La voz de los otros Mientras se narra en off un cuento, un plano fijo de unas manos tratando de hacer fuego con dos ramas nos adentran en Sip´ohi-El lugar del manduré, documental que tiene como eje a la cultura wichi y el pueblo que da título al film. Documental de observación, el personaje que sirve de conductor contempla el río y sus aledaños, a la gente y su pueblo. Hasta ahí, en la forma de filmar, podemos emparentar a la película con el cine de Lisandro Alonso (principalmente con su film Los muertos). Los cuentos que son escuchados en lengua wichi sirven para acompañar las imágenes. Nada que no se haya visto. Lo que lo vuelve interesante son los planteos que dos de los integrantes de la comunidad (uno locutor de una radio wichi) se hacen: ambos se preguntan por el reconocimiento que su cultura tendría que poseer. Ellos mismos, en un híbrido documental/ficción, se cuestionan cuál es el reconocimiento que buscan y no logran encontrar. Es interesante también escuchar a los protagonistas afirmar que siempre los hombres blancos “nos filman, nos graban y se van, no vuelven más, algunos vuelven pero no se quedan”. Hay allí un reproche hacia la civilización occidental, que siempre observa a los pueblos originarios básicamente como una curiosidad, como una otredad absoluta, a la que se contempla de forma científica y/o turística, sin hacerse cargo de las conexiones posibles con los indígenas. La parte final incursiona en el dilema de si mostrar eso que es cultura wichi o no hacerlo, buscando convencer a los más viejos para que la oralidad pueda tener continuidad. Allí es donde el film eleva su interés, separándose de la idea de contemplación y utilizando el idioma como punta de lanza para pensar la historia, la cultura y los valores de los pueblos originarios.
El terror llama tres veces Dirigida en dupla por Demián Rugna y Fabián Forte, Malditos sean! es una nueva propuesta del cine nacional acercándose al fantástico y al terror. En este caso, ofrecen un film integrado por tres historias que tienen al personaje de un curandero como hilo conductor, en este tríptico por demás interesante que demuestra que la Argentina tiene buenos realizadores para estos géneros. La primera de las historias está protagonizada por tres asesinos a sueldo que deberán hacer “algo” para poder sacar al fantasma de un niño de sus vidas. En la segunda, unas videntes serán perseguidas por un demonio, mientras que en la última (que es la que inicia en el prólogo de la película y está ambientada en 1979), el protagonista es el curandero antes mencionado. Como toda película en episodios, Malditos sean! tiene sus desniveles: la historia más atractiva es la de las videntes leyendo la borra del café, que tiene momentos de humor que la relacionan con esas películas de los 70’s del estudio británico Amicus (Beyond the grave, por ejemplo). Sin embargo los realizadores logran salir muy bien parados y cuentan aquí con actuaciones muy sólidas, como las de Demian Salomón y Victoria Almeida. Otro aporte para destacar es el de los efectos especiales, los cuales están bien: la muerte de una de las videntes que es arrastrada con un gancho en la garganta, está muy lograda. En definitiva el mayor mérito de los directores es que aunque la película se haga un poco larga (uno de los problemas), llegue a buen puerto y sea disfrutable. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
Un documental hipnótico El segundo film de Martín Solá, es un documental con una anécdota muy pequeña que la hace andar: Rodrigo, un joven del norte argentino, que quiere ir a trabajar a las salinas para ganar dinero, pero en el camino es parte de una peregrinación religiosa que lo lleva por los cerros. Mensajero muestra su posterior llegada a las salinas y el comienzo de las actividades de recolección. Pero si bien esto genera algunos cruces interesantes desde lo temático, el film subyuga y gana territorio en la impresionante fotografía y el trabajo de encuadre. Lo interesante que tiene la película es que a partir de esta pequeña anécdota, y aún mostrando algo que aunque no conozcamos podemos intuir, como puede ser una procesión o el trabajo en las salinas, el director logra construir una película artificial e hipnótica. Sublime resulta el trabajo fotográfico de Gustavo Schiaffino, obteniendo una textura que en el cine nacional han logrado muy pocos (ahora recuerdo lo hecho por Esteban Sapir en Picado fino a partir la fotografía de Kino González). Como decíamos, cada encuadre parce una foto fija, y sólo algunos leves movimientos de manos o cuerpos nos recuerdan que estamos viendo cine. Por ejemplo las imágenes de nubes que van cubriendo los cerros durante varios minutos, meten al espectador en un trance que lo transporta a ese lugar. Si bien alejado desde lo genérico, Mensajero aplica un estilo visual que el cine comercial en la Italia del ‘50 ó ‘60 realizaba con hombres como Mario Bava o Victorio Storaro. Este documental fusiona acertadamente el trabajo de Solá con el de Schiaffino, haciendo que ningún campo sobresalga del otro y logren un conjunto muy atractivo de ver.
“Todo bien con Majewski, pero dejate de joder” Con un estilo que tiene mucho de experimental y que recurre a elementos como el collage para construir un relato para nada convencional, el director polaco Lech Majewski (también pintor, poeta, escritor y director de teatro) reconstruye dibujos y obras del pintor Pieter Brueghel, especialmente El camino al calvario, para indagar en cada uno de sus simbolismos. Debo reconocer que ni bien terminé de ver esta película, se me vino a la mente lo que hubiera dicho un compañero de FANCINEMA: “todo bien con Lech Majewski, pero dejate de joder”. Noto en este caso con Majewski lo que ocurre con otros realizadores que vienen con un manto sagrado e intocable, que son muy difíciles de cuestionar para determinado público y crítica: sumo aquí a Von Trier o Haneke, por nombrar sólo algunos. En cuanto a El molino y la cruz, los encuadres son muy lindos y la puesta en escena es una pinturita, además de contar con una técnica envidiable que permite la interacción de los personajes en primer plano sobre un fondo que parece pintado, creando una sensación visual muy interesante. Pero más allá de esta cuestión estética, la película tiene muchos problemas para lograr una conexión con el espectador y generarle interés. Seguramente que estoy volviéndome más viejo y menos tolerante. El molino y la cruz me resultó pretenciosa, muy solemne y la Pasión de Cristo ya me la mostró Zeffirelli (que era una estampita), y si quería más sangre Mel Gibson (que era de trazo más grueso), sobre estos lienzos en el celuloide. Si se hubiera apostado a dejar solamente los encuadres/cuadro, sin diálogos, como en una película experimental o de la época del cine mudo, seguramente se hubieran conseguido mejores resultados.
Así, no Me gusta el cine argentino. A diferencia de muchos, siempre trato de verlo y ver qué se está haciendo. El problema es que no quiero herir a nadie con el comentario porque entiendo lo difícil que es realizar una película en nuestro país. Lo único que voy a decir es que así no: esta canchereada que quiere gastar al mundo del cine de género y que realmente aburre (es difícil aburrir haciendo género policial o acción) no atrapa nunca y tampoco engancha con la trama más ligada a la comedia, de los tres guionistas que planean la película que vamos viendo mientras ellos la idean. Siempre me gusta dar segundas oportunidades, espero que Tamae vuelva a filmar y levante con su nuevo film. Pero repito, así no.
La madurez cinematográfica de Farsa Desde siempre, por una cuestión generacional tal vez, los productos de la gente de Farsa contaron con una importante intertextualidad, haciendo referencia a géneros y películas que son del gusto del grupo. En la primera escena de Plaga Zombie: Zona Mutante: Revolución Tóxica hay un doble homenaje: por un lado la estética de The Warriors y por otro la aparición de varios directores de género argentinos que le dieron aire al cine nacional (Daniel de la Vega, Adrián García Bogliano, entre otros) personificando a una pandilla que luego de ver un noticiero es atacada por una horda de zombies. La película de Hernán Sáez y Pablo Parés, que se vio en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llega en un estreno comercial poco habitual para el Grupo Farsa, más habituados a ser fenómeno de culto. Se trata de un film lúdico, que trabaja también sobre la autoconsciencia de la propia saga: por ejemplo, luego de mostrar la última escena de Plaga Zombie 2 nos devuelve a la historia principal con un gran gag en el que justifican el cambio de aspecto físico de uno de los personajes, interpretado por el multifacético Berta Muñiz. De ahí en más, la película no dará respiro. En esta ocasión los tres protagonistas (Bill, John y Max) intentarán salvar al mundo de la invasión alienígena/zombie. Pero el relato se diversificará hacia las historias paralelas de los tres personajes: las que sobresalen son las de Max Giggs y su historia filial con un zombie al que educa, y la de John West, en su camino para reencontrarse con sus puños de acero, que incluye una gran escena dentro de un gimnasio de box. Con esta película se podría decir que Farsa llegó a la madurez cinematográfica, y que ya no son “esos que hacen películas bizarras”. Plaga Zombie: Zona Mutante: Revolución Tóxica demuestra que están capacitados para varios géneros, entre ellos el musical. Con un timing de comedia envidiable para el cine argentino, escenas de acción impresionantes (la estampida de zombies que los ataca) y muy buenas actuaciones, estamos ante una de las películas más divertidas que el cine nacional hay brindado en los últimos tiempos.
Un personaje interesante Este documental de Daiana Rosenfeld y Aníbal Garisto se vio recientemente en la Competencia Argentina del último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. El Polonio es un trabajo que tiene como centro a una protagonista con problemas psicológicos y a una ciudad, Cabo Polonio, muy especial. El film comienza con su protagonista mirando a cámara, fumando, volviendo a mirar, contando por qué está ahí. Aunque ni ella ni muchos de los pobladores saben bien el por qué. Los realizadores avanzan sobre la protagonista, quien se encuentra con otras personas y en ese intercambio descubrimos su historia: ahí sabemos que su hija, Trinidad, murió, que ella estuvo internada y que tiene tratamiento psicológico. También detalles sobre la relación con su padre y qué piensa de su tratamiento su actual pareja, momento intenso y que resulta lo mejor del film. Uno de los aciertos de El Polonio es saber capturar la belleza de un lugar muy particular: la estructura del lugar, los paisajes, la esencia de los lugareños de Cabo Polonio dan un brillo especial y elevan la realización. Sin embargo, esto se agota en determinado momento y lo que queda es apenas un personaje interesante, pero que no puede sostener la historia que los documentalistas plantean.
Decisiones equivocadas Julio, conocido como “Panceta”, trabaja en una metalúrgica en la que roba algunos caños para luego realizar armas “tumberas” (dos caños ensamblados que disparan cartuchos del 12, según él mismo menciona en una escena) en el taller de su casa, que pertenecía a su padre. Una noche, en la sociedad de fomento de ese barrio precario donde vive Julio, organizan una fiesta en la que el protagonista le vende armas a dos punteros de la zona. Uno de ellos, “Tacom”, está enamorado de la misma chica, la menor Clara, con la que “Panceta” se va al Delta el fin de semana a pescar. Ahí comenzarán los problemas. Caño dorado se maneja entre la estética del videoclip y el documental, pero al no definirse, nunca logra atrapar con su planteo: es como si se mezclara la estética de Palermo Hollywood con la excelente Vikingo de José Campusano. Un detalle son las actuaciones: los intérpretes semiprofesionales no encajan en el mismo registro que los profesionales (Tina Serrano está desaprovechada y Lautaro Delgado tiene algunos cambios de registro de actuación que no lo favorecen), y aunque Camila Cruz es muy bonita y tiene seguramente una carrera prometedora, no es creíble en el personaje. En este sentido hay que destacar lo que hace Yiyo Ortiz con su papel de “Tacom”, el más creíble junto a su compañero puntero. Otro problema de esta película es el guión: algunos diálogos, por ejemplo, no tienen sustento y quedan forzados. Una demostración de esto es la absurda escena en la que Clara y “Panceta” tienen sexo entre unos juncos del Delta, y después de ese momento terminan charlando sobre el lugar y cómo se creó. Pero esto no es todo, ya que la conversación derivará en otra cosa y la chica le preguntará al protagonista si trafica armas. Film en el que ninguna de las decisiones formales funciona, en Caño dorado hay además un inconveniente trabajo con la música en el que aparecen temas de bandas como Estelares, en una escena de sexo, o de Pity Alvarez, en un momento que la imagen queda sobreexplicada por la canción. Es en esos momentos donde se ahonda en esa estética de videoclip que para nada ayuda a esta película, y que termina por redondear un producto pobre y sin norte. (Esta crítica, con modificaciones, había sido publicada durante la pasada del film en el Festival de Mar del Plata)