Spider-Man: lejos de casa

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrenó Spider-Man: lejos de casa, secuela del film de 2017, protagonizada por Tom Holland. Nuevamente bajo la dirección de Jon Watts, esta aventura se nutre de todo lo que dejaron los films previos del MCU de 2019: Capitana Marvel y Avengers: Endgame. El resultado es divertido, entretenido y un poco lisérgico, pero se extraña la profundidad dramática de la primera parte.
Después del final previsiblemente melancólico y emotivo de Avengers: Endgame, y de la sobrecarga de austeridad de Capitana Marvel, era necesario un film más liviano y menos pretencioso como Spiderman: lejos de casa.

El director Jon Watts, que entiende muy bien cómo administrar buenas dosis de terror psicológico y humor negro en contextos juveniles (El payaso del mal, Cop Car), decide dejar un poco de lado la oscuridad de sus obras previas, así como la profundidad de las relaciones padre/hijo y/o tutor/mentor de la primera parte de este segundo reboot cinematográfico acerca del héroe arácnido, para concretar una clásica comedia coming of age, superficial y anecdótica, que no aporta demasiado al universo de Marvel.

El film empieza emitiendo las respuestas que no brindaba Endgame. O sea, explicando en un tono bastante satírico qué le paso y cómo viven aquellos que “regresaron” después de que Thanos los hiciera desaparecer, junto a la otra mitad del universo, en Infinity War. Ni Watts ni los guionistas se toman demasiado en serio el asunto y, por suerte, se permiten burlarse de la solemnidad de los hermanos Russo.

Pasado a limpio esto, la trama se traslada a Europa. Peter, sus compañeros de clase y dos profesores acaban en Venecia. Ya sin la ansiedad de luchar contra el crimen o formar parte de Los vengadores, lo único que obsesiona al protagonista es declararle su amor a M.J.

Pero las vacaciones se interrumpen cuando diversos monstruos multidimensionales comiencen a destruir los principales centros turísticos del mundo. Es acá donde aparece otro superhéroe: Quentin Beck, mejor conocido como Misterio, interpretado por Jake Gyllenhaal, el actor que por culpa de un accidente no pudo interpretar al Peter Parker de Sam Raimi.

De principio a fin, a Watts le interesa muy poco el conflicto dramático interior de Peter, y mucho las desventuras que el protagonista sufre en el viejo continente para conquistar a una chica y escaparse de la responsabilidad de crecer, simbolizada en la figura de Nick Fury.

Básicamente se nota mucho en la escritura del guión y en el montaje, e incluso en la selección musical, la influencia del cine de John Hughes. Especialmente de Vacaciones en Europa o Ciencia loca, en donde el director de El club de los cinco exhibía el perfil más absurdo y ridículo del coming of age. Pero como se trata de un film de superhéroes, la acción no puede dejarse a un lado y, si bien Watts trata de lograr un equilibrio entre la comedia, el romance y las secuencias con grandes efectos visuales, se pierde algo de cohesión narrativa en el momento en que se caen las máscaras de los villanos.

En ese sentido, tener un antagonista bien definido como Vulture le simplificaba, en la primera parte, un poco el trabajo a los guionistas que acá juegan con demasiadas bolas en el aire: divertir, entretener, humanizar, sorprender, no repetirse. Y si bien el viaje es placentero, es poco lo que permite para analizar a posteriori… o por lo menos hasta que terminan los primeros títulos del desenlace.

Porque si extrañaron las escenas en el medio y al finalizar los créditos, Spider-Man: lejos de casa, presenta dos que fácilmente son lo mejor de la película. Sin spoilear, en el primero se nota la influencia del fenómeno John Wick -y además tiene el mejor cameo de la historia del MCU, sacando los de Stan Lee-, mientras que en el segundo, al final de todo, una parte de la trama cobra otro significado. O sea, no se paren ni bien termina porque se van a perder lo mejor.

Los cinéfilos y geeks van a encontrar una secuela confortable en referencias audiovisuales -desde el mencionado tono y estilo de Hughes hasta ciertos guiños a Misión imposible, Matrix y Operación dragón- y también en romance nerd. No falta el espíritu aventurero que caracteriza al género y tampoco una buena dosis de humor que sobrepasa al drama más solemne, creando una grieta con los films de Avengers. Quizás abusa de los cómic relief, pero la fórmula arácnida aún funciona, y más allá de desniveles narrativos, el resultado final, potenciado por el carisma y la sobriedad de Holland para sostener el film, es gratificante.