Tras la puerta

Crítica de Paula De Giacomi - La mirada indiscreta

Prisioneras

Emerenc (Helen Mirren) esconde un secreto detrás de la puerta. Esa puerta que conecta el interior con el exterior, el pasado con el presente y lo oculto con aquello que se manifiesta. Entonces nuestra imaginación tendrá que construir lo que sucede detrás de esa tabla de madera con cerradura.

Tras la puerta nos cuenta la historia de una distante, estricta y recta mujer “sin edad”, que trabaja como criada para una pareja adinerada de intelectuales. Magda (Martina Gedeck), una escritora consagrada, se muda con su marido a una enorme casa y decide contratar a Emerenc para que realice las tareas del hogar. La relación entre ellas irá forjándose de a poco, derribando las barreras que la extraña ama de llaves construyó y nosotros (junto a Magda) iremos descubriendo los secretos a los que tanto se aferra la protagonista.

Emerenc no le tiene miedo a casi nada, ni siquiera a la muerte, pero sí parece aterrorizarse con las tormentas, esos ruidos que le recuerdan su pasado tenebroso. Para ella hay dos clases de personas, “las que barren y las que ponen a barrer a los otros” y no cabe duda donde se ubica ella. Su carácter la lleva a tener más poder en la casa de sus “amos” (como le gusta nombrarlos a ella) que ellos mismos y su extrema pulcritud llega a niveles exasperantes.

Paradójicamente ambas viven una enfrente de la otra, separadas por una calle, aunque la realidad de las dos sea muy diferente. Con las heridas de la guerra y el Holocausto sobre sus espaldas, estas mujeres oscilan entre el sentimiento de querer olvidar el dolor y a la vez mantenerlo presente.

Magda vio pasar el sufrimiento de la guerra delante de sus ojos, pero desde lejos y Emerenc lo vivió en carne propia: esto dividirá las aguas. Magda se apoya en su intelectualidad y en la religión, y Emerenc intenta aniquilar las ideas y la fe, y sólo se dedica a limpiar, como si limpiando se pudiera desprender de cualquier tipo de “suciedad”.

Por otro lado, más allá de la contraposición entre las protagonistas se encuentra un punto medio, un lugar de anclaje en ese “mundo femenino” (“los hombres son todos idiotas”, dice en voz baja Emerenc) en donde ambas logran resguardarse.

La película está bien narrada, aunque con cierto aire “novelesco” y con personajes que le faltan algunas sutilezas, si bien tienen matices por momentos nos parecen algo inverosímiles. La historia roza temas sórdidos, pero este drama no llega a perturbarnos ni a estremecernos, ni tampoco nos invita a una reflexión profunda acerca de las consecuencias de la guerra. Las estaciones pasan y cíclicamente vuelven a repetirse, mientras Emerenc barre cuidadosamente la calle cubierta de nieve, hojas o sólo tierra. El tiempo transcurre pero hay algo en ella que permanece intacto. Ella se esconde detrás de una puerta y sólo otra mujer va a poder derribarla.