Sueño Florianopolis

Crítica de Gustavo Castagna - Subjetiva

“Sueño Florianópolis”, de Ana Katz
Por Gustavo Castagna

Aquel sueño de la clase media de los 90, en el supuesto paraíso “Floripa”. Aquella Argentina, aquellos argentinos, aquellas “familias tipo”

Ana Katz vuelve a colocar su sutil bisturí cinematográfico en las descripción de un clan familiar (como en Los Marziano), en las soledades y rupturas afectivas (como en La novia errante), en los miedos y temores aun pequeños o insignificantes (como en Mi amiga del parque).

Retorna para desmenuzar cierta neurosis de un clan familiar pero sin estallidos catárticos y un sinuoso estado de las cosas que nunca explotará en exceso sino que la directora volverá a manejar con breves pinceladas, detalles ínfimos, cruces de miradas, recorridos y caminatas, inconvenientes lingüísticos (¡“el portuñol”!) y recuerdos por aquellos buenos tiempos que no vuelven y que ahora se manifiestan en ese mismo paisaje, similar pero distinto.

Y está bien que el matrimonio de Lucrecia y Pedro (Mercedes Morán y Gustavo Garzón, excelentes ambos) sean psicoanalistas y una pareja separada pero no del todo, tal vez supeditada a ver qué pasará durante esas vacaciones a inicios de los 90, que se emprende con dos hijos ya no adolescentes, con un modo de vida distinto al de los progenitores, acaso parecido o diferente porque el tiempo pasa y la mirada es distintas, ya que observa de otro modo, se proyecta y se asocia (casi) de manera permanente.

Y aparecerán, por esas brillantes casualidades y azares de un guión perfecto a cargo de los hermanos Katz, una pareja (complementaria) de lugareños brasileños, espejos y reflejos de otro modo de vida al del matrimonio visitante. Y surgirá la atracción y las cosas que la pareja extranjera no se dice, pero se palpita en cada gesto y mirada, en especial, de Lucrecia hacia el anfitrión. Y el arco se cerraría con otra pareja, mostrada de manera fragmentada, argentina, a los gritos en ese paisaje, peleándose y reconciliándose ante la “mirada de los otros”, es decir, de sus psicoanalistas.

Esa lectura observacional que Katz propone a sus personajes tiene su base argumental en las películas de Rohmer, acaso en los cuentos de las estaciones. Pero la astucia de la directora es no aferrarse únicamente a la palabra y al texto “banal” que tan bien manejaba el director francés. En Sueño Florianópolis, Katz promulga una extraña simbiosis entre materiales rohmerianos fusionándolos a ciertas atmósferas procedentes de los mejores exponentes del cine de Woody Allen. Y esto va más allá de la profesión de Lucrecia y Pedro.

Katz confía, como siempre, en husmear a sus protagonistas en lugar de juzgarlos, en desnudar sus flaquezas y debilidades (también algunas de sus miserias) pero jamás acusándolos por sus comportamientos y decisiones. Para lograrlo, como ocurre en Sueño Florianópolis, se vale de un soterrado y subliminal humor, nunca explícito (allí el reflejo principal va hacia Los Marziano), insinuante en sus casi escamoteos, contundente en su susurrante exposición.

Sueño Florianópolis confirma (otra vez) a una de las realizadoras más importantes y originales de las últimas dos décadas.

SUEÑO FLORIANÓPOLIS
Sueño Florianópolis. Argentina-Brasil-Francia, 2018.
Dirección: Ana Katz. Guión: Ana Katz y Daniel Katz. Fotografía: Gustavo Biazzi. Música: Maximiliano Silveira, Beto Villares, Erico Theobaldo y Arthur de Faría. Edición: Andrés Tambornino. Dirección de arte: Gonzalo Delgado. Sonido: Jésica Suárez. intérpretes: Mercedes Morán, Gustavo Garzón, Marco Ricca, Andrea Beltrão, Manuela Martínez, Joaquín Garzón, Caio Horowicz. Duración: 106 minutos.