Transit

Crítica de Manuel Esteban Gaitán - Conexión Cultural

La historia de Transit trata sobre Georg (Franz Rogowski), un hombre que decide irse de Alemania a Francia tras la invasión nazi. Una vez allí, la mejor opción para poder seguir con sus plan de escape, es adoptar la identidad de un escritor muerto con quien se cruzó previamente en su país, y de quien tiene los papeles que le permitirán permanecer, al menos por un tiempo, en Marsella. No obstante, una vez allí, las cosas no resultarán tan fáciles, como era de esperarse. Por un lado, entablará amistad con un niño inmigrante que conocerá en la calle, y le tocará contarle a su madre muda que su esposo ha muerto. Pese a la buena relación que Georg tiene con el pequeño, al enterarse este que sus planes son irse pronto, optará por ignorarlo. Por otra parte, conocerá a Marie (Paula Beer), la mujer del hombre muerto por el que se está haciendo pasar, pero a Georg le resultará complejo poder contarle a la joven los sucesos acontecidos, ya que ella espera ansiosamente a su reencuentro, y parece renegar de cualquier otra realidad.

Lo más curioso de Transit, es la determinación de Christian Petzold de trasladar la historia a la actualidad, como si la ocupación nazi y la Segunda Guerra Mundial aconteciera en nuestros días, quizás con la intención de denunciar el trato hacia los inmigrantes en Europa, la discriminación, y demás situaciones que se viven en el viejo continente, destacando que muchas cosas no han cambiado como parece. No podemos negar que estamos ante una nueva gran película del categórico director alemán, no en vano considerado uno de los grandes cineastas de los últimos tiempos, que en esta ocasión se sale un poco de sus esquemas habituales, realizando una historia que por momentos remite al cine más clásico de guerra, pero que juega con el drama, cierto romanticismo, y combina con elementos de índole político. De una estética inmaculada, todo lo referido a puesta en escena, fotografía y montaje está en su lugar, así como las actuaciones de Rogowski, Beer, y cía. Quizás lo único a cuestionar sea el uso de la voz en off para relatar determinados hechos, que si bien por momentos cumple su función, en la mayor parte se torna cansadora y un poco densa, y da a pensar si realmente no había una mejor forma de contar esos hechos.