Yanka

Crítica de Fernando Sandro - Alta Peli

Raíces populares

No es fácil hacer cine infantil fuera de las esferas de las grandes producciones de Hollywood. A las problemáticas habituales de contar con otros niveles de presupuesto, se le suma repensar cómo llegarle al target adecuado. Un público acostumbrado al bombardeo de consumo extranjero, con un estilo muy propio y neutralizado. La ecuación es: ¿se cede a intentar hacer películas con el  estilo impuesto, o se sigue intentando crear un sello propio?

Al cine argentino, que avanza a paso firme dentro del cine de género, todavía le cuesta el cine infantil y adolescente, intentando resolver la dicotomía entre el copiar y ser fiel a nuestra cultura. Una muestra de ello es Yanka y el espíritu del volcán.

Realizada en 2014, Yanka y el espíritu del volcán es un intento por acercar la mitología de nuestros pueblos originarios a un film para el público amplio. Más específicamente, la mitología mapuche. Ya de por sí esta intención es de valorarse.

Para encontrar un antecedente inmediato (Patoruzito no cuenta) habrá que remontarse a casi veinte años atrás con esa rareza que fue El secreto de los Andes, o la mezcla retrofuturista de Cóndor Crux. En menor medida, el año pasado Mi mamá loraincursionaba aleatoriamente.

Por esta simple razón, Yanka y el espíritu del volcán representa todo un desafío en sí  mismo.

Aventuras en Copahue

Yanka (Maite Lanata) es una adolescente de trece años en crisis desde el momento en que su padre (Gastón Pauls) decide casarse con una nueva mujer (Laura Azcurra). El temor a que se pierda la memoria de su madre (Aymará Rovera) la conflictúa y comenzará a tener una serie de sueños en los que parece que está la llama.

Yanka decide responder a ese llamado, se escapa del casamiento y viaja junto a su abuelo (Hugo Arana) hasta Copahue, en donde el llamado se hará aún más fuerte.

Allí, ellá descubrirá la verdad sobre su madre y el collar con tres piedras que le regaló. Su madre desapareció en el bosque de Copahue, y Yanka está convencida de que aún puede estar con vida.

Abello plantea un viaje iniciático para una protagonista que cada vez se va sintiendo más parte del lugar; y a su vez, debe sortear todo tipo de dificultades. Habrá aliados y enemigos. Kú (Juan Palomino) será el enviado por Pillán –representado como una masa de fuego– para frenar los planes de Yanka, aunque este mismo parece más obligado que convencido a hacerlo.

Lihuén (Ezequiel Volpe) es un adolescente cuyo propósito al inicio es distraerla, pero terminará ayudándola; y Chucao (Enrique Dumont) será el duende de bosque con buena fe, pero embustero.

No es difícil encontrar paralelismos en la historia de Yanka y el espíritu del volcán con Laberinto de Jim Henson. Desde la primera escena en la que veremos a Yanka con un vestido lleno de tules y volados, se huele la inspiración, que nunca pasa de ser eso: un punto de partida para hacer su propio camino.

Abello le imprime el suficiente ritmo al relato, pero sabemos que esta propuesta apunta a un público menor a la mayoría de edad, sin necesidad de abusar de los chistes, ni de referencias a la cultura actual (más allá de una banda sonora algo intromisiva, suerte de folclore rockero).

Peleando contra el presupuesto y algo más

No se puede negar que Yanka y el espíritu el volcán haya tenido buenas intenciones. Pero constantemente se la ve peleando contra determinadas limitaciones que exceden sus ambiciones.

Si bien se ambienta en la actualidad, Yanka y el espíritu del volcán parece más de una vez un film hecho hace treinta años. Con escenarios naturales abiertos, variado diseño de vestuario y diálogos de estructura clásica –que parece hablarle a los jóvenes de esa época más que a los actuales–. Al contrario de perjudicarla, este clima la favorece; y cada vez que se arrime más a un estilo actual (como en los FX digitales) es cuando más flaquezas mostrará, o más impostado suene su tono.

Por último, hay determinados errores (continuidad, verosimilitud) que se hacen algo difícil pasar por alto.

Yanka y el espíritu del volcánparte de una buena idea, buenas intenciones, y el fin noble de acercar lo autóctono a un público acostumbrado al consumo extranjero. Las limitaciones que complican su propuesta ambiciosa y varias fallas indisimulables opacan un resultado final promisorio.