Transit

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

A las puertas del fascismo

Las consecuencias de la crisis financiera de la década pasada han demostrado la inoperancia, cuando no la complicidad, de los partidos políticos moderados y tradicionales con las políticas dependientes de la especulación financiera global más que con una política enfocada en la producción y el consumo responsable. El ascenso de iniciativas políticas supuestamente extremas y de la polarización política son algunas de las estrategias de marketing de los candidatos del nuevo capitalismo para distraer a los ciudadanos mientras el saqueo de los recursos, la derogación de los derechos sociales y la destrucción de los rezagos de las políticas de bienestar social son desarticuladas.

Transit (2018), el nuevo trabajo del realizador alemán Christian Petzold, es un ejercicio dramático sobre el futuro de Europa bajo el fascismo. El film explora la posibilidad de que los partidos de derecha xenófobos y anticomunistas vuelvan al poder en Europa y apliquen sus políticas de odio y discriminación con la complicidad de una ciudadanía apática que los apoya con vergüenza y miedo. La película sigue a Georg (Franz Rogowski), un técnico de radio y televisión alemán fugado de un campo de concentración y refugiado ilegalmente en Francia que recibe de parte de un compañero la misión de entregarle un par de cartas a un escritor comunista en París. En el intento de entregar las cartas descubre que el escritor se ha suicidado y que ha dejado una novela inconclusa. Tras el arresto del amigo que le entregó las cartas, Georg escapa a Marsella en tren con un amigo que fallece en el viaje. Allí encuentra personajes desesperados por escapar mientras las fuerzas del fascismo cierran sus pinzas sobre el país. Las circunstancias apremiantes lo empujan a hacerse pasar por el escritor difunto para conseguir una visa de tránsito para escapar a México. En Marsella se apega al hijo pequeño de su amigo fenecido, Driss (Lilien Batman), y comienza una extraña relación con la esposa del escritor fallecido en París, Marie (Paula Beer), ocultándole a ella y a todos su verdadera identidad mientras continúa con los trámites para emigrar. Marie por su parte busca a su esposo para escapar mientras mantiene una relación con un médico y anhela reencontrarse con su marido para huir con él y comenzar una nueva vida lejos de la guerra.

El director de Phoenix (2014) y Barbara (2012) adapta aquí con mucho respeto la novela de la escritora alemana Anna Seghers Transit Visa de 1944, ambientada en 1942 para trasladarla a una época previa al uso masivo de la computación, la video vigilancia y el abuso de los teléfonos celulares en una metáfora del presente, pero en su versión analógica, en una obra vertiginosa que elimina la avasallante estética nacionalsocialista para construir su narración a través del contexto ausente, de un fascismo más arraigado en las prácticas cotidianas de denuncia, el abuso de poder y la burocracia. El fascismo es aquí una amenaza perpetua siempre presente que pende sobre unos sujetos que de un día para el otro pasan de ser ciudadanos a inmigrantes ilegales que deben escapar para no ser arrestados y deportados a campos de trabajos forzados o directamente ejecutados.

El film narra la historia de los personajes a través de extensos diálogos, una voz en off omnisciente, retazos de información y elementos elípticos en escenas en tensión permanente que demandan la atención completa del espectador. Así como los personajes están en todo momento en tránsito, ya sea de escapar o de ser arrestados, del heroísmo a la vergüenza, el espectador también es puesto en un estado de tránsito entre un estado pasivo y una demanda de reflexión activa.

La construcción narrativa del film se basa en el manuscrito inconcluso del escritor que es relatado en voz en off como si el narrador omnisciente ya supiera hacia donde van los personajes porque son parte de una tragedia ya prefigurada por la imaginación literaria. La relación metanarrativa entre la novela, los personajes y el resultado final es un rompecabezas incompleto que da lugar a artilugios narrativos que buscan yuxtaponer, al igual que la novela de Seghers, el pasado, el presente y el futuro a través de la denuncia para converger dialécticamente con el fin de superar la tragedia que se avecina.

Hans Fromm vuelve a ofrecer, al igual que en los anteriores trabajos en colaboración con Petzold, una fotografía desoladora y claustrofóbica que tiene su correlato en el diseño de producción de Kade Gruber y en la música de Stefan Will, en una combinación sombría y amarga sobre la cobarde condición humana, resaltado más la voluntad de huir que la de resistir y luchar. Las actuaciones de todo el elenco son muy buenas y hay un excelente manejo narrativo de cada escena por parte del director.

Transit no es un film convencional, en su urgencia pierde muchas veces su centro y la coherencia, definitivamente no busca agradar sino más bien una reflexión metafórica muy profunda que supera su carácter cinematográfico, generando en el camino gran confusión y llevando al espectador a un extravío que se va develando de a poco para alertar sobre el alarmante crecimiento de un sentimiento fascista antidemocrático cargado de odio provocado por un nacionalismo mal entendido y manipulado que canaliza el descontento de una población desconcertada que vislumbra un futuro cada vez menos promisorio y no está dispuesta a hacer nada para cambiarlo, dejando las puertas abiertas para que el leviatán regrese a completar su tarea destructora.