Toy Story 4

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Adiós vaquero.

Con la tercera entrega, Toy Story supo terminar de consagrarse como la gran pieza cinematográfica de animación que es y de conformarse como una de las mejores trilogías de toda la historia del cine. Gozando de, hasta entonces, un final perfecto cargado de emotividad, nadie en su sano juicio podía pensar que la historia continuase. Sin embargo, cuando los estudios Pixar confirmaron una cuarta parte de las aventuras de Woody (Tom Hanks), Buzz (Tim Allen) y el resto de los entrañables juguetes, era imposible no sentir que se trataba de algo totalmente innecesario. Pero lo que ocurre con Toy Story 4 es todo lo contrario, ya que no trata de borrar el hecho de que la historia terminó junto a Andy convirtiéndose en un adulto y legándole sus juguetes a la pequeña Bonnie, sino que lo que hace es culminar la historia de los protagonistas, del leal vaquero Woody puntualmente, en la forma de un maravilloso y sentido epílogo.

Con —ahora sí— una verdadera última aventura, Woody se ve obligado a cambiar el rol de liderazgo que mantenía ante los otros juguetes en el hogar de Andy, para ocupar uno más semejante a la de una figura paternal. Esto sucede cuando Bonnie crea a Forky (Tony Hale), un neurótico cuchador a base de plastilina, un palito de helado y mucha imaginación, que se niega a ser un juguete y que solo desea volver al lugar del que salió: la basura. El cuidado y las enseñanzas de Woody para el pseudo juguete, antes y durante de la ya clásica situación de pérdida que suelen sufrir los personajes, son las herramientas con las que cuenta el film para reformular al protagonista de la saga. Ya sin la presencia de su antiguo dueño y sin la notoriedad del pasado, hay un aprendizaje de todo lo vivido que se termina poniendo en práctica, tanto para el cuidado de Forky como también para la supervivencia, lo que demuestra que no solo los humanos crecen.

El conflicto interno de Woody está en aceptar que no es el mismo juguete de esa primera Toy Story. El tiempo pasó para él al igual que para los espectadores que crecieron con su historia, de allí también nace el importante vínculo en el cual hay una suerte de negativa por ambas partes de dejar atrás lo que alguna vez fue. Woody se muestra reticente a la idea de no vivir para hacer feliz a un niño, un tipo de vida que descubre una vez que su camino lo lleva a reencontrarse con su viejo amor perdido, la querida Bo Peep (Annie Potts). La muñeca, que ahora cuenta con un look conforme a los tiempos que corren pero que también es acorde a los nueve años que pasó viviendo en el mundo exterior, es una muestra de la elección de cambio que puede llegar a tomar Woody. Nuevamente desde un punto de vista paternal, el arco del personaje en esta entrega encuentra su semejanza en la posición de un padre que debe entender, por más doloroso que sea, que los hijos crecen y deben realizar su propio camino.

Así, tomar un camino separado, alejarse de una niña como Bonnie, de un juguete que comienza a dar sus primeros pasos como Forky o de los amigos que siempre supo cuidar y guiar, implica trazar de forma independiente la propia historia de Woody. Y el film en sí mismo nos prepara para ello en un desarrollo que paulatinamente presenta nuevos personajes y se aleja de los ya tan queridos y conocidos, lo que dota a la historia de su carácter individual tanto en relación a los personajes como también en comparación con sus predecesoras. Es así como el grupo de personajes clásicos se encuentra presente sin mucho protagonismo, otorgándole un mayor lugar a Woody, Buzz y Bo Peep junto a la variedad de los más nuevos.

El film consta principalmente de dos locaciones en los que ocurre la aventura, una feria de carnaval y un local de antigüedades. Estos dos mundos inmensos —para los pequeños personajes animados— catapultan una serie de momentos de peligro, comicidad e incluso horror, que se encuentran muy ligados a los temas centrales que aborda la historia. Buzz lidia con escapar de ser un premio de feria, guiado por su voz interior —o más bien el sistema de audio de su diseño— y acompañado por los peluches Ducky y Bunny (los comediantes Keegan-Michael Key y Jordan Peele), quizás los menos efectivos de los nuevos integrantes y que sin embargo cuentan con el mejor gag humorístico de esta entrega. A la vez, Woody y Bo Peep deberán rescatar a Forky que fue secuestrado por Gabby Gabby (Christina Hendricks), una defectuosa muñeca de los años 50 que anhela tomar la caja de voz de Woody para funcionar correctamente y poder ser amada por una niña.

Ambos espacios donde se suceden las tramas paralelas le brindan al film un carácter muy humorístico que hace que sea una de las entregas más divertidas. Pero es más que nada todo lo sucede en la tienda de antigüedades lo que funciona como una amalgama entre la comicidad y la tensión. Esto último, subrayado por el aura tétrica que rodea a Gabby Gabby y a los escalofriantes muñecos de ventrílocuo que obedecen sus órdenes, pero también con la gran dosis de humor que desata la fallida figura acrobática canadiense Duke Caboom (Keanu Reeves), una genialidad de personaje. Y si bien la comicidad es un factor predominante, no le quita para nada el lugar a lo mucho que gana en emotividad; tal vez no al mismo nivel que logró la tercera, pero manteniendo el respeto y cariño por este mundo creado hace ya más de 20 años.

El director Josh Cooley entiende perfectamente que el verdadero final de Andy y su lazo con Woody y los demás juguetes se dio en el film anterior. Es por ello que Toy Story 4 mantiene la identidad de la saga a la vez que se aparta de ello para que funcione en su totalidad como un epílogo, como el cierre a algo distinto. La cuarta parte es la menos coral de todas y eso se debe a que en su forma se desarrolla como una sentida carta de despedida a Woody, al vaquero que muchos vimos crecer y que él, del otro lado de la pantalla, nos vio a nosotros hacer lo mismo. Sin nunca perder la diversión y el cariño que despierta este viejo amigo fiel, el film es una despedida que se desconocía que hacía falta y que se agradece haya llegado. Con lágrimas en los ojos y una sonrisa en el rostro, el punto final de la historia es escrito. Al igual que Andy, esta fue la oportunidad de disfrutar jugando una última vez. Adiós vaquero.