Transcendence: Identidad virtual

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Jugar con los dados de Dios

“¿Acaso usted está pensando en crear un nuevo Dios?”, pregunta el miembro de la audiencia. “¿Acaso no es lo que la humanidad ha hecho todo el tiempo?”, contesta el doctor Will Caster, personaje protagónico de “Transcendence: Identidad virtual”.

Y esa réplica nos coloca en la tónica principal del filme y nos lleva a dos títulos que los lectores (aunque sea de solapas) podrán reconocer: por un lado el “Fausto” de Johann Wolfgang von Goethe, y por el otro “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de Mary Wolstonecraft Shelley. En uno se ve el pacto con el Diablo a cambio de la sabiduría, y en el otro alguien que se arroga el derecho divino de crear vida, y remeda en el título a aquel que desafió a los dioses en la mitología griega.

Fronteras

Ahí nos aproximamos al tema: la tensión entre lo que la mente humana puede crear como forma de alejarse de lo humano, justamente. Ese tal doctor Caster del que hablamos en el comienzo no es otra cosa que un cientista de vanguardia en el área de la inteligencia artificial: su línea de trabajo está en la búsqueda de crear un computadora autoconsciente, “sentiente”: un alma artificial.

Hay otros que trabajan en áreas aledañas, como Thomas Casey, que ha logrado replicar la psiquis de un mono, y Max Waters, amigo de Will y su esposa Evelyn (aunque la mira con sospechoso cariño) cuyo principal foco está en aprovechar esos avances para la cura de enfermedades, pero no está tan convencido con jugar a la divinidad. También está Joseph Tagger, que ha sido el maestro de todos y mira como un viejo gurú estos proyectos,

Los que no los ven con tan buenos ojos son unos terroristas antitecnológicos conocidos como Rift, con la particularidad de provenir (al menos su líder Bree) de los equipos de desarrollo tecnológico; quienes vieron que se estaba jugando con el fuego de los dioses y no tienen la mejor idea que apagar la mecha de la manera más violenta. Así cometen una serie de atentados, envenenando a Caster con una bala embebida en polonio, poniéndolo en una situación terminal.

Ante las puertas de la muerte, Evelyn -con la renuente colaboración de Max- convence a Will para replicarlo en unos servidores. Ahí nace otro debate en el que podríamos involucrar a fisiólogos y gurúes de la espiritualidad: ¿Es acaso el conjunto de las memorias, de las sensaciones y los recuerdos que alguien ha tenido, la persona misma? ¿Somos nosotros mismos una vez desprendidos de nuestro cuerpo, de nuestras hormonas, de nuestra química orgánica?

Etapas

Walter Pfister debuta en la dirección luego de ser director de fotografía de Christopher Nolan (quien lo apadrina desde la producción ejecutiva) sobre guión del también debutante Jack Paglen. La historia está bastante lograda, siempre trascendiendo, evolucionando, tal como su protagonista. Arranca con un pequeño flashforward, que de alguna manera transforma todo el relato en un flashback. Después, varios hechos inconexos se van uniendo hasta juntarse en el planteo inicial de la cinta, y va subiendo hasta alcanzar el momento que permite el mayor despliegue visual, con el desarrollo nanotecnológico, el mismo que va a llevar al estadio final.

Hay algo bastante peculiar en la relación entre el gobierno estadounidense y los terroristas que puede asustar a algún cerebro de las agencias, de sólo pensar en estar del mismo lado que los peores asociales (ya en “Akira” de Katsuhiro Otomo vimos que más que el gobierno es su mejor amigo el que busca detener al “suprahumano”). Por ahí, lo único extraño es que como veríamos en otras cintas, de querer librarse de un enemigo así el aparato estatal estadounidense tiraría una bomba atómica y sanseacabó.

Corporeidades

Parte de la gracia está en la elección de Johnny Depp para un personaje muy particular: en su registro más sobrio, alejado de sus muy celebrados tics, en su carácter más seductor, pone al espectador de su lado, de parte de la “aberración” (tal vez sólo Robert Downey Jr. podría haberle disputado el papel).

Rebecca Hall como Evelyn construye el perfil de esposa ideal, bonita e inteligente (¿qué combinación, no?), capaz de hacer todo por salvar a su esposo, incluso aquello de lo que después no estará tan segura. Paul Bettany como Max se para en el rol de alguien tan buenazo como para juntarse con los terroristas, o con lo más temible del aparato estatal americano, para cambiar las cosas.

Morgan Freeman no necesita mucho para lucirse: el rol de viejo sabio es uno de esos papeles en los que con estar ya le basta. Cillian Murphy puede mostrar poco como el duro agente Buchanan, y Kate Mara como Bree está tan cautivante como siempre, aunque quizás un poco desperdiciada a la luz de lo que demostró que puede hacer en la serie “House of Cards”.

Albert Einstein dijo alguna vez que Dios no juega a los dados. “Transcendence” se suma a una lista de obras de la industria cultural que demuestran lo peligroso que puede ser jugar con los dados de Dios.