Sully: hazaña en el Hudson

Crítica de Álvaro Bretal - La cueva de Chauvet

El hombre que siempre hacía lo correcto. Sobre Sully: hazaña en el Hudson, de Clint Eastwood

Hacia la mitad de Sully: Hazaña en el Hudson, el largometraje número treinta y cinco de Clint Eastwood como director, Chesley “Sully” Sullenberger (Tom Hanks) se mete en un bar, abrumado por el reconocimiento masivo que adquirió de un día para el otro. En el bar lo reconocen, le regalan un trago inventado en su honor y, tras ver en la televisión una noticia que lo involucra, recuerda cómo fueron los acontecimientos que lo instalaron en el centro de las noticias norteamericanas. Sully es piloto de aviones, con muchos años de experiencia. Tras quedarse sin motor a una altura particularmente baja, a pocos minutos de despegar, descubre que tiene dos opciones: o aterrizar en un aeropuerto, con altas posibilidades de no llegar a tiempo y caer en el medio de la ciudad, o hacerlo en el río Hudson. Es una decisión que tiene que tomar en apenas cuatro minutos (que en realidad son menos, si consideramos que lo primero que tiene que hacer es acostumbrarse al hecho de que tiene que salvar 155 vidas en una situación límite e inédita). Sully aterriza el avión en el Hudson y todo el mundo sobrevive. Pasa a ser un héroe nacional, con toda la atención mediática que eso implica. El mayor inconveniente, sin embargo, es que la Junta Nacional de Seguridad del Transporte (de ahora en adelante, JNST) considera que tenía tiempo suficiente para llegar a un aeropuerto y que su decisión, si bien tuvo buenos resultados, puso en riesgo innecesariamente la vida de los pasajeros.

Esta es la superficie de Sully, lo que verdaderamente importaría si se tratara de un drama heroico del montón, de una de esas biopics sin personalidad de las que se hacen decenas año tras año. Sin embargo, el hecho de que el aterrizaje forzoso se muestre recién en la mitad de la película a modo de recuerdo del protagonista indica que, cuando nosotros vemos el gran momento de acción y emoción, ya sabemos perfectamente cómo va a terminar. Sabemos que Sully sobrevive, que los pasajeros y las azafatas también, y que nuestro protagonista es un héroe nacional. Resulta claro, entonces, que Eastwood no deposita el interés de su película en ese momento clave, sino en algún otro lado. De hecho, Sully concluye narrativamente en otro momento: el resultado de la investigación llevada a cabo por la JNST, donde se definirá su destino laboral, económico y –esto es lo más importante– profesional. En ese desenlace hay algo de película de juicios, pero el punto central no es el abordaje lateral de este subgénero sino la oposición entre el procedimiento llevado a cabo en la investigación –un simulacro virtual del vuelo– y el saber acumulado de Sully, que le permitió actuar de la mejor manera posible en una situación extraordinaria e inesperada.

Chesley Sullenberger existe y el aterrizaje forzoso en el Hudson ocurrió efectivamente, a comienzos del año 2009. Se trata de un dato obvio para el espectador estadounidense promedio, pero en Argentina el caso no tuvo tanta repercusión. El título de la autobiografía de Sullenberger en la que está basada la película es Highest Duty: My Search for What Really Matters, que podría traducirse como El deber más importante: Mi búsqueda de lo que verdaderamente importa. Y lo que –según el film, al menos– verdaderamente importa para Sully es, también, lo que verdaderamente importa en la película: el oficio, el profesionalismo y el deber. A Sully le encanta volar aviones, le encanta su trabajo, y lo hace de la mejor manera posible. Es un hombre capaz, tal vez estricto consigo mismo, que tiene una vida sencilla. Durante todo el film extraña a su esposa y a sus hijas, que están en su casa, a varios kilómetros de distancia de esa Nueva York algo caótica en la cual se desarrolla la acción. Sully es racional y responsable y, junto al quiebre que se produce en su vida a partir del aterrizaje forzoso, aparecen algunas dudas y se confirman muchas certezas.

El vínculo más evidente de Sully es el cine de Howard Hawks – o, mejor dicho, cierto aspecto de su cine: la construcción de los personajes a través del oficio y el profesionalismo. Sully se define no sólo por su responsabilidad, sino también por cómo se expresa esa responsabilidad en su trabajo cotidiano. Luego, claro, esa responsabilidad también se expresa en otros espacios (Sully es coherente: actúa con calma y compromiso tanto al manejar un avión, conversar con su esposa o responder al abrazo de un desconocido), pero tiene su origen en el trabajo; es un personaje que se define por su pasión. El otro punto que emparenta a Sully con el cine de Hawks es la camaradería: los hombres que comparten aventuras logran construir un código único e intransferible. Así como la acción construye personalidad, la acción en conjunto construye empatía. Una empatía que, en esta nueva película de Eastwood, también se expande del trabajo –el vínculo entre Sully y el copiloto Jeff (Aaron Eckhart)– a los demás espacios: a diferencia de lo que ocurre en cierto cine cínico y misántropo, donde las situaciones límite sacan lo peor de los humanos, en Sully el aterrizaje forzoso construye lazos y, si bien nadie actúa con maldad, el compromiso de Sully se constituye en un ejemplo para el resto de las personas.

Antes de seguir es importante aclarar algo: a diferencia de lo que pueden sugerir los párrafos anteriores, la película no es un festín de moralina ni de patriotismo exacerbado. Otro triunfo de Eastwood consiste en universalizar un hecho específico, situado espacial y temporalmente. Si Sully emociona es porque en su desarrollo logra ir un poco más allá de los aviones, el río Hudson o la JNST. Sully es la expresión consciente de una visión del mundo, donde los actos heroicos son parte de la vida cotidiana. Para que aparezca el heroísmo no es necesario viajar en el tiempo ni imaginar universos extraordinarios. Como la mayoría de los héroes del cine de Eastwood, Sully es parco y de bajo perfil. Lo interesante, sin embargo, es que su acto heroico tiene poco que ver con un coraje épico y abstracto. Por el contrario, sus decisiones están tomadas desde el conocimiento teórico y práctico de un tema específico. Tanto la decisión tomada por Sully como su notable dominio técnico tienen su raíz en un saber construido en el amor a un trabajo y una actividad. La jubilación adelantada sería una tragedia para él, no sólo porque sería echar a perder años de dedicación y esfuerzo, sino también porque la mayor parte de su vida se basa en volar aviones. Aunque por lo general en la superficie Sully parece tranquilo, esta situación límite tiene un eco a nivel interno. En coherencia con el resto del film, la actuación de Tom Hanks es sobria y contenida. Lograr que Hanks transmita bondad sin caer en la cursilería es otro logro nada menor de Eastwood.

Desde su estreno, una parte considerable de la crítica y el público vienen resaltando ciertas características de Sully: su narración clásica, la presencia fantasmal y sutil del atentado a las Torres Gemelas y la reivindicación del heroísmo colectivo son algunas de ellas. Me parece que la película triunfa, sobre todo, en otro terreno: es una película que, en el marco de esa narración clásica, fluida –que, sin dudas, merece ser destacada–, logra algunos equilibrios infrecuentes. El más claro es el equilibrio entre un retrato general de la situación (el aterrizaje forzoso, espectacular y adrenalínico) y los procesos internos del protagonista. Para construir este equilibrio a nivel narrativo, Eastwood utiliza los procesos internos como trampolín para mostrar los hechos generales. Más allá de la solidez, lo atractivo es la distancia narrativa. La película es comprensiva y comparte la admiración por el protagonista, sin perder de vista ese trabajo grupal que también es destacado por el propio Sully y donde la participación de su copiloto es fundamental. El propio tema de la película, por otra parte, permite eludir con elegancia ciertas referencias políticas o ideológicas directas, que cada tanto son la piedra en el zapato clasicista de Eastwood (El francotirador es el ejemplo más claro). Donde sí podría haber caído con facilidad es en el golpe de efecto o el clímax-impacto, que –en distinta medida– estuvieron presentes en algunos films del último tiempo (Río místico, Million Dollar Baby o, más recientemente, Gran Torino). Sully pertenece a otra clase de obras eastwoodianas; como Bird o Invictus, permite pensar al cine biográfico de otra manera. Se trata de películas sobrias pero no insulsas, que abrazan a sus protagonistas con admiración sin perder de vista los mundos y relaciones en los que se mueven.

El paso de Sully por el ejército y cómo esa formación castrense también es parte constitutiva del profesionalismo del personaje –un aspecto destacado por mi amigo Natalio Pagés en charlas personales y apenas trabajado en las lecturas más frecuentes de la película– merece una atención particular, en tanto vincula a Sully con ciertos elementos reaccionarios recurrentes en la obra del director. Ese análisis quedará para otra ocasión. Por el momento, resulta interesante ver cómo incluso en sus películas más nobles y pacíficas aparecen contradicciones que Eastwood viene desarrollando en su filmografía desde hace décadas y que, a esta altura, le son tan propias y determinantes como su capacidad narrativa.