Yo no me llamo Ruben Blades

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Pequeñas historias que hablan de grandes cosas

Asociar el nombre de Rubén Blades con un solo aspecto de la cultura escrita con letras mayúsculas es sumamente reduccionista porque el talento de este músico panameño, sus letras y su compromiso como artista más que otra cosa no solamente lo ubica dentro de la escena musical latina como uno de los indispensables referentes, sino que opaca varios aspectos de su vida relacionados con su arte como por ejemplo sus frustradas aspiraciones políticas de hace unos años en un momento bisagra de la coyuntura regional, o su entrega a causas sociales que muchas veces podrían ir en contra de intereses mayores.

El documental de Abner Benaim le otorga la palabra al panameño y también en cierto sentido la dirección o el rumbo a tomar entre su propia historia desde la música, su afición por los cómics o en el terreno de la intimidad una paternidad muy tardía que genera arrepentimiento y sabor amargo en él.

La calle y el paseo a pie sin ningún maquillaje de puesta en escena es el principal atributo de Yo no me llamo Rubén Blades. El segundo atractivo no pasa tanto por el recorrido del cancionero -también es con sus canciones ese viaje- las anécdotas que va compartiendo el creador de Pedro Navaja, sin lugar a dudas su caballito de batalla y de identidad con su manera de cantar y narrar esas pequeñas historias que hablan de grandes cosas.

Dice Rubén Blades en un segmento que cuando uno tiene más pasado que futuro es hora de dejar algo para trascender y es por eso que un testimonio audiovisual como éste aproxima al público con una más que interesante experiencia de vida; deja manifiesta la coherencia, convicción y honestidad brutal de un verdadero artista, que si bien por momentos mira hacia el pasado con esa cuota de melancolía puede producir nuevas ideas y pensamientos en el futuro con un presente no apto para salseros inteligentes como lo define Sting y menos todavía para los tibios de corazón y músculo, que repiten estribillos pegadizos y bailan sin ritmo ni swing con millones de visualizaciones por minuto.