Yo soy Tonya

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

En el repertorio de los incontables ciudadanos que comulgan con la quimera del éxito, valor absoluto de una sociedad como la estadounidense, Tonya Harding intentó resplandecer en la sección deportes. Según informa el filme de Craig Gillespie, después de luchar por todos los medios para ser la número uno del patinaje artístico, hoy se adjudica a sí misma un título que poco tiene que ver con los entrenamientos: en la actualidad dice ser una buena madre.

Tal proeza vincular se entiende gracias a la madre de la protagonista, un personaje que parece inspirado en Violencia Rivas, esa criatura desinhibida concebida por Capusotto y Saborido, capaz de maltratar a su hija debido al descontrol de sus nervios. La madre de Tonya puede lanzar un cuchillo a su hija o describirla como “una lesbiana sin gracia” (y también tiene un loro doméstico que se planta en su hombro izquierdo y tiene la pinta de ser un bicho de utilería). Madre terrible la de Tonya, una frustrada camarera que quiso transformar a su hija desde los 4 años en la mejor patinadora estadounidense.

En efecto, la historia empieza a esa edad de la protagonista y se detiene a sus 23 años. La deportista jamás pudo deslizarse sobre el hielo en otra geografía que la de su país. Los Juegos Olímpicos eran el gran objetivo, ser una celebridad era su vocación. Sin duda, observar a Harding es una recompensa que prodiga el filme, narrativa y formalmente: cuando la joven gira por el aire a una velocidad sorprendente y retoma la superficie como si nada hubiera pasado, el placer es una conquista de todos. A Gillespie le permite componer coreográficamente sus planos, a la actriz-personaje justificar sus esfuerzos y al público admirar las proezas de un cuerpo tosco estetizado por horas de entrenamiento para desafiar la gravedad y delinear en el movimiento alguna figura pletórica de hermosura.

El patetismo generalizado en el relato no significa que Gillespie haya asumido un tono condescendiente con sus personajes. Todos los protagonistas pertenecen a la diezmada clase trabajadora estadounidense, la que votaba a Reagan unas décadas atrás y ahora al bufo de Trump. El énfasis puesto en señalar que la razón del fracaso de Harding tiene más que ver con sus modales ordinarios y la pertenencia de clase de los protagonistas es lo que define la perspectiva desde donde se ejerce una crítica al orden simbólico que distribuye y dota de significado a los lugares de todo individuo en una sociedad. Sucede que un tono ligero predomina, a tal punto que el retrato de Harding y su mundo tiende más a la sátira que al drama. Es un problema de registro dramático, el cual se verifica especialmente cuando la violencia de género resulta determinante en la trama.
De Yo soy Tonia se imponen las interpretaciones, algún que otro plano secuencia para filmar los interiores, la atinada selección de temas musicales de la época y casi todas las escenas de patinaje. El escollo mayor del filme reside en conformarse con el lugar común del esbozo sociológico y la sustitución del drama por un heterodoxo costumbrismo matizado con dosis de comedia.