Star Trek: sin límites

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Una saga efectiva e inoxidable

Tras Star Trek: El futuro comienza (2009) y Star Trek: En la oscuridad (2013), ambas dirigidas por J. J. Abrams, esta tercera entrega de la nueva era de una de las sagas más longevas del cine y la TV quedó en manos del taiwanés Justin Lin, quien venía de filmar cuatro entregas de otra popular franquicia como la de Rápidos y furiosos.

Star Trek: Sin límites es bastante más mundana y terrenal (si es que esos adjetivos le caben a una historia que transcurre casi todo el tiempo en el espacio), pero frente al convencionalismo del guión Lin construye unas vertiginosas secuencias de acción que -sobre todo en el segmento final- se disfrutan y se agradecen.

¿Qué tiene de nuevo Sin límites? No demasiado: una pátina nostálgica que la vincula con las sagas previas, un par de incorporaciones (un enmascarado Idris Elba en plan dictador, Sofia Boutella como una alienígena de look leonino), el comandante Spock (Zachary Quinto) con emociones crecientes (se enamora, sufre con la muerte de su padre y se salva por dos centímetros de una muerte segura) y la imagen de la mítica nave Enterprise prácticamente destruida. Los incondicionales fans de Star Wars, claro, sabrán valorar estas y otras revelaciones (como la incipiente apertura a una relación gay), pero el film transcurre sin demasiados hallazgos. Una estructura básica de presentación de los personajes, elaboración del conflicto central y enfrentamiento final.

La tripulación al mando del capitán Kirk (Chris Pine) lleva en el arranque del film 966 días en el espacio y aún le quedan dos años más de exploraciones y misiones diplomáticas antes de volver a casa. La abulia se apodera de sus integrantes y, en ciertos pasajes, también del espectador. Por suerte, los personajes (y con ellos el público) se verán forzados a salir de ese estado de apatía e indiferencia para descubrir las trampas y confabulaciones que los acechan y luchar contra aquellos que amenazan la paz universal. A la película le cuesta bastante arrancar, pero cuando lo hace ya no para hasta el final. El resultado final, sin ser notable, alcanza para sostener los pergaminos de una saga inoxidable.