“Esclavo de Dios" es un "thriller" policial que narra la historia de Ahmed, un médico y la vez terrorista islámico criado en Venezuela, y David, un agente del Mossad israelí que vive en Argentina, cuyos caminos se cruzan desde bandos opuestos luego del atentado en la AMIA. Particularmente me molesta en demasía cuando en un filme que se pronuncia como inspirado en hechos reales lo ocupan en el 80% del relato, para luego transformase en otra cosa. Principalmente en el orden de lo inmoral, como tomar un tema trágico, y tan delicado como el atentado producido en Buenos Aires el 18 de julio de 1994, y construir una ficción de cómo podría haber sido pergeñado, para luego continuar con formato de thriller en el que el juego del gato y el ratón es la estructura, para terminar en que el amor redime. Demasiada basura, más allá de algunas buenas intenciones y actuaciones. Desde la concreción la producción no presenta un buen desarrollo, se lentifica, hay escenas que nada agregan, y el conflicto principal que quiere desplegar aparece recién a los 70 minutos de proyección, casi no lo desarrolla y lo cierra puerilmente, tipo telenovela que puede ser venezolana, mejicana, o brasilera, y por qué no argentina, digamos que descartable.
¿Por qué le habrán puesto ese titulo? ¿Qué tiene que ver con la historia que cuenta, con el tema que trata, con el desarrollo mismo? Nada. Esta producción podría decirse que es una mala versión, eso si aggiornada, de “Wall Strett” (1987) dirigida por Oliver Stone. Todo es reconocible, identificable, y trasladable de un filme a otro, por lo cual éste termina siendo un catalogo de lugares comunes y, por acumulación de temporalidades, nefasto. Adam Cassidy (Liam Hemsworth) es un nuevo empleado de una poderosa corporación a cargo de una importante proyecto, pero sólo llega ahí por ser victima de un chantaje, acusado de un delito federal por otra empresa, tan poderosa y al mismo tiempo competidora de la primera, de la que es ex empleado. Para salvar sus deudas y pellejo, debe espiar a su nuevo su jefe Jock Goddard (Harrison Ford) para conseguirle a su antiguo patrón, Nicholas Wyatt (Gary Oldman), ex niño mimado, luego traicionado, de Jock, los datos de otro emprendimiento que revolucionara el mercado de las comunicaciones y la tecnología. Bien, ya tenemos a todos los personajes: el padre nunca santo de devoción del hijo, la madre muerta por falta de recursos económicos, los amigos abandonados por el nuevo Sultan, pero siempre listos, los nuevos amigos que se puede decir que la confianza mata al hombre, la chica 10 que queda subyugada por la personalidad del héroe, los buenos y los malos de la clase dominante, sin demasiada definiciones al respecto, sólo para que el final sea un poco más creíble y digerible. Ahora su vida es cuasi perfecta, falsa, pero se la cree, venera su labor, le dieron para manejar un Porsche y él se adueña del mismo y sale con la chica de sus sueños, pero ella se despierta. Lo único que debe hacer es traicionar a todos aquellos afectos de que siempre lo apoyaron, incluido el padre. Gary Oldman y Harrison Ford hacen lo que pueden con sus personajes, demasiado se podría decir, ya que el guión poco los ayuda. La realización de Robert Luketic presenta además muchos otros problemas, por ejemplo de construcción y el empleo montaje acelerado, sólo por que así lo pensaron, nada justifica esa elección, lo mismo sucede con la estética y el diseño de sonido, incluida la banda de música, pero el principal parecería ser que ninguno, ni actores ni guionistas, ni extras, ni técnicos, son lo suficiente “paranoico".
Esta producción es la segunda entrega de éste personaje sacado desde todo punto de vista, sacado de registro, de lo verosímil, del parámetro clásico de héroe. Digamos que hombre bajo, feo, cincuentón, violento, latino, amante perfecto y deseado por las mujeres más bellas. Increíble, no desde lo admirable o asombroso, sino desde lo no creíble. Esta secuela es así desde un principio, apuesta fuerte desde la primera imagen, instala al espectador en este delirio que va a ver el producto de una noche de demasiada juerga y sustancias de todo tipo. Al igual que en la primera, Machete (Danny Trejo) es la única persona que aseguraría el cumplimiento de la ley, aunque él mismo deba usar métodos que la quiebren constantemente. Toma todos los elementos de la primera y los expone al máximo, explota la locura. Comenzando por el falso tráiler con que abre la historia, luego al final produce un giro tan desequilibrado como todo lo es en esta producción, hasta el humor sinsentido, la violencia glamorosa por momentos, y otras totalmente gratuitas, exultante, excitante hasta en algún punto muy desagradable, sumándole cameos y no tanto de lujo. Empezando por Charlie Sheen como presidente de los Estados Unidos, y en como es presentado en los títulos, hasta Antonio Banderas o Cuba Gooding Jr. o Lady Gaga, que siendo su primera intervención cinematográfica aparece poco, pero lo hace de una manera eficiente (un colega me dijo que ella es así). Pese a ello la recomendamos sobre todo a los fanáticos que van a tener un cien por cien de seguridad que se van a divertir, encontrarán guiños, diversión, acción y violencia de todo tipo, mucho humor inteligente y nada de mesetas narrativas aburridas. La historia comienza cuando contratado por el presidente de Estados Unidos Machete se embarca en una difícil misión: acabar con el líder de un cartel y Luther Voz (Mel Gibson), un traficante de armas potentado, excéntrico, quien ha ideado un arma espacial con un plan para la destruir el planeta y conformar una nueva sociedad vaya uno a saber en qué parte de la Galaxia , y luego retornar. De tan delirante y hasta obscena que es, hace que por momentos un sienta que unos minutos menos no le vendrían nada mal, lo que si queda claro es que Robert Rodríguez se dio el gusto en vida. Nada nuevo bajo el sol, ni nada que vaya a quedar en los anales de la historia del cine, reírse un rato de todo y de todos es el objetivo y en muchos momentos lo logra.
Sólo se vive una vez Hay un doblez interesante en esta producción que puede llegar a ubicarlo entre los mejores estrenos del año, si a eso le sumamos que se trata de la casi despedida desafortunada de ese gran actor que fue James Gandolfini, la cita parece ineludible. Un filme que parece un retrato de la vida misma. Limitarla desde algún género seria no sólo casi cercenar todo aquello que propone, sino así enmarcado drásticamente destruiría la infinidad de vivencias a las que nos enfrenta. Comedia romántica, dramática, comedia a secas, nada puede precisarla certeramente Una historia de personajes comunes y corrientes. Eva (Julia Louis Dreyfus), una mujer divorciada, madre de una hija que se esta preparando para ir a la universidad, enfrenta la tan mentada situación del “nido vacío”. Se gana el sustento como masajista, mientras busca algo que la conmueva, que la saque de su letargo de amor. En una fiesta, a la que va casi de colada, sintiéndose como pez en estanque ajeno, conoce a Marianne (Catherine Keener), una escritora dedicada a la poesía, lejos del parámetro articulado por Eva, quien le hace ver otro mundo, y mientras ella la toma como clienta Marianne la hace su confidente y amiga. En el mismo lugar, casi simultáneamente, hace contacto con Albert (James Gandolfini), un hombre apacible, divertido y extremadamente simple, casi una versión masculina de ella misma, quien esta, todavía, en pleno proceso de duelo por el fracaso de su matrimonio, y padre de una joven de la misma edad y situación que la hija de Eva. Algo del orden del descubrimiento de las contingencias hace huella en ambos, y redescubren la posibilidad de volver a vivir un romance casi adolescentes en edad adulta. Eva tiene como confidente y amiga del alma a Sarah (Toni Collete), mujer con una buena experiencia de casada, con un matrimonio que vive todo con mucha naturalidad. Sarah ama a Eva, y ella confía en su amiga, a pesar de cualquier dificultad que la vida les presente. Pero como el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, lo fortuito hace su labor y el idilio empieza a tener que sortear obstáculos, como en la vida misma. Ellos comienzan a transitar por una segunda encrucijada en sus existencias, pero no saben que esa es otra oportunidad, el espectador tampoco hasta el final. Lo que habla a las claras de un guión inteligente, con una gran descripción de los personajes, desde aquellas particularidades ínfimas hasta los grandes planteos morales y éticos. Construida de manera clásica, con un desarrollo lineal y estructura narrativa sin demasiadas pretensiones, sólo propuesto a contar bien una buena historia, sostenida además por excelentes actuaciones. (*) Obra realizada por Fritz Lang, en 1937.
Éste es un filme que genera, casi sin proponérselo, varias sensaciones simultaneas en el espectador. Por un lado, la empatia e identificación con la angustia de varios padres, uno en particular en una búsqueda que aparece como imposible. Por otro, instalado desde el primer punto de quiebre como un thriller, que por impericia de construcción nunca genera suspenso, por cuanto en su desarrollo va entregando pistas, muy claramente instaladas como tales, que si bien no son falsas dejan de desarrollarse y terminan siendo sólo justificativos para un cierre un poco más previsible. En tercer lugar, presenta al espectador un planteo moral de no muy difícil resolución, sólo que obstruye esa identificación propuesta de la audiencia con el protagonista al mismo tiempo que a las supuestas subtramas la hacen aligerarse. Keller (Hugh Jackman) y Grace (María Bello) Dover conforman un matrimonio feliz, padres de dos hijos, un adolescente y una niña de 6 años, todos apegados a fe, donde Dios proveerá siempre, hasta que sus vidas dan un giro indeseable para cualquier familia: su hija y una amiga son secuestradas. La policía se hace cargo inmediatamente, asignando al caso al detective Loki (Jake Gyllenhaal), pero ante la situación de que todos los rastros a seguir terminan en la nada la familia empezará a perder las esperanzas, y el único sospecho sale en libertad por falta de evidencias en la escena más burda de toda la película. Keller hará su propia investigación y no tiene ningún resquemor en atravesar los límites morales ni los medios para conseguir recuperar a su hija. Emprende una pesquisa personal a contrarreloj para descubrir la verdad y rescatar a las dos pequeñas, tomándose la justicia por mano propia. La estructura narrativa es clásica, los tiempos y el montaje correctos, las actuaciones, lo mejor, los climas logrados desde la dirección de arte y la banda de sonido, ¿entonces que falla? El guión y esa costumbre de entregar elementos que sólo sirven para darle algo de coherencia al texto, lo que lo transforma en previsible, al mismo tiempo que lo banaliza.
Santiago Murray (Gonzalo Heredia) regresa a Buenos Aires tras diez años de ausencia. Ahora es sacerdote. Tras su larga estadía en Europa vuelve a su país con la intención de asistir a la gente necesitada del barrio en el que se crió. Patricio Branca (Carlos Belloso) es un psicólogo, demasiado particularmente construido, por no decir, inaceptable, que está atravesando una profunda crisis: cree que desde su lugar no logra ayudar a la gente que lo necesita. Para remediarlo toma la decisión extrema de “limpiar” la sociedad, eliminando a todos aquellos que considera deben morir. Clara Aguirre (Eleonora Wexler) es la ex-novia del ahora sacerdote. Trabaja en la fiscalía y está a cargo de la investigación de los asesinatos. Sus caminos se cruzarán cuando Patricio, aprovechándose del “sigilo sacramental” -la obligación de no manifestar jamás lo sabido bajo confesión- le cuente a Santiago acerca de los asesinatos que cometió, y aquellos que piensa ejecutar. Sin poder informarle a nadie de los crímenes, pero sabiendo que su silencio podría significar la muerte de mucha más gente, Santiago se encontrará en una terrible encrucijada. No desea caer en el pecado por omisión, entonces deberá hacer algo para detener a Patricio en su accionar. Este podría ser la síntesis argumental, un poco extendida, el problema es que nada es fidedigno. La solución a la encrucijada se la da el mismo asesino, y para colmo, al final, todo es explicado oralmente para que se produzca un giro más increíble que certero. La fotografía es loable, pero ante la ineptitud de la estructura del guión, y de los demás rubros, ni siquiera puede lograr climas adecuados
El problema principal del filme radica sobre la razón de realizar esta producción. Si la respuesta va en la dirección de la denuncia, el estilo narrativo, sobre todo desde el montaje a velocidad supersónica, produce lo contrario de lo que desea. Nada es posible de asir, es tanta la información y tan rápida su entregada, una atrás de otra sin solución de continuidad, que uno se pierde. Si en cambio intenta ser una biopic sobre el personaje más buscado por los servicios de los EEUU, no profundiza respecto de él e interpela mayormente a su amigo, socio y colega. La ultima vuelta de tuerca sobre empatia o distanciamiento es interesante, pero como lo anterior aparece confuso, no sabemos si es en realidad un genio misántropo o un narcisista, psicópata cibernético, o ambas cosas. La leyenda se inicia cuando el fundador de WikiLeaks, Julian Assange (Benedict Cumberbatch) y su colega Daniel Domscheit-Berg (Daniel Brühl) se conectan para convertirse en una especie de vigilantes ocultos sobre los privilegiados y los poderosos. Por un lado, crean una plataforma que permite introducirse, obtener información y difundirla en forma anónima, información que está directamente relacionada con los secretos de Estado y los crímenes corporativos. Pronto logran difundir mayor cantidad de noticias que los medios de comunicación más reconocidos del planeta. Cuando estos dos colegas acceden a documentos confidenciales de la historia de los Estados Unidos, entran en conflicto. ¿Cuál es el costo de mantener un secreto en una sociedad libre? ¿Y cuál es el costo de exponerlas? Entrecruzamientos temporales, del presente al pasado, hasta podría pensarse también del futuro, espaciales, de ciudades a ciudades, casi como si fuesen dos subtramas de una trama que nunca aparece demasiado justificado, desde la denuncia sobre las acciones del gobierno de los Estados Unidos en Afganistán, el accionar de Estados Unidos en Afganistán aniquilando civiles y periodistas, o los estragos en Kenia, hasta intenta exponer los ocultos manejos espurios del gobierno suizo y su paraíso bancario, pero nunca se define por un eje narrativo diluyéndose entre uno y otro, pasando de lo político como imputación al drama intimista o a la construcción psicológica del personaje ¿Loco y/o genio? A la relaciones de amor, fraternal o de pareja, le da lo mismo tratamiento. El director le aplica a la fábula un ritmo extremadamente acelerado, imposible de seguir, con frases altisonantes, pero sin pausa desde las imágenes, con entrecruzamientos de distintos dispositivos aplicados a un mismo lenguaje, léase, computación, Internet, con un diseño estético que intenta ser pos- moderno, pero que termina siendo sólo borroso. Recuerdo una película de 1992 protagonizada por Robert Redford, “Héroes por azar”, cuyo lema era “no hay más secretos”, ahora lo confirman, pero nada más.
“Duerme, duerme, negrito" Bien podría ser este el leiv motiv del filme protagonizado por Forrest Whitaker y dirigido por Lee Daniels, también responsable de la exageradamente sobrevalorada “Preciosa” (2009). “El mayordomo” es algo así como una nueva versión reducida de la miniserie “Raices” (1977), esto dicho desde lo narrado, con alguna leve, muy somera, reminiscencia desde el personaje a “Lo que queda del día” (1993), mezclado tal cual ensalada, o sea sin ningún orden ni andamiaje, con la estructura de “Forrest Gump” (1994). Alguna vez alguien dijo si vas a copiar, hacedlo de cosas bien hechas, claramente no es el caso. Estamos frente a un producto construido clásicamente, en realidad un gran flash back, con dos claras intenciones desde su origen: apuntar a los premios de la Academia de Hollywood, léase Oscar, y congraciarse con el presidente de los Estados Unidos de América Barack Obama. Para el primero de los propósitos habrá que esperar un par de meses, sobre lo segundo, cuentan las malas lenguas que Obama lloro, lo cual no da significado alguno. ¿Por qué lloro? Ni Dios sabe. La historia transita por la vida de un octogenario que trabajo durante 34 años como mayordomo de la Casa Blanca, “sirviendo” a ocho presidentes. El paralelismo del adentro y el afuera es constante y mientras adentro van pasando los presidentes, afuera aparece Martín Luther King y sus luchas por los derechos civiles de los negros, Vietnam, el magnicidio de Dallas en 1963, los panteras negras, etc. Comienza con un hombre viejo, negro por donde se lo mire, que está sentado esperando, vaya uno a saber que, mientras tanto recuerda, y de su memoria sale el cuento que nos cuenta esta película. De entrada un golpe por debajo de la cintura, específicamente en el derecho. Estamos en un campo de algodón en los años ‘20 en el sur de los EEUU, una imagen en contrapicado nos muestra dos cuerpos de negros colgando; sin mediar nada un hombre blanco se lleva a una mujer negra, la viola y la devuelve; el marido intenta protestar, el malo, muy malo, lo mata, todo esto a la vista del nene hijo de ambos; la madre del blanco malo se lleva al nene para educarlo como un negro de la casa, o sea aprende a ser servicial. Todo esto sin interrupciones de ninguna naturaleza. Protestas, te matan, lección aprendida. Desde el discurso que instala bien podría definirse como un ejercicio de revisionismo histórico, desde la acepción de uso del termino de manera peyorativa, o sea a la relectura de los hechos con la idea, manipulación de la historia con fines políticos, comerciales, prescindiendo de cualquier método científico. Ni en www.rincondelvago.com harían algo así, podría decir resúmenes Leru, pero hay que actualizarse. Todo se podría definir como un catalogo de lugares comunes, golpes bajos, diálogos superfluos, al mismo que tiempo fatuos e inverosímiles. Hasta podría decirse que el grupo de espectadores al que apunta directamente es al hombre medio americano o al intelecto de Forrest Gump, si se quiere. El mejor de los conflictos que plantea es el que se instala entre el mayordomo, un sumiso servidor por donde se lo mire, y su hijo, quien termina siendo parte de los Panteras Negras, de los que se aleja cuando pasan de la idea a una lucha violenta. Todo un luchador en pos de los derechos civiles de los negros. El filme se planta casi como una radiografía de la historia del gran país del Norte en la segunda mitad del siglo XX, pero toda la estructura es endeble y pueril. Lo único que sostiene el interés son las actuaciones, el compromiso corporal de Forrest Whitaker para componer a su Cecil Gaines, más odiable que querible, aunque la intención sea la segunda. Es encomiable súmele la cara de bonachón constipado de manera constante, que termina por ser la figura invisible, delante de él se habla de todo, nadie lo registra, igualito que el James Stevens de Anthony Hopkins. Oprah Winfrey se roba la película interpretando a Gloria Gaines, la esposa del mayordomo, alcohólica, depresiva, exultante, maniaca. Ambos muy bien acompañados por personajes secundarios como los interpretados por Terrence Howard, o Cuba Gooding Jr. Lo que queda fuera de registro es la selección y composición de los presidentes, se salva del incendio John Cusack, que hace lo que puede con su Richard Nixon, o la pareja de Alan Rickman y Jane Fonda como Ronald y Nancy Reagan, el resto es patético, casi una caricatura, son grandes y reconocidos actores desperdiciados, Robin Williams, (Eisenhower) Liev Schreiber (Lyndon Johnson) James Mardsen (Kennedy). Con todos estos elementos el film termina por aburrir, desde la extensión del mismo hasta la falta de un buen guión, convirtiéndose en una simple excusa que intenta mostrar las incidencias de la política de Estado y su influencia en paralelo de la vida cotidiana de los negros, nunca lo logra, lo hace mal, demasiado centrado en un ser casi sin matices e inoperante. “Duerme, duerme negrito…..”
El director Alberto Lecchi fue responsable de buenos filmes como “Perdido por Perdido” (1993) o “Nueces para el Amor” (2000), dando estos ejemplos bastaría para vislumbrar que no es de aquellos directores que no puedan circular entre géneros. De hecho las dos películas mencionadas son claros y buenos ejemplos del cine de género realizado en argentina, el primero un policial y el segundo una comedia romántica. En “Sola contigo” el director construye, o más propiamente dicho lo intenta, el entrecruzamiento de géneros tales como el thriller con elementos de suspenso y el drama clásico. El primer tercio de la producción es lo mejor, hasta que una escena, que parece sacada de contexto y del texto mismo, da mucha más información que la que parecería haber sido la intención, pero está. Luego la debacle empieza a presentarse gradualmente hasta que se la vislumbra como inminente e inexorable. La realización abre con una pantalla de computadora en un chat “privado” entre dos personas, Ricardo y Leandro, el primero un famoso sicario, despiadado por lo que el mismo refiere, el segundo el contratista. La victima, una mujer, he aquí planteado un par de misterios, ¿quién es quién? María Teresa (Ariadna Gil), una española de unos 45 años, jefa de personal de una empresa exitosa, parece estar en camino de cumplir con su propio proyecto y realizarse. En apariencia ha conseguido casi todo lo que se ha propuesto, luego sabremos de su lucha interna de varios años por escaparse de su pasado y recuperar lo que más quiere, sus dos hijas. Ella ha emigrado a la Argentina para estar cerca de ellas, que han venido con su padre, de nacionalidad argentino. Esto es obvio, pues se trata de una coproducción con España y se debe explicitar a como de lugar, guión, imágenes, elenco, técnicos, poco importa. Una llamada telefónica le anuncia que la van a matar, se lo asegura, pero antes, según el deseo del contratista, deberá sufrir y al mismo tiempo pedir perdón a todos aquellos a los que les hizo daño. El problema más grave de este thriller es que no sólo especula con jugar a descubrir la auténtica identidad de un personaje, sino que también quiere instalar este juego en dos personajes. Conocemos a la victima, pero a nadie más. Ninguno será develado hasta el final con una gran vuelta de tuerca. Pero la debilidad del guión hace que los espectadores “sepan” quién es el asesino, pongan sus fichas sobre un personaje, el interés sobre quién paga al asesino queda subsumido en el olvido, no tiene ninguna importancia pues da tantas opciones de mala manera y sin desarrollar casi ninguna que hace perder la efectividad que tenia. La identidad del asesino, que debería ser una sorpresa para el espectador, sólo lo es para la protagonista. Ahora bien, sobre quién es Leandro, el autor intelectual del asesinato por encargo, en la maraña de subtramas mal presentadas, peor desarrolladas y no resueltas terminan por hacer evidente lo que debería ser suspenso, entre ellas el jefe de María, que fue un amor despechado por ella (Antonio Birabent); el ex marido que le prohíbe ver a las hijas; su secretaria (Sabrina Garciarena) con quien tuvo un affaire (yo también quiero uno con Sabrina, pero a quién le importa); el amante ocasional (Gonzalo Valenzuela); el comisario Esteban Fuster (Leo Sbaraglia), quien investiga vaya uno a saber qué, pero se contacta con María, forzaron más esta relación que a Lee Oswald para que se declare culpable. Por si esto fuera poco, todos los actores importantes con poca presencia en pantalla, lo que diluye la necesidad de sus presencias y su desvanecimiento se produce per-se, por lo que el mantenimiento de la atención recae sobre la actriz española, quien, eso si, lo realiza con mucho oficio. Por su parte Leo, que figura como co-protagonista, aparece recién al promediar la historia y en pocas escenas, seis o siete intervenciones cortas. Alfred Hitchcock decía que si un actor de importancia interpreta un papel que aparece como insignificante, o no importante, es quien resolverá el conflicto, la trama o el misterio. El filme presenta un giro sobre el final que a algún espectador puede llegar a sorprenderlo, pero para ello debería haber estado muy distraído el resto de la proyección.
Este es uno de esos productos que comienzan a venderse desde los afiches publicitarios en la vía pública, el mismo compuesto con una muy buena imagen del protagonista, el titulo del filme, y una leyenda que reza: “Qué harías para proteger a tu familia” Luego de ver “Un paraíso para los malditos” nos damos cuenta que dos de los tres elementos cumplen con lo que anticipan en tanto el tercero obviamente no, y en este punto la mentira, o el engaño, puede terminar desilusionando al espectador ya que nada tiene que ver la historia con la familia del protagonista. Claro esta que esto no es lo único que aparece como determinante desde el guión para que todo se vaya hundiendo en la incredulidad. Lo más interesante es la elección y el diseño de la puesta en escena, los climas que ésta genera, con la ayuda necesaria de la dirección de fotografía, al mismo tiempo que el diseño de sonido y el montaje clásico por donde se lo mire, pero que a partir del género de cine negro en el que se encuadra el texto sale favorecido. La otra pata de la estructura estaría en la presentación, elaboración, y desarrollo de los personajes centrales, muy representativos, bien delineados, pero breves, al mismo tiempo que bien sustentados desde las actuaciones. El relato se centra en Marcial (Joaquin Furriel), quien empieza a trabajar como sereno en el depósito de una fábrica casi abandonada, en un espacio geográfico del conurbano bonaerense donde tanto éste como el relato circulan en el límite. Se trata de un hombre ermitaño, casi un misántropo, silencioso, por momentos, sobre todo al principio que aparece como extraviado ante su propia vida. Su actuar y su devenir se presenta como normal y monótono, hasta que la fábula presenta un giro con dos hechos inconexos. Por un lado, entabla relación con una joven madre soltera, lo cual no se muestra como un gran proyecto. Luego, aparece algo del orden de la motivación del personaje para estar donde está: un asesinato y sus consecuencias que cambia su perspectiva de la vida. Ese crimen dejará desamparado a Roman (Alejandro Urdapilleta), un viejo que padece demencia senil que ni siquiera se ha dado cuenta que su hijo a muerto. Marcial se hará pasar por su hijo, al mismo tiempo que su noviazgo con Miriam (Maricel Alvarez) empieza a formalizarse, incorporando a la hija de ésta. Con el transcurrir del tiempo, no mucho, ya que se supone que todo transcurre entre nochebuena y año nuevo, los cuatro intentaran conseguir constituir algo parecido a una familia y con pocos elementos armar su propio paraíso. El problema es que esta altura el espectador sabe de algunos detalles, y no tanto que el conflicto que se plantea a mitad de la historia se resuelve con dos palabras o una imagen que vale como mil. El problema es que de esta manera sería a lo sumo un medio metraje, no exactamente que todo esto circule hacia el aburrimiento excesivo, sólo que deja de ser lo poco verosímil que ya era. Lo dicho, lo mejor los climas que se generan y las actuaciones, muy poco, sabiendo que en relación al cuento parece que se quedaron en la presentación de algunas buenas ideas, nada más.