Viviendo con el enemigo

Crítica de Fernando Alvarez - Todo lo ve

Otro drama de época para la actriz Keira Knightley, protagonista de Orgullo y prejuicio; Expiación: deseo y pecado; Anna Karenina y Colette: Liberación y deseo, que la coloca en una relación tormentosa en tiempos de posguerra.

Viviendo con el enemigo ambienta la acción en la Alemania de 1946, cuando Rachael Morgan -Keira Knightley- llega en tren a Hamburgo, en pleno invierno y arrastrando el dolor de la pérdida de su hijo en un bombardeo de Londres, para reunirse con su marido Lewis -Jason Clarke, el actor de Cementerio de animales-, un coronel británico. 

Lo que prometía un reencuentro feliz pronto se transforma en una convivencia incómoda porque Lewis toma posesión de una mansión que aún sigue intacta después de los embates de la guerra. Allí vivirá con su esposa y con los antiguos propietarios: Lubert, un viudo alemán -Alexander Skarsgård- y su atormentada hija Fedra -Flora Thiemann- que lo culpa por la muerte de su madre. En esta atmósfera de encierro que arrastra el horror bélico, el cruce de personajes enciende la seducción y la traición.

Una historia de amor y desamor que encuentra logrados momentos románticos apoyados en el buen elenco y con una ambientación que muestra las ruinas de la ciudad como así también el resquebrajamiento de un matrimonio que venía estancado por la frialdad y la distancia.

La película dirigida por James Kenty producida por Ridley Scott, entrega bellas imágenes -diseño de arte y vestuario- en una trama previsibie que funciona a pesar de sus escasas dosis de acción debido a las actuaciones de Knightley y Skarsgård. 

Hay un contraste entre el frío exterior -con las secuelas de la guerra- y un interior que combustiona a partir de la atracción y la relación secreta entre Rachael y Lubert. Un triángulo amoroso entre adultos que pone en evidencia el tema de las pérdidas y un romance juvenil entre Fedra y un chico nazi oculto, que tendrá también sus consecuencias trágicas.