Suspiria

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La nueva versión del clásico de Dario Argento es bastante distinta a la original, partiendo de la trama de aquel film para hacer otro, de corte más realista, que parte del género del terror para analizar sus causas y contexto en el marco de la dura y violenta historia política de la Europa del siglo XX.

Cuando Luca Guadagnino, el director de CALL ME BY YOUR NAME, anunció que iba a hacer una remake del clásico de terror de 1977 dirigido por Dario Argento, todos pensaron que no era la persona indicada para la tarea. Sus filmes hasta ese momento poco y nada tenían que ver no ya con los de su compatriota sino con el género en casi ninguna de sus formas conocidas. Y, en un punto, tenían razón. Si hubiera hecho una remake más o menos tradicional, seguramente no habría salido bien parado. Guadagnino tomó, para mí, el camino correcto y apropiado: se desligó de casi toda la trama de la original y la usó de cáscara, de leit motif si se quiere, para una película que es y no es SUSPIRIA. Una que parte de ella pero viaja hacia lugares muy distintos y en algún punto casi opuestos a los de la película de maestro del terror italiano.

La diferencia principal, para mí, no tiene que ver con que esta SUSPIRIA está sospechada de no “pertenecer” al género del terror (esa es una discusión que amerita ir a la génesis de qué es una película de terror y qué no lo es, algo que pocos parecen tener ganas de hacer) sino que el film original es un deleite formalista desprovisto de contexto mientras que en éste la apuesta es casi inversa. Salvo algunas secuencias específicas, lo que Guadagnino hace es tratar de ir a la raíz de los gestos, al origen del problema, al mundo real en el que esos seres y criaturas existen. La de Argento era cine sobre el cine. La de Guadagnino es una película que mira para afuera, que observa el mundo real que genera ese terror.

Tilda Swinton
No se trata de valorarla más por hacerlo, simplemente de detectar su principal diferencia y su evidente dificultad comercial: los fans del género puro y duro se sentirán quizás traicionados por esta especie de deconstrucción semiológica de la película que aman. Se habla más de lo que se asusta, se baila más de lo que se espanta y se analiza la historia de la Europa del siglo XX de una manera que quizás no va del todo bien con el consumo netflixado del presente. Otra vez: no por eso es una película mejor, solo una que hace tensar otras cuerdas y de maneras imprevisibles.

Por momentos, la necesidad de Guadagnino de relacionar SUPIRIA con casi todo (el Holocausto, los movimientos revolucionarios de los años ’70 en Alemania y la relación combativa y de oposición que existió entre ambos, por sintetizar sus variados temas) es un tanto excesiva y convierte a su versión más en una tesis sobre SUSPIRIA que en una película en sí misma. Pero muchas de esas lecturas son inteligentes y audaces. Y le otorgan nuevos elementos a la trama. En cierto punto, es una película que completa y complejiza la otra.

El punto de partida es el mismo –chica estadounidense (Dakota Johnson) llega a una academia de baile en Alemania– y hasta el primer giro del guion es parecido, ya que esta versión también incluye la inicial revelación de que otra bailarina (Chlöe Grace Moretz) escapa de la academia asustada y temerosa por su vida. Aquí es donde los caminos se bifurcan (ALERTA DE SPOIILER para obsesivos ya que lo que contaré sucede en los primeros minutos de la película): en esta versión la chica se escapa para supuestamente unirse a los movimientos revolucionarios de Berlín en los ’70 (el grupo Baader-Meinhof) y enseguida sale a la luz la idea de que por detrás de la Academia hay algo relacionado con la brujería. No hay sorpresas en ese sentido.

Dakota Johnson
El esqueleto narrativo previo se sostiene mínimamente (sí, hay una profesora de danza aquí encarnada por Tilda Swinton, aunque es un personaje bastante diferente), pero lo que hace Guadagnino es arriesgarse a combinarlo con lo que podría ser un drama femenino/feminista con reminiscencias fassbinderianas, motivando otros giros respecto a la original: no solo su apuesta es más cercana a cierto realismo sino que hace una relectura de “empoderamiento de género” respecto a un film original considerado misógino por muchos. Pero no por eso se queda en el rechazo pretendidamente intelectual del gesto del género puro. Cuando la situación así lo amerita se lanza con una serie de escenas, caracterizaciones excesivas y un final a toda orquesta que son dignas de un film de género hecho y derecho y que están hechas por alguien que sabe cómo generar impacto y terror en el espectador.

La combinación puede ser rara. Los momentos más tensos del film están ligados a escenas de danza contemporánea que Guadagnino trata casi como una forma moderna de arte marcial, con sus movimientos potentes y por momentos violentos utilizados como armas mortales. La música de Thom Yorke tiñe al film de una melancolía sombría y la paleta de colores elegida por el realizador también parece darle la espalda, hasta cierto momento, a la del original. Lo que allá era un shock de colores primarios acá es frío gris de invierno berlinés. Y todos estos elementos, convengamos, provienen de una tradición no homologada por el culto del género. Guadagnino parece intentar presentarse a sí mismo aquí como alguien capaz de traicionar las tradiciones para imponer las propias –un poco como lo que intenta hacer la protagonista– en un género en el que todos temen “matar al padre”. Acá, acaso un tanto egocéntricamente, él se cree capaz de hacerlo.

Dakota Johnson
Quizás no lo logre del todo, pero vale el atrevimiento. A la película le sobran minutos, personajes y metáforas (relacionar todo con el Holocausto, por ejemplo, bordea otro tipo de mal gusto), pero el desafío y el riesgo son más que aplaudibles. Acaso fastidie que a diferencia de los maestros del terror clásico que abrieron sus historias a la realidad política circundante –como John Carpenter o George A. Romero–, Guadagnino lo haga muchas veces escapándole al género y la supuesta nobleza de sus materiales, pero lo que construye por afuera no deja de ser valioso y, a su manera, provocador. Eso sí, no apto para puristas.

La idea de desacomodar al espectador amante de las reglas claras y los esquemas previsibles es siempre complicada e inquietante, pero cuando esas ideas están “puestas en escena” por directores en claro control de sus materiales (me parece comparable, en varios sentidos formales y temáticos, a la argentina MUERE MONSTRUO MUERE, de Alejandro Fadel) es motivo de celebración. Se agradece que existan películas así de inasibles e inclasificables que se atrevan a ir más allá de las consecuencias del horror –generar miedo por el miedo mismo– para husmear en sus fuentes más enrarecidas y peligrosas. Esas que están adentro de cada personaje. Y, posiblemente, de cada espectador