Un monstruo viene a verme

Crítica de Santiago García - Leer Cine

La visita.

Connor (Lewis MacDougall) es un niño de tan solo doce años que atraviesa toda clase de angustias y dolores. Sus padres se han separado, él es el gran aliado de su madre en la casa, pero ella tiene un cáncer terminal y día a día se deteriora su cuerpo. Su padre distante y frío, su abuela estricta y enojada con la vida por la enfermedad de su hija, un colegio donde Connor sufre bullyng, todo hace que la vida del niño sea agobiante. Hasta que el monstruo del título comienza a visitarlo. Amenazante en un principio, el gigantesco personaje promete contarle a Connor historias que prometen dejarle una enseñanza. La película transcurre entre ese universo de fantasía y la más cruda y triste de las realidades.

En esta nueva película del director español Juan Antonio Bayona se combinan sus dos características principales: Un refinado estilo visual de aires gótico como los de su obra maestra El orfanato y el gusto por el melodrama sin mucho pudor, como en su siguiente película Lo imposible. En aquellos dos films y en este, la relación de la madre con su hijo es el eje alrededor del cual giran los conflictos del film, más allá de las diferencias entre cada una de las películas. En Cuando un monstruo viene a verme lo principal es la madurez del niño que necesita despedirse de su madre. Aunque la separación de los niños de su madre es el tema principal de muchos cuentos de hadas, acá la separación es obligada por la enfermedad de ella.

Cuando un monstruo viene a verme es de una belleza visual que impacta. Bayona y su equipo consiguen conmover estéticamente. Cada uno de los relatos del monstruo así como también cada una de sus apariciones es algo memorable. Las otras escenas, las realistas, tienen una delicadeza visual también digna de ser mencionada. El problema de la película es que cuando abandona la protección del género cinematográfico fantástico y pasa al melodrama el tono es excesivo y cargado de crueldad cinematográfica. No es lo que le pasa al protagonista, es como lo muestra. En El orfanato el género cubría a todo el relato y dentro de sus reglas el pudor del espectador no se veía atacado. Acá, al separar la historia en dos niveles (tres en realidad, si contamos los cuentos) deja desamparado un sector del relato y esto manifiesta trucos y recursos menos nobles y sofisticados. A pesar de esta objeción, que no es menor, como comprobarán los que vean la película, la película se impone desde lo visual. Conmueve en imagen y hace llorar con los golpes bajos. Son dos emociones distintas que tal vez no podamos separar por momentos, pero desequilibran todo este bello y triste relato.