Tully

Crítica de Andrés Brandariz - Cinemarama

Mother’s Little Helper

Tully es el tercer encuentro creativo entre Jason Reitman y Diablo Cody, y el segundo de ambos con Charlize Theron. Estos tres nombres prometían mucho. El resultado termina siendo una película de nobles aspiraciones, pero decepcionante. Por su mirada cruda, honesta y renuente a cualquier romantización sobre la maternidad, Tully es muy valorable como gesto; como película es anodina y, gracias a un lamentable giro de la trama, termina depositando más confianza en artilugios de guion con fecha de vencimiento que en su capacidad para la empatía, traicionando su simplicidad con sorpresas más devotas del shock que de la emoción.

La protagonista es Marlo (Theron), una madre de dos hijos que está esperando un tercero, esta vez no buscado, con Drew (Ron Livingston). Marlo está cansada, desmotivada, agobiada por ese universo de mandatos y responsabilidades de madre que, una vez más, la atrapan en un loop interminable de noches sin dormir y problemas que solucionar. Tully nos muestra a una Theron gorda, sudorosa, desvaída y desarreglada. Es de esta manera que Reitman aprovecha, además de la inmensa capacidad interpretativa de Charlize, su estatus de estrella: poniendo a un ícono de belleza en el lugar de una mujer común. Una decisión que podría suscitar ese viejo desdén hacia los cuerpos que Hollywood elige mostrar como ordinarios, pero que cobra vuelo cuando vemos a ese cuerpo maltratado por la rutina interpretado con tanta verdad. Sabemos que Charlize Theron es una gran actriz, pero su facilidad para transformar su apariencia sin ningún aspaviento nunca deja de sorprender.

Más allá de la presencia de Mark Duplass y Ron Livingston en acotados y cumplidores papeles, Tully es una película diseñada para el lucimiento de su actriz principal y para Mackenzie Davis (la Tully del título). Cuando Marlo le cuenta a su adinerado hermano (Duplass) de su agotamiento e incertidumbre a la hora de enfrentar sus mandatos de madre, él decide contratarle una niñera nocturna que le permita dormir por las noches. La niñera es extraña, un poco nerd, pero en última instancia encantadora. De a poco, Marlo dejará de sentirse una madre insuficiente por haber recurrido a la ayuda de la joven, construyendo un vínculo de confianza y confesiones con esa chica mucho más joven, en un momento de su vida completamente diferente al suyo.

A medida que avanza la película, resulta evidente que Tully adolece de una falta de desarrollo como personaje: su función parece ser solamente la de hacer encontrar a Marlo su lugar como madre, motivarla. Su rol se acerca, contra todo pronóstico, al de una manic pixie dream girl: ese personaje femenino que viene a “iluminar” el camino del protagonista masculino en una película romántica sin tener ningún tipo de desarrollo u aspiraciones propias. Esto se hace cada vez más acentuado hasta que un desafortunadísimo giro de la trama, para no entrar en más detalles, nos revela que, en efecto, la cosa es así: Tully solo está para hacerle encontrar a Marlo su lugar. Esta vuelta de tuerca, que se siente dolorosamente amateur, echa por tierra el evidente paralelismo que se construye entre la juventud de Marlo y la de la niñera para convertirlo en una alegoría que colisiona con el tono que se venía transitando.

Sobreponerse a este artilugio efectista resulta muy difícil, y el epílogo, un poco “explicado” pero potencialmente emotivo, sufre muchísimo. La sensación conjurada por el final, de cualquier manera, resulta muy estimulante: una aceptación voluntaria de la edad, del paso del tiempo y de la necesidad de asumir las responsabilidades que nos tocan, no exenta de cierta resignación. Es un final agridulce, sincero, que confirma que no era necesario caer en recursos burdos cuando lo que se venía construyendo partía de una naturalidad que otro realizador y otra guionista envidiarían.