A veces hay películas tan malas que llegan a considerarse buenas. Esto puede suceder por una historia alocada y totalmente inverosímil, por las actuaciones de los personajes y como se toman el papel para el cual fueron convocados, por los efectos visuales o por un conjunto de todas estas cosas. La filmografía de Ed Wood (a quien Tim Burton le dedicó un film) está plagada de estos ejemplos e incluso ya hay un subgénero cinematográfico que engloba estas propuestas e incluso se hacen festivales al respecto. ¿Qué tiene que ver todo esto con Un amor en tiempos de selfies? Que a priori y si apuran a este cronista dirá que el film es muy malo por razones que más adelante se detallarán, pero también se explicará que esos mismos elementos convierten a la película en un disfrute raro donde el pensamiento es: “Sé que esto que estoy viendo es muy malo, pero aún así me hace reír y quiero ver qué va a pasar”. Antes que nada habría que sugerirle al guionista y director que vayan a ver shows y clases de stand up, y que si lo hizo que por favor denuncie a los mismos, porque si copió lo que aprendió de esas investigaciones de campo nos encontramos ante lo peor que el humor puede dar. Ni una sonrisa arrancan los intercambios de Martín Bossi con sus alumnos. Ahora bien, son tan raros y malos esos cruces que hace que uno disfrute la “bizzareada”, más aún cuando María Zambarbide (hermosa por cierto) gana participación. Y si hablamos de este dúo protagónico, no es la falta de química ni las malas actuaciones lo que los hacen malos, sino lo inverosímil de sus diálogos como el memorable “Amor te abrí un Face”, dicho post coito. Lo mismo ocurre con las desopilantes declaraciones -que no intentan ser tal cosa- de Manuel Wirzt. Algo similar sucede con las intervenciones de Luis Rubio y con el desfile casi interminable de cameos tales como los de Ari Paluch, Connie Ansaldie, Federico Hoppe, Leo Montero, Marcelo Polino, y hasta el mismísimo Carlitos Balá con una de sus frases célebres. No queda claro lo que el director Emilio Tamer intentó hacer en su ópera prima: si contar una comedia con tintes románticos y ésta le salió mediocre o si quiso parodiar al género e incluso al humor argentino y en el camino creó una genialidad que va a ser apreciada por muy pocos. Supongo que jamás lo sabremos, pero si van a ver la película están avisados de las dos opciones.
Del desprecio y otras malas costumbres Antes del estreno, Martín Bossi, el protagonista de Un amor en tiempos de selfies (2014), reveló que el guion del film se escribió en 20 días, la película se filmó en cinco semanas y él preparó en cinco meses su personaje. En la urgencia de los dos primeros ítems se puede resumir el producto final que resultó, un hibrido que se regodea en el lugar común con una marcada veta misógina y que nunca termina por posicionar correctamente a los personajes. Bossi interpreta a Lucas, un profesor de stand up que disfruta de relaciones esporádicas y libres de compromiso al que un día llega Guadalupe (María Zamarbide), una comunicadora social estructurada a la que su jefe (Luis Rubio) envía para que pueda sumar más elasticidad a sus presentaciones comerciales. El abismo que los separa también es la posibilidad de relacionarse que se abrirá entre ellos hasta que la proactividad de ella se introduzca demasiado en la cotidianeidad de él. Guadalupe se esmera en promocionar el talento de Lucas hasta que la obvia y esperada separación llegue, con la "originalidad" de ser un video en youtube que se viraliza rápidamente y en el que las críticas y molestias solo convierten a la joven en el blanco de todas las miradas y bromas. Pero después de un tiempo se arrepiente, su novia misteriosamente desaparece sin dejar rastro y con una noticia escondida que nunca llega a transmitir. Filmada con planos televisivos y la participación de miembros de la farándula local (que no ayuda, al contrario, sigue sumando peso a un barco que nunca sale a flote), Un amor en tiempos de selfies intenta sacar risa cuando solo genera indignación con diálogos afectados y solemnes en los que la misoginia está a la hora del día. Bossi es un imitador que en la tarea de componer su personaje se queda a medio camino entre el trazo grueso y el grotesco. Ni con la incorporación de recursos como delineaciones gráficas se logra dinamizar la narración, que además posee vacíos y busca hacia el final la celeridad por resolver algunas situaciones. En Un amor en tiempos de selfies el amor sigue siendo amor, y más allá que los tiempos cambian y se incorporan nuevos medios de comunicación, para su director Emilio Tamer solo suman discordia y agresión entre las parejas.
Entre risas y lágrimas Una historia de amor, atravesada por la tecnología y en tiempos de redes sociales, es la elegida por Martín Bossi para su primer protagónico en cine. El imitador, de una versatilidad ya demostrada en la pantalla chica y en el teatro, asume un papel que le exige una mayor entrega. Juan es un comediante del under que da clases de stand up hasta que descubre a una de sus alumnas, Guadalupe (María Zamarbide), una atractiva ejecutiva y representante de uno de los buscadores de internet más importantes a nivel mundial. Los mundos del bohemio de San Telmo y el de la joven que se siente una perdedora en el terreno de la comicidad, se juntan en esta historia que navega de manera imprecisa entre la comedia costumbrista (los amigos de Juan parecen salidos de un circo) y el drama exagerado que pasa de las risas a las lágrimas con extrema facilidad. Da la sensación de que varias manos se pusieron a trabajar en Un amor en los tiempos de selfies (figuran los directores Emilio Tamer, responsable del espectáculo de Bossi, y Federico Finkielstain, de No te enamores de mì) sin encontrar un mismo rumbo ni el tono adecuado. El film acumula situaciones sin gracia- y poco probables- y suma los cameos de Graciela Borges, Carlitos Balá, Ari Paluch y de los productores televisivos Chato Prada y Federico Hoppe. ¿Hacía falta tanto?. La pareja que entra en crisis y se transforma en el negocio mediático del momento se desarrolla entre discusiones y reacciones absurdas que se dan en medio de un clima que debería ser más festivo y menos dramático. La escena de los mensajes que sobrevuelan la ciudad es la más lograda dentro de un relato que se encamina hacia una suerte de limbo.
DRAMA Y PATETISMO CON DISFRAZ DE COMEDIA ROMÁNTICA Es un lugar común creer que hacer comedias románticas es algo fácil. Tal vez por eso el cine argentino se ha volcado en los últimos años a probar suerte en este tan taquillero género. En un principio Un amor en los tiempos de selfies parecía ser parte de esta tendencia. Así arranca y así lo sugería el título del film. Lucas es un cómico stand up y profesor de teatro. Guadalupe es una ejecutiva que toma clases con él para poder aprender a hablar en público. Son diferentes, pero todo indica, como ocurre en las comedias románticas, que se van a enamorar. Los lugares comunes se suceden, no por el género, sino por la forma en que se describen los personajes. Sin embargo aquello que arranca como una comedia romántica se transforma con el correr de los minutos en otra cosa, más dramática, y el protagonismo se va inclinando hacia Lucas, demostrando una vez más que en el cine argentino aun hoy cuesta hacer un cine sobre pareja que no esté centrado en el protagonismo masculino. Los personajes son distintos, pero el conflicto y las diferencias no los vuelven graciosos ni simpáticos, al contrario. Poco a poco, escena tras escena, tanto Lucas como Guadalupe se van transformando en personajes poco agradables. Lucas en particular termina siendo agresivo y maleducado de una manera inesperadamente violenta. Un amor en los tiempos de selfies no es una comedia romántica, está claro. Tampoco es un buen drama, por lo que queda entre dos géneros, generando poca empatía y desembocando en un final cuyo patetismo está tanto dentro como fuera de la trama de la historia. Algunos leves chispazos de humor apena disimulan una película muy difícil de sobrellevar, cuya intención de seriedad la vuelve peor que su ligereza inicial. La comedia no logra nunca encontrar el tono pero cuando aparece el drama se extraña esa comedia fallida inicial. Un único detalle interesante pero que lamentablemente está desperdiciado: la incidencia de las redes sociales en los vínculos humanos actuales. Muy poco para esta película que no cumple ni con la comedia ni con el drama.
Caer en la trampa La primera película que protagoniza el actor Martín Bossi reflexiona sobre la posibilidad del romance en la vida contemporánea y se aferra de manera nostálgica a un tiempo perdido. ¿Cómo se hace para no doblegarse, para mantenerse firme?, le pregunta Lucas (Martín Bossi) al retrato de Ernesto “Che” Guevara colgado en la pared de su casa, en la que vive con su perro. Hasta aquí la imagen del revolucionario funciona como su símbolo de fortaleza, pero este fuerte impenetrable donde habita empieza a derribarse cuando se choca con el amor de Guadalupe (María Zamarbide). Un amor en tiempos de selfies –escrita y dirigida por Emilio Tamer– es el primer rol protagónico de Bossi en el cine. Allí, Lucas es un actor de stand up que dicta clases en El sótano club. Un bohemio que no usa smartphones ni tiene cuentas en las redes sociales y el único compromiso que asume de manera religiosa es el teatro de varieté. En la vereda opuesta está Guadalupe, una profesional del marketing un poco engreída, que llega al taller de Lucas por recomendación de su jefe (Luis Rubio), para mejorar su potencial en la empresa al estilo Google donde trabaja. Dicho de otro modo, él es un artista tosco y mira al mundo de hoy en clave apocalíptica, mientras que ella es hiperactiva y está más que integrada a las nuevas tecnologías comunicacionales, por su profesión. “El amor es volverse débil”, dice Lucas. Según sus palabras, se compara a dejar de ser He-Man, el guerrero más fuerte del universo, para transformarse en el príncipe Adam, un pusilánime sin poderes sobrenaturales. Aquí, el amor lo trasforma en víctima de una mujer. Pero ocurre que es una víctima poco verosímil, ya que el rol femenino se presenta como un estereotipo frívolo, antes que una femme fatale. Ella es caprichosa, llora mucho y casi no puede sostener una conversación seria, pero lo peor de todo es que pretende cambiarlo. Esto es lo que la película formula de manera axiomática: las mujeres conocen a un hombre y después quieren modelarlo a su manera. Aunque en algún momento procure revertir esta afirmación, lo dicho queda subrayado en su mayor parte. Descifrar qué es el éxito y de qué depende es una de las inquietudes más fuertes que giran alrededor de la trama. La fama mediática y fugaz, el uso alienante de la tecnología de los celulares y las redes sociales, la pérdida de los valores de la hermandad (en las comunidades artísticas, en este caso) también son algunos de los planteos que esta película intenta abordar. Ciertamente, el resultado final de Un amor en tiempos de selfies se encarga de cerrar el círculo y darle una respuesta a estas cuestiones. Es que de eso se trata esta comedia con moraleja, que dictamina una “enseñanza” y le niega al espectador la posibilidad de crear otras hipótesis posibles, tan válidas como la propuesta por la película. Aunque es verdad que toda película expone siempre un punto de vista o ciertas ideas más o menos clausuradas que se desprenden del discurso, cuando se sirven demasiado “masticadas” hay algo del orden de lo metafórico que se anula de manera definitiva. Sin embargo, como apuesta a la industria local y a su cine de género, merece ser considerada como una opción de entretenimiento, sobre todo porque los actores (también forman parte del elenco Roberto Carnaghi, Manuel Wirtz, además de Graciela Borges y Carlitos Balá, que hacen una pequeña intervención) logran sostener la película con gran altura.
Débil comedia dramática La historia se repite una y otra vez. Los diálogos son elementales, Las situaciones se alargan o se acortan sin razón. Se abusa del histrionismo de Martín Bossi y aunque se hizo el filme tratando de que su figura tenga un rango protagónico, no se lo cuida, se lo deja repetirse. Hay un muchacho de nombre Lucas que transita el under porteño y hasta da clases de teatro. También una chica bastante bella que trabaja en marketing y gusta del teatro. Además va a las clases de este bohemio para superar algunas timideces y lo escucha con interés. Entre ellos dos se va a dar un romance y a su alrededor gira el mundo del espectáculo, de los monólogos en café concert, esos que se llaman ahora stand up y que popularizaron los norteamericanos. Antes lo hacían en Buenos Aires, Antonio Gasalla, Percivalle y Edda Díaz. LOS DIALOGOS Volviendo a la historia que casi no existe, tenemos que decir que se repite una y otra vez. Los diálogos son elementales, Las situaciones se alargan o se acortan sin razón. Se abusa del histrionismo de Martín Bossi y aunque se hizo el filme tratando de que su figura tenga un rango protagónico, no se lo cuida, se lo deja repetirse, o excederse -un ejemplo es el diálogo con María Zamarbide en la confitería- y en vez de destacarlo se acentúan sus fallas. Lamentablemente lo que se presume de comedia dramática fracasa y respecto a Martín Bossi, un excelente y esforzado actor cómico en el teatro, del que esperamos sea dirigido como lo hizo Marcos Carnevale en ‘Viudas’ (2011), reiteramos lo que dijimos en aquella critica y que da a entender lo que Bossi puede lograr con un buen director: ‘Martin Bossi se ubica en lista de espera, su travesti paraguayo atrapa y deja con las ganas de conocer una historia individual, algún melodrama con ritmo bailantero que Carnevale no se puede perder’’.
Martín Bossi, en una comedia romántica El actor se prueba en un rol diferente, lejos de las imitaciones. El de la comedia romántica es un género que al cine argentino le cuesta. Mucho. Trate de recordar una comedia romántica nacional que le haya atrapado. ¿Ve? Un amor en tiempos de selfies, llegado el momento en el que a la clásica "chico conoce chica, se enamoran, algo los separa", que por lo general sucede cuando faltan 10, a lo sumo 15 minutos, le suma como aditamento un costado dramático. El final, que por supuesto no vamos a comentar, abre discusiones entre quienes ya la vieron. Martín Bossi, que se disfrazaba de mucama travesti paraguaya en Viudas, aquí no hace una imitación, que es por lo que el público más lo conoce o festeja. Es Lucas, un profesor de actores de stand up, que vive solo y en el amor tiene relaciones pasajeras, que conoce a Guadalupe. Ella cae a su curso empujada por su jefe (Luis Rubio) para que gane espontaneidad en su desenvolvimiento laboral. Decir que se enamoran tal vez sea fuerte, algo pasa entre los dos. Pero ella invade su espacio, comienza a cambiarlo -le asegura que lo convertirá en estrella, por otra parte- y otro algo hace crack en la estructura de Lucas. Inestabilidades emocionales al margen, lo que es imperativo en la pantalla es la diferencia de peso y carisma de Bossi y María Zamarbide, muy linda pero muy poco comunicativa. Bossi está algo sobrepasado en su actuación -algo para marcarle a Emilio Tamer, en la dirección de actores-. Por supuesto que Un amor en tiempos de selfies no tiene que hacerse cargo del déficit nacional en el género. Bossi apostó bien fuerte a un cambio en su registro, y creemos no equivocarnos al decir que él es lo mejor que le pasa a la película. Cómo funciona ante espectadores no familiarizados con él es la pregunta. En el elenco hay actores que acompañan (Manuel Wirzt, Roberto Carnaghi, el mencionado Rubio) y otros que tienen un par de cameos, con peso propio.
Cálido romance de una pareja despareja La carrera de Martín Bossi se basa en su innata habilidad para copiar y caricaturizar gestos, voces y actitudes. Aquí la pone en práctica con su Lucas, un comediante del under que dicta clases de actuación. Entre sus alumnos se halla Guadalupe, una joven y exitosa ejecutiva de un buscador de Internet que sufre a la hora de componer un personaje en clase. El choque de los mundos que representan Lucas y Guadalupe será explosivo y pronto iniciarán un romance. Los desencuentros y las muchas discusiones entre ellos se filtrarán, sin quererlo, en las redes sociales, lo que creará un gran debate. El director y guionista Emilio Tamer logró en éste, su primer largometraje, crear una fábula porteña. El micromundo del teatro independiente aparece en cada una de las secuencias con ese aroma de esfuerzo y de pasión. Rostros reconocidos de la TV asoman en algunas escenas para entusiasmar al público, aunque lo que aquí no necesita de caras populares y alguno que otro chiste propio de la pantalla chica. Bossi aporta una enorme convicción a su papel de profesor adusto, mientras que María Zambarbide logra imponer su simpatía a esa mujer que descubre la pasión del escenario. Impecable en sus rubros técnicos, el film logra lo que se propuso: entretener con buenas armas.
Una película particular donde el protagonista (Martín Bossi) y su directores (Emilio Tamer, codirigida por Federico Finkielstain) querían decir muchas cosas sobre la vocación, la preparación, lo mediático, lo trabajoso de las iniciativas independientes. Muchas convicciones que, como pasa en las óperas primas, alargan una idea sobre las idas y venidas de una pareja que se transforma en mediática muy a su pesar. Despareja pero sincera, más vertiginosa en la segunda mitad.
Mirada superficial sobre los “tiempos de selfies” El gancho es el habitual. Dos personas jóvenes, lindas y muy capaces, cada una en lo suyo, se conocen, se tantean, se amagan, sintonizan una misma onda, se van a la cama y se enamoran. Hoy día esa meta se alcanza fácil, al menos en las comedias románticas a la americana, donde además todo brilla que es una paquetería. Acá San Telmo brilla de tan bonito que fue fotografiado, brilla el departamento de un artista de teatro independiente, soltero, brilla el pelo de su perro, que ni pulgas tiene, brillan hermosos y felices los dientes y los ojos azules de su enamorada, y brilla el smartphone que ella le regala para estar siempre comunicados. Ahí, justo ahí, por esa porquería de regalo, todo empieza a opacarse. Y todo empieza a ponerse más interesante, a medida que la historia se suelta del modelo inicial de film hollywoodense y se anima a transitar rumbos extraños e inciertos, donde el comediante Martín Bossi nos descubre que también tiene altura de actor dramático, y la sociedad se descubre tan ajena al romanticismo que da miedo. Hipercomunicada, superentrometida, sobresaturada de intermediadores reales, virtuales y electrónicos de toda clase convertidos en lastre, o en bombas de tiempo. Antes, el tanguero cantaba "He recibido una cartita tuya, donde me dices que ya no me amas". Si él no lo cantaba, nadie más se enteraba. Ahora, el sucedáneo de la cartita es una cosa terrible que encima se viraliza y se entera todo el mundo. Y de ahí parece no hay vuelta atrás. Por ahí va la historia. Que culmina en un episodio onírico de buen mérito, acaso arruinado por los últimos planos. O salvado, según cada espectador/a quiera verlo. Despareja, esta opera prima de Emilio Tamer señala varios problemas de actualidad, aunque de modo superficial e incompleto. Su propuesta daba para más. Bossi, muy preciso con tiradores a lo Robin Williams, es secundado adecuadamente por María Zamarbide, Manuel Wirtz, Luis Rubio (todos por primera vez en roles cinematográficos de primera línea) y el veterano Roberto Carnaghi, este último a la cabeza de un grupo casi circense de vocacionales, antídoto porteño de las americanadas antedichas. También antídotos, los bienvenidos cameos de Carlitos Balá y Graciela Borges.
ARTE VS. FOTO DE PERFIL El amor es tal cuando es fiel pero no solo con la otra persona sino también con uno mismo. Cuando uno de los dos intenta cambiar al otro y lo consigue, de a poco empiezan las crisis, el romance se destruye y cada uno quiere retomar su vida por separado. Ahí aparece la famosa excusa de “Ya no sos el que eras antes”. Hoy en día, en un mundo en el que podemos estar las 24 horas creando relaciones a miles de kilómetros de distancia, la comunicación digital hizo que nos olvidemos de ese propio individuo para únicamente crear una imagen externa que es representada en una autofoto de perfil o lo que ya aburridamente llamamos una ‘selfie’. En este planeta se encuentra Lucas (Martín Bossi), un comediante stand-up independiente y profesor de teatro en la ciudad de Buenos Aires. A sus clases, concurre gente muy diversa con diferentes trabajos, nacionalidades y ocupaciones. Alentado siempre por el póster que tiene del Che Guevara en una de las paredes de su casa, el muchacho es fiel a sus valores y piensa siempre en hacer lo que lo haga feliz sin rendirse. Es un artista. Sin embargo, todo este equilibrio en su vida empieza a desmoronarse cuando se junta con la desprotegida de Guadalupe (María Zamarbide). Ella es una de sus alumnas y trabaja en el área de Marketing para una empresa digital. Tras varios intentos fallidos arriba del escenario en los que hace el ridículo, la chica entra en crisis con su vida y recurre a su profesor para pedir ayuda. A partir de ahí, se chocan esos dos mundos antagónicos: el de una mujer profesional que quiere progresar en lo laboral con el de un muchacho que mantiene un espíritu más humilde y está orgulloso de dar sus clases, aunque el dinero no le sobra. Ya enamorados, ella le hará un Facebook y todo se empezará a ir de a poquito al carajo. A pesar de este simpático argumento, el film creado por los mismos productores de “Viudas” y “Corazón de león” cuenta con muchas falencias tanto en su trama novelesca como en los elementos utilizados para contarla. Entre las actuaciones, la más divertida resulta ser la de Luis Rubio, quien hace de jefe de la chica y le gusta hacer sus veces de payaso. En el polo opuesto, Manuel Wirtz encarna al mejor amigo de Lucas e interpreta un papel de actor fracasado, obviamente que le sale a la perfección. Mientras tanto, al hiperactivo de Martín Bossi le cuesta mucho salir de su personaje de la vida real y le queda raro el papel de galancito. Al ser su primer gran protagónico, está perdonado. Y ella, María Zamarbide, es insoportable con todos sus histeriqueos. Además, tenemos a Jorge ‘Carna’ Crivelli haciendo de ventrílocuo con un humor bastante grasa y a Roberto Carnaghi robando otro poco de papel. Por otro lado, con todo esto del stand-up, las risas resultan ser claves y por momentos aparecen cuando realmente no hay nada gracioso. Es decir, hay risas en los altoparlantes pero no en la sala. A su vez, hay otros acontecimientos que son bastante faranduleros casi sin causa y el giro del final también es bastante arbitrario e injustificado. Lo más destacado de todo el relato resultan ser sin dudas algunas de las enseñanzas que da Lucas en sus clases, que reflexionan sobre el sentido de la comunicación y cuentan como el stand-up es un método de catarsis para llegar al conflicto riéndose de uno mismo. Todo lo opuesto a lo que puede llegar a transmitir Guadalupe, quien le tiene pánico a las reuniones laborales y es amante de las redes sociales. En conclusión, “Un amor en tiempos de selfies” es una mala película pero una divertida comedia romántica ideal para jóvenes tórtolos o seguidores del ‘Bailando por un sueño’. El título del film ya retrata por sí mismo lo que es esta obra y aunque muchos puedan decir que esto es una basura, hay muchos otros que también la disfrutan. Les guste o no, esta es nuestra industria cinematográfica.
A pesar de contar con un reparto decente, este título es la constante búsqueda de un remate. La comedia no es tarea fácil… pero nada, nada fácil. Uno puede tener la habilidad de hacer reír, ya que muchas de las cosas que nos reímos, tienen gracia por el grado de verdad que encierra la humorada. Pero es todo un mundo de diferencia hacerlo en el marco de una historia. Hay quienes dicen que una comedia falla cuando no consigue producir ni una risita, cuando en realidad la comedia está supeditada a una regla de hierro: Si la historia no está bien construida, puede tener los mejores chistes y hasta las mejores situaciones cómicas, pero sin un seguimiento bien construido es un castillo de naipes destinado a caer. ¿Cómo está en el papel? Un Amor en Tiempos de Selfies cuenta la historia de Guadalupe, una exitosa ejecutiva que trabaja para uno de los buscadores de internet más destacados a nivel mundial. Aun a pesar de su capacidad, ella tiene problemas para hablar en público, razón por la cual desde su trabajo la obligan a ir a un curso de comedia a cargo de Lucas, un comediante del teatro independiente, muy devoto de su trabajo y más que nada de su libertad. Como es de esperarse el vínculo entre ambos trascenderá el de maestro y aprendiz para volverse en algo mas, un algo que amenaza la libertad de Lucas y que a la postre se vuelve la comidilla de las redes sociales. Un problema de Un Amor en Tiempos de Selfies es que intenta a cada rato tirar un remate, más que establecer una creíble progresión de los personajes. Pasada la mitad del metraje, ya no nos importa nada, es ahí donde la película se apura a tal punto que no le importa si el resto de camino que le queda es recorrido de un modo coherente. Cierto, hay un intento de desarrollar un tema, sobre la fidelidad que hay que tener a la profesión artística a pesar de todos los baches, pero entre la historia de amor y los ponchazos varios que da para llegar a destino, hacen que esto se pierda y es una lástima porque había tela para cortar. ¿Cómo está en la pantalla? El nivel actoral es en general es correcto, pero debe destacarse que Martin Bossi es excelente; el registro expresivo y reactivo-emocional de este caballero es algo verdaderamente notable. Su co-protagonista, Maria Zamarbide, resulta ser un digno acompañamiento. La química que el guion no puede hacer funcionar la aportan ellos hasta donde pueden. Pero si la peli hace agua no es en absoluto culpa de ellos. Por el costado técnico es decente en todos los rubros, pero destaca el trabajo de la Dirección de Arte. Conclusión A pesar de tener un reparto decente, encabezado por un actor protagonista tan carismático como lo es talentoso, Un Amor en Tiempos de Selfies tiene un desarrollo narrativo incompleto que da pie a una búsqueda desesperada de remates que no ayudan ni a la trama ni al tema que pretende tratar.
Tu vida es puro teatro Martín Bossi es un imitador que, desde sus espectáculos teatrales, ha intentado darle una vuelta de tuerca a ese rol. No hay nada de peyorativo en llamar a alguien “imitador”; es lo que es Bossi: alguien que ha hecho una carrera imitando a otros artistas y que ha logrado, no sin cierta inteligencia, transparentar lo que hay detrás de ese arte. Que es un arte pero, fundamentalmente, es un trabajo como lo es cualquier actividad artística puesta a disposición de un público que paga una entrada por ver. Esa idea del artista como laburante, del tipo que si bien elabora a partir de una sensibilidad no deja de ser alguien que produce, es un concepto muy caro a determinado tipo de artista popular: pensemos en Andrés Calamaro, quien constantemente habla en sus canciones del laburo de componer. Es atractivo, pero a la vez es un concepto peligroso: el artista se pone en primer plano, y en ocasiones se hace más visible que su propia obra. Divismo que, descontrolado, termina por minar las posibilidades de cualquier empresa, y que es lo que por ejemplo hace patinar constantemente a la ambiciosa y fallida Un amor en tiempos de selfies. No es la primera vez que una película se disfraza de algo para hablar de otra cosa, que para eso están los géneros y sus hermosos lugares comunes que nos sirven para decodificar uno de los posibles niveles argumentativos mientras por debajo pasa un río. Pero Un amor en tiempos de selfies no es sólo un drama sobre la vanidad y la actuación que se viste de comedia romántica, sino una película que está constantemente diciéndonos de forma oral cuáles son sus temas, por si el espectador no logró entenderlo ya antes. Y si la palabra no alcanza, hay canciones que también buscan explicar (por lo demás, debe ser una de las películas peor musicalizadas en mucho tiempo). A Bossi, en su afán de hablar del doble, de la sensibilidad del artista, del por qué actuamos, de las máscaras, se le escapa que el personaje que construye es totalmente antipático, un monologuista y profesor de actuación con dotes de Maestro Siruela que no sólo da clases cuando está dando clases, sino cuando supuestamente se relaja y se toma un café. Un personaje que nunca se puede llevar bien con la comedia romántica. Un personaje del que se nos dice que es un gran artista, pero que cuando lo vemos en acción no es más que un pusilánime que confunde stand-up con new age y recita lugares comunes sobre la sociedad posmoderna: se queja de cómo los lindos invaden el mundo, a la vez que se enamora de María Zamarbide, que no puede tener un rostro más fotogénico y hermoso. Hay una referencia constante al Che Guevara que no es más que una muestra cabal de la hiperbólica necesidad de la película por el sermón. Un amor en tiempos de selfies pierde la oportunidad de ser comedia romántica porque humorísticamente hablando es bastante fallida y con escaso timing, y el romance es apenas un elemento necesario para justificar el arco dramático del personaje de Bossi. De hecho, pareciera no interesarle demasiado la comedia romántica (aunque es un buen gancho comercial) y hasta mirarla desde lejos, con desdén, con el cinismo tonto que maneja Lucas, el protagonista, alguien capaz de ser un lugar común andante. Y si Un amor en tiempos de selfies quiere ser comedia romántica y no puede -o no le sale- es por un viejo detalle del género, que es que tiene que ser de a dos y no de a uno. Mientras importe lo que le pasa a uno de los enamorados, estamos ante otra cosa. Y a la opera prima de Emilio Tamer le importa lo que le importa, porque es más que evidente que esta película no es otra cosa que un vehículo para el lucimiento personal de Bossi. Es él y su sufrimiento lo que nos conduce a una última media hora bochornosa, empastada y abarrotada de giros y quiebres temporales torpemente trabajados, y que encima también desperdicia la oportunidad de decir algo interesante sobre las tecnologías y los vínculos de pareja, que si nos guiamos por el título de la película es para lo que fuimos al cine. Pero no, ahí está Bossi, su rostro y sus gestos teatrales, su exagerada marcación en cada línea de diálogo, su presencia que sólo se justifica en primeros planos. Ese divismo que se sostiene en el teatro, porque el cuerpo hace la obra, es aquí un impedimento para que funcione todo lo que debe funcionar alrededor del protagonista de una película. Bossi, como muchos antes, cayó en el error de pensar que el cine es teatro filmado: y hay una lógica, una mirada sobre el mundo, un trabajo sobre las imágenes, una coherencia discursiva que aquí están ausentes por completo. Un amor en tiempos de selfies es como la Click de Adam Sandler, con la diferencia de que Sandler tenía una carrera en el cine y varias comedias previas que renovaron el lenguaje del género, y Bossi es alguien que tiene que hacerse un camino en la pantalla grande y aparece con impertinencia y el dedito en alto a gritar cosas que a nadie le interesan.
Poca batería Es una comedia que lo tiene a Martín Bossi como protagonista principal, pero no logra levantar demasiado vuelo. La primera incursión de Martín Bossi como protagonista principal en la pantalla grande vino a través de esta comedia romántica titulada Un amor en tiempos de selfies, en la que se intenta combinar los elementos básicos del género (dos seres desiguales que se enamoran, idas y venidas, los respectivos trabajos), con las consecuencias que se generan por la utilización de las redes sociales y de adminículos tecnológicos como los smartphones. Pero con esta producción queda demostrado que el histrionismo y la capacidad de metamorfosis que tienen artistas o imitadores talentosos (y Martín Bossi lo es), en ciertas ocasiones no cuaja al momento de darle forma a un personaje. Y esta diferencia se acrecienta cuando el guión está repleto de frases inconsistentes, de situaciones inverosímiles y de seres poco creíbles. Un poco de todo esto es lo que sucede con la ópera prima de Emilio Tamer. La historia cuenta el devenir de Lucas, un comediante “independiente” que se gana la vida dando shows de stand-up ante un puñado de espectadores y con el dictado de clases de teatro. En uno de esos cursos, conoce a Guadalupe, una chica que representa todo lo contrario: profesional, con una carrera en publicidad y marketing, de buen pasar económico y usuaria frecuente de redes sociales como Twitter y Facebook. Charla va, charla viene, se enamoran y comienza una sucesión de situaciones que tienen como motor ese choque de estilos de vida. Sin convicción. En muchas de las escenas, eso es lo que parece faltarle a la película. Da la impresión de que el esfuerzo que puso Bossi para darle rosca a ciertos segmentos (sobre todo a los que se supone son dramáticos) se da de cara con la apatía generalizada. Habría que ver si fue por falta de pericia en la dirección o por el libreto, o por varias cosas juntas. La belleza de María Zamarbide no alcanza para generar una comunión con el espectador, porque sus líneas la ponen en un lugar casi bizarro. Lo rescatable de Un amor en tiempos de selfies pasa por un puñado de momentos de humor, varios aportados por el personaje a cargo de Manuel Wirtz, amigo de Lucas. También llaman la atención los cameos de periodistas y faranduleros de la televisión que van reportando los trapitos de la relación entre los protagonistas cuando toma estado público. Un amor en tiempos de selfies deja claro que no es nada sencillo hacer comedia, y menos aun comedia dramática: si no se da en la tecla, la cosa queda a mitad de camino.
Entre lo público y lo privado Un amor en tiempos de selfies resulta un digno debut de Martín Bossi en la comedia romántica. La comedia romántica es un género muy beneficioso para la industria del cine y está bueno que los argentinos intenten y se preocupen por hacerla. Además, siempre resulta prioritario reír y enamorarse: son dos emociones que hace falta multiplicar y compartir. Buen intento éste de Un amor en tiempos de selfies, que representa el debut del comediante Martín Bossi en el protagónico de un largometraje y qué deja mucha tela para cortar. Lucas (Bossi) es un actor de teatro independiente y stand up que se gana la vida dando clases en Buenos Aires. Allí conoce a Guadalupe (María Zamarbide), una hermosa comunicadora de marketing que busca medios expresivos para mejorar en su profesión. Después de unos enredos por supuesto se enamoran y empiezan una relación, en la que lo cómico surge de los cambios que cada uno va produciendo en el otro, tanto en Lucas, unos años mayor y un poco aferrado a sus principios de “lucha cultural”, como en la bella Guadalupe quien no tan vistosamente como su glamour, pero se va enriqueciendo también cada vez más con la mezcla de diferencias. Lo interesante no termina allí, a menos que uno lo adivinara por el título: Un amor en tiempos de selfies. Es que Guada y Lucas tienen una diferencia fundamental, como tantas en cualquier relación de esa índole, pero se dejan influenciar por el entorno y pierden el control de su intimidad. Entonces, los muchachos de la barra lo animan a enviarle un video con las explicaciones de la ruptura. Ella se lo comparte a una amiga y ésta sin imaginarlo lo viraliza y, de pronto, el caso –en virtud de cierta notoriedad que Lucas había obtenido a raíz de su trabajo– ambos están en los medios hablando de su vida sentimental. El filme resulta interesante porque el director logra trazar como si fuera con el dedo una línea por el camino que lleva de lo personal y lo privado a lo mediático. Se lo ve bien claro y esa transparencia deja al descubierto lo irónico, lo ridículo, lo surrealista, lo gracioso al fin y al cabo de un tipo de situaciones que nos bombardean todo el tiempo desde lo “social”. La película está en un gran porcentaje apoyada en los hombros de Martín Bossi, a quien le sobra capacidad para sostener esta ficción y con su frescura es una buena herramienta para descontracturar la historia. El elenco lo acompaña a la altura, en especial Zamarbide que sale muy bien parada de los mano a mano. También resultan agradables las canciones de Manuel Wirzt de la banda sonora.
Lo mejor de caer hasta el fondo es que a partir de ahí sólo se puede empezar a subir. Algo de esto deja de enseñanza Un amor en tiempo de selfies, ópera primera de Emilio Tamer, co-dirigida por Federico Finkielstain que bucea por las aguas de la comedia dramática y romántica. Vehículo para el lucimiento del promisorio Martín Bossi en su promocionado debut protagónico en el cine, interpreta a Lucas, un comediante del under, “standapero” (¿existe esa palabra?), y profesor en un taller de actuación, o mejor dicho, monólogos. El hombre lleva la insignia del teatro under tatuada a fuego. Se reúne con colegas para contar anécdotas y planear posibles regresos a escena; y vive de un modo totalmente alejado de la fama y las ataduras. Pero en su clase se encuentra Guadalupe (María Zamarbide, a quien pueden tener de un divertido rol en la miniserie Babylon), una chica que intenta escalar posiciones en su ámbito laboral y recae en las clases para superar cierto temor a la oralidad pública. Por supuesto, el destino y la fuerza del guión querrán que los dos se conecten y nazca algo más que una relación profesor-alumna. Pero eso es sólo una parte previa de lo que Un amor… quiere contarnos, un inicio para lo que sería su verdadero centro de argumental. El asunto es que esta parte previa toma una hora de metraje, la mitad de la película. Con guión del propio Tamer, el film parece dividio en dos etapas marcadamente diferentes, en varios niveles. Es una película hasta que ellos se conocen, se relacionan, chichonean, y se enamoran; y otra cuando nos cuenta la etapa de relación formal de Lucas y Guadalupe. Con casi dos horas de duración (quizás mucho para una comedia romántica casi de manual como se presenta). El primer tramo del film presenta, hay que decirlo, todo tipo de fallidos. Cae en cuanto cliché se le cruce, los diálogos son indecibles. Sus protagonistas no muestran química y al forzarse en decir sus parlamentos pierden naturalidad. Los momentos dramáticos quedan desencajados y remarcados por una banda sonora omnipresente y altisonante para recordarnos que ahí, en ese momento, tenemos que emocionarnos. Los personajes secundarios tampoco aportan demasiado, y recaen en el mismo histrionismo innecesario. Lo que acentúa cierta sensación de irritabilidad, sumada a un compendio de escenas imposibles de ser tomadas en serio. Listo, dividamos la cuestión, hablamos de la primera mitad, Lucas y Guadalupe ya son pareja, se apresuran en convivir, y ahí comienza otra película mucho más estable, mejor, que le da sentido al oportunista título. Lucas y Guadalupe sufrirán vivir un noviazgo en tiempos tecnológicos (no se habla de selfies pero sí de Facebook, Twitter, What’sApp, Instagram, y otras yerbas), en el que las relaciones pasan más por dar a conocer la vida privada a una cierta cantidad de gente que no nos conoce en verdad, que a una relación cara a cara. Guadalupe es invasiva, moderna, quiere que su novio triunfe en su arte y para eso va a hacer uso de todas las armas a su alcance. Y Lucas se encuentra en una encrucijada, se rinde al amor o mantiene su espíritu under. En ese momento todo comienza a funcionar, la película gana dinamismo, el timing entre la pareja se vuelve mucho más real, algunos gags funcionan muy bien y el mensaje es mucho más claro y contundente. Por supuesto, se arrastran algunos errores imposibles de dejar de lado de su primera mitad, pero al nivelar el sabor será definitivamente otro. Hasta su banda sonora mejora notablemente plagándose himnos de nuestro rock nacional de años nacientes y en situaciones mucho más acordes. Manuel Wirtz, Luís Rubio y Roberto Carnaghi (entre muchísimos otros cameos famosos) caen en la misma situación, sus personajes van en un crescendo y toman forma recién en la segunda mitad. De este modo, Un amor en tiempo de selfies es difícil de analizar en su totalidad. Entre una primera mitad en la que se arriesga hasta a escenas de una suerte de realismo mágico que llevan a la risa involuntaria, y la otra mitad mucho más certera y con descubrimientos y planteos acertados a la sociedad moderna, definitivamente habrá que hacer un promedio. Quizás, su director y guionista se vio en la problemática de no poder llegar al nucleo de su propuesta de modo más rápido y certero, sin tanto preámbulo; si lo hubiese conseguido, el resultado, claramente sería otro.
Stand up for your rights. Luego de varias idas y venidas en la producción de una película sobre la vida de Olmedo, que lamentablemente aún no pudo ser; Martín Bossi consiguió el primer protagónico en cine de su carrera. El capocómico de las imitaciones ya es sumamente popular gracias a su talento para representar artistas a la perfección, movida que lo llevó a llenar teatros en diversas giras por diferentes ciudades. Y si bien en este nuevo film, vemos un poquito de ese perfil de “mimo” que tiene Martín, la realidad es que se trata de una muy bien lograda comedia romántica con tintes dramáticos y mucho para reflexionar. Lucas (Bossi), es un profesor de teatro under que enseña a sus alumnos varias técnicas para enfrentar al público y vencer al molesto pánico escénico. Guadalupe (María Zamarbide), asiste – aunque en contra de su voluntad- a esas clases por orden de su jefe, ya que una licenciada en marketing debe estar siempre preparada y emanar la mejor presencia frente a los clientes empresariales que acuden a las presentaciones de agencia. Mientras tanto, Lucas lleva una vida muy relajada y austera, en un pequeño departamento de soltero, en donde le alcanza y sobra la compañía de su perro y la inspiradora foto del Che Guevara que tiene en la pared. Como verán, Lucas y Guadalupe pertenecen a dos mundos total e indiscutiblemente opuestos, sin embargo, entre ellos enseguida se enciende algo, que es mucho más potente que el motor del reluciente Citröen que maneja la protagonista. cuerpo Al principio es todo un drama; un tironeo en donde ella intenta modificar ese perfil despreocupado que tiene él. Es por eso que el espectador enseguida siente que será necesario un vuelco como para que la cosa funcione. Y en ese aspecto, sabemos por vasta experiencia cinéfila, que al amor no le gusta perder. ¡Entonces ahí es donde aparece el factor sorpresa!, y los hechos comienzan a impactar debido al drástico curso que adoptan. Un camino de exposición pública que por lo general sólo tiene boleto de ida. Me sorprendió gratamente ver a este artista tirarse a la pileta del cine y nadar hacia la superficie sin ningún problema. Se logró muy buena química con el siempre entrañable Manuel Wirzt, que hace un papel secundario muy similar al de Eduardo Blanco en ‘Luna de Avellaneda’ (2004). Y en la misma línea vas a encontrar un montón de caras conocidas colaborando con participaciones especiales, ejemplo: Roberto Carnaghi y Luis ‘Eber Ludueña’ Rubio. cuerpo2 Un guión interesante adaptado a los tiempos que corren y a cómo las redes sociales, los celulares, y demás plataformas tecnológicas “indispensables” en nuestra vida cotidiana, cumplen un papel que a veces es preocupante. El avance y el nivel de cambio permanente, el reinventarse a uno mismo, se ha vuelto materia obligatoria para muchas personas, que dejan atrás o directamente olvidan aquellos valores sencillos que lamentablemente ya pertenecen a antaño. cuerpo3 Aunque por momentos predecible, esta nueva película argentina escrita y dirigida por Emilio Tamer, y producida por la misma gente que te acercó ‘Viudas’ (2011) y ‘Corazón de León’ (2013), pinta un muy buen panorama general con el cual muchos se sentirán identificados. Mi consejo es: Apaguen sus smartphones, y disfruten de la historia.
Sit down ego, sit down Martín Bossi es exitoso en el teatro. Lo que hace, lo hace de maravillas. Siempre busca demostrar que puede hacer algo más que buenas imitaciones, y en este caso se hizo una película a medida para intentar demostrar que también puede tocar otras cuerdas. Si fuera guitarrista tendría los dedos enredados por querer tocar tanto. Si se logra superar una primera mitad soporífera, cargada de lugares comunes, sobreactuaciones, poesía berreta y clichés de sobra, entonces tal vez se puedan disfrutar algunos destellos de comedia que funcionan especialmente cuando Bossi deja jugar a otros y descansa su rostro de tanto gesto impostado. La historia trata sobre un amargado, bohemio y mediocre profesor de teatro que no enseña teatro sino que roba como "gurú" del stand up, subgénero infame gracias al cual muchos se ganan la vida tratando de dotar de gracia y carisma a personas no tienen ni lo uno ni lo otro. Y ya se sabe que lo que natura non da, salamanca non presta. En una de sus clases, el profesor comienza a prestar atención a una alumna que poco tiene que ver con el resto. Como es obvio, ella tampoco tiene mucho que ver con él, pero por aquello de que los opuestos se atraen la pareja se forma, y deforma. "Las mujeres se enganchan con el Ché Guevara y después le quieren afeitar la barba" es un dicho popular en el que hace base el conflicto central de esta historia y sobre el que se extiende hasta lo insoportable. Los cameos de figuras populares de la tv, incluido el gran Carlitos Balá, ayuda a sobrellevar la cosa. Un poco nomás.
Una historia de amor con conflictos tecnológicos. Esta es la ópera prima de Emilio Tamer, co-dirigida por Federico Finkielstain, quienes también lo dirigen a Martín Bossi en el teatro en “Bossi Big Bang Show”, y ahora logro su debut protagónico en el cine. Ya en agosto de 2011 logra su primer papel en “Viudas”, de Marcos Carnevale, junto a Graciela Borges, con un divertido personaje (una mucama paraguaya). Lograba su primer protagónico poniéndose en la piel de Alberto Olmedo en la película “El Negro Olmedo”, sobre la vida del emblemático humorista pero por problemas económicos se suspendieron las grabaciones y hoy en la actualidad se está dando el gusto realizando un sketch personificando a Olmedo, junto a Carna como Javier Portales, en los emblemáticos papeles de “Alvarez y Borges”. En esta película muestra los días de un comediante de stand up y profesor de teatro que se reúne con sus amigos, para hablar de: trabajo y sus problemas, comen, cuentan anécdotas y su mejor amigo es Pedro (Manuel Wirzt). A la hora de dictar sus clases es muy estricto, y entre sus alumnos se encuentra Guadalupe (María Soledad Zamarbide, también es su debut en cine, bonita pero poco expresiva), una joven ejecutiva que necesita triunfar en su trabajo, superando varios temores, vencer sus dificultades y para ello toma estas clases a pedido de su jefe. Después de algunos enredos, sucede lo previsible: el amor entre el profesor y la alumna. Los dos son polos opuestos que se terminan atrayendo; ellos pasan varias horas juntas y lo comienza a invadir, ahogar, todo lo que él criticaba sobre la tecnología ingresa a su vida (selfies, facebook, twitter, whatsAAp, Instragram, entre otros), ella quiere que él triunfe en su profesión. Lucas ingresa en una encrucijada, llega un momento que todo hace un clic y la pareja se transforma en mediática, apareciendo en todas las redes sociales y entrando en crisis. El film se divide en varias partes y no hay tiempo para cerrarlos, se mezcla la comedia, el drama y el romance, su desarrollo con el correr del tiempo resulta poco atractivo, porque todo parece que fue apresurado: su guión, filmación y preparación. Termina siendo pretenciosa, y con un final algo polémico. Los actores secundarios no aportan demasiado y algunas escenas son poco creíbles. Hay un exceso de Bossi, quien se pone un poco la película al hombro, toca temas similares a los que habla en su espectáculo (critica a la tecnología, los mediáticos, entre otros), él cuenta con una gran habilidad para hacer emocionar, imitar gestos o voces y caricaturizar muy bien, acá lo hace pero le falta tiempo para explotarlo bien. Cuenta con algunos cameos de: Graciela Borges, Carlitos Balá, Ari Paluch, Leo Montero y de los productores televisivos Chato Prada y Federico Hoppe, entre otros, (una gran mezcla, estos con sus típicos gestos o frases). Lo mejor es la música, tema principal "Adonde" por Manuel Wirzt; “Plegaria para un niño dormido” de Spinetta, “Corazón delator” de Soda Stereo, entre otros, bellísima la fotografía en esas calles de Buenos Aires y Paraná de las Palmas.
It’s no news that Martín Bossi is an accomplished comedian. More exactly, he’s arguably the best local impersonator seen in quite some time. He’s a regular guest at many TV shows, and the celebrated star of the successful Bing Bang Show. And now with Un Amor en tiempos de Selfies, written and directed by Emilio Tamer, he’s had his big cinematic break. He plays Lucas, a somewhat phobic stand-up comedian who’s also a drama teacher. And while Bossi seems to be a better impersonator than a regular actor, the truth is that his performance in the film is decent enough for a first time in cinema. The bad news is that the film is actually pretty unremarkable. Un Amor en tiempos de Selfies tries to be a dramatic comedy with a love story as well as a meditation on the impact of social networks on relationships — all at once. And while each narrative line is more or less developed, the huge problem is that what happens and how it happens is annoyingly predictable and trite. If you experience a constant feeling of déjà vu throughout the entire film, you are not to blame. It's actually as if you were watching a formulaic US mainstream movie (so forget all about authentic local colour), and yet the main elements are wrongly executed. The timing is off-cue, the dialogue is seldom snappy or witty, the supporting characters are one dimensional, and the circumstances all characters are involved into are hardly hilarious. Consider that you’ve seen all this stuff before and in much better shape. So you have Lucas — an anxious, quirky stand-up comedian, who eventually meets Guadalupe (María Soledad Zamarbide), a pretty and shy marketing executive who’s afraid of speaking in public and signs up for classes with Lucas. Yes, they do fall in love, and yes, they do break up too. Because she wants to turn him into a successful, well-known artist whereas he wants to keep his low profile. Despite what they feel for each other, they belong to different worlds. So Lucas breaks up via a home video he sends her. Disheartened, Guadalupe sends the video to a friend and asks for advice. Eventually, the video will be online for everyone to see. And so will be Guadalupe’s angry reply to Lucas. It’s love and hate on social networks now. The fact that Martín Bossi is convincing as Lucas is hampered by another fact: María Soledad Zamarbide’s performance as Guadalupe is so overdone that it hurts. She just never rings true because you see her acting from beginning to end. Pretty much the same goes for most of the supporting actors. Last but not least, Un Amor en tiempos de Selfies doesn’t even last two hours, but it many times feels overlong and never-ending. Production notes: Un Amor en tiempos de Selfies (Argentina, 2014) Directed by Emilio Tamer. Written by Emilio Tamer and Federico Finkielstain. With Martín Bossi, Manuel Wirtz, María Soledad Zamarbide, Roberto Carnaghi, Luis Rubio, Jorge “Carna” Crivelli, Beto Casella, Graciela Borges. Cinematography: Rolo Pulpeiro. Music: Manuel Wirtz. Editing: Anabella Lattanzio. Running time: 116 minutes.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
¡Ojo con los mediáticos! El histriónico Martín Bossi en su primer protagónico para el cine, se pone en la piel y la cabeza de Lucas, un artista de teatro independiente sin participación en las redes sociales. Es un solitario que convive con su perro en un bohemio departamento de San Telmo. Amante de las relaciones sin compromiso, exceptuando sólo lo que tenga que ver con el arte y la actuación. Su único vínculo fuerte es con el teatro alternativo, del que sobrevive actuando y dando clases. En la vereda de enfrente está Guadalupe (la novel María Zamarbide), una muy joven y bella profesional de la comunicación mediática, que llega al taller de Lucas por recomendación de su jefe, para desestructurarse, aprendiendo a manejar el temor de hablar en público y mejorar su ascendente carrera empresarial. Mientras él piensa al arte desde el sacrificio y la austeridad; ella es práctica, hiperactiva y está más que integrada a un mundo que no cuestiona, al menos hasta que se involucra afectivamente con Lucas. Sin duda que el abismo que separa a Lucas y Guada es precisamente lo que parece servido en bandeja para intentar una comedia romántica que busque conectar sus mundos opuestos. Pero del dicho al hecho, hay mucho trecho y en esta batalla que implica también al mundo de la tecnología y el de los valores antiguos, el foco está puesto en la relación disfuncional que ambos protagonistas intentan sostener de forma inmadura. No por sus aciertos sino por sus errores, la conflictiva relación de la pareja termina por ser sólo el exponente de una ilusión colectiva, cuando sus discusiones privadas se filtran en las redes sociales generando un verdadero debate en ese público anónimo y masivo que consume ese tipo de productos invasivos de la privacidad. Más amargo que agridulce Si bien es cierto que “Un amor en tiempos de selfies” tiene un par de pasajes refrescantes y aparecen caras populares como la de Balá y algún chiste propio de la pantalla chica, tiene muchos fallos de realización, ya sea por los diálogos poco trabajados, muchas falencias en el trabajo sobre las imágenes (sobre todo en el montaje que abusa de cortes) y es particularmente defectuosa en su coherencia discursiva, lo que hace avanzar la historia con giros bastante arbitrarios. Sobreactuada y con un guión pretencioso, que parece un rejunte absurdo de chistes burdos y expresiones coloquiales como las que abundan en la larguísima escena al aire libre, en un patio tuneado tipo conventillo, donde los artistas under parecen miembros de un circo que no roza el nivel poético de Fellini, por más que se insista con un afiche de “Amarcord”, se incluya a unos enanos y guiños similares, todo es más patético y de mal gusto. Con disfraz de comedia No queda claro si la intención fue parodiar al género o contar una comedia romántica, pero ésta nunca llega más que a conformar un híbrido inclasificable que se regodea en el lugar común y que no termina por posicionar correctamente a sus protagonistas algo sobrepasados en su actuación, con demasiados gestos teatrales y una exagerada marcación en cada línea de diálogo. Aunque la película se anuncia como una comedia romántica, el humor y el drama no logran combinarse acertadamente, apenas algunos leves chispazos risibles y cameos simpáticos como el de Graciela Borges, quien al cruzarse en una escena con Bossi y Manuel Wirtz, les advierte sobre el peligro de los mediáticos y el daño que pueden hacerle a la cultura. El film acumula situaciones sin demasiada gracia y se carga de agresiones, enrareciendo el clima que debería ser más festivo y menos dramático. En definitiva, la película se viste de comedia romántica, pero pretende hablar de las dramáticas opciones del artista entre la banalidad exitosa o el compromiso a fondo. El guión se encarga de cerrar el círculo y darle su propia respuesta a estas cuestiones, pero la mayoría de las ideas está demasiado premasticada y forma una comedia con moraleja muy previsible. A pesar de sus defectos, merece ser considerada como una opción de entretenimiento.