Wifi Ralph

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Que segundas partes nunca fueron buenas es un prejuicio que suele tener adeptos, y también, es ciertamente verificable en los hechos. Pero hay excepciones en las que el talento puesto en función de esa idea que fue original se expande y la mejora.

OK, en el mundo de la animación se las cuenta con los dedos de una o dos manos -y eso que los personajes suelen tener cuatro y no cinco dedos-, pero Wifi Ralph pasa a integrar ese minúsculo lote.

Las amistades son más o menos así, cuando son sinceras y de corazón. Para uno, el otro puede ser como un héroe. Ralph y Vanellope pertenecen a un mismo universo, el de los videojuegos. Y mientras uno prefiere lo seguro, la otra desea extenderse más allá de los límites, no sólo del juego Sugar Rush, sino del Arcade donde están, digamos, “contenidos”.

Así que cuando el volante del videojuego se rompe, la excusa de ir por uno nuevo es más que suficiente.

Y si Ralph, el demoledor se metía en el mundo de los videogames y hasta los parodiaba, Wifi Ralph es como, sí, un meme de Internet.

Hay algo de diversión irreverente entre este malvado redimido (Ralph era el villano de un videogame, y quiere ser el bueno) y esta inadaptada.

El origen de la nueva aventura es la aparición de un enrutador de wifi en el lugar de juegos de Litwak. Hay que ir a buscar aquella pieza del juego, que es carísima –todo lo “viejo” y/o vintage, sabemos, lo es- antes de que Litwak, el dueño del local, se decida a desconectar para siempre el juego.

Al margen o dentro de la historia misma, está la idea de ver a Internet como una ciudad -Rich Moore, el codirector, lo fue de Zootopia, una ciudad de animales- un mundo en sí mismo (cómo en Ready Player One, de Spielberg, que era también un juego en el cine), y cómo la usamos, nos influye y/o alegra o altera a partir de las interacciones de las redes sociales.

Que Ralph pueda ser, o llegar a convertirse en un virus informático y. mejor, cómo las historias virales sean un mero escapismo más que un símbolo de comunicación, también son lecturas posibles siempre en tono humorístico, claro.

Porque los momentos emotivos están prácticamente reservados a la relación entre el villano reformado y Vanellope.

Párrafo aparte para lo bien que se ve, el regocijo que visualmente ofrece Wifi Ralph, y para la escena en la que la niña, cuyo físico parpadea cuando está por meterse en problemas, se encuentra con todas -sí, todas- las princesas de Disney.

El intercambio de ideas, los puntos o no en común (“no conozco a mi madre” “nosotras tampoco”) hacen de esa secuencia una de las más logradas de esta película que, sí, es mejor que la original.