X-men: Primera Generación

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Antes de que fuéramos superhéroes.

Para el pasado nada de pisoteos. Al menos de parte de los creadores de X-Men, que después de cuatro adaptaciones del famoso cómic vuelven el tiempo atrás para contar la historia de la primera generación de estos míticos superhéroes. La película muestra la estrecha y sincera relación que unía a Charles Xavier y Eric Lehnsherr (antes de que fueran Professor X y Magneto y de convertirse en enemigos) y, a su vez, la forma en que cada miembro de los X-Men tuvo que superar los obstáculos de sus propias inseguridades y dudas antes de llegar a ser el superhéroe que hoy conocemos. Casi como cualquier adolescente (casi, porque “adolescente y mutante” denota, quizás, otras cosas), los personajes evolucionan en gran parte de la película a través de acciones mentales: dudan, cambian de opinión y de grupo, luchan contra sus mismas limitaciones y las que les imponen los demás. Aspecto fundamental que se relaciona con una idea general que subyace y da sentido a esa forma de acción: la lucha del ser, diferente en algún aspecto, por afirmarse en la sociedad.

Hoy, casi ochenta años después del (en ese momento) escandaloso film Freaks del director norteamericano Tod Browning, la esencia en X-Men: Primera generación sigue siendo la misma que la de aquella película en la que los freaks eran personajes con defectos físicos y/o mentales relativamente comunes que luchaban por que los aceptaran. Al fin y al cabo, los X-Men vendrían a ser como los freaks de los tiempos cinematográficos modernos: solitarios, apartados y también físicamente defectuosos, aunque un poquito (apenas) menos humanos que los otros. Esto es algo de lo que Vaughn plasma en esta nueva entrega y que resulta sumamente enriquecedor: la esencia del freak por sobre todo, y la lucha por superar sus desventajas.

Para poder definir mejor esta primera naturaleza del superhéroe y a través de la alusión (y por qué no, el homenaje) aparecen nombrados ciertos personajes, famosos y sustancialmente freaks, que fueron llevados en algún momento al cine, tal es el caso de Frankenstein o de Dr. Jekyll y su inseparable enemigo Mr. Hyde. Eso sin contar la influencia reconocida por los mismos realizadores de líderes como Malcolm X o Martin Luther King que parece dilucidarse con claridad en la escena inmediatamente posterior a la muerte del integrante afroamericano de esta primera generación (y llamado Darwin, sospecho, no casualmente) en la cual los superhéroes restantes deciden seguir adelante, aunque mas no sea para vengar la muerte del fallecido X-Men.

Esos personajes populares presentes en algunos diálogos terminan por definir y aunar la principal característica de esta precuela acerca de los comienzos de los X-Men: el recorrido a través del superhéroe siguiendo el hilo de sus debilidades. La fortaleza titubeante –sobre todo en el final– del profesor Charles Xavier (a cargo del nunca desapercibido James Mc Avoy), el rencor desbordante de Eric (un genial Michael Fassbender) o la inseguridad de Raven (la bella y prometedora Jennifer Lawrence) conformados en un grupo humano (o casi humano) como tantos otros, pero con la decisión de hacer de sus diferencias o aparentes defectos una ventaja y una virtud. El gran Robert Louis Stevenson dijo una vez que lo santos son, en realidad, pecadores que siguieron adelante. Quizás no haga falta aclarar qué eran los jóvenes mutantes antes de convertirse