Tokio

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Dos actores solos no salvan una película

 Dos actores en dos interiores: ése parece haber sido el esquema de producción de Tokio, segunda película de un realizador (Maximiliano Rodríguez) cuyo debut (El vagoneta en el mundo del cine, 2014) no había sido precisamente recordable. Protagonizada aquélla por un grupo de actores poco conocidos, en ese terreno la apuesta es aquí incomparablemente más alta. Como que la pareja protagónica la integran Graciela Borges y Luis Brandoni, ambos con carreras últimamente espaciadas (lo último de ella fue Viudas, cuatro años atrás; él hizo un secundario en La suerte en tus manos, del 2012). “Por primera vez juntos”, se supone que es el gancho aquí, quedando demostrando que si no se los acompaña con algo más, dos actores solos no salvan una película.La de Tokio es la historia de un breve encuentro, al que se le intenta inyectar, sobre el final, un futuro artificial. El encuentro de dos desconocidos en un bar, que oficia como club de jazz. Ella tiene una historia previa, contada en una suerte de clip inicial: su última pareja la llevó de viaje a Roma, donde le metió los cuernos con una chica varias décadas más joven. De él no se sabe nada. Lo cual puede justificarse en términos de punto de vista: la historia está contada por ella. Lo de “él” y “ella” es producto de que ambos juegan a no decirse sus nombres, signo de su voluntad de empezar de cero, con lo cual él pasa a llamarse Goodman y ella, Nina. El apodo de ella remite a Nina Simone y tiene que ver con que él es pianista de jazz. De allí proviene el de él, producido en verdad por una confusión referida al clarinetista que toca en su cuarteto.Más que historia de amor, la de Tokio es la historia de un levante. Como podría serlo en tiempos de Mau Mau. Es el cumpleaños de ella, un amigo la clavó, él se comporta como indica el manual del picaflor veterano y ella no quiere pasar la noche sola. Producto de esto, de la iluminación con velas en el bulín al que él la lleva y de los boleros de Mario Clavel con los que ambos bailan, hay un trasfondo más de última oportunidad que de segunda en Tokio. La película se impregna de un clima espeso y fúnebre, en sentido contrario del optimismo ligero que seguramente se buscaba transmitir. Graciela Borges está conmovedora en una escena en la que logra ir más allá de las apariencias, mientras que a Brandoni se le pide que se mantenga en ese mundo: el de las apariencias. Punto álgido de una planificación caprichosa, una inexplicable serie de planos-detalle, que incluyen un ralenti y un corto travelling, convierten a una pava de agua hirviendo en involuntaria protagonista de una secuencia entera, en el bulín prestado.

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