Un ladrón con estilo

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Adiós, vaquero.

Robert Redford, leyenda viva de Hollywood con una larga trayectoria como actor, director y productor, ha decidido retirarse con un film que es una carta de amor a su carrera además de una sentida reflexión sobre el paso del tiempo y lo que se hace con ello al final de una vida. David Lowery, director de Mi amigo el dragón y Una historia de fantasmas, construye una narración cargada de nostalgia entre quienes conocen la carrera del actor de Butch Cassidy y Sundance Kid y la entrañable verdadera historia de Forrest Tucker, el longevo ladrón de bancos que interpreta Redford en el film. El director narra con un montaje ágil que deposita al personaje en las escenas del crimen a la vez que alterna con la calma del personaje que intenta pensar y vivir la vida bajo sus propias reglas.

Forrest forma equipo con dos ancianos compañeros, Teddy (Danny Glover) y Waller (Tom Waits), quienes están allí no solo para darle cierta comicidad a la llamada “Pandilla cuesta abajo” sino para poner en mayor foco al personaje de Forrest y entender su placer por lo que hace. Los asaltos jamás son llevados a cabo con violencia, siempre hay presente una amabilidad y caballerosidad tan propia de la imagen de Redford que con su carisma se gana el aprecio de sus propias víctimas. Es una persona que, pese a estar a mitad de sus 70s, necesita la dicha que le otorga la vida criminal sin necesidad de que alguien salga lastimado —de allí que cada robo cometido es realizado con una galante sonrisa en su rostro.

El film se desarrolla alternando entre la ola criminal que acompaña a los bancos que recorre Forrest y la bella relación entre él y Jewel (Sissy Spacek), una mujer que conoce al darle un aventón tras haber cometido un asalto. La romántica amistad le brinda al film esa mirada nostálgica del ayer además de los interrogantes que se presentan en el ocaso de sus vidas. De esta manera, el tiempo es uno de los temas fundamentales del film, el cual envuelve a los personajes en torno a las decisiones tomadas en la vida, reflejando la idea de aprovechar cada instante lo más posible. Esto lo logra sin caer en la cursilería, apelando a la gracia y al carisma de sus protagonistas —sobre todo de Forrest— sin avalar sus actos criminales, sino mostrando los errores y virtudes que describen el poderoso espíritu que lo mantiene en movimiento.

La historia cuenta con otra línea narrativa en paralelo que concierne al detective de policía John Hunt (Casey Affleck), quien pareciera ser el único que realmente quiere entender y dar caza al líder de la banda criminal. Si bien este arco va en una sintonía armónica en relación al resto de la trama principal, quizás sea el aspecto que menos funciona del film, en gran parte porque la presencia en pantalla del personaje de Affleck no logra empatía alguna como sí ocurre con el resto del elenco. Hay algo entrañable en el encuentro de John y Forrest, el entendimiento tácito a través de las miradas y la comprensión del policía al conocer más del hombre al que intenta apresar, pero en el arco individual de este personaje hay cierta falta de ritmo y personalidad que mientras se desarrolla es imposible no desear que la historia vuelva rápidamente al querido protagonista.

Siendo imposible separar a protagonista de personaje, Robert Redford se adueña de la historia y sabe lograr, a sus 82 años de edad, una de las interpretaciones más entrañables de su carrera. La manera en la que se luce en pantalla y el corazón puesto en el espíritu indomable de su personaje, hacen que su despedida del cine sea algo de admirar —y por supuesto, difícil de aceptar. El trabajo en conjunto entre Redford y el director deposita respeto y amor por el séptimo arte con una emotiva historia, de esas que dejan una cálida sensación de bienestar luego de verla. Adiós vaquero, y gracias por tan bello cine.