Viaje 2: La isla misteriosa

Crítica de Mario Zabala - Clarín

Un cine en extinción

Una película de aventuras de clase B y orgullosa de serlo.

Hace algunos años se estrenó Viaje al centro de la Tierra , un mezcladito (al estilo jarra loca) donde de forma refrescante se apretaban el actor Brendan Fraser, la potencia visual y excusa argumental de Julio Verne y una animación berreta en 3D. Cuando nadie lo esperaba, el menjunje de clase B (de berreta, pero también de bonachón) vuelve.

En Viaje 2: La isla misteriosa sale Fraser, y entra Dwayne Johnson, 132 kilos de músculos que ha demostrado un talento favorablemente maleable. Johnson es un ex luchador de catch (The Rock) que ya hizo el vía crucis Schwarzenegger (pasó de muñeco inflable de acción a realizar una película familiar donde interpretaba al… ¡hada de los dientes!). Todo para pegar un volantazo y volver al barrio de la acción sin que eso implique no poder jugar en Viaje 2 .

Es en Johnson donde se edifica la película: solo una pila de músculos con talento es capaz de sostener un filme así y hacerlo rodar, convertirlo en un pequeño y maravilloso mundo. En el filme de Brad Peyton, el rocoso es el padrastro del niño que linkea ambos filmes (el insípido Josh Hutcherson) y para ganárselo lo lleva a cumplir el sueño de todo “verniano”: ir a la Isla Misteriosa, lugar al que pueden llegar gracias a que el perdido abuelo (Michael Caine, perfecto y narcótico antídoto a los males de la galaxia) les mando in situ un mapa del asunto. Una vez en la isla (tras estrellarse, y obligando a la aventura a papá Luis Guzmán e hija Vanessa Hudgens), deberán cruzarla antes se hunda. Y listo.

Ese “y listo” viene como celebración de una película pequeña, que zumba antes que dormirse en su cast de descastados. Todos poseen el perfecto tono sardónico que un filme así necesita: la Roca hace jueguito con sus tetas y cerezas, Caine cabalga una abeja, Guzmán sobrevive a la tortura de hacer de cómic relief infantil. Es más, Hudgens, ex High School Musical , como caramelito visual da hincapié a un plano (ella, escapando en cuclillas, filmada de atrás) que da cuenta de ese salvajismo que existe en Viaje 2 .

Un imaginario simple, real pero agigantado (elefantes minúsculos, gorriones como la mayor amenaza, un hermoso diseño del Nautilus), dispuesto en cuerpos felices, conscientes, capaces de saturar de irrealidad ese mundo, pero no de quitar la aventura ni el cine. Ahí está el secreto de Viaje 2 . Una película feliz, julioverniana , rocosa, de casting y bichos cargados de cine, de una simpleza que, cuando se salva del tropezón, hace con orgullo, ideas y pasión un cine casi en extinción y necesario.