Un ladrón con estilo

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Tras haber filmado películas tan disímiles (pero igualmente valiosas) como A in't Them Bodies Saints, Mi amigo el dragón y A Ghost Story, el guionista y director David Lowery se puso al servicio de una leyenda viviente de la actuación como Robert Redford en la que todo indica será su despedida del cine.

Si el papel de Forrest "Woody" Tucker, un ladrón de bancos que pasó buena parte de su vida en prisión y se hizo famoso tanto por fugarse en 18 oportunidades de distintas cárceles como por la elegancia y aplomo con que concretó cada uno de sus incontables robos, es efectivamente el canto del cisne de este intérprete -que en agosto próximo cumplirá 83 años-, entonces quedará como una despedida digna de su brillante trayectoria.

Hay algo mítico en reconstruir la historia real de un veterano asaltante de bancos (la acción transcurre en 1981, con una estética propia de esa época) y, sin caer en la mera exaltación de un criminal (por más simpático que su accionar pueda resultar), la película de Lowery constituye una oda de impronta nostálgica a ciertos códigos de antaño que en la ficción respetan tanto el detective que investiga el caso (Casey Affleck, actor-fetiche de Lowery) como el propio Tucker, en un fascinante juego de gato y ratón en el que importa más la dimensión psicológica que los vericuetos de la trama policial.

En tiempos en que las películas "importantes" buscan hacer más complejas y virtuosas sus estructuras, a Un ladrón con estilo le bastan noventa minutos netos para exponer el perfil del protagonista (un galán maduro que concreta sus golpes con una singular convicción y capacidad de seducción) y de su perseguidor, proponer una subtrama romántica (otoñal) con la encantadora Jewel que interpreta Sissy Spacek y regalar unos muy simpáticos pasos de comedia.

Nada es demasiado presuntuoso en Un ladrón con estilo, una película sin regodeos, excesos ni ostentaciones. Esa aparente sencillez no quiere decir que Lowery se quede en la superficie o que caiga en la simplificación banal: la mixtura de géneros y elementos funciona a la perfección. Se trata, por lo tanto, de un ejemplo eficaz de clasicismo, en la línea del de otro sobreviviente (y resistente) de la vieja escuela como Clint Eastwood. Un cine que ya casi no se hace..., pero que por suerte todavía algunos pocos siguen haciendo.