Te quiero tanto que no sé

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

El largo viaje en la ciudad nocturna

Como quien remonta la corriente sin importarle demasiado, el protagonista lleva a cabo un tour urbano que comprende encuentros con personajes de toda clase, incluyendo un extraño juglar.

El deambular urbano es una de las variantes más persistentes del cine de jóvenes, entendiendo por tal uno realizado y protagonizado por sub-treintas. Sin aliento, París nos pertenece, Los jóvenes viejos si se quiere, la gran Dazed and Confused, Los inútiles si se corre un poco la vara etaria, Paranoid Park en cierta medida, El hombre robado también. En una y media de cada dos de estas películas, las vueltas terminan de noche, o transcurren enteramente durante una noche. Este es el caso de Te quiero tanto que no sé, ópera prima del graduado de la FUC Lautaro García Candela, donde el protagonista va remontando las calles porteñas como quien remonta la corriente, reuniéndose y separándose de algunos amigos que navegan en sus propias embarcaciones.

El primer plano de la película encuentra a Fran (Matías Marra) en posición incómoda. Agachado debajo del barandal de un altillo, semiescondido y espiando hacia abajo, mientras se escucha la voz de su amigo Manu (el propio García Candela), tratando de deshacerse de una chica que busca a Fran. Para un muchacho de veintilargos, una treta tan trabajosa suena a que atrasa un poco. Las transiciones etarias, la maduración o no de los protagonistas y el modo en que se enfrenta la noche (la vida) son todas cuestiones que muchas de estas películas tratan, de modo más o menos visible. Fran lo hace en modo deadpan. Esto es, con cara más o menos de nada y dejándose llevar por una corriente que incluye por ejemplo el traslado en auto de la novia de un amigo, quien acaba de pegarle una trompada en la puerta del Village Recoleta al acompañante de la chica. Medio como quien no quiere la cosa (ése podría haber sido un título alternativo de la película, aunque el que tiene es buenísimo), la chica le dará clase de soltura al bastante trabado Fran, con un bailecito de sentados, en un banco de plaza, que ya es una de las escenas más encantadoras del cine argentino 2019.

Del mismo modo casual Fran se cruzará con un curioso tour urbano nocturno para argentinos, en momentos en que el guía rinde homenaje al Colegio Nacional de Buenos Aires (este sketch suena muy lamebotas en relación con el “colegio de la patria”). Parte del tour es una chica encantadora (Jazmín Carballo), con la que Fran sostiene un jueguito rítmico y efímero. Lo lúdico: una constante en las producciones de los exFUC (Llinás, Moguillansky, Piñeiro). Mientras tanto, Fran quiere llamar a una ex novia pero no se decide, y en su recorrido tienen lugar canciones que parecerían funcionar como coro griego. Sobre todo porque la palabra “hermético” es de ese origen. La primera es un tema de María Elena Walsh, lo cual podría interpretarse en relación con el infantilismo del protagonista. Pero de allí en más sobrevienen, cada tanto, interpretaciones de iconos setentistas, como “La era está pariendo un corazón”, de Silvio Rodríguez, o “Te quiero”, de Nacha Guevara/Mario Benedetti, que a partir de determinado momento son entonados por un juglar omnipresente, que termina cantando desde una terraza. Cuál es el sentido de estas intrusiones, habría que preguntarle a García Candela. Pero si hay que preguntarle a él, quiere decir que hay algo que no funciona del todo.