Wakolda

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Un misterio oculto en parte de la historia argentina, la perversa relación entre un adulto y una menor, una trama de espionaje, la reacción de un pueblo ante la llegada de un sospechoso extraño; todos estos son los elementos que maneja Lucía Puenzo en “Wakolda”, basada en una novela escrita por la misma directora publicada tiempo atrás. Todas temáticas atrapantes, intensas, que permiten a priori profundidad en el relato, aunque a la hora de la concreción cinematográfica, esto no sea tan claro y fluido.
Un doctor alemán (Alex Brendemühl) llega al Sur de nuestro país y se relaciona de inmediato con una familia, la de Enzo y Eva (Diego Peretti y Natalia Oreiro), y en especial con Lilith (Florencia Bado) la hija de doce años con problemas de desarrollo. Este hombre los acompaña en un viaje por la ruta, se inmiscuye cada vez más en la mecánica del grupo familiar, y al llegar a Bariloche, a regañadientes de Enzo, es aceptado como primer huésped de la hostería que el matrimonio intenta reabrir.
Claro, estamos en 1960, y ese doctor no es uno cualquiera, es Josef Mengele, conocido médico genetista adepto al régimen nazi sobre el que se tejieron y tejen todo tipo de mitos, en especial sobre su ocultamiento en América Latina, entre otros lugares, la Patagonía. Mengele se oculta en la zona al igual que otros tantos nazis, es más, arman una comunidad (casi) secreta que les es propia, en donde se habla y se enseñan los dos idiomas, y en donde no parece haber mayores cuestionamientos. Ahí, Mengele “seduce” a todos, desde la niña con la que se obsesiona con experimentar sobre sus complicaciones de desarrollo, Eva con un embarazo complicado a cuestas y un pasado nazi que ayuda a “aceptar” y consentir la relación de Mengele con su hija, y hasta el ambiguo personaje compuesto por Elena Roger, una “cazadora” de nazis (quizás) enamorada de su posible presa.
A la manera del Leland Gaunt de Max Von Sidow en “Tienda de los deseos malignos”, todos caen ante la aparente simpatía de un ser que detrás esconde un rostro perverso. El único que parece advertirlo es Enzo, a quien el visitante no alcanza a seducir, a pesar del esfuerzo que hace para lograrlo... Puenzo comienza el film con intrigas mayores, ubica las fichas necesarias para crear las expectativas de algo grande.
Pero todos los elementos con los que contaba el argumento se diluyen más rápido de lo esperado. Más allá de un excelente trabajo en fotografía y rubros técnicos, así como una banda sonora acorde e interpretaciones sólidas, el interés por la historia no se sostiene, y rápidamente cae en la rutina de seguir al personaje central en sucesivos momentos de mayor o menor relevancia.
Los personajes de Eva y Enzo no tienen el peso necesario en la historia, muchas de sus decisiones no parecen lógicas por el enfoque que el guión marca en sus roles. Lo mismo sucede con los cazadores de Roger y Guillermo Pfening quienes lucen contenidos, gélidos y no logran trascendencia en el relato, a pesar de que la tienen (dominan el lugar, en la práctica).
Así como los personajes, la autora también parece enamorada de aquel ser siniestro hombre, y hacer girar todo alrededor de su figura, lo cual tal vez no permite profundizar en otras subtramas del relato que no terminan por despegar. No siempre abarcar más es hacer algo grande, y “Wakolda” pierde fuerza al querer tocar varias aristas con igual nivel de llegada y a diferencia de films como “Apt Pupil” (que transmitían un real pavor por quien se mostraba como amigable), podría decirse que toma una postura distante, de no juzgamiento; correcto desde lo moral, pero que termina enfriándola (acorde con el hermoso paisaje patagónico que ofrece de fondo).