Triángulo

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

La última película de Christian Petzold maniobra con una extraordinaria habilidad ideas de género y narración por un lado, y de introspección y contemplación más ligadas al cine moderno por otro. Triángulo tiene toda la fuerza de un relato construido con firmeza a base de personajes que se revelan sólidos escena tras escena, pero además despliega una mirada que es la de una película netamente contemporánea, que escruta el mundo y sus criaturas pero sin recurrir a lugares comunes ni a psicologismos fáciles. Thomas y Laura son los dos personajes más observados por Petzold: sobre ellos (especialmente sobre Thomas) reposan largos planos que parecen estar a la caza de pequeños tics y nunca de gestos ampulosos o cargados de sentido. Algo parecido sucede con Laura: el guión le ofrece muy pocos resquicios para que se explique a sí misma y a sus actos, y cuando lo hace sus parlamentos no suenan demasiado convincentes y definitivamente no alcanzan a dar cuenta de las decisiones que toma. Laura termina siendo difícil de elucidar: ella, sus aspiraciones y sus deseos se nos aparecen solamente de a fogonazos y casi sin atisbos de psicología. Así, en el triángulo amoroso que se describe en la película de Petzold abundan los silencios y los diálogos breves, y a la par de Thomas, que irrumpe sin quererlo en la vida de la pareja formada por Ali y Laura, vamos aprendiendo a no confiar demasiado en la palabra y a tratar de leer a las personas a través de sus caras y gestos. Lo notable de Triángulo es que Petzold, a partir de este esquema, se las arregla para producir altas dosis de suspenso (elemento que por algún motivo no suele estar muy presente en el cine contemporáneo más intransigente) y la historia nunca pierde nervio, incluso en los momentos más calmos y contemplativos.