Yo, mi mujer y mi mujer muerta

Crítica de Gretel Suarez - Visión del cine

Se estrena la coproducción española-argentina Yo, mi mujer y mi mujer muerta, comedia dramática del director Santi Amodeo.
Oscar Martínez encarna a Bernardo (63), un arquitecto y profesor universitario reconocido de la ciudad de Buenos Aires y bastante conservador. El film inicia en una casa de sepelios donde Bernardo y su hija Eli (Malena Solda) eligen ataúdes mientras discuten sobre la decisión tomada por Cris de ser incinerada y llevada a las costas del mar en España donde, un mes al año, visitaba a su hermana. Éste se niega a cumplir con el propósito de su esposa y la entierra porque no comprende que quiera descansar en paz tan lejos de ellos dos.

A medida de que pasan los días, sobre todo las noches, Bernardo comienza a verse conflictuado entre los recuerdos que le ofrece la oscura casa en la que habita pero, una de esas noches, recibe la noticia de que la tumba de su mujer fue profanada, es ahí cuando emprende un viaje a España para hacerle frente al deseo de su mujer.

Desde aquí la película comienza a transformarse en una road movie, en la que el protagonista no sólo lidia con llevar un duelo hacia adelante sino que, a través de indicios encontrados en unas cartas ofrecidas por su cuñada, irá descubriendo, gracias a la ayuda de los personajes de Abi (Carlos Areces) y Amalia (Ingrid García Jonsson), que posiblemente la relación que creyó vivir junto a ella, durante toda su vida, no era tal como la imaginaba.

Desde el punto de vista de la realización, las piezas audiovisuales encajan tratándose de una simple comedia, sin embargo el desarrollo del relato presenta zonas pantanosas. Los personajes de Abi y Amalia cumplen de manera literal la función de acompañar y ayudar al protagonista en la resolución de su conflicto, la búsqueda de la verdad sobre su difunta esposa y nada más. Es decir que una vez que Bernardo deja de necesitarlos, estos desaparecen de la historia como por arte de magia. Dejando inconclusas las subtramas abiertas hasta el momento, como la planteada por Abi y su pedido de ayuda en relación a salvar su trabajo en la inmobiliaria, situación que fue remarcada en varias escenas de la película, por lo que uno como espectador se queda esperando esa devolución de gentileza, o no, por parte de Martínez que nunca llega.

Desacertadamente el director ha tomado la decisión de construir a sus personajes a través del dialogo. Donde ellos dicen quiénes son, a qué se dedican o incluso qué les sucedió, en vez de contarnos todo eso haciendo uso de las herramientas cinematográficas. Por ejemplo, cuando Bernardo de la nada recibe un golpe seco y sorpresivo en el barco, la explicación del suceso está dada en la escena siguiente donde Abi, haciendo uso otra vez del diálogo, nos cuenta qué pasó. Estos recursos de literalidad sacan profundidad a los personajes dejando ver las herramientas técnicas utilizadas por los guionistas para la construcción misma del relato.

La comedia se desarrolla haciendo uso de cierto humor que atrasa, como las burlas violentas innecesarias hacia los gays y hacia los cuerpos de belleza no hegemónica mostrados en la villa nudista. ¿Bernardo es un personaje que podría actuar de esa manera en dichas circunstancias? Sí, aunque una cosa es el punto de vista del personaje y otra la puesta en escena que avala. He ahí la escena de la actriz Ingrid García Jonsson (Amalia) durmiendo en el camarote. Se siente tan forzada y reforzada e insistente, que termina rozando el mal gusto, ubicando al personaje interpretado por Martínez en un lugar totalmente alejado de la historia que se encuentra contando.

El final deja la sensación de que el personaje de Bernardo nunca entendió nada. Spoiler Alert! Tira las cenizas de su mujer a una pileta con agua estancada y podrida de una casa que ella compró en España para irse a vivir definitivamente lejos de él. Entonces el protagonista termina no cumpliendo, por segunda vez, con ese deseo de ella de descansar en paz en el mar. ¿Es un desprecio? ¿Una venganza? De cualquier manera no hay mirada positiva que valga. Ese es el hogar elegido por ella sí, pero, en algún momento, a esa pileta la volverán a limpiar ¿Entonces? ¿Esa mujer desaparecería por las cañerías? Ese es el destino elegido por los vivos a los muertos queridos (?).

Nuestro protagonista se descubre y admite débil y aunque su discurso final siga reafirmando que «vivió la mejor vida», las contradicciones no hablan de la complejidad del personaje, de su ambigüedad ni de una ironía, sino, más bien, de una mala construcción de personaje en aras de las buenas intenciones y los mejores mensajes.

Una comedia que no hace reír y que deja más dudas que certezas en lo que se refiere al guion.