Vox Lux: el precio de la fama

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Pop vacuo prefabricado

En Vox Lux (2018) el norteamericano Brady Corbet, en esencia un actor reconvertido en director y guionista y aquí entregando su segunda película detrás de cámaras, reproduce el esquema de su ópera prima The Childhood of a Leader (2015), léase un andamiaje narrativo de naturaleza episódica y algo lúgubre basado en segmentos más o menos interconectados a nivel temático y en lo que atañe a los personajes en general: así como antes teníamos el retrato de la niñez de un caudillo fascista durante las postrimerías de la Primera Guerra Mundial y la firma del Tratado de Versalles, hoy tenemos otro ego que nace del dolor y se va desarrollando de manera malsana, específicamente el de Celeste (Raffey Cassidy de adolescente, Natalie Portman en su faceta adulta), la sobreviviente de una masacre en un colegio que se transforma en un ícono del pop industrial prefabricado.

El responsable de matar a una profesora, sus compañeros y hasta sus propios padres es el joven psicópata Cullen Active (Logan Riley Bruner), quien un buen día decide cargarse a todos y luego suicidarse en la escuela secundaria de turno. Celeste, que asistía al mismo curso que el victimario, sobrevive a la ráfaga de la ametralladora de Cullen pero queda muy malherida y en el velatorio masivo -rodeada de una multitud de representantes de los medios de comunicación- tiene la idea de entonar una canción que compuso junto a su hermana mayor Eleanor (Stacy Martin), lo que derivará de inmediato en catalizador de un contrato discográfico y una carrera musical muy exitosa al amparo de su manager (Jude Law) y su publicista (Jennifer Ehle). La primera parte abarca la carnicería y el período adolescente de la protagonista, 2000/ 2001, y la segunda una adultez centrada en el 2017.

Convertida en una veterana del negocio, Celeste se transforma en una artista paranoica, narcisista, promiscua, drogadicta, soberbia y con una mala relación tanto con su hija Albertine (Cassidy de nuevo), a la que tuvo siendo una jovencita, como con su hermana, a la que basurea a más no poder y no le da ningún crédito por ser la principal compositora de su repertorio y por haber criado a Albertine; a lo que para colmo se suma que viene de un escándalo judicial/ mediático por atropellar a un peatón, insultarlo con apelativos raciales y tener que arreglar todo el asunto con un acuerdo de 13 millones de dólares para la víctima. En la previa de un mega concierto en un estadio con ánimos de revancha/ autoafirmación, un aparente grupo de terroristas dispara a mansalva en una playa de Croacia -matando a 14 personas en total- mientras vestían máscaras de un famoso videoclip de Celeste, Hologram.

Corbet recupera con inteligencia ingredientes varios del acervo arty furioso -cercano a Stanley Kubrick, Michael Haneke y Gaspar Noé, entre otros- como esa escena semi completa de créditos del inicio, inserts ominosos contextualizadores con música a todo lo que da, cámara rápida para determinados momentos descriptivos, una profusión de tomas fijas y/ o largas secuencias dialogadas, cortes repentinos que instauran cierta violencia retórica, y en especial una narración muy literaria y florida a cargo de un Willem Dafoe en off que logra lucirse aportando datos que terminan enfatizando el sustrato paródico de la segunda mitad de la trama, suerte de contracara de la tragedia y la inocencia del primer capítulo, cuando esta adalid de la “sinceridad dolorosa” aún no había sido atrapada por las fauces de la corrupción más bobalicona del espectáculo inofensivo/ castrado para las masas.

Por supuesto que el realizador no está descubriendo la pólvora en eso de subrayar que hablamos de productos oportunistas de la industria cultural pensados al dedillo y siempre en función de una retroalimentación sadomasoquista con la prensa amarilla y un público infantilizado y tan vacuo como la intérprete, no obstante Corbet consigue superar el trasfondo previsible del comienzo, sustentado en la púber dando sus primeros pasos en el negocio de la música, con la aparición de una en verdad despampanante Portman que sabe moverse -desde una destreza y una sublime naturalidad- en la frontera entre la tragedia y la comedia negra implícita sin saltar de cabeza en esta última en ningún momento. Es precisamente por esa hora final, y por los interesantes intercambios que la protagonista mantiene con su entorno de lambiscones, que Vox Lux levanta la puntería y sin duda logra convertirse en un pantallazo limitado aunque atractivo alrededor de los engendros egoístas, ciclotímicos y autodestructivos que suele generar el capitalismo actual del entretenimiento.