Zama

Crítica de Giuliana Bleeker - CineFreaks

El hombre que espera

Y finalmente, un día Lucrecia Martel retornó a la pantalla grande. No es casual que el proyecto más ambicioso de su carrera hable sobre el suplicio de la espera, puesto que han transcurrido nueve años desde su última y aclamada película, La Mujer sin Cabeza (2008).

Luego de que la iniciativa de adaptar el maravilloso universo de El Eternauta se viera intrincada, la salteña emprendió un viaje en barco revelador que la dejó fascinada por una de las obras icónicas del escritor Antonio Di Benedetto. En esa travesía de 45 días que la llevó de Buenos Aires a Asunción, Lucrecia conoció a Zama (1956), la primera de la llamada «trilogía de la espera» del mendocino. Una novela que, dado el tinte existencialista, es a menudo comparada con El Extranjero de Albert Camus, aunque cabe decir que Di Benedetto siempre se mostró bastante alejado de las corrientes de su época.

Zama narra las vivencias de un funcionario público en el siglo XVIII, don Diego de Zama, que se encuentra en Asunción del Paraguay esperando un ascenso que le permita ser trasladado a Buenos Aires. Alejado de su esposa y sus hijos, Zama pasa sus días carentes de sentido sucumbiendo ante los impulsos sexuales que parecen humillarlo.

El mexicano Daniel Giménez Cacho es quien se pone en la piel de este antihéroe, el corregidor, “el que hizo justicia sin emplear la espada”, como bien exclama su voz interior personificada por uno de los niños del relato. Giménez Cacho representa la figura del burócrata narcisista a través de los marcados silencios, su mirada taciturna y una cruda indiferencia. Pero también vemos reflejadas sus contradicciones, la necesidad de significar algo para otra mujer y la absurda esperanza de ser reconocido por su decadente entorno.

La película recrea de modo sorprendente los últimos años de la colonia española, con una puesta en escena y vestuarios profundamente realistas. En el caso de la banda sonora, ésta se encuentra compuesta fundamentalmente por ruidos autóctonos y voces en off, que hacen las veces de narradoras.

El paisaje es indudablemente un personaje más de la historia. El calor irritante que se evidencia en las ropas sudorosas de los mulatos que apantallan a señoras europeas, la vegetación y la fauna de esta selva hostil y el río, aquel que separa a Zama de una existencia trascendental, dan cuenta de ello. Martel hace aquí un gran trabajo otorgándole a estas tierras formoseñas y correntinas todo un concepto del vacío y lo inmóvil.

Podemos afirmar que, en sintonía con la filmografía de Martel, se trata de una experiencia sensorial hipnótica que sumerge al espectador en esa atmósfera de pesadumbre, de inquietud, siempre partiendo de la subjetividad del protagonista.

A medida que avanza la cinta, el deterioro de Zama se hace cada vez más notable y las secuencias finales nos ofrecen un enfrentamiento casi alucinatorio donde el villano Vicuña Porto (Matheus Nachtergaele), un bandido que pone en jaque a la Corona Española, toma el control de su destino.

Zama es una apuesta arriesgada y poco convencional para el cine latinoamericano. Una epopeya que recuerda a los filmes aventureros de Werner Herzog (salvando las distancias, por supuesto). La crítica internacional ya la ha colocado en un lugar prestigioso y se espera que aquí cause un impacto similar entre los cinéfilos devotos de los mundos abstractos y misteriosos de esta directora con lenguaje propio.