Van Gogh: en la puerta de la eternidad

Crítica de Cecilia Della Croce - Ociopatas

En la puerta de la eternidad es un film de Julian Schnabel sobre los últimos años de la vida de Vincent Van Gogh. La película se centra en el sufrimiento de un alma torturada por la enfermedad mental y por la soledad de un ser incomprendido que, paradójicamente a casi 130 años de su muerte, se ha convertido en uno de los artistas más populares y reconocibles de nuestra época. Prueba de ello es que el Museo Van Gogh el segundo más concurrido en Amsterdam, la muestra itinerante multimedia Van Gogh Alive es la más visitada del mundo, y la extraordinaria Loving Vincent, película de animación donde cada uno de los 65.000 fotogramas es una pintura al óleo realizada a mano usando el mismo estilo del pintor holandés, le rindió en 2017 un deslumbrante homenaje.

Esta biopic de Schnabel, que es también coautor del guión, constituye un nuevo tributo, basado en lo mucho que se conoce sobre la vida de Van Gogh, especialmente a través de las cartas que intercambió con su hermano Theo y con su contemporáneo Gauguin, pero pasado por el tamiz del director, que plasma su percepción del genio del artista a través de “lo que surge directamente de mi respuesta personal a sus pinturas”.

Para ello cuenta con una bella fotografía a cargo de Benoît Delhomme que recrea la paleta de colores de Van Gogh, con una expresiva dirección de arte y edición que logran transmitir al espectador la particular mirada y los estados de la mente, por momentos obnubilada y caótica del artista, encarnado magistralmente por Willem Dafoe quien le pone el cuerpo (y su extraordinario parecido físico) y el alma a este papel que mereció su primera nominación al Oscar y el premio al Mejor Actor en el Festival de Venecia 2018.

Este largometraje, que se estrena en Argentina a casi una semana del aniversario del nacimiento de Van Gogh (30 de marzo de 1853) es un testimonio póstumo, como si se tratase de una carta del director que dialoga con el artista para confirmarle que, a pesar de los cuestionamientos que sufrió en el final de sus días recluido en una institución mental del sur de Francia por ser considerado un loco, la posteridad le dio la razón y lo reconoce como un adelantado a su época, como “un pintor que pintaba para gente que todavía no había nacido”.

PD: Hay que quedarse hasta el final, ya que después de los títulos hay un bonus track: una carta de Gauguin como epílogo, con el fondo de la hermosa música de Tatiana Lisovkaia.