Transcendence: Identidad virtual

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Hombres o máquinas

Trascendence: Identidad virtual es uno de esos misterios que asolan la pantalla todas las semanas. El carácter misterioso no se deriva de la oscuridad del tema de la película o de su naturaleza insondable, ni tampoco del alcance de su ambición, ni de su originalidad, ni de su rareza. Lo que ocurre es más bien todo lo contrario. El verdadero misterio relacionado con Transcendence: Identidad virtual resulta ser su mera existencia. La película cuenta la historia de un científico (Johnny Depp), una eminencia a nivel mundial especializada en investigaciones sobre la llamada “inteligencia artificial”. El hombre es asesinado por una banda de militantes antitecnológicos pero logra algo así como introducir su cerebro en la red y viralizarse inmediatamente por el mundo. Desde su nueva condición, el científico encanta primero a su mujer (Rebecca Hall), que apenas ha tenido tiempo de asimilar la pérdida, y despierta enseguida las sospechas de su colega y mejor amigo (Paul Bettany). La idea que se pretende hacer pasar por novedad es la de que la máquina y el humano encuentran una unión definitiva sin que se sepa cuál porcentaje corresponde al humano y cuál a la máquina y qué porción prevalecerá sobre la otra. El grupo de hackers parece tener razón en un principio, al haber advertido el peligro de una ciencia puesta al servicio de una eficiencia despojada de valores morales. Pero su caracterización como “luditas” del siglo veintiuno, dispuestos a combatir con metodologías violentas el avance tecnológico para volver a un improbable estado edénico, los reduce a un papel ambiguo del que la película no termina de hacerse cargo. Transcendence: Identidad virtual es un producto lujoso que carece prácticamente de cualquier atributo de los que acostumbran a estar presentes en los tanques de Hollywood, incluso los que damos por sentados. La trama es trabajosa, el arco emocional es fallido; la riqueza de detalles que suele aportar una gran producción se ve opacada por la torpeza del montaje y la falta de una dirección medianamente competente en las secuencias de acción. La emotividad discreta que aporta algún que otro plano de la película, con el personaje de Bettany recorriendo una ciudad devastada por la falta de energía, y después un par de escenas con Hall (sobre todo ella), recuperando la imagen de su marido en una pantalla, se diluyen penosamente en la gravedad y la falta de espíritu del conjunto. Transcendence: identidad virtual no tiene un gramo de humor o de audacia, ni los quiere tener, pero tampoco tiene gracia ni generosidad como espectáculo. Su tono de fábula falsamente humanista no logra disimular el carácter mercantil de una película concebida a partir del señuelo de un tema que se presta a priori tanto a la temeridad especulativa como a la ñoñería. Una gota de agua que se desprende de la punta de una hoja en cámara lenta mientras se oye la monserga pseudopoética de Bettany nos advierte desde el minuto uno hacia qué lado se inclina la película.