Un amor imposible

Crítica de Carla Leonardi - A Sala Llena

Una relación estragante:

En un salón de baile a finales de los años 50, una mujer joven espera de pie, al costado de la pista, al muchacho que conoció esa tarde en el café que frecuenta con su compañera de trabajo. Él aparece avanzada la noche y bailan juntos un lento. Así comienza Un amor imposible (Un amour impossible, 2018), de la realizadora francesa Catherine Corsini y basada en la novela homónima (2017) de Christine Angot. Como si se tratara de una película romántica. El nombre de Angot ya es índice de una historia turbia y oscura, pues desde su novela de autoficción con la que saltó a la fama generando controversia (Incesto, 1999), a lo largo de sus novelas no ha dejado de abordar esta temática, generalmente de manera bastante cruda, y esta no es la excepción.

El punto de vista de la historia, que avanza en temporalidad cronológica y con un estilo cinematográfico clásico, es el de la hija Chantal (Jehnny Beth, muy parecida físicamente a la propia Angot), quien narra con sus apariciones mediante la voz en off el encuentro de su madre Rachel (Virginie Efira) con Phillipe (Niels Schneider) y el devenir de esta relación, intentando encontrar respuestas al singular enganche de su madre con este hombre.

Rachel Steiner es una joven de provincia de origen judío que vive en Châteaurou. Tiene 25 años, aún no se ha casado y es secretaria en la oficina de Seguridad Social. Phillipe es un joven apuesto, traductor en la base americana, que se presenta a sus ojos como un príncipe azul, seduciéndola con sus conocimientos sobre filosofía, literatura, su manejo de varios idiomas y su espíritu de hombre viajado que conoce distintas culturas. Que un joven así se fije en ella la hace sentir halagada y sumamente especial. Fatídico encuentro entre una joven vulnerable, cuyo padre la abandonó a los 4 años por negocios en el Medio Oriente (y vio luego en dos ocasiones) y que anhelaba ser amada; y un hombre con características claramente perversas. En rigor, Phillipe siempre se muestra galante y cariñoso con ella y franco en cuanto a sus intenciones, ya que le deja claro de entrada que no le interesa casarse. Cuando Phillipe retorna a París al concluir su trabajo en la base americana, la relación se vuelve menos frecuente, lo cual coincide con el embarazo de Rachel y el nacimiento de una hija, a la cual Phillipe no reconocerá. El tiempo pasa y el vínculo entre Rachel y Phillipe se sostiene a lo largo de los años con idas y venidas, a pesar de que Phillipe se haya casado con otra mujer con la cual tiene hijos. Bajo la convicción de que Phillipe en algún momento pueda cambiar, Rachel peleará infructuosamente por el reconocimiento paterno de su hija. Cuando Chantal entre en la adolescencia, repentinamente surgirá el interés del padre por su hija. Los conocimientos culturales de Phillipe y las ansias de saber de Chantal acercan a padre e hija, bajo pretexto de interés educativo. Phillippe la reconoce, le pasa una mensualidad y comienza a frecuentarla los fines de semana, donde ella lo visita en su casa en Estrasburgo.

La ceguera de Rachel, sumida en el encantamiento hipnótico de un hombre que se presenta como Ideal y la poca lectura de su posición subjetiva (repite inconscientemente su historia edípica), no le permite ver los claros signos, que sí percibe el espectador, de que está ante un lobo con piel de cordero. Philippe encarna una típica personalidad perversa disociada, que muestra una apariencia amable y pacífica, que la trata de manera única y le permite alcanzar una voluptuosidad especial, pero que al mismo tiempo la manipula psicológicamente, culpabilizándola por su condición de poco pudiente económicamente y por sus persistentes demandas amorosas. La intensidad del amor que le demuestra es en verdad el reverso del odio y la denigración que siente hacia ella.

Son complicadas las concesiones a las que puede llegar a estar dispuesta una mujer en su aspiración a un amor absoluto, al punto de que los otros objetos pierdan su brillo fálico (como lo es un hijo) y esté dispuesta a entregarlos en sacrificio. Para Chantal el encuentro con su padre en la adolescencia adquiere el carácter de lo siniestro, en tanto fenómeno donde lo familiar deviene extraño. El padre como aquel que debe cuidar y proteger se transforma en un monstruo que reniega de la ley constitutiva de la prohibición del incesto, situándose por fuera del orden social. El incesto es aludido por la enunciación de la voz en off de Chantal, pero se mantiene a lo largo de la película en un cuidadoso fuera de campo.

El amor imposible al que hace referencia el título es aquel que vincula a los tres protagonistas. Es el amor imposible entre Rachel y Philippe, porque donde hay sometimiento se imposibilita el amor, pero también el amor entre padre e hija cuando se la toma en tanto objeto de goce y no como sujeto de cuidado, y por último, es el amor entre la madre y la hija: ¿Cómo amar a una madre que sabiendo, no ve y calla, y que además no actúa a la altura de la aberración acontecida?

Un amor imposible se sostiene principalmente por el buen trabajo de Virginie Efira y Niels Schneider, quienes encarnan con convicción a la pareja protagónica. El trabajo de Corsini es valioso porque logra capturar de manera verosímil las complejidades psicológicas de los vínculos humanos. La película da cuenta acertadamente de los efectos nocivos de la cultura patriarcal no solo sobre ciertos hombres (empujándolos en el pavoneo viril a tomar a las mujeres como una presa, un trofeo o un objeto desechable, e impidiéndoles reflexionar sobre sus propios conflictos con la virilidad); sino también sobre ciertas mujeres que, posicionándose desde la minusvalía y en la aspiración de un amor idealizado, terminan configurando vínculos afectivos sumamente estragantes. Porque si el empoderamiento femenino tiene un sentido, acaso sea el de no condescender a ocupar el lugar de víctima sometida y el de sostener la función del límite ante aquellos que osen transgredirlo.