Yo, Sandro

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

La voz gitana

Yo Sandro (2018) desanda la vida del ídolo musical Roberto Sánchez, desde un repaso sobre algunos acontecimientos narrados en off y en primera persona por el propio cantante, a partir de un registro inédito y exclusivo.

Sandro, que este año ha vivido con el lanzamiento de Sandro de América. La Serie (2018), de Israel Adrián Caetano, un libro y varios CD’s, encuentra en este documental la reafirmación de mito a partir de sus propias palabras.

Mezclando estilos y materiales, el realizador Miguel Mato (Haroldo Conti: Homo Viator) se nutre de una grabación periodística para ilustrar el devenir de una figura popular que además de posicionarse desde el éxito casi inmediato con su música, hizo del culto a sí mismo y el cuidado de la imagen, un estilo de vida.

A los retazos de momentos que Mato decide ficcionalizar, como por ejemplo la anotación en el registro civil con un nombre que no pudo ser, pero que luego signó su carrera como aquel “gitano”, a aquella época en la que repartía damajuanas puerta a puerta tirando de un viejo y destartalado carro, se suman imágenes capturadas por el propio Sandro, de sus viajes, casa, giras, recitales, que lo configuran de una manera especial y diferente.

La particularidad de ese registro, acompañando e ilustrando la narración en off, dotan de un verosímil diferente al documental, es el propio artista el que desarrolla el relato y el que cuenta el proceso hacia el estrellato que vivió, Mato lo sigue cual lazarillo, al configurar la estructura clave de la película.

El repaso de su carrera cinematográfica, los testimonios inéditos de José Luis Rodriguez y Lucecita Benítez, dos cantantes que fueron marcados a fuego por el ídolo, el plus que agregan las “nenas” con audios en los que destilan pasión y fanatismo, son también materia prima para posicionar la figura por encima del producto.

Además, por un procedimiento discursivo, el cine comienza a hablar del soporte cuando las imágenes refieren a las giras, marcadas por detalles de momentos de relax en medio del trabajo y que ejemplifican su necesidad por dejar grabados todos sus pasos.

Sandro se sumerge en una pileta, mira a cámara, nada, se tira de nuevo, sonríe, su carisma desborda en grabaciones caseras y Mato las incluye para reafirmar la fuerza de una figura que necesitaba del otro para completarse como estrella.

A la sombra de la serie, Yo Sandro pareciera convertirse en un metadiscurso de dicho producto, confirmando algunas escenas de la misma, como por ejemplo la mítica grabación que Sandro realizó en “cueros”, o el momento de inspiración de alguna melodía, o principalmente, la explosión de los shows en vivo que caracterizaban al intérprete.

Su principal virtud está en recuperar la figura desde la voz, en manejar sin tapujos la necesidad de subrayar algunos momentos con simplemente armar clips de películas, shows, o el registro de imágenes fotográficas del archivo personal de Sandro.

El mito en Yo Sandro revive, se potencia, y en la intervención del propio artista como vector del mismo, se configura un producto ideal para fanáticos, que prefiere enunciar a juzgar su cercanía inevitable con el músico desde su propia voz.