Solar

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Los que tenemos cierta edad recordamos, vagamente, el fugaz paso por la televisión de Flavio Cabobianco, un niño que a principios de los ’90 empezó a circular por los medios tras haber escrito un libro titulado “Vengo del sol”, una suerte de texto new-age que sorprendía por venir de un púber que encima decía haber empezado a escribirlo… a los tres años. Con su hermano Marcos, unos años mayor, y con su madre detrás de cámara (y de todo el andamiaje), el locuaz e inteligente Flavio se convirtió en una celebridad breve e instantánea.

Pasaron los años, poco y nada supimos de los Cabobianco fuera de los circuitos new-age que pululan por el mundo. Aquí, el director del corto LA REINA lo reencuentra para ver qué es de su vida hoy. Eso, en realidad, se resuelve fácilmente (ya lo verán) y lo que termina importándole al director es armar un documental en el que el realizador y el sujeto “documentado” discuten por ver quien controla el relato. Es así que SOLAR ocupa la mayor parte de su tiempo en poner en escena ese conflicto ya que Abramovich tomó la decisión de darle la cámara a Cabobianco para que él se filmara a sí mismo y luego el ahora treintañero gurú espiritual quiso tomar el control de la narración, de qué se filma y cómo.

No hay dudas que el tema de la relación entre documentalista y sujeto documentado da para varias tesis y cursos académicos, pero aquí por momentos la discusión sobre el dispositivo domina tanto el relato que prácticamente se pierde la historia de Flavio, con todas sus peculiaridades, las que pasan a segundo plano y parecen más ricas de analizar por momentos que los debates sobre lentes, cámaras o iluminación. Los mejores momentos del filme aparecen cuando los dos temas se funden bajo la cuestión de la autoría, ya que tanto el documental como el libro “mítico” ponen en discusión quien es, finalmente, el autor: ¿cineasta o sujeto? ¿Niño peculiar o madre ambiciosa?

En cierto modo SOLAR es la crónica de un fracaso: el de Abramovich siendo doblegado por su sujeto, quien parece terminar ganando la pulseada, boicoteando el documental desde adentro. Ese “fracaso” genera sin dudas grandes momentos cinematográficos: algunos reencuentros y conflictos familiares (el gran personaje parece ser en realidad el hermano) y algunas discusiones reveladoras entre el director y su muy sagaz e ingenioso (aunque un tanto insoportable) sujeto, a los que hay que sumar los insólitos materiales de archivo. No hay que desestimar, de todos modos, que buena parte de esos conflictos no sean del todo reales, sino parte de un juego metalinguístico de un documental que quizás tenga más elementos ficcionalizados de los que suponemos. Es noble y valioso el intento del realizador de alejarse del documental convencional, pero aquí tal vez se topó –al menos en apariencia– con un hueso demasiado duro de roer.