que uno de los niños no se identifique con el género asignado en su nacimiento. Mientras la madre trata de entender que le pasa a su hije, sin dejar de amarle y buscar contención legal para que se respete su identidad, el padre -un típico "machirulo"- se resiste a la decisión de que uno de sus varoncitos se considere una nena. Psicólogas de dudosa reputación que proponen "métodos correctivos", maestras de jardín de infantes que discriminan, una red de apoyo familiar entrañable, problemas burocráticos y una dolorosa crisis matrimonial son algunas de las trabas a las que la pequeña y su madre se enfrentan, con valentía y amor. El guión subraya sin sutilezas a los aliados y los detractores, afín de remarcar el sentido para el cual fue pensado el filme: entrar en la mayor cantidad de casas y generar debates que ayuden a la deconstrucción de generaciones no interpeladas por las últimas conquistas en materia de derechos para las personas LGBTIQ+. Si hay algo verdaderamente notable en la película de Palazzo son las actuaciones de Eleonora Wexler y Juan Palomino, intérpretes versátiles que se entregan a sus personajes con pasión. Yo nena, yo princesa es de los trabajos más completos de Wexler, quien ofrece una composición memorable en donde rebosa la intensidad sincera del amor maternal infinito. La historia de valentía protagonizada por Luana y Gabriela es la prueba definitiva de que al odio se le gana con amor. Siempre.
La última dictadura desde los ojos de una niña Valeria Selinger adapta de manera eficiente la elogiada novela de Laura Alcoba con un reparto de grandes nombres, entre los que destacan Darío Grandinetti, Miguel Ángel Solá y Silvina Bosco. La casa de los conejos -brillante novela de Laura Alcoba- cuenta la historia de Laura, una niña que a sus ocho años debe aprender a vivir en la clandestinidad unos meses antes del golpe de Estado de 1976 y durante los primeros años de la dictadura cívico militar hasta su exilio en Francia, dos años más tarde. Un relato emocionalmente duro que el lenguaje cinematográfico y la mano de la cineasta Valeria Selinger traduce de forma correcta. Con su padre detenido, la pequeña debe huir junto a su madre buscada por las fuerzas represivas, acostumbrarse a usar nombres falsos y a cambiar de residencias hasta que ambas se instalan en la "casa de los conejos", en La Plata, donde viven Diana -embarazada de tres meses- y su marido Cacho. Al no poder asistir a la escuela, la chica pasa los días en esa casa donde funcionaba una imprenta clandestina de Evita Montonera. La Diana con la que convive es Diana Teruggi, quien por entonces estaba embarazada de Clara Anahí, la nieta desaparecida de “Chicha” Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo (fallecida en 2018). En La casa de los conejos la mirada de la niña protagonista se construye a través de los pequeños detalles. A rasgos generales, hay un trabajo cumplido. Sí es cierto que con un poco más de profundidad y dinamismo en el tratamiento de la historia, los resultados serían mucho más convincentes. Por momentos, no se siente la conexión entre la cinta y la novela que llevó al reconocimiento masivo a Alcoba.
Emoción y ternura en una sátira sobre los peligros de la hiperconectividad 20th Century Studios y Locksmith Animation se lucen en una historia de amistad que conmoverá a toda la familia. Vivimos cegados por el uso y el consumo de dispositivos tecnológicos que facilitan la vida. Nos volvimos dependientes de ellos hasta para recibir o hacer demostraciones de afecto virtuales. ¿Hasta que punto somos esclavos de la tecnología? Partiendo de las reflexiones de este crítico, la brillante Ron da error -carta de presentación de Locksmith Animation en sociedad con 20th Century Studios- permite abrir nuevos y viejos debates en torno al mundo hiperconectado actual con una base fuerte de entretenimiento y emoción para toda la familia. La sorpresa animada de la temporada. La película cuenta la historia de Barney, un tímido estudiante de secundaria que recibe como regalo de cumpleaños a Ron, un novedoso dispositivo digital conectado para caminar y hablar, creado para convertirse en su nuevo mejor amigo. Rápidamente, Barney advierte que algo anda mal con su nuevo compañero. Ron no sabe nada de su nuevo dueño, sus circuitos son defectuosos y Barney se da cuenta de que por más que lo reinicie una y otra vez, no se convertirá en su mejor compañero. Pero, a diferencia de los demás robots, Ron es infinitamente curioso y muy leal, y está decidido a apoyar a Barney en todo. A tropezones, nacerá una verdadera amistad que redefine los límites de la tecnología. Misma trama que bien podría funcionar dentro de la tétrica serie Black Mirror aquí adopta un tono familiar, aún permitiéndose certeros guiños al público adulto con chistes ácidos muy logrados que arrancan carcajadas. En esta ocasión resulta imprescindible animarse a difrutar la película en su idioma original, con subtítulos, dado el elenco de voces de primer nivel que dan vida a los personajes. Zach Galifianakis (la trilogía de ¿Qué pasó ayer?) brilla como el androide defectuoso que tiene una personalidad arrolladora. ¿Surge la comparación con Los Mitchell vs las máquinas (Netflix)? Sí, en ambas animaciones el escenario donde la tecnología impera y toma protagonismo es bastante similar. ¿Son películas iguales? No. La principal diferencia reside en que la estructura narrativa de Ron da error es un tanto más conservadora (de alguna forma se presiente el final) y en varias instancias tiende a reforzar la moraleja para los más pequeños. Ron da error interpela y emociona. Casi todos fuimos Barney en algún momento de la infancia. Esa capacidad de tocar las fibras sensibles de los espectadores eleva la historia a un nivel superior y la saca de la superficialidad. Celebra la amistad, es divertida y advierte en forma amable sobre un futuro aterradoramente cercano. Hay que verla.
Embole intergaláctico con serios problemas de ritmo Una vez más, la innovadora novela de ciencia ficción de Frank Herbert falla al ser adaptada al lenguaje cinematográfico y lo que logra Denis Villeneuve es un producto a medias, flojo y con marcados desniveles rítmicos. En 1965 Frank Herbert revolucionó la literatura de ciencia ficción con el lanzamiento de Duna, una novela de aventuras épica con multitud de personajes, planetas fantásticos y escenarios alucinantes. Un universo más que tentador para el valiente que quisiese adaptarlo en lenguaje cinematográfico. Pasaron las décadas, las adaptaciones poco convincentes y la promesa de que en manos de Denis Villeneuve (Arrival, Balde Runner 2049) el desafiante material finalmente tendría una merecida redención. Lo cierto es que tras ver el resultado final, este crítico quedó un tanto desalentado. Lejos del viaje magnífico que prometía, la base de Duna se siente bastante defectuosa. Paul (Timothée Chalamet) no es un joven común y está aprendiendo a lidiar con habilidades especiales de su madre mientras tiene sueños importantes, lo que lleva a su entorno a pensar la posibilidad de que él sea la respuesta a una vieja profecía. Por otro lado, los Harkonnen, liderados por el barón (Stellan Skarsgard) planean una sanguinolenta venganza. La trama es ambiciosa y, sin lugar a dudas, la adaptación de Denis Villeneuve es notablemente superior a las estrenadas en 1984 y 2000. Pero los logrados efectos especiales, la cinematografía y la exquisita partitura que dan vida a este mundo arenoso quedan opacados por los problemas de ritmo que arrastra la película. Durante las 2 horas, 35 minutos de Duna hay partes que podrían recortarse, para así agilizar el relato y llevarlo a los puntos y eventos más importantes. Y pese a la larga duración, los personajes quedan desdibujados, poco establecidos en el escenario. De Paul Atreides poco se sabe, de la profecía mucho menos y los villanos apenas si cuentan con espaciadas apariciones. Las caras desconcertadas en buena parte del público no tardarán en aparecer. Si bien todavía falta una segunda parte de la historia, es necesario que el departamento de guionistas mejore el ritmo de los personajes para obtener mejores resultados. Hay momentos apabullantes, de verdadero placer visual. Lamentablemente, son más bien escasos y prima la sensación de estar presenciando un embole intergaláctico con serios problemas narrativos.
En Cato conviven dos películas en una: de un lado es la historia de un joven músico que busca salir del contexto de pobreza en el que vive con su familia (su madre y su hermana), del otro, un thriller policial y de venganza. La sorpresa viene del lado del freestyler y trapero Tiago PZK, debutante en materia actoral, cargando con un rol dramático fuerte resuelto de manera creíble. La ópera prima de Peta Rivero y Hornos es un tanto despareja ya que las narrativas cambiantes (las que se mencionaron en el párrafo anterior) no terminan de convivir en forma armónica, les cuesta relacionarse, son incompatibles. Loco, la canción estrella del filme, es el único hilo conductor entre los sentimientos, el dolor y la confusión que atraviesa el protagonista y los acontecimientos peligrosos que transita. Al trapero lo acompañan Magela Zanotta, en el rol de la madre sufriente que desea lo mejor para su hijo, Alberto Ajaka, como el representante garca y ventajista de la Justicia (notable interpretación), y Daniel Aráoz. Este último compone a dos hermanos gemelos, los villanos, de forma caricaturizada y un tanto sobre actuada. No es el mejor rol en la trayectoria del intérprete, destacado por su versatilidad. Los desniveles no impiden el disfrute pleno de Cato, un espejo de cómo el sistema impide que los sectores marginados progresen en busca de mejores condiciones de vida.
Inquietante metáfora sobre los miedos de la maternidad La hipnótica película basada en la homónima novela de terror psicológico de Samanta Schweblin llega este miércoles a Netflix. Distancia de rescate empieza con una escena desconcertante. Un diálogo cortado, poco entendible y angustiante, adentra al espectador a un universo tenebroso y plagado de simbología inquietante. Basada en la novela de terror psicológico de Samanta Schweblin, la película de la cineasta peruana Claudia Llosa hurga en los miedos más profundos de la maternidad y crea una atmósfera de realismo mágico hipnótica y calculada, en donde cada detalle cuenta, nada está librado al azar. La historia presenta a Amanda (María Valverde) quien pasa las vacaciones en un tranquilo pueblo argentino con su hija, Nina. Siempre preocupada por el bienestar de su pequeña, calcula constantemente la distancia de rescate necesaria para protegerla. La llegada de la escalofriante y sensual Carola -presa de secretos que es mejor no desvelar- desata un vaivén de emociones en las recién llegadas, que muy pronto caerán sumidas en la desesperación que produce el tenebroso escenario rural y sus habitantes. Sin ánimo de adelantar la raíz de los problemas que dan sentido al suspenso creciente de la trama, es preciso adelantar que no se trata de una película "para ser entendida" sino de una para ser gozada. Distancia de rescate es una experiencia sensorial entretenida (si a este crítico se lo apura un poco, la mejor producción argentina de Netflix de este año) y una metáfora desgarradora de los terrores de la maternidad. Si hay algo de carácter soberbio es la tensión generada entre María Valverde y Dolores Fonzi. Entregan todo y más al punto de llevarnos a cuestionar la verdadera naturaleza de sus personajes. Distancia de rescate no es para nada convencional y eso se agradece a cada minuto, más teniendo en cuenta la búsqueda y el estilo de tanques pochocleros a los que suele acostumbrarnos Netflix.
Despareja comedia de historias de amor bizarras Flipper, película de Matías Szulanski, es ambiciosa pero no siempre da en la tecla. Aún así entretiene y la labor de Fabián Arenillas es, simplemente, espectacular. Flipper, nueva película de Matías Szulanski, es un homenaje disparatado y no demasiado bien ejecutado a las comedias románticas que reivindican el amor de pareja. A pesar de ser un trabajo ambicioso y ecléctico, a las 2 horas de filme le faltan la cadencia necesaria para mantener activo el interés de los espectadores. En la primera historia, de índole cómica, un típico macho encarnado por el talentoso Fabián Arenillas, decide vender el anillo de diamante de su esposa para comprarse un flipper. Un delirio que lo lleva a contraer deudas mientras se anoticia de un sorpresivo embarazo de cuatrillizos. Es disparatada y, de la tríada, el relato más logrado a nivel narrativo. En la segunda, una joven abatida por el abandono de su novio decide comprar un flipper por medio del diario SegundaMano y, en la peripecia por comprarlo, el vendedor la estafa y le roba la plata. Con amigas y gente del lugar, deciden pasar unos días de descanso en la Costa, mientras piensan cómo recuperar el dinero junto a un hombre lobo seductor, de grandes patillas, en una Ferrari al que denominan como "El Presidente". Acá, la potencia del relato incial decae un poco y la calidad de la trama flaquea. Por último, la carta sorpresa: un musical bizarrísimo en el cual una joven, en el día de su cumpleaños, mata a su novio, quien estaba escondido en la oscuridad para sorprenderla con una torta. Un género poco transitado en el cine nacional. Este caso particular no le hace demasiados honores pero se valora el intento del cineasta. Lo mejor de Flipper, sin lugar a dudas, es el primer mediometraje. Fresco, divertido y sostenido por buenas interpretaciones. La sensación general que tiene este crítico hacía el resto de lo contado no es del todo desaprobatoria aunque no es el tipo de película que este crítico miraría más de una vez.
Otra mala película de cocodrilos asesinos Amenaza bajo el agua: No podrás escapar es trillada a niveles groseros. Recomendación amiga: disfrute el artículo y gaste su dinero en una mejor película. Las películas con bichos asesinos garpan siempre que sean medianamente buenas. Casos como el de Amenaza bajo el agua: no podrás escapar dan ganas de correr despavorido hasta la boletería para reclamar la devolución de la entrada. Trillada a nivel grosero, se esfuerza muy poco en intentar salir de una estructura de prototipo. El arranque es prometedor: dos aventureros perdidos en un bosque terminan en las fauces de hambrientos cocodrilos después de caer a una cueva oscura, pantanosa. Hay buen manejo de la tensión y la promesa de una hora y media de sangre, muertes espectaculares y adrenalina (fórmula tan importante para el subgénero 'animales asesinos' como la de la Coca-Cola) Segundos después la esperanza se desinfla lentamente tras la presentación de las parejas protagonistas, ningunA tan entrañable como para desear que no muera. Eric (Luke Mitchell) y Jennifer (Jessica McNamee) son una pareja de aventureros que convencen a sus amigos, Yolanda (Amali Golden) y Viktor (Benjamin Hoetjes), para que les acompañen a explorarlas cuevas de un bosque al norte de Australia. El clima no los acompaña y una desatada tormenta tropical los encuentra escondidos en una cueva, hogar de los hambrientos depredadores. El resto de la historia es una reproducción exacta de decenas de títulos con nombres sospechosamente parecidos. Amenaza bajo el agua tiene pocos atributos para remarcar, uno de ellos -el más rescatable- es el camino de las protagonistas femeninas. Pasan de ser veinteañeras enamoradas y cuyo único interés es sacarse selfies, a íntrepidas guerreras mata reptiles. Aún así, el drama es exagerado y el suspenso no se sostiene. Decepcionante.