Paul Dédalus (interpretado por Mathieu Amalric) decide regresar a Francia luego de vivir ocho años en el extranjero. Una vez que llega a su país, es detenido por un agente debido a que existe otro Paul Dédalus con su mismo pasaporte. Quieren saber si es quien dice ser y a partir del interrogatorio Paul se verá obligado a recordar tres momentos fundamentales en su vida: su niñez, su viaje a la URSS cuando era adolescente y su primer y gran amor. Bajo esta premisa se desarrolla Tres Recuerdos de mi Juventud, la última película de Arnaud Desplechin (quien también dirigió El Primer Día del Resto de Nuestras Vidas y Reyes y Reina). Los tres recuerdos están intrínsecamente unidos a la vida actual de Paul. A lo largo de la película podemos ver que su atormentada infancia lo marcó y que en ese viaje a la URSS ayudó a unas personas a escapar de los soviéticos, lo que constituye su gran orgullo. Pero el recuerdo más importante de todos y aquel imposible de olvidar es el de Esther, su gran amor. Y allí, en ese punto, es donde la película es grandiosa. Al joven Paul lo interpreta el actor Quentin Dolmaire y a Esther la actriz Lou Roy-Lecollinet. Esta es la primera película de ambos y sus grandes actuaciones los convierten en verdaderas revelaciones. Quentin le da a su Paul un aire trágico y a la vez lleno de vida. Por su parte, Lou parece haber nacido para estar frente a una cámara. Además de su belleza y su rostro vulnerable y altivo, muestra grandes dotes de actuación con sus tan solo 19 años. Paul y Esther se enamoran en su juventud. Ambos son el primer amor del otro y se aman y se lastiman con la misma pasión. Su amor -por momentos tierno, en otros destructivo- no es suficiente para mantenerlos juntos. Las responsabilidades, la adultez, las decisiones individuales y la búsqueda de identidad los terminan alejando cada vez más, a pesar de la necesidad que sienten por el otro. A través de cartas que los personajes recitan en voz alta mirando a cámara, las palabras se hacen más tangibles y los momentos más movilizadores. Tres Recuerdos de mi Juventud es una oda a la nostalgia, a los tiempos cuando todo era más simple, a los caminos no tomados y a aquellos de los que uno se arrepiente. Es una muestra de cómo los peores momentos de tu vida te marcan y de cómo te das cuenta de lo que tenías cuando ya es tarde. El no aprovechar y el dejar ir a tu gran amor pueden obsesionarte y perseguirte aun cuando tu juventud ya se esfumó y tu futuro parece cada vez más corto.
Todo pasado fue mejor Lo que en un principio sugiere Tres recuerdos de mi juventud -2015-, nuevo opus del prestigioso Arnaud Desplechin parece un film sobre el doble y la identidad, pero rápidamente esa idea se disuelve en un viaje nostálgico y a la vez enérgico hacia el pasado, cuyo nexo conceptual recae en los recuerdos del protagonista bajo el pretexto de un interrogatorio cuasi detectivesco. Mathieu Amalric interpreta a Paul Dédalus, personaje misterioso, quien cobra trascendencia a partir de la idea de regresar a Francia tras varios años en el extranjero. Desde allí, el pasado va tomando diferentes formas y definiendo algunas particularidades de este Paul Dédalus, con la salvedad que en otra parte existió un Paul Dédalus ya fallecido por lo que el enigma sobre quién es el verdadero apela a la reconstrucción a través de los recuerdos. El título hace referencia a etapas importantes para el protagonista, pero Desplechin se concentra en lo que a su adolescencia se refiere. Así, la rebeldía propia de los jóvenes de aquella época se mezcla con las hormonas y la euforia del primer amor, también de los primeros desencantos y la presencia imborrable de Esther -Lou Roy-Lecollinet- capaz de transmitir a cámara cualquier sentimiento creíble por su enorme fotogenia. Esther enamora a Paul -Quentin Dolmaire-, pero la asfixia obliga a la separación y a que cada uno tome rumbos distintos. Sin embargo, no deja de estar presente a diario en las cartas que ambos amantes se obsequian por esos besos robados que no alcanzan. La puesta en escena para la etapa de la adolescencia adopta una serie de elementos que la alejan del código convencional, como por ejemplo la inserción de la voz en off cuando fragmentos de las cartas acompañan las imágenes, pero también cuando los personajes hablan a cámara e interpelan al espectador. La nostalgia dice presente en la propuesta cinematográfica integral y la elección del actor y director Mathieu Amalric le pone rostro a ese desgaste de la nostalgia que el director de Reyes y reina -2004- sabe explotar sin llegar a la demagogia y mucho menos a un formalismo hueco. Tres recuerdos de mi juventud rescata la energía de un cine francés que escapa del hermetismo dialéctico pero se vuelve igual de profundo y conmovedor sin necesidad de subrayados o excesos de vanidad.
La vida narrada en tres actos Casi una década después de Comment je suis disputé... (ma vie sexuelle), Arnaud Desplechin vuelve a darle vida a Paul Dédalus, suerte de alter ego del director francés que interpreta Mathieu Amalric, para algo así como una autobiografía en donde los recuerdos de su vida sentimental se exponen con elegancia, sentimiento y un abanico de recurso narrativos para ofrecer una puesta fluida, inteligente y emotiva. Con un relato estructurado en tres partes bien definidas, extensos flashbacks que primero indagan en la niñez de Paul signada por el suicidio de su madre y el distanciamiento de su padre -al que nunca llega a conocer realmente-, luego se desarrollan a ritmo de un thriller cuando el protagonista, apenas un adolescente, viaja a Rusia y es parte de una trama de intrigas, aventuras, dobles identidades y claro, la posibilidad de ayudar a los oprimidos judíos soviéticos y ser un héroe. Y al final –también en el medio, o mejor, suspendido y prevaleciendo sobre la maraña de recuerdos-, la relación de Paul (brillante Quentin Dolmaire como el joven Dédalus) con la intensa, adorada y contradictoria Esther (Lou Roy-Lecollinet), primera novia, amour fou bien francés, recuerdo idealizado, musa para siempre. La película del autor de Reyes y reina y Un cuento de Navidad, que se presentó en el 68 Festival de Cannes y fue elegida como el film de apertura en el reciente Festival de Cine de Mar del Plata, está contada en primera persona en la voz del antropólogo Paul Dádalus, detenido al ingreso a París luego de una larga ausencia que lo llevó por exóticos destinos por el mundo, al comprobarse que su pasaporte coincide con una persona fallecida en Australia. A partir del interrogatorio a cargo de un sagaz agente de inteligencia, Desplechin desgrana los tres actos de la historia, complejiza ese camino en donde el tránsito de la niñez a la adolescencia y más adelante a la vida adulta cuenta con una maravillosa comprensión de los que fueron él, uno solo y su historia desdoblada, otra vez él ya adulto a la hora del balance, en el que la nostalgia es el potente vehículo donde convergen los interrogantes sobre la suerte de la multitud de compañeros de ruta y sobre todo, el amor para toda la vida de la luminosa y atormentada Esther. Un film que explora las posibilidades de contar en voz alta la propia existencia, para que quede el testimonio de una experiencia única e intransferible.
Amor y patria Emociones, historia y clima sensual en este filme de búsqueda con el sello narrativo de Desplechin. En Tres recuerdos de mi juventud el francés Arnaud Desplechin (Reyes y Reina) desdobla la identidad de un personaje arquetípico de su cine, su alter ego Paul Dedalus. La película cruza presente y pasado con un Dedalus maduro interpretado por Mathieu Amalric, su actor fetiche, y un extenso flashback de juventud con Quentin Dolmaire en el protagónico. Ambientada en los ‘80, con el trasfondo de la URSS y de la caída del Muro luego, la película se nutre del contexto y de las vivencias de los protagonistas. Jóvenes ellos, personajes solitarios, que buscan su identidad sin ofrecer sentencias, pero sí unas claves íntimas de ellos y su mundo, mutuamente construidos entre la política y el rock. El tema queda claro en una escena inicial, con Paul, un antropólogo maduro que decide volver a París, detenido en el aeropuerto sospechado de espionaje. Tiene o tuvo un doble, y allí esta su pasaporte para probarlo, y la pregunta sobre quién es él o dónde se encuentra a si mismo, será respondida por la película en un flashback con tres historias, tres aventuras de Dedalus durante su infancia, adolescencia y principalmente, su relación con Esther (Lou Roy-Lecollinet), el gran amor de Paul, que es casi una película dentro de esta historia. El tríptico, un formato de muñeca rusa, comienza con la difícil relación con su madre, que se se suicida, y ese mundo marcado por la carencia. Luego aparece la aventura del pasaporte, en un viaje al lado comunista, primeros signos de la personalidad de Paul. Y luego vemos a Esther, a quien él define su patria en un encuentro sexual. Melancólico pero poderoso, el filme muestra ese salto a la adultez, el mundo del pasado y del presente visto desde las dos perspectivas. Personajes tímidos o problematizados que explotan y se vuelven fascinantes, heroicos. Personajes distintos que se aman en la diferencia y en la distancia. Retratos exquisitos y profundos con el sentido de la búsqueda y del encuentro, en un ejercicio de memoria.
Melodrama y recuerdos Los recuerdos son la base, el punto de partida y la sustancia de esta nueva película de Arnaud Desplechin, uno de los cineastas más importantes de Francia en la actualidad. Habitual invitado al Festival de Cannes (este film fue, de hecho, parte de la prestigiosa Quincena de los Realizadores en la edición de este año), Desplechin debutó como director en la década del 90. Paul Dédalus, el protagonista de Tres recuerdos de mi juventud, apareció por primera vez en Comment je suis disputé... (ma vie sexuelle), de 1996, encarnado por Mathieu Amalric, actor que también lo interpreta en este nuevo film y que ya ha protagonizado seis largos de Desplechin. Es la educación sentimental de Dédalus el tema principal de la película, más allá de que Desplechin desarrolle durante dos horas una intrincada trama de resonancia onírica que se apoya alternativamente en el drama familiar, la novela epistolar y el thriller de espionaje, además de incluir referencias a la pintura francesa del siglo XVIII y la mitología griega, y cruzar en la banda de sonido la música clásica con el funk de George Clinton. Luego de pasar varios años fuera de Francia, Dédalus regresa su país para ejercer su profesión de antropólogo. El primer flashback de la historia remite directamente a una infancia torturada, marcada por una relación traumática con sus padres. Después llegará la memoria de un complejo episodio de la adolescencia que involucra a servicios secretos y falsificaciones de documentos durante un viaje de estudios a la Unión Soviética. Y finalmente, el segmento que en definitiva es el corazón de la película: la historia de amor juvenil con la bella Esther, primero seductora, intrigante y enigmática compañera de estudios, y más tarde amante despechada y errática, hundida en la depresión. Ese capítulo tiene como escenario Roubaix, ciudad francesa cercana a la frontera con Bélgica donde nació Desplechin, y remite de manera indisimulable al cine de François Truffaut: del romance idílico al amor en fuga, la historia de Paul -Quentin Dolmaire, una especie de versión contemporánea de Jean Pierre Leaud, actor fetiche de Truffaut- y Esther -Lou Roy-Lecollin-, dueña de un encanto y un misterio que es tradición en las grandes actrices francesas- abreva tanto de la famosa saga protagonizada por Antoine Doinel como de Las dos inglesas y La historia de Adele H, uno de los films más desgarradores de Truffaut. Se trata, como sintetizó con claridad Desplechin en una entrevista reciente, de "una pareja perfecta y a la vez disímil". Con la caída del Muro de Berlín como telón de fondo, Desplechin narra el ascenso y el ocaso de una historia de amor de temperamento melodramático que sellará en los dos personajes una marca imborrable, la que dejan las experiencias que pueden traducirse en aprendizaje.
El regreso de Paul Dédalus Arnaud Desplechin regresa a los orígenes autobiográficos con Tres recuerdos de mi juventud (2015), presentada en la Quincena de los Realizadores del 68 Festival de Cannes, y apertura del 30 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, recuperando el personaje de Paul Dédalus que había creado en 1996 en Comment je suis disputé... (ma vie sexuelle) que vuelve a encarnar Mathieu Amalric. Un entramado de sueños, a veces intensos, a veces caóticos, a menudo nublados, pero siempre portadores de un mensaje del subconsciente, un territorio que a Desplechin le encanta recorrer como Ulises durante su Odisea o el Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe en sus aventuras (dos referencias de las muchas que el cineasta incluye entre los laberintos de su película). Paul (Amalric), que regresa a Francia tras veinte años de peregrinaciones por el mundo para ejercer su profesión de antropólogo, recuerda su infancia (primera parte del film) en el norte de Francia. Se trata de un periodo oscuro marcado por su abandono del hogar familiar, la muerte de una madre que odia, los juegos de indios y vaqueros con sus hermanos, y la relación tensa con su padre. Después, un curioso acontecimiento lo obliga a sacar a la luz un episodio de su adolescencia: un viaje a Rusia. ¿Por qué? Los servicios secretos franceses han descubierto, a su regreso como adulto a Francia, que existía otro Paul Dédalus, un doble fallecido dos años atrás en Australia que posee los documentos de identidad auténticos de nuestro antropólogo. Un flashback resuelve el enigma: en un viaje escolar a la URSS, el joven había aceptado, por amistad, ayudar a una red de expatriación de espías de los judíos soviéticos. Esta exhumación del pasado continúa con un tercer capítulo llamado Esther, como el gran amor de juventud de Dédalus, una relación muy romántica (con los aparentes daños y secretos que esto conlleva) que duró unos años pero que se apagó por la distancia de Paul, que estudia antropología en París. Drama familiar, relato novelesco de iniciación, thriller de espionaje y ante todo película de amor, Tres recuerdos de mi juventud cultiva su misterio adoptando los códigos de distintos géneros del cines. De las utopías a los golpes de la vida, de los disfraces a la caída de máscaras, Arnaud Desplechin tritura los fantasmas del pasado bajo el signo del desdoblamiento. Así, su protagonista está siempre allí y en otra parte, navega entre los universos intentando encontrar su camino, su personalidad, un equilibrio... Una relectura muy densa que el cineasta salpica de planos espléndidos y en la que el que el talento de sus jóvenes interpretes está muy bien aprovechado sin intentar a toda costa dar una estructura demasiado formal al flujo de recuerdos, lo cual dota a la cinta de un aspecto inaprensible, como una búsqueda de eternidad a través de la extrañeza de la vida.
La memoria como educación sentimental La nueva película del gran director francés despliega unos relatos dentro de otros, al punto de que el film, tributario del cine de Truffaut, se vuelve una apasionante novela epistolar, con los jóvenes amantes enviándose cartas frenéticamente. Como casi todos los films previos del cineasta francés Arnaud Desplechin (Roubaix, 1960), Tres recuerdos de mi juventud elige el camino del desborde y la desmesura romántica, no porque su tópico sea el amor –que también es parte esencial del film– sino por su carácter de obra subjetiva, ina- cabada y abierta. En su nueva película, que sirvió de apertura al reciente Festival de Mar del Plata y en mayo pasado brilló en el Festival de Cannes, Desplechin parte una vez más de sus recuerdos personales y de su educación sentimental, para terminar haciendo un film novelesco, en el sentido fabuloso, imaginario del término.Hay toda una tradición en este campo en el cine francés y es la de François Truffaut y su saga sobre Antoine Doinel, que comenzó nada menos que con Los 400 golpes (1959) y se extendió luego por dos décadas, siguiendo el crecimiento de su protagonista, Jean-Pierre Léaud. Y Desplechin parece adherir a esa tradición en estos recuerdos de su juventud, que vienen a ser una suerte de “precuela” de Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle), la película con la que Cannes lo dio a conocer allá por 1996.Aquí reaparece Paul Dédalus, suerte de alter ego de Desplechin (así como Stephen Dédalus era el de James Joyce), nuevamente interpretado por Mathieu Amalric, que veinte años atrás fue el estudiante universitario que, recién llegado de Roubaix –la ciudad natal del director–, tomaba por asalto la Sorbona... y a casi todas sus compañeras de estudio. Es el Dédalus adulto quien ahora narra sus souvenirs de adolescente (Quentin Dolmaire), cuando vive una aventura casi de espionaje durante un viaje de estudios a la ex Unión Soviética.Ese viaje iniciático será el primero de los muchos de Dédalus, que decidirá estudiar antropología en París y dejar atrás, en Roubaix, a su primer y gran amor (Lou Roy-Lecollinet, una suerte de nueva Léa Seydoux), aunque nunca puede olvidarla ni dejarla del todo. Un poco como le sucedía al Doinel de Besos robados (1968), una película que Desplechin le hizo ver a su joven protagonista.El gran flashback sobre el cual reposa la estructura del film le permite a Desplechin desplegar unos relatos dentro de otros, como si fueran cajas chinas, en las que también la película se vuelve una apasionante novela epistolar, con los amantes enviándose cartas frenéticamente. Cartas que los actores muchas veces leen en voz alta, mirando fijo a cámara, como si hicieran al espectador confidente de sus confusos, volcánicos, sentimientos, muy a la manera del Truffaut de Los dos inglesas o La historia de Adela H. Como esos títulos, Trois souvenirs de ma jeunesse es un film de época, pero no del siglo XIX, sino de la década del 80, signada por la caída del Muro de Berlín y por la aparición de la música “house”.Esa marca de época funciona en el film de Desplechin también como un signo de identidad. Como todo adolescente, Paul no termina de saber quién es y qué quiere de la vida. La vieja casa natal es el refugio al cual Paul vuelve una y otra vez, como no deja de volver con Esther, con quien durante unos años tan fugaces como intensos vivirá el amor de su vida. Pero hay todo un mundo allí afuera que el joven Dédalus está dispuesto a explorar, sin atarse a nada ni a nadie. Se diría incluso que la antropología, para Paul, es ante todo su pasaporte a lo desconocido, hacia todo aquello que hay fuera de Roubaix y que él está dispuesto a explorar, ya sea en Bielorrusia o en las desiertas planicies de Tajikistán.El de la identidad es todo un tema que corre, como un río subterráneo, bajo la tormentosa superficie de Tres recuerdos de mi juventud. Aquel viaje iniciático a la URSS, en el que decide entregar su pasaporte a un muchacho judío de su edad que pretende emigrar a Israel, determinará que Paul Dédalus tenga una suerte de doble del otro lado del mundo, alguien que con su mismo nombre y apellido, y su misma fecha y lugar de nacimiento, también atraviesa aduanas y fronteras. Mientras tanto, el verdadero Paul nunca termina de saber cuál es su lugar de pertenencia, más allá de esa casa y ese amor de juventud a los que regresa cíclicamente, como quien se aferra a unos recuerdos tan idealizados como los de una novela. O de una película.
Exhibida en la función de apertura del Festival de Mar del Plata, Tres recuerdos de mi juventud generó reacciones dispares con su historia de amoríos, lealtades y conflictos entre adolescentes en los años ’80. La vitalidad de sus muy jóvenes y carismáticos actores no resultan suficientes para que discurra con naturalidad una narración entrecortada que se estira hasta las dos horas. Tiene instantes graciosos, pero su rumbo resulta algo errático, recurriendo hacia el desenlace a la remanida relación sentimental entre descarada jovencita rubia y chico levemente rebelde, ya un clisé del cine francés.
Recuerdos de juventud, casi todos entretenidos Fascinante y emotiva para unos sobre todo cuando llega al último capítulo, apenas bien hecha y artificiosa para otros que consideran estirado ese último capítulo, esta cinta de Arnaud Desplechin es la más llevadera, menos enredada y menos larga (123 minutos) de las que se conocen por estos lares. Las anteriores son "Reyes y reinas" (una madre soltera, su padre enfermo, otras historias paralelas, todas antojadizas, 150 minutos) y "El primer día del resto de nuestras vidas" ("Un conte de Noel", una extensa reunión familiar, una madre egoísta requiere el sacrificio filial, también 150 minutos). En este caso, un tal Paul Dedalus vuelve a su patria luego de varios años, pero la historia nos muestra dos cosas. Primero, hay otra persona con ese mismo nombre y pasaporte. Eso nos lleva al recuerdo de ciertos episodios de los 80, cuando Dedalus adolescente viajó a la URSS en rol de cuasi-agente secreto. Segundo, así como la patria del hombre es su infancia, según dicen que dijo el poeta Rainer María Rilke, el Dedalus adolescente declara enamorado que su patria es el cuerpo de su amada, y su amada entera. A esa patria quisiera volver después de tantos años. La historia se arma entonces en un prólogo y tres capítulos: la infancia tortuosa, la aventura en el exterior, y, la historia de su amor, también tortuoso pero atrapante para el sujeto en cuestión. Por ahí van los tres recuerdos anunciados en el título en primera persona. Allí se suceden una rusita dulce, cariñosa y ordenada, varias francesitas engrupidas que se hacen las interesantes, madres rayadas, padres sufridos, un narrador en tercera persona, cartas leídas a cámara, pantalla dividida, un guión arrebatado, lleno de agujeros, viajes, andanzas por Roubaix, Bielorrusia y Tadjikistán, traiciones imperdonables, reflexiones, declaraciones, penas, orgullos, arrepentimientos, parientes, ese asunto del otro tipo con el mismo nombre, que suena a excusa pavota, una relación llena de vueltas y antojos a lo largo de demasiados años y algunas escenas de bienvenida frescura y sensualidad, a cargo de una parejita de chicos debutantes: Quentin Dolmaire y Lou Roy-Lecollinet. Esto último tiene además la cualidad de provocar recuerdos en los propios espectadores. Por su parte, Desplechin tiene la capacidad de recuperar unos personajes elaborados en su ya lejana "Comment je me suis disputé...(ma vie sexuelle"), de 1996, e inventarles esta especie de precuela evocada con relativa nostalgia. En esa obra, aquí vista sólo en funciones especiales, los intérpretes eran Emmanuelle Devos y Mathieu Amalric, que ahora reaparece como Dedalus adulto. También hay un Paul Dedalus en "El primer día...", pero más bien parece un homónimo.
Juventud, divino tesoro El director de Esther Kahn, Reyes y reina y El primer día del resto de nuestras vidas combina elementos del thriller de espías con una típica historia de iniciación adolescente de fuerte veta emotiva y melancólica. Este nuevo trabajo del notable realizador francés -que tuvo su estreno mundial en Cannes e inauguró el reciente Festival de Mar del Plata- contó como protagonistas con varios jóvenes actores no profesionales (magníficos trabajos de Quentin Dolmaire y Lou Roy-Lecollinet) más el aporte de otros intérpretes de renombre como Mathieu Amalric y André Dussolier. Mathieu Amalric aparece en la primera escena del film como Paul Dedalus, un profesor y antropólogo que prepara su regreso a París desde Tayikistán. Al ingresar a Francia, es detenido por la policía y luego interrogado por un agente del servicio de seguridad (André Dussolier). Su pasado tiene varios aspectos oscuros que Arnaud Desplechin nos irá develando (casi todo el film está narrado con largos flashbacks). Luego se presenta una larga secuencia dedicada a un viaje escolar que el joven Paul realiza a la Unión Soviética, donde él y su mejor amigo protagonizan una serie de situaciones dignas de una película de espías. Pero hasta allí llega las ínfulas de thriller de Tres recuerdos de mi juventud, ya que después todo derivará hacia un muy querible relato coming-of-age ambientado a fines de la década de los ’80: seguiremos las andanzas de Paul entre sus 16 y 21 años, el suicidio de su madre, la mala relación con su padre, sus estudios en París, las desventuras con sus amigos y familiares y, sobre todo, su apasionado y conflictivo romance con Esther. El director de Reyes y reina eligió como protagonistas a dos intérpretes debutantes como Quentin Dolmaire (una suerte de nuevo Jean-Pierre Léaud en los primeros films de FrançoisTruffaut) y Lou Roy-Lecollinet, quienes le aportan una frescura, una espontaneidad y una ligereza que el cine del director no solía tener. La en apariencia compleja madeja se va desenredando con el correr de las dos horas que Desplechin maneja con un encanto, una sensibilidad y una diversidad de recursos narrativos y visuales (también con algunas repeticiones innecesarias y una veta nostálgica quizá un poco recargada) que convierten a Tres recuerdos de mi juventud en una experiencia tan fascinante como disfrutable.
Recuerdos de una adolescencia en la que tuvo una madre loca, tres amigos especiales, una hazaña solidaria y por sobre todo un amor que atravesó su vida para siempre. Un antropólogo detenido y el pasado recurrente. Un film nostálgico, muy hablado, con encanto.
El original y excéntrico director francés vuelve en cierto modo sobre sus pasos en esta película que narra la infancia y adolescencia de Paul Dedalus, poniendo el eje principalmente en su relación amorosa con una chica cuando él rondaba los 19, 20 años. El filme es una especie de precuela de MI VIDA SEXUAL, su película de mediados de los ’90 que exploraba los años posteriores del mismo personaje, interpretado por Mathieu Amalric. Aquí, Amalric encarna a Paul adulto quien, a partir de una situación policial en un aeropuerto cuando está regresando a Francia, debe contar su historia, o parte de ella, ante el oficial que lo interroga. Antes de eso lo veremos de pequeño, ya demostrando la fuerte personalidad e inquietante ansiedad que el personaje tendrá a lo largo de toda su cinematográfica vida. Un segundo episodio lo mostrará metiéndose en problemas en la Unión Soviética en un viaje escolar que lo llevó a actuar de espía adoleceente, con inesperados contratiempos que lo siguen marcando hasta hoy y que son el motivo de su detención policial. desplechinPero lo que más lo marcó, sin duda, y es ése el corazón del resto del relato, es su relación con Esther, una chica muy seductora y popular de 16 años con la que empieza una relación gracias a la verborragia y al ingenio del chico, condiciones que logran que por primera vez la bella chica en cuestión se involucre con alguien más o menos seriamente. La relación será fuerte y por momentos caótica, complicada además por sus largas estadías en París –donde estudia en la universidad– mientras ella sigue en el colegio en su pueblo natal. Habrá otros elementos en juego que el espectador deberá descubrir viendo la película, especialmente por lo inesperados que resultan. Es que, en realidad, todo y nada puede ser inesperado en el cine de Desplechin, un cineasta que juega con formas raras y antiacadémicas de la puesta en escena, el montaje y la actuación sin que por eso sus personajes pierdan el poder de emocionarnos con los recursos más nobles. Una historia de amor adolescente, “truffautiana” en tema pero más extravagante en su puesta en escena, MY GOLDEN YEARS es una de esas películas en las que algunos cineastas adultos miran su adolescencia con una mezcla de cariño y fastidio, logrando que los conozcamos mejor en el camino, una suerte de autobiografía contada a la manera de un viaje de la adolescencia a la adultez. Y con un gran personaje como la tal Esther, esa chica fascinante que todos conocimos en la secundaria que acecha nuestros sueños, de vez en cuando, décadas después…
Arnaud Desplechin es uno de los grandes nombres del cine francés, y su filmografía lo justifica. Esta película, que narra un amor adolescente desde la mirada de un adulto -pero también un paisaje humano complejo, a veces triste y a veces humorístico- tiene todas las bondades artesanales del cine del realizador -el filo en el diálogo, el montaje justo, etcétera- pero también cierto aire académico, como si surgiera de la necesidad de ser fiel a los elogios. Aún así, por encima de la media de estrenos.
La caméra-stylo Las películas de Arnaud Desplechin parecen leídas. El cineasta escribe su laberinto. Sus palabras son brazos, caricias y luces: una danza íntima y cotidiana con encuentros, peleas y viajes en tren. La vida ficcional de Paul Dédalus anida en su filmografía. El alter-ego encarna un cine sinuoso y complejo. En Tres recuerdos de mi juventud se cruzan fragmentos de sus películas anteriores: escenarios, ambientes, rostros, posturas, gestos y ritmos. El director vuelve sobre sus pasos, pero evita el lugar común de la reconstrucción biográfica. Desplechin utiliza el prisma de la imaginación, reinventa su juventud y les ofrece a sus héroes las aventuras que hubieran deseado vivir. La cuestión de la identidad aparece como aliento inicial. Tras años en Tayikistán, Paul regresa a Francia y es detenido por la policía de frontera. Durante el interrogatorio le informan que existe otro Paul Dédalus, un refugiado ruso en Israel. Ante la evidencia de una identidad paralela, el protagonista comienza a explorar la propia. La película se compone de tres capítulos que incrementan gradualmente su magnitud y duración, construyendo al personaje y siguiendo su trayectoria borrosa. Los recuerdos de infancia, que muestran a un niño con una fuerte personalidad y componen el primer capítulo, dan paso rápidamente a un episodio de espionaje juvenil en la Unión Soviética. Pero los desplazamientos geográficos que la película imagina no son nada al lado del viaje de regreso al primer amor. Esther es una adolescente hermosa y ligera que inquieta a Paul y enloquece a su entorno. Ella es maravillosa, fantástica, irreal: su rostro pulposo y su brillante cabello rubio se apoderan de la imagen con la belleza inigualable de un recuerdo. Desplechin entrega uno de los retratos femeninos más bellos jamás compuestos por una ficción. El cineasta combina el arte del diálogo y la puesta en escena: hablar y ver en un mismo movimiento. Lo que dicen Paul, Esther, o las distintas voces en off siempre supera lo esperado. El heroísmo de los sentimientos a través del intercambio epistolar: Paul declama frente a la cámara sosteniendo la tensión inherente a la artificialidad del dispositivo. La iluminación otorga profundidad, espesor, sombras y materia a su historia. La emoción genuina mediante nobles recursos se amplía con una libertad formal desconcertante para crear un cine que, como diría Alexandre Astruc, es tan flexible y tan sutil como el lenguaje escrito.
Si te he visto no me acuerdo La indiferencia, cuando le gana a la curiosidad, es un tema. Es un problema que uno debe asumir, sin duda, pero hacerlo pensamiento no está mal. Tres recuerdos de mi juventud es una película a base de flashbacks, elegante, bien filmada, se podría decir, sin ánimo de ofender, a la francesa. Pero no a la francesa según la Nouvelle Vague, sino a la manera de una generación posterior de cineastas que han tomado como referencia a la juventud a partir de una remembranza más bien académica, conservadora, tal vez rescatando el lema de que la verdadera revolución de ese país la sostuvieron los burgueses. La narración motivada por el recuerdo de Paul (Mathieu Amalric) abarca momentos de lograda intensidad, de espontaneidad marcada por el despertar juvenil. Tiene la virtud de conferirle al personaje, más allá de los problemas que afronta (en la familia, en el amor y en la amistad), un tono que nunca es lastimoso. En todo caso, la visión sobre la vida es lógica: nada es tan terrible ni tan idílico (por lo menos en la visión de un francés). La cámara de Arnaud Desplechin se encarga en todo momento de resaltar la belleza de los jóvenes y en especial la fotogenia de Esther, una musa que remite a los mejores momentos de la Nouvelle Vague. El montaje de la película se encarga de pasarnos por zonas de ensoñación; es el efecto de una ola. Uno surfea entre el drama y la comedia, con referencias a La Odisea, entre los numerosos signos de intertextualidad, de manera tal que nos reconozcamos en una especie de viaje. En este sentido, Esther es como Penélope, la mujer deseada por todos los amigos mientras Paul no está en la ciudad. Esta cuestión de la fidelidad, despojada al principio de tormento, se transforma progresivamente en un nubarrón inconsciente para el Paul adulto. Uno disfruta del estilo clásico del director. El problema es tal vez la solemnidad que resiente la frescura de varias imágenes y situaciones narradas, además del peso que significa la sobrevaluación de la nostalgia. Todos los movimientos del protagonista expresados inteligentemente con los flashbacks, no dejan de ser una especie de Forrest Gump según la mirada cuidadosa de un director importante. El prestigio que el establishment crítico y de festivales importantes les otorga a realizadores como Desplechin habla también del estado de ciertos países con tradición cinéfila. El oficio no es siempre sinónimo de personalidad.
Esta es una historia que muestra como van pasando las distintas etapas y golpes de la vida de los personajes principales. Contiene cierto encanto, nostalgia, con buenos diálogos, climas y actuaciones.
EL JOVEN ANTROPÓLOGO Un heterodoxo coming of age de uno de los directores más relevantes de su generación Arnaud Desplechin es un cineasta psicoanalítico. Las formas de asociación con las que se entrelazan sus relatos parecen inspirarse en ese trabajo de montaje íntimo y no premeditado que cualquier analizante experimenta cuando se hunde en el diván para saber algo más de sí. Una serie temática del pasado –el descubrimiento de una vocación– coliga con otro período anterior de la vida –las penurias familiares–, el cual a su vez remite al presente y puede desembocar en un nuevo acontecimiento pretérito –el primer amor–: “Recuerdo, recuerdo… Busco fragmentos de recuerdos dentro de mí. No recuerdo nada”. Eso dice Paul Dedalus, al promediar 30 minutos de película, instante en el comienza la tercera parte, titulada “Esther”. Como alter ego del director, Dedalus es un personaje que ya había existido en la ficción en Mi vida sexual, también de Desplechin y casi 20 años atrás. Tres recuerdos de mi juventud resucita al antropólogo, aquí nuevamente interpretado por Mathieu Almaric (en su versión adulta), cuya vida signada por Esther es el eje predominante de esta revisión indirecta. El filme es enteramente autónomo y está divido en tres segmentos que son suficientes para saber lo necesario sobre el personaje: la desolada infancia de Paul, un insólito viaje a Rusia en la adolescencia a fines de la Guerra Fría y los años de estudiante que coinciden con la época en que se enamora de Esther. En verdad, el filme arranca en tiempo presente. Paul ha decidido regresar a Francia. Por varios años vivió en Tayikistán. El primer recuerdo se suscita en medio de un juego amoroso con una amante. La primera imagen de la infancia es aterradora. ¿Un sueño? ¿Una pesadilla? La madre de Paul parece decidida a dañar a Paul y sus dos hermanos. Elipsis mediante, el niño estará viviendo con su tía abuela, pues su madre abandonará voluntariamente el mundo y convivir con un padre depresivo y golpeador tampoco será satisfactorio. La síntesis narrativa para contar esos acontecimientos es notable, no menos que el enrarecimiento propiciado por la puesta en escena. El paso de la escena de violencia con la madre al momento en el que ya está viviendo con su tía abuela que vive a su vez con otra mujer comporta una economía simbólica manifiesta. El plano-contraplano a partir de un travelling hacia delante con el que se ve a Paul jugando a la payana y a las mujeres besándose es excepcional: la infancia se yuxtapone a la adolescencia por venir, el deseo puede ser experimentado de muchas formas. Algo más sucederá en el presente: las autoridades tayikas detendrán a Paul por un problema con su pasaporte, lo que lo llevará a recordar su viaje a Rusia. Durante el interrogatorio, Paul llegará a su historia de amor, que es el tiempo en el que también forjó su propio yo. Constatar los esfuerzos académicos de Paul constituye uno de los placeres laterales del filme, sobre todo cuando Desplechin se centra en la relación que se establece entre Paul y su mentor, una antropóloga estructuralista tan amorosa como severa. El resto son las idas y vueltas con Esther, una relación tan complicada como apasionante, vínculo que en cierto momento Paul explicará a través de un hermoso cuadro de Hubert Robert mientras visitan un museo. Lo más hermoso del filme de Desplechin pasa por el acopio vital y móvil de instantes en los que se adivina que en una decisión y una acción se pone en juego un posible destino. Todo hombre es un antropólogo potencial. Una mínima distancia respecto de sus actos le posibilita descubrimientos insólitos sobre sí mismo. Filmar la composición de una personalidad requiere saber entender los enlaces de actos singulares que suman y consolidan una unidad contingente. Una paliza paterna, ceder el pasaporte en una tierra lejana por motivos solidarios, dormir en cualquier lugar con tal de estudiar y amar obstinadamente a una mujer da como resultado un hombre llamado Paul Dedalus. Su irrepetible trayecto puede ser el de cualquiera. Las circunstancias son el yo.
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Ritos de pasaje El francés Arnaud Desplechin es de esos directores que rara vez hacen las cosas mal. Algo así como un autor de culto, especialmente de otros directores, sus films (Un conte de Noël, de 2008; Rois & reine, de 2004; Comment je me suis disputé, de 1996, entre las más destacadas) pocas veces fueron estrenados en nuestro país. El estreno de Tres recuerdos de mi juventud es un hecho para celebrar. Desplechin recobra a Paul Dédalus, el personaje central de Comment... , su primer gran film, un “rito de pasaje”, el tipo de historia que muestra cuando un personaje adquiere todos los signos de adultez, como una caricatura que se llena de superpoderes. La película empieza cuando Dédalus (Mathieu Amalric, en su sexta colaboración con el director) debe abandonar un hotel en Medio Oriente para regresar a París. En la aduana es demorado porque un israelita tiene un pasaporte con el mismo nombre. El hecho le sirve para reflexionar sobre las vidas que pudo haber tenido, y la película resulta en un flashback a tres momentos en la vida de Paul. En el primero, de chico, enfrenta a su madre, momentos antes de su suicidio. Muestra las peleas con su padre, algo que los distanciará por siempre, y pone a la hermana como favorita del progenitor. Mientras el segundo, Rusia, retoma el incidente de la identidad, el tercero, el más extenso y el más importante, describe el pasaje a la adolescencia. La tercera parte es una mini obra maestra de Desplechin. Aquí, Dédalus está interpretado por el adolescente Quentin Dolmaire, que dota al personaje de sutiles detalles. Ambientada en los ochenta, la película trata sobre la fascinación de Paul por Esther (Lou Roy-Lecollinet), la clásica chica ochentosa moldeada en Madonna; seductora en cuerpo y alma, es codiciada por muchos, pero la atrae el intelecto de Paul. El adolescente abandona a la provincial Roubaix para estudiar en París, desde donde conquista a Esther mediante un intercambio de sentidas y no menos intelectuales cartas. Esta es el alma de la película, sutilmente relatada, y entre líneas se puede leer también, quizás, el homenaje de Desplechin a un modo de seducción, sentida y artesanal, que parece haber sido sepultada por la modernidad de Internet.
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Del amor-pasión y otras angustias El personaje protagónico es el mismo Paul Dédalus, una suerte de alter ego de Desplechin y que refiere también al Stephen Dédalus de las novelas “Retrato del artista adolescente” y “Ulises”, la obra maestra de James Joyce, en lo que marca un explícito homenaje al escritor irlandés que revolucionó la narrativa del siglo XX. La obra cinematográfica de Desplechin reconoce también otra gran influencia, la de su coterráneo François Truffaut y su saga sobre Antoine Doinel. Paul Dédalus, como Desplechin, nació y creció en Roubaix, municipio francés cercano a la frontera con Bélgica. “Tres recuerdos de mi juventud”, protagonizada por Mathieu Amalric, al igual que “Comment je me suis disputé...”, vuelve atrás en el tiempo y refiere a la infancia y la adolescencia de Dédalus, en este caso, interpretado por Quentin Dolmaire. Mediante una serie de flashbacks, Dédalus adulto (Amalric), de regreso a Francia después de haber pasado una temporada en Tajikistán, recuerda aspectos de su vida pasada. Dédalus es antropólogo y es detenido por la policía secreta al volver a su país, ya que algunos de sus papeles no están del todo en orden, por lo cual es sometido a un interrogatorio, excusa de Desplechin para dar rienda suelta a su relato, que intenta reconstruir la vida de Paul y su extraño derrotero que lo ha llevado a encontrarse en este aprieto. Las autoridades sospechan que es un espía o que anda en algo turbio, en tanto que él intenta explicar que no tiene nada que ocultar, aunque los detalles de su historia parezcan raros. Los recuerdos referidos a la infancia están narrados con una estética de tono hiperrealista, casi onírica, como de cuento infantil, y refiere a la vida un tanto traumática en la casona familiar de Roubaix con sus padres y sus dos hermanos (una niña y un niño), que tuvo que abandonar para ir a vivir con unas tías solteronas, a la muerte temprana de su madre y a los conflictos propios del crecimiento. Luego, ya en la adolescencia, el relato de Dédalus (Dolmaire) hace hincapié en el despertar sexual y el ansia de vivir aventuras, típicos de esa edad y también de la época en que esto sucedió, plena década de los ‘80 del siglo pasado, período de grandes transformaciones en el mundo, que culminarían en un hecho de profundo valor simbólico como fue la caída del Muro de Berlín. Demorándose de manera más profunda en los recuerdos de la relación con Esther, el amor de su vida, según sus dichos. Ambos se conocen en Roubaix, donde comparten el mismo grupo de amigos, van a las mismas fiestas y van creciendo en el mismo ambiente. Sin embargo, el romance sufrirá algunos desencuentros a partir del momento en que Paul decida ir a París a estudiar antropología. Muchas idas y vueltas y una prolífica relación epistolar matizan una historia caracterizada por una primacía de los sentimientos, por la búsqueda del sentido de la vida, experiencias con drogas y un viaje secreto a la Unión Soviética antes de su disolución, en una aventura no exenta de peligros. Desplechin exalta, en su bella y amena película, el espíritu francés del amor-pasión, la libertad y el interés por las cuestiones filosóficas y antropológicas, así como la búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes sobre la condición humana. Una mención especial merece el trabajo de Lou Roy-Lecollinet en el papel de Esther, una joven bella, sensual, inteligente y con un aura de misterio y fragilidad que exalta sus encantos femeninos.