X-Men: Dark Phoenix

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Reconocido guionista y productor con múltiples antecedentes en la saga de X-Men, Simon Kinberg debuta en la dirección con esta película que, si bien cuenta con la presencia de estrellas como James McAvoy (el profesor Charles Xavier), Jennifer Lawrence (Raven), Michael Fassbender (Magneto) y Jessica Chastain (una alienígena que constituye la malvada de turno), tiene como protagonista incluso desde el título a Phoenix (Sophie Turner, la Sansa Stark de Game of Thrones).

Nacida como Jean Grey, ella sobrevive a un accidente automovilístico en el que muere su madre y, a los ocho años, termina en la escuela para niños prodigio que dirige Charles Xavier. Tras ese prólogo, la acción salta a una misión en el espacio en la que ella (ya adulta) termina absorbiendo una cantidad de energía cósmica inusitada que la convierte en la mutante más poderosa. Es precisamente esa fuerza descomunal, inmanejable (como una suerte de versión femenina de Bruce Banner-Hulk), la que la hace dudar respecto de su lugar en el mundo y la convierte en el objetivo predilecto de unos extraterrestres invasores.

En el cierre de esta saga de superhéroes que ya lleva casi dos décadas se abordan cuestiones como las contradicciones íntimas, las diferencias generacionales, las dificultades de integración para los “distintos” (los mutantes pasan de ser celebridades adoradas por el poder a un riesgo para la seguridad pública) y hay un festival de sofisticados efectos visuales, alguna muerte importante para no ser menos que Avengers: Endgame (no vamos a spoilear) así como escenas ambientadas en, por ejemplo, Nueva York y París.

El resultado, sin ser para nada brillante, es bastante digno. La película no pretende ser demasiado cool, no hace un culto de la nostalgia (a pesar de que buena parte transcurre en 1992) y va a lo seguro. No será demasiado sorprendente, es cierto, pero entretiene y convence.