Volver a Boedo

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Amor al club y pertenencia barrial

El film de Sergio Criscolo da cuenta del sentimiento de los simpatizantes y su lucha para volver a su lugar histórico.

Pocas veces el fútbol argentino dominó la agenda pública, mediática y social como durante noviembre y los primeros diez días de diciembre. La bola de nieve empezó a crecer cuando se confirmó que Boca y River jugarían la final de la Copa Libertadores, y luego aumentó de tamaño hasta niveles astronómicos, aunque con lo estrictamente futbolístico relegado por promesas de público visitante, piedrazos, sucesivas postergaciones, reclamos de un equipo y de otro, acusaciones de traición y la mudanza del último partido a Madrid. En este contexto se estrena Volver a Boedo, un documental que borra –al menos simbólicamente– algunas de las tantas manchas estampadas en la pelota centrando su atención en el sentimiento más puro y genuino de hinchas comunes y corrientes, ciudadanos y ciudadanas de a pie unidos por un amor incondicional a su club y, sobre todo, a lo que éste implica. O al menos debería: un punto de encuentro, un enclave de contención, un pilar fundamental del sentido de pertenencia barrial. Todo eso que a los seguidores de San Lorenzo les sacaron, y que cada vez están más cerca de recuperar. 

La referencia del comienzo al duelo bíblico entre David y Goliat es tan obvia como pertinente, además de una toma de posición sobre lo que se narrará a continuación. Sin ninguna intención de esconder su sentir cuervo, el director Sergio Criscolo se remonta hasta principios del siglo pasado para sobrevolar los orígenes del club y luego aterrizar en un registro pormenorizado de la historia del Viejo Gasómetro, aquel estadio demolido después de que la última dictadura militar obligara a San Lorenzo a vender los terrenos a precios irrisorios para una serie de negocios inmobiliarios que terminaron con la construcción del hipermercado que funciona hasta hoy. El equipo pasó más de una década jugando de local en distintas canchas, hasta que en diciembre de 1993 volvió a tener un estadio propio en Bajo Flores. Un estadio que no muchos quieren, pues se sienten igual de visitantes que antes. Ese sentir motivó la creación de la Subcomisión del hincha con miras a regresar al barrio del que, piensan, no deberían haberse ido nunca.

Tan clásico en su formato de cabezas parlantes como ordenado a la hora de la exposición informativa, Volver a Boedo tiene todas las voces que un documental sobre este tema debería tener. Las de aquéllos que recuerdan partidos vistos desde los tablones de madera y las de algunas viejas glorias azulgranas -incluida la de un inesperadamente sensible José Sanfilippo-están teñidas por una nostalgia que Criscolo comparte pero no abraza. Sí está más interesado en la de quienes han hecho de su pasión un motor creativo (el poeta y escritor Fabián Casas; el periodista político Pablo Calvo) y, desde ya, en la más importante de todas las voces, la de uno de los hermanos que se embarcaron en la aventura de presentar un proyecto en la Legislatura -la primera vez que un proyecto presentado por un vecino adquiere estado parlamentario, según se dice- que abrió paso a una negociación formal para la recompra de los terrenos. Hay lugar también para el color, cortesía de un hincha conocido como “Gordo ventilador”, quien hace diez años decidió sacarse la remera y revolearla todos los partidos. Y, claro, para la emoción sincera y profunda de quienes se sienten cada vez más cerca de volver a Boedo. Una emoción que solo el fútbol, cuando es fútbol, puede despertar.