Star Trek: sin límites

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

La llamada de lo desconocido

La tercera entrega de la relanzada franquicia de “Star Trek” tenía que tener gusto a nostalgia, debido a dos pérdidas que sufrió el elenco. Antes del rodaje falleció Leonard Nimoy, el Spock original encargado de unir los dos flujos temporales: el creado por Gene Roddenberry desde la mítica serie de 1966 y el nuevo, desarrollado por J.J. Abrams a partir de la primera entrega, en 2009. El pasado 19 de junio murió en un accidente Anton Yelchin, el nuevo Pavel Chekhov, antes de ver estrenada la cinta. A ellos dos está dedicada la película, y la falta del primero resultó una de las claves de la narración.
Pero la gran determinante resultó ser el pase de Abrams a la otra gran escudería espacial, “Star Wars”, dejando a Justin Lin (asociado a la saga “Rápido y furioso” desde “Tokio Drift”) en la dirección y a Simon Pegg (que interpreta a Montgomery Scott) en el guión junto a Doug Jung, reemplazando a Roberto Orci, Alex Kurtzman y Damon Lindelof, que trabajaron en las dos entregas anteriores. Y el cambio se nota: si el relanzamiento tuvo una estructura un poco a lo “Star Wars” y la segunda se volvió más oscura (se subtitulaba precisamente “En la oscuridad”) y menos viajera, el tercer mojón de la nueva saga, merced a cierto fanatismo de los guionistas, está lleno de guiños y homenajes al elenco original y sus andanzas: cierta imagen de un grupo (no casualmente de los últimas aventuras, de los tiempos de “Star Trek V: La última frontera” o “Star Trek VI: Aquel país desconocido”), del cual quedan pocos sobrevivientes; la familia del nuevo Hikari Sulu como tributo a la salida del clóset de George Takei; y una apuesta por cierta ingenuidad general y unos intensos diálogos entre la tríada protagónica: el impulsivo Kirk, el generalmente analítico Spock (en lucha con su parte humana) y el temperamental doctor McCoy.
En crisis
La historia se sitúa a poco menos de tres años del viaje de cinco de la USS Enterprise, cuando se decidió el reabastecimiento en Yorktown, una base espacial neutral (cuya estructura urbana recuerda al toroide de “Elysium”, pero enroscado), donde además pueden reencontrarse con familiares y noticias. Allí, Spock (que ya venía en crisis en su relación con Nyota Uhura) se entera de la muerte del embajador Spock (su otro yo de un futuro alternativo), lo que lo termina de acercar a la idea de seguir su tarea de reconstrucción en Nuevo Vulcano. Por su parte, James Tiberius Kirk, que se metió a la Flota para demostrar que estaba a la altura de su padre, empieza a ver palidecer su entusiasmo y especular con quedarse en la base.
En ese momento, llega una alienígena no identificada, que dice que su nave fue atacada dentro de una nebulosa. Allá parte el Enterprise para ver qué onda, cuando es atacado en una trampa por Krall, un extraño ser que parece albergar un particular odio por la Federación y su idea de armonía y felicidad intergaláctica. La nave cae en desgracia y Kirk, Spock, McCoy, Scotty y Chekov deben rescatar a su tripulación, haciendo alianza con Jaylah, la chica bonita y blanquecina que sale en todas las promociones.
Clásico y moderno
Y hasta ahí vamos a contar: lo que sigue es una serie de volantazos argumentales, revelaciones, un primer clímax espacial y una pelea final. Lo que podemos decir es que Pegg y Jung reforzaron los puntales de la saga original: la aventura, el lanzarse a lo desconocido, el protagonismo de los oficiales en la acción física y la defensa a ultranza del credo de la Federación (Roddenberry mandó un guiño cuando puso, en los convulsionados 60, a un ruso, un japonés y una africana en el puente, junto al primer oficial vulcano y los anglosajones del caso).
El vínculo con las narrativas actuales está en el esfuerzo de Lin, que pone su sapiencia para contar a velocidad de vértigo una sucesión de hechos y su especialidad para la acción, allí donde el héroe se juega la vida en un salto, en un manotazo al borde de un precipicio. Acostumbrado a narrar con música actual, en este caso convive con la muy presente banda sonora orquestal de Michael Giacchino, aunque con revancha en el uso de hip hop de los 90 en dos ocasiones (en especial una: no se usaba la música como arma desde que Linn Minmei le cantó a los Zentraedis en “Macross/Robotech”).
Los de siempre
Uno de los aciertos de la serie original fue dar con un elenco memorable y fundamentalmente querible, capaces de sostener sus personajes cuando ya estaban envejecidos y gordos (el Scotty de un grueso James Doohan chocándose un caño en “Star Trek V” era un chiste sobre eso). Parte del legado de Abrams a sus continuadores fue apuntar a generar un cast firme y asimilable.
Así, el Kirk de Chris Pine tiene un aire de carilindo ganador y heroico como sin proponérselo, más lanzado que el primer William Shatner. Zachary Quinto, uno de los actores más reconocidos del elenco, ha encontrado un punto justo para Spock, turbulento bajo la superficie. Karl Urban, lejos del Eomer de “El Señor de los Anillos” con el que se hizo conocido, aprovecha todo lo que puede para ocupar el rol bufo de “Bones” McCoy, siempre tratando de “sacar” a Spock. Zoe Saldana sigue siendo intensa como Uhura, a pesar de que quizás en ésta no tenga tantas escenas para lucirse. El que sí las tiene es el propio Pegg como Scotty, con algunos pases de comedia británica. Completan ese staff John Cho como un Sulu más osado de lo que parece, y por supuesto Anton Yelchin como un Chekov algo tímido y juvenil, un rol que seguramente no será reemplazado en próximas secuelas.
Otras caras
Fuera del “núcleo duro”, Idris Elba le pone el cuerpo a Krall, e incluso progresivamente su rostro (ahí hay uno de los secretos), un villano que arranca siendo unidimensional pero gana espesor con el correr del metraje. Y Sofia Boutella se explaya a sus anchas como Jaylah: un poco bruta, un poco mortal y un poco traumatizada (algún trekkie duro dirá que no es tan impactante como la Ilia de Persis Khambatta en la primera película de 1979, pero otro dirá que puede ser un rol recurrente como la Saavik de Kirsty Alley y Robin Curtis: a los trekkies les gusta discutir ese tipo de cosas).
Joe Taslim aporta una actuación puramente física como Manas, el ladero de Krall y némesis de Jaylah, mientras que Lydia Wilson se pone bajo la piel (literalmente) de Kalara, la supuesta víctima intergaláctica. Deep Roy (aquel que le puso la cara a los Oompa Loompas de “Charlie y la fábrica de chocolate”) sólo aporta su físico al ingeniero asistente Keenser, mientras que Melissa Roxburgh tiene algunos minutos como la alférez Syl. Por último, la veterana Shohreh Aghdashloo hace una aparición como la comodoro Paris, responsable de la base Yorktown (y zafando de hacer de señora iraní por una vez).
Quizás no estemos ante la cinta más vistosa en lo que va de la nueva saga, pero lo que se transmite es la voluntad de que sea una verdadera saga, y de recuperar aquella inocencia de antes, cuando todo era más sencillo. Antes, aunque sea en el futuro.