Una chica regresa a casa sola de noche

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Con toda probabilidad, la clase de película que atrae especialmente a los espectadores muy jóvenes, los que lo son o los que se complacen en verse a sí mismos de esa forma (eso del “espíritu joven” parece una veleidad vetusta del marketing más que la descripción precisa de un fenómeno determinado). La información que corría acerca de la película daba cuenta de algo parecido a una historia de vampiros iraní, con abundancia de citas cinéfilas, un blanco y negro depurado y la presunta libertad que se les adjudica de manera automática a ciertos especímenes cuyos trucos laboriosos en el terreno que incluye, sobre todo, el look y la banda sonora, parecerían alejarlos del peligro del anquilosamiento y, palabra maldita, la solemnidad. En principio uno no sabe qué está viendo exactamente en Una chica regresa sola a casa de noche, y eso siempre es una buena noticia. Si más que provenientes de una película iraní, los apellidos de orígenes disímiles que desfilan en los diversos rubros de la película nos hacen acordar a la Legión Extranjera, la sorpresa mayúscula de este film en apariencia tan anómalo podría estar dada por la presencia del actor norteamericano Elijah Wood como uno de los productores ejecutivos. Dejando esos asuntos enigmáticos a un lado (un enigma de origen burocrático, después de todo, que el lector interesado puede rápidamente saldar consultando la red), la película resulta no tan iraní, no tan de vampiros y no tan divertida y estimulante como parecía. La acción se sitúa en un pueblito desolado que recuerda a las afueras de Tulsa donde Coppola filmó Rumble Fish y estaba ambientada la novela de Susan Hinton del mismo nombre que le daba origen. Incluso el muchacho con jopo y camiseta metida en el pantalón que aparece ni bien empieza la película podría ser una versión de segunda mano de algún personaje salido de allí. Es decir que en realidad vendría a ser una versión de tercera o cuarta mano del joven disconforme y hastiado, al que una brecha insalvable separa de sus mayores, hijo perdido de la posguerra en los suburbios de cualquier ciudad de provincia de Estados Unidos de la mitad del siglo veinte. Así como en la película de Coppola el protagonista tenía un padre alcohólico con el que cualquier comunicación se tornaba difícil, por no decir imposible, este lo tiene heroinómano. La incomprensión entre los dos es la misma. El pueblo, de modo análogo, con sus callecitas desiertas, su opresivo ambiente fabril, su tristeza fotográfica y su rutina, no parece otra cosa que una alucinación, una creación del cine diseñada para instalar con mayor comodidad, si fuera necesario, cualquier clase de metáfora. Salvo que el lirismo seco de Coppola, su compromiso un poco infantil con los personajes y su talante caprichoso de demiurgo del cine, que decide inventarse un retorno de carácter edénico y hacer, según sus propias palabras, “una película para jóvenes”, extraían prácticamente una obra maestra de donde no había más que una novela no demasiado inspirada. Esta vez la cosa no sale del todo bien. La película de Ana Lily Amirpour no parece contar con otras cartas que la destreza de la fotografía y el regodeo ramplón con sus figuras de cartón que simulan estar inmersos en un drama en el que no creen del todo, pero del que tampoco se despegan lo suficiente. Un plano detalle de la cuchara sobre el fuego de la hornalla donde el padre prepara la heroína hace acordar a un plano muy similar de Pulp Fiction; la mujer vampiro que ronda las calles acechando a los que se portan mal se parece un poco a la chica de Let The Right One In pero adulta, y así siguiendo. La película luce como un mejunje un poco lúgubre, carece completamente de humor y parece embelesada con la idea de que la suma exótica de las partes que se pueden observar en una reseña basta para hacer un conjunto apreciable y con la fuerza suficiente como para ser digna de tanta algarabía por adelantado. Una película buena solo en los papeles, un ejemplo de cine pop globalizado digno de Sundance y una chapucería cool para hacer pinta en los festivales y verificar la existencia del capitalismo triste en Irán.